/ sábado 13 de noviembre de 2021

Los Avatares de Nuestro Tiempo | Transformación de la Política Cultural en Tlaxcala

En el concepto "cultura" existen reminiscencias sobre el elitismo con que fue concebido en el México prerrevolucionario, específicamente en la etapa porfirista. Ahí, la cultura estaba relacionada -más bien- con la condición de lo culto, aquello que tiene contenido, ideas, es decir, casi cientificidad. En esa tesitura, todas las expresiones creadas fuera del grupúsculo intelectual y artístico consumido de manera circular, estaban fuera de lo cultural. Además, mucho se redujo a la cultura como el mero conjunto de artes, cuando -en realidad- el trasfondo del concepto es mucho más sustancioso.

En consecuencia, el México posrevolucionario y el propio régimen devenido con este proceso, impulsó el arte popular y las ideas primigenias de expresión de la vida cotidiana. El propio muralismo avanza hacia la representación de aquellas personas que habían sido eclipsadas por las élites culturales que juzgaban como socarrón o como un despropósito, integrar estas formas de expresión a su reducida definición de lo cultural. Por ello, el país contemporáneo que debemos formar debe estar cobijado por una integral de la cultura, entendida como las ideas, expresiones artísticas, costumbres, tradiciones, etc., que delinean la identidad de los pueblos.

Lograr ese gran propósito tiene implicaciones importantes, sobre todo en términos de responsabilidad pública de los gobiernos, federal y, sobre todo estatal, dada la necesidad de representar e impulsar la cultura que -en el caso de México- no es uniforme sino identitaria prácticamente de cada entidad federativa, por su pasado histórico. El tema es trascendente no solamente en la burbuja de la expresión cultura, también en el ámbito de desarrollo (en una dimensión amplia). Esta consideración en la Agenda para el Desarrollo Sostenible 2030 de la Organización de las Naciones Unidas, la cual reconoce el rol clave de la cultura, la creatividad y la diversidad cultural para resolver los retos del desarrollo sostenible.

A pesar de esto, las políticas culturales en el país han estado supeditadas a intereses de grupo y enfrentado debilidades estructurales relacionadas con su potencial para generar resultados, por ejemplo, las presiones presupuestales o la fragilidad en el diseño de políticas públicas con objetivos transexenales o a largo plazo. También enfrentan -aún- la trampa de la definición elitista de la cultura y, entonces, los pocos espacios de expresión cultural son capturados por una sola visión, lo que imposibilita que un mayor número de personas encuentre respuestas desde la política cultural. Desde este punto de vista estructuralista, podría indicarse que las expresiones -por mencionar algún ejemplo- difícilmente pueden encontrar espacios institucionales de promoción cultural, porque la estructura (instituciones, presupuesto y condiciones socio-espaciales) están determinadas.

En el caso de Tlaxcala el problema no dista de mucho de esta definición general. Por esta razón es importante la transformación del Instituto Tlaxcalteca de la Cultura en una Secretaría, es decir una parte conformante del gabinete y de la administración centralizada del Gobierno del Estado. Empero, el proceso de cambio puede figurar como un ejemplo o como un desastre. Así de maniqueo. Solamente hay lugar para el buen puerto o el naufragio en el intento. La Secretaría de Cultura no puede mantenerse en la dinámica de ser un simple organizador de eventos, más bien tiene que implementar políticas públicas para rescatar el inmenso valor cultural de Tlaxcala, impulsar las expresiones artísticas, crear un área de creación editorial, programas de apoyo a las expresiones culturales populares, entre otras muchas acciones.

Será a inicios del año 2022 cuando se conozca el alcance -no legal porque ese es fijado por la propia Ley Orgánica de la Administración Pública- sino operacional para la creación de una sólida Política Cultural en Tlaxcala. Es el momento adecuado para impulsar esta nueva visión de la cultura y las implicaciones que puede tener en términos de desarrollo para la entidad federativa.

En el concepto "cultura" existen reminiscencias sobre el elitismo con que fue concebido en el México prerrevolucionario, específicamente en la etapa porfirista. Ahí, la cultura estaba relacionada -más bien- con la condición de lo culto, aquello que tiene contenido, ideas, es decir, casi cientificidad. En esa tesitura, todas las expresiones creadas fuera del grupúsculo intelectual y artístico consumido de manera circular, estaban fuera de lo cultural. Además, mucho se redujo a la cultura como el mero conjunto de artes, cuando -en realidad- el trasfondo del concepto es mucho más sustancioso.

En consecuencia, el México posrevolucionario y el propio régimen devenido con este proceso, impulsó el arte popular y las ideas primigenias de expresión de la vida cotidiana. El propio muralismo avanza hacia la representación de aquellas personas que habían sido eclipsadas por las élites culturales que juzgaban como socarrón o como un despropósito, integrar estas formas de expresión a su reducida definición de lo cultural. Por ello, el país contemporáneo que debemos formar debe estar cobijado por una integral de la cultura, entendida como las ideas, expresiones artísticas, costumbres, tradiciones, etc., que delinean la identidad de los pueblos.

Lograr ese gran propósito tiene implicaciones importantes, sobre todo en términos de responsabilidad pública de los gobiernos, federal y, sobre todo estatal, dada la necesidad de representar e impulsar la cultura que -en el caso de México- no es uniforme sino identitaria prácticamente de cada entidad federativa, por su pasado histórico. El tema es trascendente no solamente en la burbuja de la expresión cultura, también en el ámbito de desarrollo (en una dimensión amplia). Esta consideración en la Agenda para el Desarrollo Sostenible 2030 de la Organización de las Naciones Unidas, la cual reconoce el rol clave de la cultura, la creatividad y la diversidad cultural para resolver los retos del desarrollo sostenible.

A pesar de esto, las políticas culturales en el país han estado supeditadas a intereses de grupo y enfrentado debilidades estructurales relacionadas con su potencial para generar resultados, por ejemplo, las presiones presupuestales o la fragilidad en el diseño de políticas públicas con objetivos transexenales o a largo plazo. También enfrentan -aún- la trampa de la definición elitista de la cultura y, entonces, los pocos espacios de expresión cultural son capturados por una sola visión, lo que imposibilita que un mayor número de personas encuentre respuestas desde la política cultural. Desde este punto de vista estructuralista, podría indicarse que las expresiones -por mencionar algún ejemplo- difícilmente pueden encontrar espacios institucionales de promoción cultural, porque la estructura (instituciones, presupuesto y condiciones socio-espaciales) están determinadas.

En el caso de Tlaxcala el problema no dista de mucho de esta definición general. Por esta razón es importante la transformación del Instituto Tlaxcalteca de la Cultura en una Secretaría, es decir una parte conformante del gabinete y de la administración centralizada del Gobierno del Estado. Empero, el proceso de cambio puede figurar como un ejemplo o como un desastre. Así de maniqueo. Solamente hay lugar para el buen puerto o el naufragio en el intento. La Secretaría de Cultura no puede mantenerse en la dinámica de ser un simple organizador de eventos, más bien tiene que implementar políticas públicas para rescatar el inmenso valor cultural de Tlaxcala, impulsar las expresiones artísticas, crear un área de creación editorial, programas de apoyo a las expresiones culturales populares, entre otras muchas acciones.

Será a inicios del año 2022 cuando se conozca el alcance -no legal porque ese es fijado por la propia Ley Orgánica de la Administración Pública- sino operacional para la creación de una sólida Política Cultural en Tlaxcala. Es el momento adecuado para impulsar esta nueva visión de la cultura y las implicaciones que puede tener en términos de desarrollo para la entidad federativa.