/ lunes 13 de diciembre de 2021

Pare de sufrir

Una corriente religiosa decidió llamarse, así como se titula esta columna. Atractivo nombre sin duda. Hoy por hoy, con la mayoría de la gente corriendo tras la felicidad, negando las emociones que le disgustan o incomodan, viviendo el estrés social de que solo es importante, fuerte o exitosa la persona que llega a la cumbre profesional o económica, el sufrimiento, como humedad, penetra en cada célula y se instala sin remedio en quien se aleja de lo verdaderamente sólido e importante: el amor propio. Así, parar de sufrir se convierte, muchas veces, en solo la persecución de una quimera.

El cachorro humano es el más vulnerable de todos los mamíferos. No puede caminar, protegerse, guarecerse, camuflarse, buscar alimento…prácticamente está inhabilitado para sobrevivir como lo hacen otras especies. El cachorro humano necesita a su madre para alimentarse y a sus adultos cercanos para cuidarle y garantizarle protección para su supervivencia. Así comienza el sistema primigenio de apego que le lleva a cablearse en principio con su madre y subsecuentemente con otras figuras parentales para el inicio de la construcción de su YO.

Se entiende entonces que la construcción del YO comienza en la muy temprana infancia. Cuando el o la bebé siente amor incondicional y protección de sus adultos, su amor propio transforma esas condiciones en seguridad, firmeza en la valía de su persona, sentido saludable de merecimiento de ser amado solo por existir. Cuando es a la inversa y vive con padres emocional o físicamente abandónicos, violentos, adictos…en fin, cuando el hogar de ese cachorro humano es caótico, el sistema de apego, buscando seguridad, amor y protección, interiorizará que para obtener amor necesita hacer, comportarse, ganarse el amor, construyendo así la trampa que le atrapará de por vida: dejará de creer lo que es verdad: el amor se otorga, no se pide y menos se gana. Quien desea amar lo hace; otorgar amor es una decisión unilateral, aunque para sobrevivir sí requiera reciprocidad.

Eric Berne, desde el Análisis Transaccional, explica la personalidad desde los tres estados del YO: Niño, Padre, Adulto. Según el autor, el Estado del Yo es “un patrón coherente de sentimiento y experiencia relacionado con el patrón coherente de conducta que le corresponde”. Es decir, cada estado del Yo se define por una combinación de sentimientos y experiencias que se dan juntos de una manera consistente.

En esta teoría, El Niño es el depositario de las emociones; entusiasmo, deseo, impulsos, crueldad, inseguridad y egoísmo, entre muchos otros. Cuando en la conducta hay explosiones de ira, emociones desbordadas, falta de autocontrol, es síntoma de que el sistema límbico o emocional, está al frente de los actos de esa persona. El estado de El Padre determina los valores morales, el distingo entre bien y mal, los límites de la ética y lo correcto. La influencia de padres, tutores, religión, costumbres sociales en la normalización de estos actos es fundamental para el individuo. Las emociones tienen también gran importancia en la toma de decisiones de este estado del YO. El estado de Adulto es el racional; combinación de las dos primeras. Permite que sea la razón la que tome decisiones y establezca acciones y rutas de vida.

Descrito lo anterior, te invito levite, lectora, a hacer un ejercicio de reflexión sobre el propio actuar y sentir. Si el entorno en que creciste fue de críticas, minusvaloraciones, humillaciones, injusticia, abandono físico o emocional, traición y caos, lo más probable es que sean las conductas fundadas en emociones como el miedo y la inseguridad las significativas de tu vida y acompañando a éstas, la codependencia que “mandata” a quien la sufre a humillarse y “dar hasta que duela” en lugar de saberse merecedor de amor solo por el hecho de existir, o lo que es lo mismo, la autoestima.

Dar calma de un Niño o Niña interior temeroso y triste, cuya respuesta en el adulto puede ir de la negación del auto cuidado y defensa de las personas tóxicas hasta convertirse en una de éstas, comienza por dejar de auto juzgarse y procurar a la admisión de la imperfección como condición humana y no como síntoma de debilidad o defecto. Entender que algunos juicios morales aprendidos en la niñez solo estorban en la propia libertad y autosuficiencia es base para cambiarlos y procurarnos menos crítica y más amabilidad, generosidad y comprensión. Darnos permiso de tomar decisiones con racionalidad, auto aceptación y tratarnos exactamente como nos gustaría ser tratados es el camino para la felicidad.

Amor propio, espiritualidad para aceptar qué hay cosas que están fuera de nuestro alcance, aceptación de lo imperfecto y auto cuidado…así y no de otra manera se logra la máxima: Pare de Sufrir.

