/ sábado 3 de abril de 2021

Los Avatares de Nuestro Tiempo | Las fuerzas políticas que necesitamos

En términos políticos hoy existe un mimetismo generalizado. Son los tiempos del pragmatismo exacerbado, por ello se ha normalizado que en períodos electorales se intenten formar grupos políticos, coaliciones partidistas e incluso proyectos de co-gobierno entre partes -en antaño- opuestas o encontradas. Antes de que esta fuera la normalidad política en México, se discutía cómo el gobierno dividido (es decir que el grupo político que triunfa en las elecciones para ocupar el poder ejecutivo no cuente con mayoría en el legislativo) afectaba el avance en la ejecución de procesos de transformación, la confección del presupuesto público y, en general, el diseño e implementación de programas y políticas públicas. Es decir que, si bien se entendía como un avance democrático el hecho de mantener entorno político pluralista, en cierto sentido se desdeñaba, un poco con la añoranza de visiones únicas.

Actualmente, la política misma basada en la generación de acuerdos ha transitado hacia un pluralismo orgánico, utilizado en ocasiones y borrado en otras. Quizás en esta lógica se entiende la conjunción de partidos políticos de izquierda y derecha sin menores implicaciones de debate en términos ideológicos y tampoco programáticos en el sentido de crear series de propuestas para resolver problemas públicos con el enfoque diferenciado y la riqueza que eso podría significar.

Del otro lado, aún hay pesquisas de radicalismos -tanto de derecha como de izquierda- son el extremo que ante la obnubilación ideológica no escuchan, no dialogan. Es el error pensado desde la aparente fidelidad a las convicciones.

En síntesis, la política se debate justamente entre el pragmatismo y la fortaleza de las ideologías. La salida no es asumir que se trata de un asunto maniqueo entre decidir el enclaustrarse o dilapidar las ideas en las que se creen para entonces cumplir ciertos objetivos. Ahora mismo parece que gana el mimetismo político y se ha convertido -en cierto sentido- en una práctica normalizada. Es también la contracción en el tiempo, mientras antes se pretendía explicar desde el pluralismo (en consecuencia, en gobierno dividido) el atraso en la atención de los problemas públicos, ahora se alega que se debe contar gobierno divido para evitar la displicencia total del legislativo frente al ejecutivo.

Respecto a este tema contemporáneo, un libro reciente de la autoría del ensayista español Jordi Gracia, titulado "Contra la izquierda. Para seguir siendo de izquierdas en el siglo XXI" apunta algunas ideas escritas casi como diagnóstico de una izquierda en particular pero que bien puede aplicar en muchas partes del mundo occidental. La primera, señala la inviabilidad del fundamentalismo ideológico sobre todo en la práctica política donde son mejor valorados los argumentos y la capacidad de diálogo. Sin embargo, repara en decir que el extremo del pragmatismo tampoco es una salida viable para la izquierda que mantiene un discurso centrado en el cambio estructural de las sociedades y que, en efecto, mantiene una base social que aspira a esas ideas centrales de justicia y equidad; empero, debe orientar ese discurso ahora mismo desde lo material y lo técnicamente posible.

Dice, es la izquierda necesaria para el siglo XXI. Diría que idealmente es un arquetipo perfecto de las fuerzas política que requerimos en nuestro tiempo. Proyectos que se orienten desde la verdad y se alejen del fraude intelectual que, dicho por Gracia, es el "arrojar hoy a aquel pasado las culpas del presente".

En México y en Tlaxcala, con el proceso electoral en desarrollo, podemos observar estas dos vertientes políticas contemporáneas. Quizás aún más desde el pragmatismo exacerbado y el mimetismo político contemporáneo. Desde la mira ciudadana queda exigir altura en el debate tanto a nivel ideológico como, sobre todo, programático en el sentido de cómo -aquellos que lo pretenden- resolverán los problemas públicos a los que históricamente nos enfrentamos como población: inseguridad, pobreza, desigualdad, etc.

Las fuerzas políticas que necesitamos deben valorar el pluralismo político, incentiva el consenso y la búsqueda de acuerdos, pero no olvidar el factor ideológico tan importante en tiempos de incertidumbre, como el caso ahora mismo.

