/ sábado 10 de abril de 2021

Los Avatares de Nuestro Tiempo | Paralelismos en el mundo

La crisis derivada por la presencia del coronavirus SARS-CoV-2 ha uniformado los retos a los que se enfrenta la población mundial. Es decir, los problemas han encontrado escala global y los gobiernos nacionales, así como los organismos internacionales abordan los mismos asuntos con dimensiones distintas: la desaceleración económica, el desempleo, la deficiencia en cobertura y calidad de los servicios de salud pública, por mencionar algunos.

Quizás es una de las consecuencias principales de la pandemia, tanto economías desarrolladas como emergentes están sujetas a presiones, además países con altos registros en los indicadores de desarrollo también padecen el momento crítico. Esta coyuntura, orilla a pensar en soluciones que partan de la idea del multilateralismo y la cooperación para el desarrollo.

Si bien el momento crítico se visualiza en la mayoría de los países del mundo, es una consecuencia lógica que las consecuencias e impactos negativos sean mayores en países que históricamente manifiestan fragilidad institucional, problemas sociales como la violencia, la falta de seguridad social o la fragilidad de la estabilidad económica, así como la ausencia de orientación por resultados por parte de las organizaciones gubernamentales, ahora mismo cuenten con mayores limitaciones para garantizar el desarrollo de sus poblaciones.

Esta condición genera problemas estructurales como la migración. Las personas huyen de sus países de origen por la presencia de los problemas que los asfixian e impiden desarrollarse. El problema es de tal dimensión que, según la Organización de las Naciones Unidas, en el mundo un aproximado de 272 millones de personas eran población migrante.

La pandemia generó un incremento exponencial de los movimientos migratorios continentales. En Europa, poblaciones del norte de África intentan ingresar, en América la población de los países centroamericanos como El Salvador y Honduras principalmente, se aventuran a cruzar la totalidad del territorio de México para llegar a los Estados Unidos de Norteamérica (EUA).

Es la ruta del riesgo. La decisión surge a partir del dilema entre quedarse en sus países o tratar de avanzar hacia un destino por medio de una ruta históricamente peligrosa. Si deciden por la segunda opción, la lógica más elemental nos hace entender las terribles condiciones en que sobrevive la población de Centroamérica en el marco de la crisis por la pandemia, su única opción es andar.

La disyuntiva la resuelven por la elección entre opciones igualmente malas. Es una situación terrible que merece la atención de los gobiernos y de la comunidad internacional.

El registro de las cifras de población migrante que se dirige hacia EUA es taxativo del problema al que nos enfrentamos. El tránsito migratorio entre las fronteras de México y EUA representó, en 2019, el 10.4% del total de la migración internacional, lo que coloca a la frontera como uno de los principales corredores migratorios del mundo, según el Anuario de Migración y Remesas México 2020.

La migración ha sido entendida desde el gobierno estadounidense como una de sus prioridades, sin embargo, esta afirmación discursiva no necesariamente significa que el tránsito sea facilitado; en consecuencia, el problema es regional, por supuesto incluido México. A partir de enero de 2019, con la implementación de los Protocolos de Protección al Migrante por parte del Gobierno federal de México, se vislumbró una política pública de atención al problema de la migración irregular con un enfoque de derechos humanos, el registro asciende a 70 mil personas que se inscribieron en ellos.

Al tránsito de personas hay que sumarle condiciones de peligro como el fenómeno de Niños Migrantes no Acompañados que tan sólo en el año 2019 la autoridad fronteriza estadounidense registró un total de 76 mil retenciones de menores no acompañados. En enero de 2021 el ritmo de migración de esta población fue de 5,871 niños y niñas. Es un problema de derechos humanos evidente.

En este orden de ideas, considero que el discurso de incidencia internacional ha sido correcto. Recientemente el canciller Marcelo Ebrard ha abierto la puerta a la creación de un Sistema Regional Migratorio. Bajo el entendido de que las dimensiones del problema son inéditas, los gobiernos nacionales están en posibilidad de asumir compromisos, estrategias y demás elementos incluso de carácter económico para garantizar que la migración sea ordenada, que se sea reducida en el tiempo y que la opción de que las personas permanezcan en sus países sea favorable al desarrollo humano pleno.

El tema es complejo por definición. Además, abre la ventana pública a los posicionamientos raciales o xenófobos como los que pronunciaba el anterior presidente estadounidense. En el caso de México, sociedad que también presenta el fenómeno de la migración continental y con una larga de tradición de aceptación e integración de las personas de diferente origen nacional: todos los exiliados de las dictaduras militares de países sudamericanos en el siglo XX, así como los intelectuales españoles que arribaron a México tras la Guerra Civil Española, convierten a nuestro país en un referente en el tema.

Con esa autoridad histórica es importante que el gobierno mexicano impulse en el ámbito internacional la responsabilidad de los países centroamericanos por mejorar las condiciones de vida de su población y garantizar que no tengan que decidir entre opciones igualmente malas. Es un desafío de carácter global que la pandemia coloca nuevamente de manifiesto, como lo ha estado en otros momentos históricos. Ojalá las soluciones satisfagan la búsqueda de desarrollo. Mientras todo esto sucede en la región en que se encuentra nuestro país, también pasa en muchas otras partes del mundo. Son los paralelismos de los problemas globales, se repiten simultáneamente en escalas diferentes.

