/ lunes 8 de agosto de 2022

Perspectiva de género para hombres

Se ha naturalizado a la “perspectiva de género”, como una visión “para y por las mujeres”, pero esto es erróneo. Perspectiva, dice la Real Academia de la Lengua, es “Punto de vista desde el cual se considera o se analiza un asunto”. Género, por su parte: “Grupo al que pertenecen los seres humanos de cada sexo, entendido este desde un punto de vista sociocultural en lugar de exclusivamente biológico”. Entonces, hombre y mujer son categorías biológicas. Lo masculino y lo femenino son construcciones de género que hacen las sociedades; a diferencia del sexo, el género no es inamovible, sino cambiante y posibilidad de evolucionar.

La visión sobre los hombres y las masculinidades modernas, poco se han tratado. Es verdad que la desigualdad histórica la sufren en mayor medida y gravedad las mujeres pero también los hombres, por la misma presión social, viven atavismos culturales que a muchos les impide realmente ser con libertad plena, aprender a convivir en paz, entender y armonizar su vida emocional; y, especialmente, disfrutar su masculinidad sin la eterna presión de demostrarla como sinónimo de hombría.

De acuerdo al Maestro Mauro A. Vargas Uría, Director General de la Asociación Género y Desarrollo, especializada en el trabajo con hombres desde la perspectiva de género con énfasis en las masculinidades y Derechos Humanos, “El ejercicio acrítico de esta masculinidad machista implica ceñirse a una pesada carga cultural que impone formas de pensar, así como códigos y rasgos… "debemos ser" fuertes, competitivos, insensibles, audaces, inteligentes, dominantes, heterosexuales, autoritarios, jerárquicos y emocionalmente controlados. En este contexto lo débil, lo sensible, lo empático o lo afectivo (todas características asignadas a lo femenino), son rasgos que tienen connotaciones negativas y llevan al menosprecio; mientras que, por el contrario, las demostraciones de fuerza, de poder, control, dominio, libertad sexual o sometimiento de las/los y lo demás, se exaltan como símbolos de hombría y de éxito”.

Un amigo bastante exitoso me explicaba hace unos años: “mira Aurora -dijo-, los hombres tenemos que demostrar cada día de nuestra vida, la hombría. Ustedes las mujeres pueden abrazarse, alabar su guapura, llorar, ir al cine, dormir y hasta vivir juntas sin que la gente ponga en duda su femineidad o su preferencia sexual. A nosotros los hombres cualquiera de esos actos arriesga la percepción de hombría que los demás exigen. El concepto de masculinidad se basa en cómo te ven otros hombres y, de forma consciente o inconsciente, eso es muy importante para nosotros”. Tiene razón y mucho de ello gira en torno a la homofobia; aquellos que demuestran sus sentimientos, que no utilizan la violencia, el control o el poder machista, se exponen a la injuria, al insulto, al menosprecio y a la humillación de otros machos.

Pero el machismo mata. De cada diez suicidios, ocho son de hombres; entre hombres hay mas violencia, mas trastornos mentales y físicos sin atender, incluidas enfermedades de transmisión sexual, lo que lleva a una menor esperanza de vida. Las masculinidades tóxicas son castrantes emocionalmente y obliga a los hombres a comportarse como superiores a las mujeres; así, el respeto y la igualdad son imposibles de alcanzar.

La Comisión Nacional de los Derechos humanos clasifica las masculinidades, en: hegemónica, que reproduce la dinámica del patriarcado en la que los hombres dominan a las mujeres. Está representada por hombres de clase media, de mediana edad, alto nivel educativo, heterosexuales, exitosos en su trabajo, proveedores principales de su hogar, prestigiosos; la subordinada, representada por hombres homosexuales ya que se les considera “femeninos”, lo que equivale a una categoría de “hombre inferior”, donde existe una relación de subordinación; la cómplice: aunque la mayoría de estos hombres no responden al modelo hegemónico y se asumen como igualitarios, sí colaboran en su permanencia, por el cuidado de sus propios privilegios. No violenta a las mujeres, pero tampoco le interesa generar cambios reales para la igualdad sustantiva; y por último la de marginidad, integrada por hombres pertenecientes a grupos étnicos (pueblos indígenas, afrodescendientes, por ejemplo), que detentan menos poder en el contexto de la supremacía blanca o mestiza.

El modelo de relación mujer-hombre ha evolucinado de manera importante en el último siglo, no así el de hombre-hombre. Es tiempo que los ejemplos de masculinidad respetuosa, empática, igualitaria y feliz permeen en las presentes y nuevas generaciones y se erijan como modelo a seguir. No habrá igualdad mientras una parte de la humanidad siga creyendo que es superior a las y los demás, por el solo hecho de haber nacido hombre.


