/ viernes 26 de noviembre de 2021

Mis tres amigos y nuestra ciudad capital

Una era construye ciudades; una hora las destruye

Séneca

A punto de concluir el penúltimo mes del año y con la limitada posibilidad de frecuentar algunos sitios de interés, bajo esta condición, decidimos encontrarnos en una de las bancas que circundan el kiosco de nuestro parque central para disfrutar, como casi cada año, del espectáculo natural ofrecido por el otoño; uno a uno fuimos llegando, sin mucha prisa, pues parecía que cada uno de nosotros observaba, al mismo tiempo que recordaba, cómo eran las cosas por allá de los años 60´s.

Desde diferentes puntos de la ciudad fuimos llegando al sitio acordado, saludándonos todos de mano y fuerte abrazo, postergado por mucho tiempo, sin descuidar el uso del cubre boca, después de esa acción emocional-sentimental, el amigo de la bonanza sacó de su mochila un sanitizante corporal y un gel antibacterial, para cuidar esa medidas sanitarias, en virtud, además, de que ya cargamos con algunas décadas de edad en nuestros hombros, obvio, todo esto permitido por el semáforo en color verde en el que hasta hoy día nos encontramos.

Terminada la sanitización, dijo el amigo de la bonanza: les parece que nos enfilemos a ese lugar donde desde hace mucho tiempo hemos disfrutado de nuestras reuniones y de la amena charla, desde luego, -prosiguió- yo invito esta tarde, pues como saben ya me adelantaron, como jubilado, la primera parte del aguinaldo…

No bien había terminado la frase cuando lo interrumpieron. ¿Cómo es que sigues trabajando si ya estás jubilado? Bueno -respondió-, ahora cobro por recibo de honorarios y eso me da la pauta para seguir en el ambiente laboral…

Bueno -les interrumpí-, comparto la propuesta de la invitación y del pago para irnos al café…

Sin poder terminar mi aseveración, el amigo de la mesura comentó, a manera de pregunta: Qué les parece si mejor, antes del café, hacemos algunas remembranzas sobre aquellos tiempos, donde, justo en este lugar, veníamos a jugar pelota y canicas, pasatiempo natural de los niños de la época…

Tienes razón, nos sorprendimos, -dijo el amigo de las contradicciones- ahorita caminando justamente recordaba muchas de las cosas que vivimos, hoy cambiadas por el tiempo y las circunstancias.

Sí, -dijo el amigo de la bonanza- por ejemplo, yo tuve que ir a un estacionamiento para guardar mi auto, antes podíamos estacionar de manera segura en el contorno del parque, sin ser impedidos por nadie, aunque después vinieron los parquímetros, la verdad me parecía un pago justo por el tiempo de estar, pero hoy, ni espacio ni la posibilidad de estacionarse…

Presuntuoso el comentario -lo increparon- antes ni con coche contabas, en fin, creo que lo importante, según entendí, es el recordar cómo cambió nuestra ciudad, particularmente este jardín central, hasta convertirse en lo que es actualmente, por ejemplo, -siguió con la voz-cuando salíamos de la escuela Luís G. Salamanca, veníamos a jugar, entonces el parque era de tierra, sus bancas de cemento eran enormes, que te colgaban los pies cuando te sentabas, aunque eso poco importaba, lo mejor era la diversión antes de llegar a la casa…

¿Cómo olvidarlo? -dijo el amigo de la mesura- yo me acuerdo, no solo del juego, sino de algunas formas de arquitectura y distribución de las casas u oficinas que estaban alrededor del zócalo, me acuerdo, por ejemplo, de la oficina de correos, que por muchos años se ha mantenido en ese lugar, del juzgado de distrito, donde hoy está ese museo que se mira desde aquí, al tiempo que lo señalaba, las oficinas de Hacienda; en el edificio de junto, la corporación de la policía judicial, adelante el restaurant-bar, todo distinto los ojos de quienes vivimos en ese tiempo por las calles del centro…

¿Y que tal la calle del cine Cuauhtémoc? -comentó el amigo de la buena economía- ¿se acuerdan que junto de su lado derecho estaba una cantina que se llamaba el Club Verde?, nos reímos todos, porque ocasionalmente, nos asomábamos debajo de las puertas abatibles para ver que había por dentro, humo y olores a bebidas era lo que encontramos; ocasionalmente, a algunas señoritas que también ahí se encontraban; otra vez nos reímos, pero esta vez a carcajadas; bueno, si nos regresamos, la entrada del hotel, es que al parecer sigue en huelga, estaba el restaurant Capri, al otro lado de la entrada un consultorio, en ese mismo camino, estuvo la Cruz Roja, nuestro querido diario del Sol de Tlaxcala, en fin, todo ha cambiado, solo quedan las imágenes que guardamos en la memoria y en el corazón…

Por eso -otra vez habló el amigo de las discordancias- todas las críticas que se han hecho en torno a los cambios en contra de lo supuestamente moderno, son muy acertadas, nos cambiaron, no solo la infraestructura, sino parte de su historia; adoquines quebrados, mal nivelados, luminarias desaparecidas, no todas, pero sustituidas por unos horribles paneles solares, las fuentes forradas en su interior con azulejos, la acotación para el tránsito de autos, una ciclopista que se desvanece en otras calles de Tlaxcala; en fin, un auténtico monstruo, horrible para el buen gusto y una pésima imagen para el turismo que nos visita…

Así las cosas -dijo el amigo que siempre manifiesta su tranquilidad- no acabaríamos de criticar tanto malestar por lo que ahora vemos; mejor vámonos al café para continuar platicando, quizá de otros temas, también de interés común; así lo decidimos y de inmediato nos dirigimos al lugar acostumbrado…


Una era construye ciudades; una hora las destruye

Séneca

A punto de concluir el penúltimo mes del año y con la limitada posibilidad de frecuentar algunos sitios de interés, bajo esta condición, decidimos encontrarnos en una de las bancas que circundan el kiosco de nuestro parque central para disfrutar, como casi cada año, del espectáculo natural ofrecido por el otoño; uno a uno fuimos llegando, sin mucha prisa, pues parecía que cada uno de nosotros observaba, al mismo tiempo que recordaba, cómo eran las cosas por allá de los años 60´s.

