/ martes 22 de octubre de 2019

No son héroes

No sé de carteles. No sé de poderío armado ni de estrategia de defensa nacional. No tengo argumentos jurídicos o científicos para emitir un juicio sobre la idoneidad o no de la forma en que gobiernos de todos los partidos han decidido enfrentar al crimen organizado. No podría entonces, objetivamente, criticar la actuación de las fuerzas del orden la semana pasada en Culiacán, Sinaloa -como hecho mundialmente notorio-, o de ninguna otra intervención, exitosa o no, de las instituciones que tienen el alto honor pero también la grave responsabilidad de mantener a la ciudadanía segura.

La verdad, sin embargo, no tiene remedio. La anti-cultura de la droga tanto en distribución como en consumo, ha permeado en todas las clases socioeconómicas y en todas las edades. Antes, hablar de alguien que consumía mariguana (no había conocimiento generalizado de otras drogas) se hacía bajito, casi como un secreto vergonzoso; hoy una diputada le entrega un porro a la secretaria de Gobernación en plena comparecencia ante el poder Legislativo. Supongo que el mensaje es que los hijos tienen el derecho de recibir un porro de sus padres también, en cuanto a figuras de autoridad.

Parece olvidarse que el narco mata. Mata volviendo a los jóvenes adictos, mata con armas ilegales, mata con perversidad, salvaje y ruinmente. Para mal de todos, hay videos que dan fe de esto. En Sinaloa, sitiaron las viviendas de las familias de los militares. La estrategia del operativo fue errónea, pero los desalmados no iban a dudar en matar mujeres y niños. En ese sentido recordé el holocausto hitleriano.

  • Parece olvidarse que el narco mata. Mata volviendo a los jóvenes adictos, mata con armas ilegales, mata con perversidad, salvaje y ruinmente.

Alrededor del mundo del narcotráfico hay inimaginable cantidad de dinero. Ilegal por supuesto pero legal también. Todo está lleno de sangre. De unos años para acá, a través de los narco-corridos y las narco-series, ha crecido un negocio que por maligno socialmente debería, según mi humilde opinión, estar prohibido: la apología del delito. Se lucra con la legítima aspiración de los más pobres a una mejor vida ensalzando esa actividad como un camino seguro de realización y éxito. Los pequeños quieren ser sicarios para salir de la miseria aun sea por un corto tiempo y pagan con su vida el precio, los jóvenes entregan su destino a la adrenalina de los lujos combinados con el peligro, y los viejos… ¡vaya!, no, en ese camino no hay viejos. Han detenido su vida la cárcel o la tumba.

Si no hay demanda no hay oferta, se arguye con la más esencial máxima del capitalismo para legalizar el consumo de drogas. El problema es que en México también es generalizada otra máxima: la ley se hizo para violarse. Ergo, mientras la ley sea un queso gruyere lleno de hoyos, los malos seguirán venciendo. Mientras para los gobiernos y ciudadanos sea un asunto sin importancia el cumplimiento del estado de derecho, ninguna otra solución será efectiva. Legalizar solo cambiará el negocio de manos y eso, si al rato los delincuentes de hoy no son los encorbatados y elegantes ejecutivos de mañana.

Nadie que haya tenido en su vida o en su familia contacto con la enorme problemática de las adicciones podría estar a favor de la legal compra-venta de drogas en México porque simplemente no hay ley que se respete. Por legalizar, ¿van a dejar de consumir los menores de edad? ¿Van a haber menos adictos? ¿Van a morir menos jóvenes con los cerebros fritos? No creo, pero en tanto, dejemos de permitir que se vea al cascajo de humanidad que son los narcos como héroes. Por ahí podemos empezar.


No sé de carteles. No sé de poderío armado ni de estrategia de defensa nacional. No tengo argumentos jurídicos o científicos para emitir un juicio sobre la idoneidad o no de la forma en que gobiernos de todos los partidos han decidido enfrentar al crimen organizado. No podría entonces, objetivamente, criticar la actuación de las fuerzas del orden la semana pasada en Culiacán, Sinaloa -como hecho mundialmente notorio-, o de ninguna otra intervención, exitosa o no, de las instituciones que tienen el alto honor pero también la grave responsabilidad de mantener a la ciudadanía segura.

La verdad, sin embargo, no tiene remedio. La anti-cultura de la droga tanto en distribución como en consumo, ha permeado en todas las clases socioeconómicas y en todas las edades. Antes, hablar de alguien que consumía mariguana (no había conocimiento generalizado de otras drogas) se hacía bajito, casi como un secreto vergonzoso; hoy una diputada le entrega un porro a la secretaria de Gobernación en plena comparecencia ante el poder Legislativo. Supongo que el mensaje es que los hijos tienen el derecho de recibir un porro de sus padres también, en cuanto a figuras de autoridad.

Parece olvidarse que el narco mata. Mata volviendo a los jóvenes adictos, mata con armas ilegales, mata con perversidad, salvaje y ruinmente. Para mal de todos, hay videos que dan fe de esto. En Sinaloa, sitiaron las viviendas de las familias de los militares. La estrategia del operativo fue errónea, pero los desalmados no iban a dudar en matar mujeres y niños. En ese sentido recordé el holocausto hitleriano.

  • Parece olvidarse que el narco mata. Mata volviendo a los jóvenes adictos, mata con armas ilegales, mata con perversidad, salvaje y ruinmente.

Alrededor del mundo del narcotráfico hay inimaginable cantidad de dinero. Ilegal por supuesto pero legal también. Todo está lleno de sangre. De unos años para acá, a través de los narco-corridos y las narco-series, ha crecido un negocio que por maligno socialmente debería, según mi humilde opinión, estar prohibido: la apología del delito. Se lucra con la legítima aspiración de los más pobres a una mejor vida ensalzando esa actividad como un camino seguro de realización y éxito. Los pequeños quieren ser sicarios para salir de la miseria aun sea por un corto tiempo y pagan con su vida el precio, los jóvenes entregan su destino a la adrenalina de los lujos combinados con el peligro, y los viejos… ¡vaya!, no, en ese camino no hay viejos. Han detenido su vida la cárcel o la tumba.

Si no hay demanda no hay oferta, se arguye con la más esencial máxima del capitalismo para legalizar el consumo de drogas. El problema es que en México también es generalizada otra máxima: la ley se hizo para violarse. Ergo, mientras la ley sea un queso gruyere lleno de hoyos, los malos seguirán venciendo. Mientras para los gobiernos y ciudadanos sea un asunto sin importancia el cumplimiento del estado de derecho, ninguna otra solución será efectiva. Legalizar solo cambiará el negocio de manos y eso, si al rato los delincuentes de hoy no son los encorbatados y elegantes ejecutivos de mañana.

Nadie que haya tenido en su vida o en su familia contacto con la enorme problemática de las adicciones podría estar a favor de la legal compra-venta de drogas en México porque simplemente no hay ley que se respete. Por legalizar, ¿van a dejar de consumir los menores de edad? ¿Van a haber menos adictos? ¿Van a morir menos jóvenes con los cerebros fritos? No creo, pero en tanto, dejemos de permitir que se vea al cascajo de humanidad que son los narcos como héroes. Por ahí podemos empezar.