Se ha naturalizado a la “perspectiva de género”, como una visión “para y por las mujeres”, pero esto es erróneo. Perspectiva, dice la Real Academia de la Lengua, es “Punto de vista desde el cual se considera o se analiza un asunto”. Género, por su parte: “Grupo al que pertenecen los seres humanos de cada sexo, entendido este desde un punto de vista sociocultural en lugar de exclusivamente biológico”. Entonces, hombre y mujer son categorías biológicas. Lo masculino y lo femenino son construcciones de género que hacen las sociedades; a diferencia del sexo, el género no es inamovible, sino cambiante y posibilidad de evolucionar.

La visión sobre los hombres y las masculinidades modernas, poco se han tratado. Es verdad que la desigualdad histórica la sufren en mayor medida y gravedad las mujeres pero también los hombres, por la misma presión social, viven atavismos culturales que a muchos les impide realmente ser con libertad plena, aprender a convivir en paz, entender y armonizar su vida emocional; y, especialmente, disfrutar su masculinidad sin la eterna presión de demostrarla como sinónimo de hombría.

De acuerdo al Maestro Mauro A. Vargas Uría, Director General de la Asociación Género y Desarrollo, especializada en el trabajo con hombres desde la perspectiva de género con énfasis en las masculinidades y Derechos Humanos, “El ejercicio acrítico de esta masculinidad machista implica ceñirse a una pesada carga cultural que impone formas de pensar, así como códigos y rasgos… "debemos ser" fuertes, competitivos, insensibles, audaces, inteligentes, dominantes, heterosexuales, autoritarios, jerárquicos y emocionalmente controlados. En este contexto lo débil, lo sensible, lo empático o lo afectivo (todas características asignadas a lo femenino), son rasgos que tienen connotaciones negativas y llevan al menosprecio; mientras que, por el contrario, las demostraciones de fuerza, de poder, control, dominio, libertad sexual o sometimiento de las/los y lo demás, se exaltan como símbolos de hombría y de éxito”.

Un amigo bastante exitoso me explicaba hace unos años: “mira Aurora -dijo-, los hombres tenemos que demostrar cada día de nuestra vida, la hombría. Ustedes las mujeres pueden abrazarse, alabar su guapura, llorar, ir al cine, dormir y hasta vivir juntas sin que la gente ponga en duda su femineidad o su preferencia sexual. A nosotros los hombres cualquiera de esos actos arriesga la percepción de hombría que los demás exigen. El concepto de masculinidad se basa en cómo te ven otros hombres y, de forma consciente o inconsciente, eso es muy importante para nosotros”. Tiene razón y mucho de ello gira en torno a la homofobia; aquellos que demuestran sus sentimientos, que no utilizan la violencia, el control o el poder machista, se exponen a la injuria, al insulto, al menosprecio y a la humillación de otros machos.

Pero el machismo mata. De cada diez suicidios, ocho son de hombres; entre hombres hay mas violencia, mas trastornos mentales y físicos sin atender, incluidas enfermedades de transmisión sexual, lo que lleva a una menor esperanza de vida. Las masculinidades tóxicas son castrantes emocionalmente y obliga a los hombres a comportarse como superiores a las mujeres; así, el respeto y la igualdad son imposibles de alcanzar.

La Comisión Nacional de los Derechos humanos clasifica las masculinidades, en: hegemónica, que reproduce la dinámica del patriarcado en la que los hombres dominan a las mujeres. Está representada por hombres de clase media, de mediana edad, alto nivel educativo, heterosexuales, exitosos en su trabajo, proveedores principales de su hogar, prestigiosos; la subordinada, representada por hombres homosexuales ya que se les considera “femeninos”, lo que equivale a una categoría de “hombre inferior”, donde existe una relación de subordinación; la cómplice: aunque la mayoría de estos hombres no responden al modelo hegemónico y se asumen como igualitarios, sí colaboran en su permanencia, por el cuidado de sus propios privilegios. No violenta a las mujeres, pero tampoco le interesa generar cambios reales para la igualdad sustantiva; y por último la de marginidad, integrada por hombres pertenecientes a grupos étnicos (pueblos indígenas, afrodescendientes, por ejemplo), que detentan menos poder en el contexto de la supremacía blanca o mestiza.

El modelo de relación mujer-hombre ha evolucinado de manera importante en el último siglo, no así el de hombre-hombre. Es tiempo que los ejemplos de masculinidad respetuosa, empática, igualitaria y feliz permeen en las presentes y nuevas generaciones y se erijan como modelo a seguir. No habrá igualdad mientras una parte de la humanidad siga creyendo que es superior a las y los demás, por el solo hecho de haber nacido hombre.