/ sábado 4 de septiembre de 2021

Los Avatares de Nuestro Tiempo | Sobre la reunión del PAN y Vox: entre lo ridículo y preocupante

Las democracias contemporáneas pueden permitirse, en un marco de libertades, cualquier forma de expresión o asociación política, excepto aquellas que atenten contra las propias formas y principios democráticos. En este sentido, si bien resulta sano que los actores políticos, movimientos sociales y políticos encuentran espacios de participación en la formalidad del sistema político por medio del sistema de partidos para evitar que éstos busquen otros medios -no necesariamente pacíficos o institucionales- de competir por el poder, también es cierto indicar que bajo el escudo del pluralismo pueden esconderse las más radicales posturas políticas antidemocráticas, como la ascensión de Trump a la Presidencia de Estados Unidos en 2016 o la formación de “Vox” como partido político en España.

Esta radicalización de los discursos políticos ha generado -en muchas partes del mundo- que las posiciones de centro ideológico sean menos efectivas, por ejemplo, en procesos electorales y, por tanto, abandonadas. El caso español es paradigmático en este sentido porque el agotamiento de legitimidad y representación de los partidos políticos tradicionales (Partido Popular y Partido Socialista Obrero Español) le abrió la puerta de la competencia política a discursos de ultraderecha intolerante, como lo es Vox. A pesar de que aún sostiene una participación marginal, su discurso está presente en la agenda pública y probablemente gana adeptos.

Retomo el caso porque en México se ha discutido mucho la organización política de la oposición, sobre todo el caso del Partido Acción Nacional (PAN) como eje toral de la confrontación política con el actual Gobierno federal y el partido MORENA. Se discute por qué su presencia política es marginal o menor. Ante esto la desesperación llegó al PAN, sobre todo por la incapacidad de comunicar asertivamente a la población cuál es su agenda política, qué materias les resultan prioritarias y qué pueden ofrecer (en términos de ideario y proclama programática) por lo que sostuvieron una reunión con uno de los líderes del partido Vox español. Prácticamente la totalidad del grupo parlamentario del PAN en el Senado de la República acudió al llamado y además firmaron la denominada “Carta de Madrid” como un posicionamiento político para frenar el avance del “comunismo”. Realmente es el peor de los ridículos en mucho tiempo. Es la muestra fehaciente del extravío intelectual y político del PAN. Sin embargo, también es preocupante, sobre todo porque han respaldado a un partido político externo que defiende posturas en contra de los derechos humanos, que ataca la laicidad de los Estados y sostiene ideas xenófobas.

Además de que políticamente es criticable desde una visión racionalista del siglo XXI, también es criticable que el PAN esté avanzando hacia el refrendo de ideas rancias y caducas. Es quizás una acción poco pensada o analizada para figurar en la opinión pública, aunque -ciertamente- sería más preocupante que la reunión con Vox tenga sus orígenes en una genuina afinidad ideológica y política. En añadidura, Vox se ha manifestado abiertamente con un discurso de reivindicación de los procesos de conquista y colonia que el Reino de Castilla mantuvo en América (como el caso de México) bajo el argumento del progreso civilizatorio, es decir, abiertamente en contra de la mexicanidad. Por tanto, cabe el cuestionamiento acerca de qué historia de México tiene “aprehendida” el PAN. No es un tema menor, es el trasfondo de sus posiciones políticas, eso podría explicar mucho.

El consenso generado entre los analistas en torno a la reunión del PAN y Vox está centrado en que fue un ridículo total, por varios motivos: el primero es el error de la noción primitiva de que el comunismo avanza en el mundo y por tanto en México también; el segundo es el error de generar vinculación con un partido marginal español y abiertamente pronunciado nacionalista a ultranza, aunque eso devenga en posiciones que podrían ser incluso antimexicanas; y, tercero, porque demuestran la falta de cohesión al interior de la organización partidista y una dirigencia displicente o -lo que sería peor- ignorada por sus grupos parlamentarios. Agregaría que, a la vez que el acto resultó ridículo, también es preocupante. La democracia mexicana (aún muy joven) no puede permitirse el radicalismo de las posiciones más conservadoras.

