/ viernes 4 de mayo de 2018

Problemas nacionales

La mayor parte de los problemas del mundo se deben a la gente que quiere ser importante.

T. S. Eliot

Mientras partidos y candidatos realizan, algunos sin mucho éxito, sus respectivas campañas electorales en la afanosa búsqueda de conquistar las preferencias de los ciudadanos, ocurren otros fenómenos de amplia trascendencia en los contextos sociales, en apariencia olvidados por las circunstancias políticas que imperan en el país; sin embargo, quienes viven o padecen sus efectos no pueden dejarlos a un lado, pues sería tanto como aceptar, sin reprochar, las precarias condiciones de vida en estos tiempos de dificultades.

Bajo estas condiciones, resulta imperioso destacar algunas de las características que hacen evidente esos problemas que nos aquejan y su vinculación con las grandes deficiencias en la administración pública, en cuanto no han podido alcanzarse los objetivos establecidos en los planes de desarrollo; desde luego, sin justificar, se presentan enormes dificultades para lograrlo, donde también, algunas veces, se establecen complicidades de los beneficiarios.

Aunque pudiera suponerse una vinculación entre los proyectos de desarrollo construidos en un discurso y su aplicación en la realidad, lo cierto es que nada ha podido hacerse respecto de resolver los problemas nacionales, anquilosados desde hace mucho tiempo y evolucionados, con cambios funestos, en estos últimos años; es decir, la naturaleza de los problemas nacionales no es producto de un determinado periodo de gobierno, por el contrario, son el resultado de las pésimas administraciones de los funcionarios responsables de operar los planes y programas creados para otórgales, por derecho constitucional, bienestar y tranquilidad a los gobernados.

En un juicio particular y sin pretender clasificar los problemas en un orden específico, se considera a la pobreza como el factor que promueve, por sí mismo, otros de igual magnitud, de tal manera que es imperioso insistir en la necesidad de buscar otras alternativas para cambiar el estado actual de las cosas. No se necesitan estadísticas ni la utilización de criterios especiales para medirla, si bien se sabe que su consecuencia deriva en los problemas de salud, que implica la alimentación, vivienda y educación, y solo basta mirar alrededor para notar su presencia, en especial en aquellas zonas de total marginación y alejadas de las ciudades.

Tampoco se quiere decir que en esos centros donde se congregan un importante número de habitantes no se presente este problema, solo que en esos espacios es más fácil esconder su presencia.

El problema está latente, enfrentarlo requiere no solo de las autoridades, sino también de la gente, a partir de exigir a quienes correspondan el cumplimiento de sus obligaciones e, imperiosamente, ser parte de la solución, cuando exista la posibilidad de recibir la asistencia social deberá cumplirse con las normas establecidas para recibirlo, sobre todo en la aplicación y utilización correcta de esos beneficios; cambiar del comportamiento, en este sentido, seguramente traerá buenos resultados. Pareciera difícil, sin embargo, si hay interés de cambiar debe haber obligación para participar en ese cambio.

De la consecuencias de la pobreza, entre otras tantas, se puede concebir a la delincuencia, extendida como una mala hierba que ha crecido por muchos lugares provocando, además, inseguridad y violencia; en otros tiempos los círculos donde se manifestaba la patología era en los lugares urbanos, como si ese fuera el lugar idóneo para delinquir; lamentablemente, hoy por muy distante que se encuentre un lugar, ya casi nadie se escapa de sufrir un acto de esta naturaleza, la delincuencia rural, además de la urbana, también ha crecido exponencialmente, cada día los medios de información y las redes sociales se encargan de demostrarlo; más allá de las causas que promueven a un delincuente para realizar estos actos contrarios a la ley, se puede concebir el fenómeno como resultado de las necesidades insatisfechas o no cumplidas, lo grave del asunto es en cuanto se involucra a la familia para cometer cualquier tipo de fechoría.

