/ sábado 29 de mayo de 2021

Los Avatares de Nuestro Tiempo | Los votos y el abstencionismo: expresiones políticas

La concepción minimalista de la democracia se centra en la celebración de procesos electorales de manera periódica para elegir a gobernantes y representantes, quienes desde los medios públicos administran, deciden y resuelven problemas colectivos. Esta visión meramente procedimental elude el desarrollo de la vida pública, las relaciones de las organizaciones públicas del Estado con la sociedad y todo lo que esto representa en términos de dinámicas. Es una visión reduccionista. Incluso impide explicar acertadamente las razones del voto de las personas: de apoyo, castigo o el propio abstencionismo, las cuales son una forma de expresión política tras el desarrollo de las mencionadas relaciones de quienes toman decisiones y aquellos que los eligen justo con ese propósito.

De tal suerte que, de manera ideal, mientras la población observe resultados positivos por parte de gobernantes y representantes, entonces emitirá su voto de confianza a determinado partido o grupo político. Sin embargo, cuando los indicadores son negativos y las opciones políticas son reducidas o no cuentan con una agenda política elocuente, seria y convincente, entonces el voto puede ser de castigo o incluso abstenerse de emitir su sufragio. Ese suceso no significa la propia antidemocracia por no desarrollar el ejercicio del derecho a votar, significa una forma de expresión política democrática. Es la muestra de la apatía ante las deficientes propuestas, del escepticismo ante candidatos con una reputación dudosa o con aspiraciones más cercanas al interés personal que al público.

Sin embargo, a menores niveles de votación, menor nivel de representación con respecto del total de electores en cierta población. Es decir, un gobernante puede ser elegido por el 45% del total de población que acudió a votar, aunque ese mismo porcentaje represente solamente el 20% respecto de la cantidad total de personas registradas en el padrón de electores. Este es indudablemente un problema mayor incluso de legitimidad.

Ante este escenario, actualmente países latinoamericanos como Chile discuten profundas reformas para convertir el voto efectivamente en una cuestión obligatoria. En el caso específico de ese país, el debate se profundizó a raíz de los niveles de participación en la más reciente elección en la que solamente el 43.41% de los chilenos acudieron a votar. Para el caso de México la ahora concurrencia de elecciones tanto a nivel local como federal incentiva que un mayor número de personas acuda a las urnas, alivia el problema permanente de que en las elecciones intermedias a las presidenciales los registros de votos cayeran estrepitosamente. No obstante, aún existe cierto desapego social al ejercicio de los derechos político-electorales (el más representativo a votar), es un problema que requiere de atención.

A pesar de que es un asunto que requiere soluciones para garantizar la salud de la democracia en México y la culturalización democrática de la población, creo que la fijación de obligatoriedad y por tanto la implantación de consecuencias para quien no participe de la jornada electoral, significa coartar la libertad de decisión de las personas y limitar la expresión política al suprimir la abstención. Irrefutablemente es deseable que la inmensa mayoría o la totalidad de los ciudadanos ejerzan su derecho a votar, pero considero que hay mecanismos (lejanos a la obligatoriedad del voto) que pueden aumentar los niveles de participación.

También es real que las propias campañas electorales desincentivan a buena parte de la población. Las campañas se han convertido en una suerte de carnaval, en el que el candidato o candidata que acumule mayor algarabía simpatiza más, aquel que tenga más equipo de sonido para contaminar con ruido genera más adeptos, aquel que distribuya más basura en forma de folletos o pancartas entonces obtiene mayor nivel de cobertura. Es una paradoja, una contradicción que tengamos tan malos candidatos, tan malas campañas y tan grandes problemas públicos que resolver.

A la ciudadanía le queda el camino de elegir de manera informada, buscar entre las opciones el proyecto más serio, con mejores propuestas, a personas con formación profesional sólida y trayectoria con resultados destacados, aquel proyecto que también agrupo a los mejores perfiles. También se requiere generar administraciones públicas más eficaces en la atención de los problemas comunes, gobernantes comprometidos con las mejores causas que apunten a la mejor relación entre ciudadanía y gobierno y alejados de intereses perversos.

El derrotero de nuestra democracia mexicana puede ser benéfico a partir de que los partidos políticos generen mejores escenarios de competencia electoral y los incentivos correctos para que la población participe de manera efectiva, así como mejores espacios de representación política y gobiernos eficaces. Ahí están los antídotos al abstencionismo como expresión política.






