/ viernes 21 de agosto de 2020

Los “Chatarreros”

  • La Covid-19 y sus mortales consecuencias masivas, han revelado problemas sociales que estaban frente a nuestros ojos y que fuimos incapaces de advertir. Porque un organismo humano alimentado de forma sana, ejercitado, carente de vicios y de drogadicción, es una muralla en contra de las enfermedades. Hoy son los hipertensos, diabéticos, obesos o enfermos crónicos los que están falleciendo.

La propaganda escolar del “buen comer” o el “buen beber” resulta inútil contra la propaganda televisiva de refrescos y botanas verduras; frutas, cereales, leguminosas y semillas poco se consumen. Deporte solo es dominical. En cambio, están proliferando la drogadicción y el alcoholismo. Ante la Covid-19, los bien alimentados se defienden con vitalidad. En la infancia de los hoy adultos, no fue común la diabetes y el cáncer infantil; los abuelos morían por otras causas. Alcoholismo siempre ha habido, la drogadicción es reciente, como lo son también los tonayanes adulterados que hoy matan al vicioso. En una sola generación cambiaron los hábitos del comer y del tomar. La propaganda de los medios no es ajena a este maligno incremento. Descomunales fortunas se han tejido produciendo comida chatarra.

Oaxaca ya prohibió la venta a menores de botanas harinosas, azucaradas, carbohidratadas, químicamente picosas y conservadas para durar en la bolsa. Otros estados trabajan en el mismo sentido. Las tan gustadas “carnitas” ya no son de cerdos caseros sino producto industrial, de alimentación artificial, saturados de antibióticos. Transnacionales como Karrol o Keken mercadean crianzas tonelométricas y rápidas, al precio más bajo. Para ello, alimentan con químicos cancerígenos a los “chanchitos” por lo que su carne y manteca están contaminadas, su gordura es química, su calidad alimenticia dudosa, exponen al consumidor al cáncer y a la diabetes. Ingiriendo refrescos somos campeones mundiales. Esto no produce orgullo. Empresas refresqueras y botaneras han amasado fortunas incalculables y con ellas, aperturado miles de tiendas de conveniencia por todo el país y por supuesto, en estos lugares expenden antes que nada, estos productos envenenados y chatarrosos.

Con timidez, el Congreso federal hace poco aprobó una ley para que en etiquetado preventivo se informara al consumidor de los altos contenidos calóricos, de carbohidratos y de químicos. Pero los poderosos intereses de los “sabritos”, “cocacolos” y “galletos” entre otros cientos de industriales, de voz propia y a través de sus membretes, no cesan de parlotear. Ora argumentan que peligran miles de empleos. Ora claman por virtudes que no tienen. Temen la prohibición de sus productos de muerte lenta. Cuando hay clases presenciales, los portones escolares se saturan de botaneros ocasionales, con embolsados antihigiénicos, pero que son preferidos por chamacos tragones y padres consentidores.

El problema alimentario y deportivo es de orden cultural y por tanto educativo. No basta con pregonar las deficiencias de la alimentación chatarra, no basta con que cada veinte de noviembre se finja que en las escuelas se practica la educación física. Si esto fuera real, tendríamos campeones olímpicos. Pero sin malinchismo alguno debe admitirse que la diminuta Cuba, produce más orgullos olímpicos que México.

Haber consentido a los industriales de la comida chatarra, hoy tiene consecuencias como la desnutrición, obesidad, diabetes e hipertensiones, que nos hace clientes mortales en esta pandemia. Cuando logremos remontarla, lo imperativo será corregir el rumbo, para prohibir la diseminación de la muerte lenta en bolsitas que nos reciben a la entrada de millones de tienditas y a la salida de las escuelas. Se impone una campaña nacional que concientice a los padres por una alimentación sana, el deporte y la erradicación de vicios. Las epidemias son cíclicas en la historia, si en el futuro inmediato esto no lo atendemos, estará expuesta la población nacional a mortales consecuencias.



