/ sábado 28 de agosto de 2021

Los Avatares de Nuestro Tiempo | Las decisiones políticas

El político toma decisiones, algunas relacionadas con su propia carrera en el escalafón de la política partidista, electoral o dentro de las organizaciones de gobierno; y otras sobre los asuntos relacionados con los problemas públicos que las sociedades enfrentan.

Esta separación entre decisiones vinculadas al crecimiento profesional o la acumulación de poder político individual no necesariamente tienen un límite definitorio con aquellas decisiones de trascendencia pública.

Es decir, el arbitrio político individual tiene consecuencias directas en el desempeño de las medidas y políticas que se seleccionan dentro de una gama de opciones y, de manera inversa, la eficacia en la implementación de políticas tiene impacto directo en el crecimiento o éxito político en cuestión.

Por eso para quienes se convierten en tomadores de decisiones resulta fundamental la comprensión de que prácticamente la totalidad de sus actos tienen repercusiones públicas.

En este orden de ideas, el sentido del concepto de "ética de la responsabilidad" tiene especial relevancia. Es decir, el actor político que arriba a espacios de toma de decisiones deberá regirse por los principios éticos que el cargo le exige, incluso si éstos entran en conflicto o lo colocan en disyuntiva con principios de convicción propia.

Quizás un ejemplo representativo sea el de la selección de personas para integrar equipos de trabajo; hay muchos casos en los que prevalece la convicción personal de privilegiar relaciones de amistad y subordinar criterios basados en la calificación de conocimientos o capacidades para el desarrollo de las funciones.

  • Idealmente la aplicación de la ética de la responsabilidad en el caso de la integración de equipos de trabajo para tareas de gobierno generaría equipos suficiente sólidos orientados a resultados y, por tanto, el futuro éxito político del actor también estaría garantizado. Sin embargo, hay factores que también resultan determinantes, por ejemplo, los acuerdos y negociaciones políticas establecidas para triunfar en los procesos electorales.

De ser así, es un acto racional que se consideren a grupos representativos para encabezar ciertas agendas políticas y la gestión de ciertos sectores.

No obstante, una selección más basada en las convicciones personales (amistad, cercanía política, afinidad ideológica, conveniencia económica, etc.) rompe con la ética de la responsabilidad y difícilmente garantiza resultados positivos en lo fáctico de la política: resolver problemas.

No es un tema menor. Hay casos históricos que lo demuestran. Quizás uno de los más representativo sea el de la sucesión presidencial de 1958 en México, al respecto El Colegio de México editó un libro de la autoría de Rogelio Hernández, titulado "Presidencialismo y hombres fuertes en México. La sucesión presidencial de 1958", en el que se analiza cómo el principal obstáculo para que el entonces presidente Adolfo Ruíz Cortines iniciara el proceso de sucesión, no fue el surgimiento de algún movimiento político que compitiera con el partido político hegemónico.

El problema fue generar control sobre los líderes políticos regionales más orientados al caciquismo que a la institucionalidad. El caso devino en la selección de López Mateos quien lograría ser presidente de la República y así evitar la desviación histórica del sistema político mexicano y la institucionalización de la competencia por el poder.

Ahora, la ética de la responsabilidad de los políticos (aun pensando solamente en su crecimiento político individual) debe orientar sus elecciones, decisiones y actos. Por ejemplo, en el caso de Tlaxcala, la anunciada integración del gabinete legal de la nueva administración al frente del gobierno del Estado, debe analizarse con mirada analítica; sobre todo porque en política no basta con las buenas intenciones, en política se discuten y califican los resultados y contar con un equipo sólido incrementa las probabilidades de obtener el impacto deseado.

Sobre todo, cuando se apunta en el discurso una tendencia transformadora. Sería una contradicción hablar de cambio y seleccionar a las ruinas del pasado o discursear sobre transformación y colocar en posiciones de liderazgo a caciques locales que poco entienden de políticas públicas.

El político toma decisiones, algunas relacionadas con su propia carrera en el escalafón de la política partidista, electoral o dentro de las organizaciones de gobierno; y otras sobre los asuntos relacionados con los problemas públicos que las sociedades enfrentan.

Esta separación entre decisiones vinculadas al crecimiento profesional o la acumulación de poder político individual no necesariamente tienen un límite definitorio con aquellas decisiones de trascendencia pública.

Es decir, el arbitrio político individual tiene consecuencias directas en el desempeño de las medidas y políticas que se seleccionan dentro de una gama de opciones y, de manera inversa, la eficacia en la implementación de políticas tiene impacto directo en el crecimiento o éxito político en cuestión.

Por eso para quienes se convierten en tomadores de decisiones resulta fundamental la comprensión de que prácticamente la totalidad de sus actos tienen repercusiones públicas.

En este orden de ideas, el sentido del concepto de "ética de la responsabilidad" tiene especial relevancia. Es decir, el actor político que arriba a espacios de toma de decisiones deberá regirse por los principios éticos que el cargo le exige, incluso si éstos entran en conflicto o lo colocan en disyuntiva con principios de convicción propia.

Quizás un ejemplo representativo sea el de la selección de personas para integrar equipos de trabajo; hay muchos casos en los que prevalece la convicción personal de privilegiar relaciones de amistad y subordinar criterios basados en la calificación de conocimientos o capacidades para el desarrollo de las funciones.

  • Idealmente la aplicación de la ética de la responsabilidad en el caso de la integración de equipos de trabajo para tareas de gobierno generaría equipos suficiente sólidos orientados a resultados y, por tanto, el futuro éxito político del actor también estaría garantizado. Sin embargo, hay factores que también resultan determinantes, por ejemplo, los acuerdos y negociaciones políticas establecidas para triunfar en los procesos electorales.

De ser así, es un acto racional que se consideren a grupos representativos para encabezar ciertas agendas políticas y la gestión de ciertos sectores.

No obstante, una selección más basada en las convicciones personales (amistad, cercanía política, afinidad ideológica, conveniencia económica, etc.) rompe con la ética de la responsabilidad y difícilmente garantiza resultados positivos en lo fáctico de la política: resolver problemas.

No es un tema menor. Hay casos históricos que lo demuestran. Quizás uno de los más representativo sea el de la sucesión presidencial de 1958 en México, al respecto El Colegio de México editó un libro de la autoría de Rogelio Hernández, titulado "Presidencialismo y hombres fuertes en México. La sucesión presidencial de 1958", en el que se analiza cómo el principal obstáculo para que el entonces presidente Adolfo Ruíz Cortines iniciara el proceso de sucesión, no fue el surgimiento de algún movimiento político que compitiera con el partido político hegemónico.

El problema fue generar control sobre los líderes políticos regionales más orientados al caciquismo que a la institucionalidad. El caso devino en la selección de López Mateos quien lograría ser presidente de la República y así evitar la desviación histórica del sistema político mexicano y la institucionalización de la competencia por el poder.

Ahora, la ética de la responsabilidad de los políticos (aun pensando solamente en su crecimiento político individual) debe orientar sus elecciones, decisiones y actos. Por ejemplo, en el caso de Tlaxcala, la anunciada integración del gabinete legal de la nueva administración al frente del gobierno del Estado, debe analizarse con mirada analítica; sobre todo porque en política no basta con las buenas intenciones, en política se discuten y califican los resultados y contar con un equipo sólido incrementa las probabilidades de obtener el impacto deseado.

Sobre todo, cuando se apunta en el discurso una tendencia transformadora. Sería una contradicción hablar de cambio y seleccionar a las ruinas del pasado o discursear sobre transformación y colocar en posiciones de liderazgo a caciques locales que poco entienden de políticas públicas.