Tal vez esta vinculación entre la pobreza y la delincuencia puede tener sus peculiaridades, inclusive su asociación entre las variables; de cualquier forma, el fenómeno ocurre y es deber de las autoridades atenderlo, condicionando los beneficios de los programas sociales en un compromiso de restituir con acciones o tareas específicas el apoyo otorgado. Hay programas sin reglas de operación bien definidas, lo que ocasiona se desvirtúen y se apliquen los recursos en otras cosas menos para el fin establecido, por ejemplo, en muchos casos, el Procampo, en donde se posibilita el manoseo y la repartición del dinero.

Otro aspecto, también promotor de la pobreza, es la corrupción, fenómeno tan arraigado en nuestro país que lo ha puesto en los primeros sitios de la estadística mundial, pues el enorme desvío de recursos y la apropiación de millonarias cantidades por los malos funcionarios han provocado la falta de presupuestos aplicables a las personas consideradas bajo los estándares de pobreza; sin considerar cantidades, solo bastaría hacer una simple operación aritmética para determinar cuántos pobres podrían ser atendidos con todo ese dinero sustraído de las arcas de la nación y, por supuesto, del pueblo; desafortunadamente así son las cosas y la realidad de cada una de ellas.

Con lo superficialmente comentado se pueden considerar tres aspectos fundamentales para la creación de nuevos programas de gobierno: reducir, en una primera instancia, los altos niveles de corrupción; limitar los excesos en el gasto corriente de instituciones que no representan beneficio alguno, y quitar los altos salarios a funcionarios de los primeros niveles de gobierno; todo lo rescatado podría aplicarse en bien de aquellas personas que así lo necesiten. Pareciera una utopía, pero en ese involucramiento general todo puede ocurrir.

Ni duda cabe que la complicada situación del país, concebida desde estos tres factores que la provocan, pobreza, corrupción, delincuencia, son asignaturas para definir, esos grandes proyectos para cambiar, no solo desde las estructuras del gobierno, sino además en la misma gente, cambiar los modelos actuales, son una obligación de todos, elegir las mejores opciones también lo es; por eso, cuando se hable de cambio, debe pensarse que con ello, si se logra, se pueden acabar, o cuando menos disminuir todos los problemas nacionales.

La mayor parte de los problemas del mundo se deben a la gente que quiere ser importante.

T. S. Eliot

Mientras partidos y candidatos realizan, algunos sin mucho éxito, sus respectivas campañas electorales en la afanosa búsqueda de conquistar las preferencias de los ciudadanos, ocurren otros fenómenos de amplia trascendencia en los contextos sociales, en apariencia olvidados por las circunstancias políticas que imperan en el país; sin embargo, quienes viven o padecen sus efectos no pueden dejarlos a un lado, pues sería tanto como aceptar, sin reprochar, las precarias condiciones de vida en estos tiempos de dificultades.

Bajo estas condiciones, resulta imperioso destacar algunas de las características que hacen evidente esos problemas que nos aquejan y su vinculación con las grandes deficiencias en la administración pública, en cuanto no han podido alcanzarse los objetivos establecidos en los planes de desarrollo; desde luego, sin justificar, se presentan enormes dificultades para lograrlo, donde también, algunas veces, se establecen complicidades de los beneficiarios.

Aunque pudiera suponerse una vinculación entre los proyectos de desarrollo construidos en un discurso y su aplicación en la realidad, lo cierto es que nada ha podido hacerse respecto de resolver los problemas nacionales, anquilosados desde hace mucho tiempo y evolucionados, con cambios funestos, en estos últimos años; es decir, la naturaleza de los problemas nacionales no es producto de un determinado periodo de gobierno, por el contrario, son el resultado de las pésimas administraciones de los funcionarios responsables de operar los planes y programas creados para otórgales, por derecho constitucional, bienestar y tranquilidad a los gobernados.

En un juicio particular y sin pretender clasificar los problemas en un orden específico, se considera a la pobreza como el factor que promueve, por sí mismo, otros de igual magnitud, de tal manera que es imperioso insistir en la necesidad de buscar otras alternativas para cambiar el estado actual de las cosas. No se necesitan estadísticas ni la utilización de criterios especiales para medirla, si bien se sabe que su consecuencia deriva en los problemas de salud, que implica la alimentación, vivienda y educación, y solo basta mirar alrededor para notar su presencia, en especial en aquellas zonas de total marginación y alejadas de las ciudades.