En términos políticos hoy existe un mimetismo generalizado. Son los tiempos del pragmatismo exacerbado, por ello se ha normalizado que en períodos electorales se intenten formar grupos políticos, coaliciones partidistas e incluso proyectos de co-gobierno entre partes -en antaño- opuestas o encontradas. Antes de que esta fuera la normalidad política en México, se discutía cómo el gobierno dividido (es decir que el grupo político que triunfa en las elecciones para ocupar el poder ejecutivo no cuente con mayoría en el legislativo) afectaba el avance en la ejecución de procesos de transformación, la confección del presupuesto público y, en general, el diseño e implementación de programas y políticas públicas. Es decir que, si bien se entendía como un avance democrático el hecho de mantener entorno político pluralista, en cierto sentido se desdeñaba, un poco con la añoranza de visiones únicas.

Actualmente, la política misma basada en la generación de acuerdos ha transitado hacia un pluralismo orgánico, utilizado en ocasiones y borrado en otras. Quizás en esta lógica se entiende la conjunción de partidos políticos de izquierda y derecha sin menores implicaciones de debate en términos ideológicos y tampoco programáticos en el sentido de crear series de propuestas para resolver problemas públicos con el enfoque diferenciado y la riqueza que eso podría significar.

Del otro lado, aún hay pesquisas de radicalismos -tanto de derecha como de izquierda- son el extremo que ante la obnubilación ideológica no escuchan, no dialogan. Es el error pensado desde la aparente fidelidad a las convicciones.

En síntesis, la política se debate justamente entre el pragmatismo y la fortaleza de las ideologías. La salida no es asumir que se trata de un asunto maniqueo entre decidir el enclaustrarse o dilapidar las ideas en las que se creen para entonces cumplir ciertos objetivos. Ahora mismo parece que gana el mimetismo político y se ha convertido -en cierto sentido- en una práctica normalizada. Es también la contracción en el tiempo, mientras antes se pretendía explicar desde el pluralismo (en consecuencia, en gobierno dividido) el atraso en la atención de los problemas públicos, ahora se alega que se debe contar gobierno divido para evitar la displicencia total del legislativo frente al ejecutivo.

Respecto a este tema contemporáneo, un libro reciente de la autoría del ensayista español Jordi Gracia, titulado "Contra la izquierda. Para seguir siendo de izquierdas en el siglo XXI" apunta algunas ideas escritas casi como diagnóstico de una izquierda en particular pero que bien puede aplicar en muchas partes del mundo occidental. La primera, señala la inviabilidad del fundamentalismo ideológico sobre todo en la práctica política donde son mejor valorados los argumentos y la capacidad de diálogo. Sin embargo, repara en decir que el extremo del pragmatismo tampoco es una salida viable para la izquierda que mantiene un discurso centrado en el cambio estructural de las sociedades y que, en efecto, mantiene una base social que aspira a esas ideas centrales de justicia y equidad; empero, debe orientar ese discurso ahora mismo desde lo material y lo técnicamente posible.

Dice, es la izquierda necesaria para el siglo XXI. Diría que idealmente es un arquetipo perfecto de las fuerzas política que requerimos en nuestro tiempo. Proyectos que se orienten desde la verdad y se alejen del fraude intelectual que, dicho por Gracia, es el "arrojar hoy a aquel pasado las culpas del presente".

En México y en Tlaxcala, con el proceso electoral en desarrollo, podemos observar estas dos vertientes políticas contemporáneas. Quizás aún más desde el pragmatismo exacerbado y el mimetismo político contemporáneo. Desde la mira ciudadana queda exigir altura en el debate tanto a nivel ideológico como, sobre todo, programático en el sentido de cómo -aquellos que lo pretenden- resolverán los problemas públicos a los que históricamente nos enfrentamos como población: inseguridad, pobreza, desigualdad, etc.

Las fuerzas políticas que necesitamos deben valorar el pluralismo político, incentiva el consenso y la búsqueda de acuerdos, pero no olvidar el factor ideológico tan importante en tiempos de incertidumbre, como el caso ahora mismo.