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  • La Covid-19 y sus mortales consecuencias masivas, han revelado problemas sociales que estaban frente a nuestros ojos y que fuimos incapaces de advertir. Porque un organismo humano alimentado de forma sana, ejercitado, carente de vicios y de drogadicción, es una muralla en contra de las enfermedades. Hoy son los hipertensos, diabéticos, obesos o enfermos crónicos los que están falleciendo.

La propaganda escolar del “buen comer” o el “buen beber” resulta inútil contra la propaganda televisiva de refrescos y botanas verduras; frutas, cereales, leguminosas y semillas poco se consumen. Deporte solo es dominical. En cambio, están proliferando la drogadicción y el alcoholismo. Ante la Covid-19, los bien alimentados se defienden con vitalidad. En la infancia de los hoy adultos, no fue común la diabetes y el cáncer infantil; los abuelos morían por otras causas. Alcoholismo siempre ha habido, la drogadicción es reciente, como lo son también los tonayanes adulterados que hoy matan al vicioso. En una sola generación cambiaron los hábitos del comer y del tomar. La propaganda de los medios no es ajena a este maligno incremento. Descomunales fortunas se han tejido produciendo comida chatarra.

Oaxaca ya prohibió la venta a menores de botanas harinosas, azucaradas, carbohidratadas, químicamente picosas y conservadas para durar en la bolsa. Otros estados trabajan en el mismo sentido. Las tan gustadas “carnitas” ya no son de cerdos caseros sino producto industrial, de alimentación artificial, saturados de antibióticos. Transnacionales como Karrol o Keken mercadean crianzas tonelométricas y rápidas, al precio más bajo. Para ello, alimentan con químicos cancerígenos a los “chanchitos” por lo que su carne y manteca están contaminadas, su gordura es química, su calidad alimenticia dudosa, exponen al consumidor al cáncer y a la diabetes. Ingiriendo refrescos somos campeones mundiales. Esto no produce orgullo. Empresas refresqueras y botaneras han amasado fortunas incalculables y con ellas, aperturado miles de tiendas de conveniencia por todo el país y por supuesto, en estos lugares expenden antes que nada, estos productos envenenados y chatarrosos.

Con timidez, el Congreso federal hace poco aprobó una ley para que en etiquetado preventivo se informara al consumidor de los altos contenidos calóricos, de carbohidratos y de químicos. Pero los poderosos intereses de los “sabritos”, “cocacolos” y “galletos” entre otros cientos de industriales, de voz propia y a través de sus membretes, no cesan de parlotear. Ora argumentan que peligran miles de empleos. Ora claman por virtudes que no tienen. Temen la prohibición de sus productos de muerte lenta. Cuando hay clases presenciales, los portones escolares se saturan de botaneros ocasionales, con embolsados antihigiénicos, pero que son preferidos por chamacos tragones y padres consentidores.

El problema alimentario y deportivo es de orden cultural y por tanto educativo. No basta con pregonar las deficiencias de la alimentación chatarra, no basta con que cada veinte de noviembre se finja que en las escuelas se practica la educación física. Si esto fuera real, tendríamos campeones olímpicos. Pero sin malinchismo alguno debe admitirse que la diminuta Cuba, produce más orgullos olímpicos que México.

Haber consentido a los industriales de la comida chatarra, hoy tiene consecuencias como la desnutrición, obesidad, diabetes e hipertensiones, que nos hace clientes mortales en esta pandemia. Cuando logremos remontarla, lo imperativo será corregir el rumbo, para prohibir la diseminación de la muerte lenta en bolsitas que nos reciben a la entrada de millones de tienditas y a la salida de las escuelas. Se impone una campaña nacional que concientice a los padres por una alimentación sana, el deporte y la erradicación de vicios. Las epidemias son cíclicas en la historia, si en el futuro inmediato esto no lo atendemos, estará expuesta la población nacional a mortales consecuencias.



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