La concepción minimalista de la democracia se centra en la celebración de procesos electorales de manera periódica para elegir a gobernantes y representantes, quienes desde los medios públicos administran, deciden y resuelven problemas colectivos. Esta visión meramente procedimental elude el desarrollo de la vida pública, las relaciones de las organizaciones públicas del Estado con la sociedad y todo lo que esto representa en términos de dinámicas. Es una visión reduccionista. Incluso impide explicar acertadamente las razones del voto de las personas: de apoyo, castigo o el propio abstencionismo, las cuales son una forma de expresión política tras el desarrollo de las mencionadas relaciones de quienes toman decisiones y aquellos que los eligen justo con ese propósito.

De tal suerte que, de manera ideal, mientras la población observe resultados positivos por parte de gobernantes y representantes, entonces emitirá su voto de confianza a determinado partido o grupo político. Sin embargo, cuando los indicadores son negativos y las opciones políticas son reducidas o no cuentan con una agenda política elocuente, seria y convincente, entonces el voto puede ser de castigo o incluso abstenerse de emitir su sufragio. Ese suceso no significa la propia antidemocracia por no desarrollar el ejercicio del derecho a votar, significa una forma de expresión política democrática. Es la muestra de la apatía ante las deficientes propuestas, del escepticismo ante candidatos con una reputación dudosa o con aspiraciones más cercanas al interés personal que al público.

Sin embargo, a menores niveles de votación, menor nivel de representación con respecto del total de electores en cierta población. Es decir, un gobernante puede ser elegido por el 45% del total de población que acudió a votar, aunque ese mismo porcentaje represente solamente el 20% respecto de la cantidad total de personas registradas en el padrón de electores. Este es indudablemente un problema mayor incluso de legitimidad.

Ante este escenario, actualmente países latinoamericanos como Chile discuten profundas reformas para convertir el voto efectivamente en una cuestión obligatoria. En el caso específico de ese país, el debate se profundizó a raíz de los niveles de participación en la más reciente elección en la que solamente el 43.41% de los chilenos acudieron a votar. Para el caso de México la ahora concurrencia de elecciones tanto a nivel local como federal incentiva que un mayor número de personas acuda a las urnas, alivia el problema permanente de que en las elecciones intermedias a las presidenciales los registros de votos cayeran estrepitosamente. No obstante, aún existe cierto desapego social al ejercicio de los derechos político-electorales (el más representativo a votar), es un problema que requiere de atención.

A pesar de que es un asunto que requiere soluciones para garantizar la salud de la democracia en México y la culturalización democrática de la población, creo que la fijación de obligatoriedad y por tanto la implantación de consecuencias para quien no participe de la jornada electoral, significa coartar la libertad de decisión de las personas y limitar la expresión política al suprimir la abstención. Irrefutablemente es deseable que la inmensa mayoría o la totalidad de los ciudadanos ejerzan su derecho a votar, pero considero que hay mecanismos (lejanos a la obligatoriedad del voto) que pueden aumentar los niveles de participación.

También es real que las propias campañas electorales desincentivan a buena parte de la población. Las campañas se han convertido en una suerte de carnaval, en el que el candidato o candidata que acumule mayor algarabía simpatiza más, aquel que tenga más equipo de sonido para contaminar con ruido genera más adeptos, aquel que distribuya más basura en forma de folletos o pancartas entonces obtiene mayor nivel de cobertura. Es una paradoja, una contradicción que tengamos tan malos candidatos, tan malas campañas y tan grandes problemas públicos que resolver.

A la ciudadanía le queda el camino de elegir de manera informada, buscar entre las opciones el proyecto más serio, con mejores propuestas, a personas con formación profesional sólida y trayectoria con resultados destacados, aquel proyecto que también agrupo a los mejores perfiles. También se requiere generar administraciones públicas más eficaces en la atención de los problemas comunes, gobernantes comprometidos con las mejores causas que apunten a la mejor relación entre ciudadanía y gobierno y alejados de intereses perversos.

El derrotero de nuestra democracia mexicana puede ser benéfico a partir de que los partidos políticos generen mejores escenarios de competencia electoral y los incentivos correctos para que la población participe de manera efectiva, así como mejores espacios de representación política y gobiernos eficaces. Ahí están los antídotos al abstencionismo como expresión política.