Las democracias contemporáneas pueden permitirse, en un marco de libertades, cualquier forma de expresión o asociación política, excepto aquellas que atenten contra las propias formas y principios democráticos. En este sentido, si bien resulta sano que los actores políticos, movimientos sociales y políticos encuentran espacios de participación en la formalidad del sistema político por medio del sistema de partidos para evitar que éstos busquen otros medios -no necesariamente pacíficos o institucionales- de competir por el poder, también es cierto indicar que bajo el escudo del pluralismo pueden esconderse las más radicales posturas políticas antidemocráticas, como la ascensión de Trump a la Presidencia de Estados Unidos en 2016 o la formación de “Vox” como partido político en España.

Esta radicalización de los discursos políticos ha generado -en muchas partes del mundo- que las posiciones de centro ideológico sean menos efectivas, por ejemplo, en procesos electorales y, por tanto, abandonadas. El caso español es paradigmático en este sentido porque el agotamiento de legitimidad y representación de los partidos políticos tradicionales (Partido Popular y Partido Socialista Obrero Español) le abrió la puerta de la competencia política a discursos de ultraderecha intolerante, como lo es Vox. A pesar de que aún sostiene una participación marginal, su discurso está presente en la agenda pública y probablemente gana adeptos.

Retomo el caso porque en México se ha discutido mucho la organización política de la oposición, sobre todo el caso del Partido Acción Nacional (PAN) como eje toral de la confrontación política con el actual Gobierno federal y el partido MORENA. Se discute por qué su presencia política es marginal o menor. Ante esto la desesperación llegó al PAN, sobre todo por la incapacidad de comunicar asertivamente a la población cuál es su agenda política, qué materias les resultan prioritarias y qué pueden ofrecer (en términos de ideario y proclama programática) por lo que sostuvieron una reunión con uno de los líderes del partido Vox español. Prácticamente la totalidad del grupo parlamentario del PAN en el Senado de la República acudió al llamado y además firmaron la denominada “Carta de Madrid” como un posicionamiento político para frenar el avance del “comunismo”. Realmente es el peor de los ridículos en mucho tiempo. Es la muestra fehaciente del extravío intelectual y político del PAN. Sin embargo, también es preocupante, sobre todo porque han respaldado a un partido político externo que defiende posturas en contra de los derechos humanos, que ataca la laicidad de los Estados y sostiene ideas xenófobas.

Además de que políticamente es criticable desde una visión racionalista del siglo XXI, también es criticable que el PAN esté avanzando hacia el refrendo de ideas rancias y caducas. Es quizás una acción poco pensada o analizada para figurar en la opinión pública, aunque -ciertamente- sería más preocupante que la reunión con Vox tenga sus orígenes en una genuina afinidad ideológica y política. En añadidura, Vox se ha manifestado abiertamente con un discurso de reivindicación de los procesos de conquista y colonia que el Reino de Castilla mantuvo en América (como el caso de México) bajo el argumento del progreso civilizatorio, es decir, abiertamente en contra de la mexicanidad. Por tanto, cabe el cuestionamiento acerca de qué historia de México tiene “aprehendida” el PAN. No es un tema menor, es el trasfondo de sus posiciones políticas, eso podría explicar mucho.

El consenso generado entre los analistas en torno a la reunión del PAN y Vox está centrado en que fue un ridículo total, por varios motivos: el primero es el error de la noción primitiva de que el comunismo avanza en el mundo y por tanto en México también; el segundo es el error de generar vinculación con un partido marginal español y abiertamente pronunciado nacionalista a ultranza, aunque eso devenga en posiciones que podrían ser incluso antimexicanas; y, tercero, porque demuestran la falta de cohesión al interior de la organización partidista y una dirigencia displicente o -lo que sería peor- ignorada por sus grupos parlamentarios. Agregaría que, a la vez que el acto resultó ridículo, también es preocupante. La democracia mexicana (aún muy joven) no puede permitirse el radicalismo de las posiciones más conservadoras.