/ viernes 11 de diciembre de 2020

¡Los meses por venir…!

Los enterados avizoran para el país y el mundo meses difíciles en que se padecerá hambre, más muerte, desempleo y se agudizará la desnutrición. Lo último a consecuencia del desorden alimentario que padecemos y que ahora se manifiesta en la obesidad, diabetes, hipertensión que ha causado ciento nueve mil muertos por la Covid-19. El hambre atizada por el desempleo en que se haya millones de mexicanos.

El irracional incremento de precios en la canasta básica y medicamentos indispensables. El país produce lo suficiente para alimentarnos, pero no todos podemos comprar lo necesario ni todos sabemos ingerir lo recomendable para un cuerpo sano. Históricamente las hambres hacen su aparición de forma cíclica posterior a una epidemia, guerra o revolución. Primera y segunda guerra mundial son ejemplos. La invasión alemana al inmenso territorio soviético, concluyó en un desastre para ambas naciones, que padecieron hambre y muerte. Después de esas calamidades campean escases, desempleo, enfermedad, hambre y desnutrición. Lo que termina por matar a otros cientos de miles. En México lo más cercano a la memoria es la hambruna que siguió a los años de la violencia revolucionaria que se entrecruzó con la epidemia de gripe española de 1918. La población del país padeció, sufrió y murió a consecuencia de estos males sociales y sanitarios. Los abuelos narraron a nuestra generación sucesos casi apocalípticos. Los cultivos abandonados y saqueados. La joven población forzada a enrolarse en los ejércitos de uno u otro bando. Los hambrientos buscando un puño de maíz para poder comer una tortilla con granos de sal. En Tlaxcala, la posibilidad de conseguir un poco, llevaba a nuestros abuelos a viajar a pie hasta Apizaco y suplicar a la tropa que del maíz y la caballada les regalaran un poco para saciar su estómago vacío.

Hemos padecido meses de encierro, con empresas inactivas, comercios cerrados, cultivos desatendidos. Al reabrir la economía, muchos “pequeños” no pudieron y quebraron. Y aunque el país produce lo indispensable, los precios se fueron al infinito tanto de alimentos como de medicinas. Vaya un ejemplo; ahora el frijol peruano al mayoreo cuesta cincuenta pesos kilo. Pero tener maíz tampoco es sinónimo de nutrición, el transgénico ya está presente en nuestra vida, con sus químicos y glifosatos que contiene pero que por sus rendimientos es el preferido del campesino, con milpa “chaparra” una sola produce siete u ocho mazorcas. El maíz tradicional de nuestros abuelos parece ser cosa del pasado. Las especies nativas están en riesgo de desaparecer. El desempleo ya victimiza a cientos de miles que carecen de posibilidades. Miles de hogares deberán hacer de tortilla con salsa y un huevito de gallina su diaria dieta, porque la carne ya es prohibitiva. Por supuesto que vendrá el hambre o ya está presente, porque el desempleo masivo es una realidad. Quien tiene la fortuna de algún trabajo, es posible que sea víctima del outsourcing, sistema neoliberal despiadado, que minimizó los ingresos ante una sociedad de consumo que maximizó sus ofertas, que, aunque superfluas y prescindibles, las endilga la diaria propaganda. Y entonces, muchos hogares prefieren una coca cola familiar que un litro de leche. La generación niña ya padece diabetes infantil y en su organismo está presente la mal nutrición, preferimos las frituras de bolsa y no la fruta, verdura y cereales. Inevitablemente aparecerá el hambre y la desnutrición, porque, aun cuando haya con que llenar el estómago, no hay con que comprar y si tenemos con qué, no preferimos lo que bien nos nutra.

No es nada halagüeño el porvenir, pero es lo que describen las condiciones que imperan. Mal haríamos en cerrar los ojos frente a la realidad. Ahora que empieza la rebatinga por la gubernatura como me encantaría escuchar la posición de los que se sienten “elegidos por los dioses” acerca de estos temas.