La crisis derivada por la presencia del coronavirus SARS-CoV-2 ha uniformado los retos a los que se enfrenta la población mundial. Es decir, los problemas han encontrado escala global y los gobiernos nacionales, así como los organismos internacionales abordan los mismos asuntos con dimensiones distintas: la desaceleración económica, el desempleo, la deficiencia en cobertura y calidad de los servicios de salud pública, por mencionar algunos.

Quizás es una de las consecuencias principales de la pandemia, tanto economías desarrolladas como emergentes están sujetas a presiones, además países con altos registros en los indicadores de desarrollo también padecen el momento crítico. Esta coyuntura, orilla a pensar en soluciones que partan de la idea del multilateralismo y la cooperación para el desarrollo.

Si bien el momento crítico se visualiza en la mayoría de los países del mundo, es una consecuencia lógica que las consecuencias e impactos negativos sean mayores en países que históricamente manifiestan fragilidad institucional, problemas sociales como la violencia, la falta de seguridad social o la fragilidad de la estabilidad económica, así como la ausencia de orientación por resultados por parte de las organizaciones gubernamentales, ahora mismo cuenten con mayores limitaciones para garantizar el desarrollo de sus poblaciones.

Esta condición genera problemas estructurales como la migración. Las personas huyen de sus países de origen por la presencia de los problemas que los asfixian e impiden desarrollarse. El problema es de tal dimensión que, según la Organización de las Naciones Unidas, en el mundo un aproximado de 272 millones de personas eran población migrante.

La pandemia generó un incremento exponencial de los movimientos migratorios continentales. En Europa, poblaciones del norte de África intentan ingresar, en América la población de los países centroamericanos como El Salvador y Honduras principalmente, se aventuran a cruzar la totalidad del territorio de México para llegar a los Estados Unidos de Norteamérica (EUA).

Es la ruta del riesgo. La decisión surge a partir del dilema entre quedarse en sus países o tratar de avanzar hacia un destino por medio de una ruta históricamente peligrosa. Si deciden por la segunda opción, la lógica más elemental nos hace entender las terribles condiciones en que sobrevive la población de Centroamérica en el marco de la crisis por la pandemia, su única opción es andar.

La disyuntiva la resuelven por la elección entre opciones igualmente malas. Es una situación terrible que merece la atención de los gobiernos y de la comunidad internacional.

El registro de las cifras de población migrante que se dirige hacia EUA es taxativo del problema al que nos enfrentamos. El tránsito migratorio entre las fronteras de México y EUA representó, en 2019, el 10.4% del total de la migración internacional, lo que coloca a la frontera como uno de los principales corredores migratorios del mundo, según el Anuario de Migración y Remesas México 2020.

La migración ha sido entendida desde el gobierno estadounidense como una de sus prioridades, sin embargo, esta afirmación discursiva no necesariamente significa que el tránsito sea facilitado; en consecuencia, el problema es regional, por supuesto incluido México. A partir de enero de 2019, con la implementación de los Protocolos de Protección al Migrante por parte del Gobierno federal de México, se vislumbró una política pública de atención al problema de la migración irregular con un enfoque de derechos humanos, el registro asciende a 70 mil personas que se inscribieron en ellos.

Al tránsito de personas hay que sumarle condiciones de peligro como el fenómeno de Niños Migrantes no Acompañados que tan sólo en el año 2019 la autoridad fronteriza estadounidense registró un total de 76 mil retenciones de menores no acompañados. En enero de 2021 el ritmo de migración de esta población fue de 5,871 niños y niñas. Es un problema de derechos humanos evidente.

En este orden de ideas, considero que el discurso de incidencia internacional ha sido correcto. Recientemente el canciller Marcelo Ebrard ha abierto la puerta a la creación de un Sistema Regional Migratorio. Bajo el entendido de que las dimensiones del problema son inéditas, los gobiernos nacionales están en posibilidad de asumir compromisos, estrategias y demás elementos incluso de carácter económico para garantizar que la migración sea ordenada, que se sea reducida en el tiempo y que la opción de que las personas permanezcan en sus países sea favorable al desarrollo humano pleno.

El tema es complejo por definición. Además, abre la ventana pública a los posicionamientos raciales o xenófobos como los que pronunciaba el anterior presidente estadounidense. En el caso de México, sociedad que también presenta el fenómeno de la migración continental y con una larga de tradición de aceptación e integración de las personas de diferente origen nacional: todos los exiliados de las dictaduras militares de países sudamericanos en el siglo XX, así como los intelectuales españoles que arribaron a México tras la Guerra Civil Española, convierten a nuestro país en un referente en el tema.

Con esa autoridad histórica es importante que el gobierno mexicano impulse en el ámbito internacional la responsabilidad de los países centroamericanos por mejorar las condiciones de vida de su población y garantizar que no tengan que decidir entre opciones igualmente malas. Es un desafío de carácter global que la pandemia coloca nuevamente de manifiesto, como lo ha estado en otros momentos históricos. Ojalá las soluciones satisfagan la búsqueda de desarrollo. Mientras todo esto sucede en la región en que se encuentra nuestro país, también pasa en muchas otras partes del mundo. Son los paralelismos de los problemas globales, se repiten simultáneamente en escalas diferentes.