Una corriente religiosa decidió llamarse, así como se titula esta columna. Atractivo nombre sin duda. Hoy por hoy, con la mayoría de la gente corriendo tras la felicidad, negando las emociones que le disgustan o incomodan, viviendo el estrés social de que solo es importante, fuerte o exitosa la persona que llega a la cumbre profesional o económica, el sufrimiento, como humedad, penetra en cada célula y se instala sin remedio en quien se aleja de lo verdaderamente sólido e importante: el amor propio. Así, parar de sufrir se convierte, muchas veces, en solo la persecución de una quimera.

El cachorro humano es el más vulnerable de todos los mamíferos. No puede caminar, protegerse, guarecerse, camuflarse, buscar alimento…prácticamente está inhabilitado para sobrevivir como lo hacen otras especies. El cachorro humano necesita a su madre para alimentarse y a sus adultos cercanos para cuidarle y garantizarle protección para su supervivencia. Así comienza el sistema primigenio de apego que le lleva a cablearse en principio con su madre y subsecuentemente con otras figuras parentales para el inicio de la construcción de su YO.

Se entiende entonces que la construcción del YO comienza en la muy temprana infancia. Cuando el o la bebé siente amor incondicional y protección de sus adultos, su amor propio transforma esas condiciones en seguridad, firmeza en la valía de su persona, sentido saludable de merecimiento de ser amado solo por existir. Cuando es a la inversa y vive con padres emocional o físicamente abandónicos, violentos, adictos…en fin, cuando el hogar de ese cachorro humano es caótico, el sistema de apego, buscando seguridad, amor y protección, interiorizará que para obtener amor necesita hacer, comportarse, ganarse el amor, construyendo así la trampa que le atrapará de por vida: dejará de creer lo que es verdad: el amor se otorga, no se pide y menos se gana. Quien desea amar lo hace; otorgar amor es una decisión unilateral, aunque para sobrevivir sí requiera reciprocidad.

Eric Berne, desde el Análisis Transaccional, explica la personalidad desde los tres estados del YO: Niño, Padre, Adulto. Según el autor, el Estado del Yo es “un patrón coherente de sentimiento y experiencia relacionado con el patrón coherente de conducta que le corresponde”. Es decir, cada estado del Yo se define por una combinación de sentimientos y experiencias que se dan juntos de una manera consistente.

En esta teoría, El Niño es el depositario de las emociones; entusiasmo, deseo, impulsos, crueldad, inseguridad y egoísmo, entre muchos otros. Cuando en la conducta hay explosiones de ira, emociones desbordadas, falta de autocontrol, es síntoma de que el sistema límbico o emocional, está al frente de los actos de esa persona. El estado de El Padre determina los valores morales, el distingo entre bien y mal, los límites de la ética y lo correcto. La influencia de padres, tutores, religión, costumbres sociales en la normalización de estos actos es fundamental para el individuo. Las emociones tienen también gran importancia en la toma de decisiones de este estado del YO. El estado de Adulto es el racional; combinación de las dos primeras. Permite que sea la razón la que tome decisiones y establezca acciones y rutas de vida.

Descrito lo anterior, te invito levite, lectora, a hacer un ejercicio de reflexión sobre el propio actuar y sentir. Si el entorno en que creciste fue de críticas, minusvaloraciones, humillaciones, injusticia, abandono físico o emocional, traición y caos, lo más probable es que sean las conductas fundadas en emociones como el miedo y la inseguridad las significativas de tu vida y acompañando a éstas, la codependencia que “mandata” a quien la sufre a humillarse y “dar hasta que duela” en lugar de saberse merecedor de amor solo por el hecho de existir, o lo que es lo mismo, la autoestima.

Dar calma de un Niño o Niña interior temeroso y triste, cuya respuesta en el adulto puede ir de la negación del auto cuidado y defensa de las personas tóxicas hasta convertirse en una de éstas, comienza por dejar de auto juzgarse y procurar a la admisión de la imperfección como condición humana y no como síntoma de debilidad o defecto. Entender que algunos juicios morales aprendidos en la niñez solo estorban en la propia libertad y autosuficiencia es base para cambiarlos y procurarnos menos crítica y más amabilidad, generosidad y comprensión. Darnos permiso de tomar decisiones con racionalidad, auto aceptación y tratarnos exactamente como nos gustaría ser tratados es el camino para la felicidad.

Amor propio, espiritualidad para aceptar qué hay cosas que están fuera de nuestro alcance, aceptación de lo imperfecto y auto cuidado…así y no de otra manera se logra la máxima: Pare de Sufrir.