Los enterados avizoran para el país y el mundo meses difíciles en que se padecerá hambre, más muerte, desempleo y se agudizará la desnutrición. Lo último a consecuencia del desorden alimentario que padecemos y que ahora se manifiesta en la obesidad, diabetes, hipertensión que ha causado ciento nueve mil muertos por la Covid-19. El hambre atizada por el desempleo en que se haya millones de mexicanos.

El irracional incremento de precios en la canasta básica y medicamentos indispensables. El país produce lo suficiente para alimentarnos, pero no todos podemos comprar lo necesario ni todos sabemos ingerir lo recomendable para un cuerpo sano. Históricamente las hambres hacen su aparición de forma cíclica posterior a una epidemia, guerra o revolución. Primera y segunda guerra mundial son ejemplos. La invasión alemana al inmenso territorio soviético, concluyó en un desastre para ambas naciones, que padecieron hambre y muerte. Después de esas calamidades campean escases, desempleo, enfermedad, hambre y desnutrición. Lo que termina por matar a otros cientos de miles. En México lo más cercano a la memoria es la hambruna que siguió a los años de la violencia revolucionaria que se entrecruzó con la epidemia de gripe española de 1918. La población del país padeció, sufrió y murió a consecuencia de estos males sociales y sanitarios. Los abuelos narraron a nuestra generación sucesos casi apocalípticos. Los cultivos abandonados y saqueados. La joven población forzada a enrolarse en los ejércitos de uno u otro bando. Los hambrientos buscando un puño de maíz para poder comer una tortilla con granos de sal. En Tlaxcala, la posibilidad de conseguir un poco, llevaba a nuestros abuelos a viajar a pie hasta Apizaco y suplicar a la tropa que del maíz y la caballada les regalaran un poco para saciar su estómago vacío.

Hemos padecido meses de encierro, con empresas inactivas, comercios cerrados, cultivos desatendidos. Al reabrir la economía, muchos “pequeños” no pudieron y quebraron. Y aunque el país produce lo indispensable, los precios se fueron al infinito tanto de alimentos como de medicinas. Vaya un ejemplo; ahora el frijol peruano al mayoreo cuesta cincuenta pesos kilo. Pero tener maíz tampoco es sinónimo de nutrición, el transgénico ya está presente en nuestra vida, con sus químicos y glifosatos que contiene pero que por sus rendimientos es el preferido del campesino, con milpa “chaparra” una sola produce siete u ocho mazorcas. El maíz tradicional de nuestros abuelos parece ser cosa del pasado. Las especies nativas están en riesgo de desaparecer. El desempleo ya victimiza a cientos de miles que carecen de posibilidades. Miles de hogares deberán hacer de tortilla con salsa y un huevito de gallina su diaria dieta, porque la carne ya es prohibitiva. Por supuesto que vendrá el hambre o ya está presente, porque el desempleo masivo es una realidad. Quien tiene la fortuna de algún trabajo, es posible que sea víctima del outsourcing, sistema neoliberal despiadado, que minimizó los ingresos ante una sociedad de consumo que maximizó sus ofertas, que, aunque superfluas y prescindibles, las endilga la diaria propaganda. Y entonces, muchos hogares prefieren una coca cola familiar que un litro de leche. La generación niña ya padece diabetes infantil y en su organismo está presente la mal nutrición, preferimos las frituras de bolsa y no la fruta, verdura y cereales. Inevitablemente aparecerá el hambre y la desnutrición, porque, aun cuando haya con que llenar el estómago, no hay con que comprar y si tenemos con qué, no preferimos lo que bien nos nutra.

No es nada halagüeño el porvenir, pero es lo que describen las condiciones que imperan. Mal haríamos en cerrar los ojos frente a la realidad. Ahora que empieza la rebatinga por la gubernatura como me encantaría escuchar la posición de los que se sienten “elegidos por los dioses” acerca de estos temas.