/ martes 11 de agosto de 2020

"No me gustan las comparaciones..."

En la semana que nuestro país rebasó los 50 mil fallecimientos por Covid 19, el presidente no encontró una mejor manera de asumir las consecuencias de su irresponsabilidad que justificarse: “no me gustan las comparaciones, pero en el concierto de las naciones afectadas en la pandemia, nosotros no hemos sido tan golpeados, a pesar de que tenemos elementos que nos afectan, como las enfermedades crónicas. Son más los fallecidos, de acuerdo con la población, en Estados Unidos, Brasil, Chile, Perú, que en México; y si nos comparamos con Europa, son más los fallecidos en España, Francia e Inglaterra”.

No me voy a detener, por respeto a las familias de las 53 mil personas que hoy ya no están presentes, en la lógica presidencial de hacer un contraste entre cada uno de los países mencionados, porque la contundencia de los números nacionales refleja, con puntualidad y de forma dramática, la difícil situación que nos ha dejado el manejo de la fallida “estrategia” para enfrentar la crisis sanitaria. No son solamente estadísticas oficiales, son historias de vida que se cortaron de manera abrupta en este 2020, porque seguramente no contaron con la atención necesaria por parte del Gobierno federal.

De poco sirve el argumento oficial de “se aplanó la curva... no se saturaron los hospitales; nadie se ha quedado sin ser atendido”. ¿No se le informó sobre el incremento de personas infectadas que fueron “regresadas a su casa” y fallecieron en el trayecto o en servicios de urgencias?

Mucho se dice que 'las comparaciones son odiosas', pero cuando la realidad rebasa lo tolerable, son necesarias, porque evidencian los aciertos y desaciertos de las decisiones que se toman y las acciones emprendidas para enfrentarlas, y en lo político -dado que se ejercen responsabilidades que afectan a la colectividad- son el medio que denotan o la fortaleza de la autoridad o, sencillamente, una justificación ante la falta de resultados de beneficio común.

Sin embargo, ¿cuál es la diferencia entre las decisiones del poder ejecutivo en México y los mandatarios de otras naciones? En China, por ejemplo, la política de estado fue privilegiar la salud y propiciar el aislamiento social y el uso del cubrebocas, medidas preventivas para la población; en Corea del Sur, se optó por atender la recomendación de la OMS en la aplicación de pruebas para conocer la situación que venía.

En el caso de América, hay que mencionar que en Cuba y Uruguay no llegan al centenar de personas fallecidas en cada país; los resultados obedecen a las medidas adoptadas por la autoridad sanitaria, para la cual la vida de las personas es lo prioritario.

En esta secuencia de comparaciones, vale la pena considerar las similitudes en los casos de Brasil, Estados Unidos y México. Jair Bolsonaro y Donald Trump, al igual que López Obrador, minimizaron el impacto de la pandemia y se negaron a usar cubrebocas. Hoy, estas tres naciones son las que registran el mayor número de muertes por Covid-19.

Aunque cada país tenga sus propias características, su propia idiosincracia, en algunos prevalece un interés común que une a lo federal con las localidades que lo conforman, y en unidad, envían mensajes únicos a la población de la necesaria colaboración comunitaria para salir adelante.

En contraparte, están los países autoritarios, centralistas, como ahora es el nuestro, que no escuchan a especialistas, culpan a adversarios y al pasado, y que, con sus propios datos y apreciaciones, difunden mensajes encontrados que confunden a sus habitantes. No es aceptable que estos gobiernos justifiquen su ineptitud y minimicen las lamentables muertes que se tienen. Para cualquier gobernante que se diga estadista, debe prevalecer la visión de bien común y no la postura del hombre que solo busque mantener su popularidad, sin importar la vida humana.

En la semana que nuestro país rebasó los 50 mil fallecimientos por Covid 19, el presidente no encontró una mejor manera de asumir las consecuencias de su irresponsabilidad que justificarse: “no me gustan las comparaciones, pero en el concierto de las naciones afectadas en la pandemia, nosotros no hemos sido tan golpeados, a pesar de que tenemos elementos que nos afectan, como las enfermedades crónicas. Son más los fallecidos, de acuerdo con la población, en Estados Unidos, Brasil, Chile, Perú, que en México; y si nos comparamos con Europa, son más los fallecidos en España, Francia e Inglaterra”.

No me voy a detener, por respeto a las familias de las 53 mil personas que hoy ya no están presentes, en la lógica presidencial de hacer un contraste entre cada uno de los países mencionados, porque la contundencia de los números nacionales refleja, con puntualidad y de forma dramática, la difícil situación que nos ha dejado el manejo de la fallida “estrategia” para enfrentar la crisis sanitaria. No son solamente estadísticas oficiales, son historias de vida que se cortaron de manera abrupta en este 2020, porque seguramente no contaron con la atención necesaria por parte del Gobierno federal.

De poco sirve el argumento oficial de “se aplanó la curva... no se saturaron los hospitales; nadie se ha quedado sin ser atendido”. ¿No se le informó sobre el incremento de personas infectadas que fueron “regresadas a su casa” y fallecieron en el trayecto o en servicios de urgencias?

Mucho se dice que 'las comparaciones son odiosas', pero cuando la realidad rebasa lo tolerable, son necesarias, porque evidencian los aciertos y desaciertos de las decisiones que se toman y las acciones emprendidas para enfrentarlas, y en lo político -dado que se ejercen responsabilidades que afectan a la colectividad- son el medio que denotan o la fortaleza de la autoridad o, sencillamente, una justificación ante la falta de resultados de beneficio común.

Sin embargo, ¿cuál es la diferencia entre las decisiones del poder ejecutivo en México y los mandatarios de otras naciones? En China, por ejemplo, la política de estado fue privilegiar la salud y propiciar el aislamiento social y el uso del cubrebocas, medidas preventivas para la población; en Corea del Sur, se optó por atender la recomendación de la OMS en la aplicación de pruebas para conocer la situación que venía.

En el caso de América, hay que mencionar que en Cuba y Uruguay no llegan al centenar de personas fallecidas en cada país; los resultados obedecen a las medidas adoptadas por la autoridad sanitaria, para la cual la vida de las personas es lo prioritario.

En esta secuencia de comparaciones, vale la pena considerar las similitudes en los casos de Brasil, Estados Unidos y México. Jair Bolsonaro y Donald Trump, al igual que López Obrador, minimizaron el impacto de la pandemia y se negaron a usar cubrebocas. Hoy, estas tres naciones son las que registran el mayor número de muertes por Covid-19.

Aunque cada país tenga sus propias características, su propia idiosincracia, en algunos prevalece un interés común que une a lo federal con las localidades que lo conforman, y en unidad, envían mensajes únicos a la población de la necesaria colaboración comunitaria para salir adelante.

En contraparte, están los países autoritarios, centralistas, como ahora es el nuestro, que no escuchan a especialistas, culpan a adversarios y al pasado, y que, con sus propios datos y apreciaciones, difunden mensajes encontrados que confunden a sus habitantes. No es aceptable que estos gobiernos justifiquen su ineptitud y minimicen las lamentables muertes que se tienen. Para cualquier gobernante que se diga estadista, debe prevalecer la visión de bien común y no la postura del hombre que solo busque mantener su popularidad, sin importar la vida humana.