Desde diferentes puntos de la ciudad fuimos llegando al sitio acordado, saludándonos todos de mano y fuerte abrazo, postergado por mucho tiempo, sin descuidar el uso del cubre boca, después de esa acción emocional-sentimental, el amigo de la bonanza sacó de su mochila un sanitizante corporal y un gel antibacterial, para cuidar esa medidas sanitarias, en virtud, además, de que ya cargamos con algunas décadas de edad en nuestros hombros, obvio, todo esto permitido por el semáforo en color verde en el que hasta hoy día nos encontramos.

Terminada la sanitización, dijo el amigo de la bonanza: les parece que nos enfilemos a ese lugar donde desde hace mucho tiempo hemos disfrutado de nuestras reuniones y de la amena charla, desde luego, -prosiguió- yo invito esta tarde, pues como saben ya me adelantaron, como jubilado, la primera parte del aguinaldo…

No bien había terminado la frase cuando lo interrumpieron. ¿Cómo es que sigues trabajando si ya estás jubilado? Bueno -respondió-, ahora cobro por recibo de honorarios y eso me da la pauta para seguir en el ambiente laboral…

Bueno -les interrumpí-, comparto la propuesta de la invitación y del pago para irnos al café…

Sin poder terminar mi aseveración, el amigo de la mesura comentó, a manera de pregunta: Qué les parece si mejor, antes del café, hacemos algunas remembranzas sobre aquellos tiempos, donde, justo en este lugar, veníamos a jugar pelota y canicas, pasatiempo natural de los niños de la época…

Tienes razón, nos sorprendimos, -dijo el amigo de las contradicciones- ahorita caminando justamente recordaba muchas de las cosas que vivimos, hoy cambiadas por el tiempo y las circunstancias.

Sí, -dijo el amigo de la bonanza- por ejemplo, yo tuve que ir a un estacionamiento para guardar mi auto, antes podíamos estacionar de manera segura en el contorno del parque, sin ser impedidos por nadie, aunque después vinieron los parquímetros, la verdad me parecía un pago justo por el tiempo de estar, pero hoy, ni espacio ni la posibilidad de estacionarse…

Presuntuoso el comentario -lo increparon- antes ni con coche contabas, en fin, creo que lo importante, según entendí, es el recordar cómo cambió nuestra ciudad, particularmente este jardín central, hasta convertirse en lo que es actualmente, por ejemplo, -siguió con la voz-cuando salíamos de la escuela Luís G. Salamanca, veníamos a jugar, entonces el parque era de tierra, sus bancas de cemento eran enormes, que te colgaban los pies cuando te sentabas, aunque eso poco importaba, lo mejor era la diversión antes de llegar a la casa…

¿Cómo olvidarlo? -dijo el amigo de la mesura- yo me acuerdo, no solo del juego, sino de algunas formas de arquitectura y distribución de las casas u oficinas que estaban alrededor del zócalo, me acuerdo, por ejemplo, de la oficina de correos, que por muchos años se ha mantenido en ese lugar, del juzgado de distrito, donde hoy está ese museo que se mira desde aquí, al tiempo que lo señalaba, las oficinas de Hacienda; en el edificio de junto, la corporación de la policía judicial, adelante el restaurant-bar, todo distinto los ojos de quienes vivimos en ese tiempo por las calles del centro…

¿Y que tal la calle del cine Cuauhtémoc? -comentó el amigo de la buena economía- ¿se acuerdan que junto de su lado derecho estaba una cantina que se llamaba el Club Verde?, nos reímos todos, porque ocasionalmente, nos asomábamos debajo de las puertas abatibles para ver que había por dentro, humo y olores a bebidas era lo que encontramos; ocasionalmente, a algunas señoritas que también ahí se encontraban; otra vez nos reímos, pero esta vez a carcajadas; bueno, si nos regresamos, la entrada del hotel, es que al parecer sigue en huelga, estaba el restaurant Capri, al otro lado de la entrada un consultorio, en ese mismo camino, estuvo la Cruz Roja, nuestro querido diario del Sol de Tlaxcala, en fin, todo ha cambiado, solo quedan las imágenes que guardamos en la memoria y en el corazón…

Por eso -otra vez habló el amigo de las discordancias- todas las críticas que se han hecho en torno a los cambios en contra de lo supuestamente moderno, son muy acertadas, nos cambiaron, no solo la infraestructura, sino parte de su historia; adoquines quebrados, mal nivelados, luminarias desaparecidas, no todas, pero sustituidas por unos horribles paneles solares, las fuentes forradas en su interior con azulejos, la acotación para el tránsito de autos, una ciclopista que se desvanece en otras calles de Tlaxcala; en fin, un auténtico monstruo, horrible para el buen gusto y una pésima imagen para el turismo que nos visita…

Así las cosas -dijo el amigo que siempre manifiesta su tranquilidad- no acabaríamos de criticar tanto malestar por lo que ahora vemos; mejor vámonos al café para continuar platicando, quizá de otros temas, también de interés común; así lo decidimos y de inmediato nos dirigimos al lugar acostumbrado…