/ sábado 17 de abril de 2021

Los Avatares de Nuestro Tiempo | Las desigualdades globales

Hay preocupaciones y temores que recrudecen con el paso del tiempo, catalizados por la incertidumbre o la ineficacia en la atención de los problemas. Ese es el estado actual prácticamente en todo el mundo. El virus ha puesto a prueba la capacidad de sobrevivencia y acoplamiento ante la presencia de las cargas virales que han significado millones de muertes humanas en el planeta. De tal suerte, la salida aún parece lejana y también difusa, complicada, garigoleada.

El espectro noticioso repleto de claroscuros, entre las posiciones más alentadoras acerca de la producción de vacunas procedentes de diferentes iniciativas públicas y privadas, hasta aquellas posiciones que vaticinan desastres en los procesos de vacunación, sobre todo de los países en vías de desarrollo. El caso de Latinoamérica está justo en el meollo de la discusión. Si bien es cierto que la región sostiene economías medias como México, Brasil, Chile o Argentina; también es real que enfrentan condiciones distintas aquellas naciones que han podido iniciar procesos de vacunación masivos, por ejemplo: debilidad de instituciones y de las finanzas públicas de los Estados, alta concentración poblacional en un puñado de ciudades y estructuras de salud públicas debilitadas o insuficientes.

Este escenario para Latinoamérica supone uno de los principales riesgos globales: ampliar la desigualdad respecto de la región con otras y, simultáneamente que los procesos de vacunación internos profundicen aún más las brechas de desigualdad entre los diferentes grupos sociales; es decir que la estratificación esté aún más marcada de lo que parece actualmente. No es un tema menor.

Tan es un tema de trascendencia global que el mecanismo “Covax” diseñado por la Organización Mundial de la Salud tiene la finalidad última de garantizar la asignación equitativa de las pruebas diagnósticas, las vacunas y los tratamientos contra la Covid-19.

En el caso de México, los valiosos esfuerzos realizados desde la Secretaría de Relaciones Exteriores han resultado limitados, en buena medida porque el mundo entero está en la demanda masiva de las vacunas para la inmunización y eso supone un reto en términos de producción, priorización y un sinfín de elementos que escapan de la vista pública y lo colocan en una mesa de solicitudes en los que seguramente se preservará o ampliará la desigualdad entre las regiones del mundo.

De hecho, las propias declaraciones del canciller Marcelo Ebrard dan muestra de esta realidad latinoamericana, diciendo: “la lección más importante para la región es recuperar, reinstalar como la más alta prioridad para nosotros el desarrollar nuestra autonomía tecnológica, de la cual va a depender nuestra capacidad de respuesta, peso político e incluso de sobrevivencia”. Es cierto, los estragos del estancamiento económico y la ausencia de planeación estratégica en esta parte del mundo han devenido en la insuficiencia de capacidades para responder a momentos de crisis como el que hoy nos tiene en vaivenes de esperanza, frustración y miedo colectivo.

El mecanismo “Covax” debiera ser efectivo, no letra muerta. Según los registros internacionales los países con mayor número de personas vacunadas en el mundo son: Israel, Estados Unidos, Reino Unido, Dinamarca, España y Rusia; mientras tanto el halo de luz en Latinoamérica se centra prácticamente en los convenios y demás figuras de pre-adquisición que han logrado formar los gobiernos nacionales con los laboratorios internacionales.

Quizás este complejo tema de desigualdad en el acceso a las vacunas sea la explicación fundamental del por qué la región ha optado por acercarse a Rusia y la vacuna Sputnik V. Tanto Argentina como México, a pesar de ser impulsores de un proyecto público-privado propio de vacuna contra la Covid-19 han puesto en marcha la formalización de solicitud de la vacuna rusa, a pesar de los señalamientos (muchos sin fundamento o arbitrarios) generados desde la prensa internacional (en ocasiones parece que la crítica o desconfianza hacia lo ruso es un remanente de la Guerra fría o rechazo a todo lo soviético o ruso).

No es, indudablemente, el escenario deseado para México y la región, pero parece ser el camino más corto hacia una solución. El proceso de vacunación, que se empata con el electoral en nuestro país, exige de la mayor responsabilidad política. El radicalismo no debe tener lugar porque en tiempos de crisis solamente es mezquindad. En paralelo, la comunidad y los organismos internacionales deben poner en funcionamiento todas las estrategias necesarias para evitar que la vacunación sea -a su vez- un proceso de acentuamiento de las desigualdades globales.