Tampoco se quiere decir que en esos centros donde se congregan un importante número de habitantes no se presente este problema, solo que en esos espacios es más fácil esconder su presencia.

El problema está latente, enfrentarlo requiere no solo de las autoridades, sino también de la gente, a partir de exigir a quienes correspondan el cumplimiento de sus obligaciones e, imperiosamente, ser parte de la solución, cuando exista la posibilidad de recibir la asistencia social deberá cumplirse con las normas establecidas para recibirlo, sobre todo en la aplicación y utilización correcta de esos beneficios; cambiar del comportamiento, en este sentido, seguramente traerá buenos resultados. Pareciera difícil, sin embargo, si hay interés de cambiar debe haber obligación para participar en ese cambio.

De la consecuencias de la pobreza, entre otras tantas, se puede concebir a la delincuencia, extendida como una mala hierba que ha crecido por muchos lugares provocando, además, inseguridad y violencia; en otros tiempos los círculos donde se manifestaba la patología era en los lugares urbanos, como si ese fuera el lugar idóneo para delinquir; lamentablemente, hoy por muy distante que se encuentre un lugar, ya casi nadie se escapa de sufrir un acto de esta naturaleza, la delincuencia rural, además de la urbana, también ha crecido exponencialmente, cada día los medios de información y las redes sociales se encargan de demostrarlo; más allá de las causas que promueven a un delincuente para realizar estos actos contrarios a la ley, se puede concebir el fenómeno como resultado de las necesidades insatisfechas o no cumplidas, lo grave del asunto es en cuanto se involucra a la familia para cometer cualquier tipo de fechoría.

Tal vez esta vinculación entre la pobreza y la delincuencia puede tener sus peculiaridades, inclusive su asociación entre las variables; de cualquier forma, el fenómeno ocurre y es deber de las autoridades atenderlo, condicionando los beneficios de los programas sociales en un compromiso de restituir con acciones o tareas específicas el apoyo otorgado. Hay programas sin reglas de operación bien definidas, lo que ocasiona se desvirtúen y se apliquen los recursos en otras cosas menos para el fin establecido, por ejemplo, en muchos casos, el Procampo, en donde se posibilita el manoseo y la repartición del dinero.

Otro aspecto, también promotor de la pobreza, es la corrupción, fenómeno tan arraigado en nuestro país que lo ha puesto en los primeros sitios de la estadística mundial, pues el enorme desvío de recursos y la apropiación de millonarias cantidades por los malos funcionarios han provocado la falta de presupuestos aplicables a las personas consideradas bajo los estándares de pobreza; sin considerar cantidades, solo bastaría hacer una simple operación aritmética para determinar cuántos pobres podrían ser atendidos con todo ese dinero sustraído de las arcas de la nación y, por supuesto, del pueblo; desafortunadamente así son las cosas y la realidad de cada una de ellas.

Con lo superficialmente comentado se pueden considerar tres aspectos fundamentales para la creación de nuevos programas de gobierno: reducir, en una primera instancia, los altos niveles de corrupción; limitar los excesos en el gasto corriente de instituciones que no representan beneficio alguno, y quitar los altos salarios a funcionarios de los primeros niveles de gobierno; todo lo rescatado podría aplicarse en bien de aquellas personas que así lo necesiten. Pareciera una utopía, pero en ese involucramiento general todo puede ocurrir.

Ni duda cabe que la complicada situación del país, concebida desde estos tres factores que la provocan, pobreza, corrupción, delincuencia, son asignaturas para definir, esos grandes proyectos para cambiar, no solo desde las estructuras del gobierno, sino además en la misma gente, cambiar los modelos actuales, son una obligación de todos, elegir las mejores opciones también lo es; por eso, cuando se hable de cambio, debe pensarse que con ello, si se logra, se pueden acabar, o cuando menos disminuir todos los problemas nacionales.