Hay preocupaciones y temores que recrudecen con el paso del tiempo, catalizados por la incertidumbre o la ineficacia en la atención de los problemas. Ese es el estado actual prácticamente en todo el mundo. El virus ha puesto a prueba la capacidad de sobrevivencia y acoplamiento ante la presencia de las cargas virales que han significado millones de muertes humanas en el planeta. De tal suerte, la salida aún parece lejana y también difusa, complicada, garigoleada.

El espectro noticioso repleto de claroscuros, entre las posiciones más alentadoras acerca de la producción de vacunas procedentes de diferentes iniciativas públicas y privadas, hasta aquellas posiciones que vaticinan desastres en los procesos de vacunación, sobre todo de los países en vías de desarrollo. El caso de Latinoamérica está justo en el meollo de la discusión. Si bien es cierto que la región sostiene economías medias como México, Brasil, Chile o Argentina; también es real que enfrentan condiciones distintas aquellas naciones que han podido iniciar procesos de vacunación masivos, por ejemplo: debilidad de instituciones y de las finanzas públicas de los Estados, alta concentración poblacional en un puñado de ciudades y estructuras de salud públicas debilitadas o insuficientes.

Este escenario para Latinoamérica supone uno de los principales riesgos globales: ampliar la desigualdad respecto de la región con otras y, simultáneamente que los procesos de vacunación internos profundicen aún más las brechas de desigualdad entre los diferentes grupos sociales; es decir que la estratificación esté aún más marcada de lo que parece actualmente. No es un tema menor.

Tan es un tema de trascendencia global que el mecanismo “Covax” diseñado por la Organización Mundial de la Salud tiene la finalidad última de garantizar la asignación equitativa de las pruebas diagnósticas, las vacunas y los tratamientos contra la Covid-19.

En el caso de México, los valiosos esfuerzos realizados desde la Secretaría de Relaciones Exteriores han resultado limitados, en buena medida porque el mundo entero está en la demanda masiva de las vacunas para la inmunización y eso supone un reto en términos de producción, priorización y un sinfín de elementos que escapan de la vista pública y lo colocan en una mesa de solicitudes en los que seguramente se preservará o ampliará la desigualdad entre las regiones del mundo.

De hecho, las propias declaraciones del canciller Marcelo Ebrard dan muestra de esta realidad latinoamericana, diciendo: “la lección más importante para la región es recuperar, reinstalar como la más alta prioridad para nosotros el desarrollar nuestra autonomía tecnológica, de la cual va a depender nuestra capacidad de respuesta, peso político e incluso de sobrevivencia”. Es cierto, los estragos del estancamiento económico y la ausencia de planeación estratégica en esta parte del mundo han devenido en la insuficiencia de capacidades para responder a momentos de crisis como el que hoy nos tiene en vaivenes de esperanza, frustración y miedo colectivo.

El mecanismo “Covax” debiera ser efectivo, no letra muerta. Según los registros internacionales los países con mayor número de personas vacunadas en el mundo son: Israel, Estados Unidos, Reino Unido, Dinamarca, España y Rusia; mientras tanto el halo de luz en Latinoamérica se centra prácticamente en los convenios y demás figuras de pre-adquisición que han logrado formar los gobiernos nacionales con los laboratorios internacionales.

Quizás este complejo tema de desigualdad en el acceso a las vacunas sea la explicación fundamental del por qué la región ha optado por acercarse a Rusia y la vacuna Sputnik V. Tanto Argentina como México, a pesar de ser impulsores de un proyecto público-privado propio de vacuna contra la Covid-19 han puesto en marcha la formalización de solicitud de la vacuna rusa, a pesar de los señalamientos (muchos sin fundamento o arbitrarios) generados desde la prensa internacional (en ocasiones parece que la crítica o desconfianza hacia lo ruso es un remanente de la Guerra fría o rechazo a todo lo soviético o ruso).

No es, indudablemente, el escenario deseado para México y la región, pero parece ser el camino más corto hacia una solución. El proceso de vacunación, que se empata con el electoral en nuestro país, exige de la mayor responsabilidad política. El radicalismo no debe tener lugar porque en tiempos de crisis solamente es mezquindad. En paralelo, la comunidad y los organismos internacionales deben poner en funcionamiento todas las estrategias necesarias para evitar que la vacunación sea -a su vez- un proceso de acentuamiento de las desigualdades globales.