/ martes 7 de diciembre de 2021

“¡Que se vayan al carajo con ese cuento!”

No se debe confundir la verdad con la opinión de la mayoría

Jean Cocteau

Iniciado el cuarto año de gobierno del presidente López Obrador, es imposible no abordar los claros obscuros de tres años de gobierno.

En ese contexto, suscribo que nada puede ser más importante que la verdad. Sin ella, somos un manojo de entusiasmos arrojados a la suerte, donde lo único cierto es que perderemos la brújula del sentido de la democracia.

La semana pasada se publicaron distintas encuestas donde se muestra que el presidente López Obrador goza de una gran aceptación (+/- del 60%), por si eso fuera poco, la concentración social que se reunió en el zócalo de la Ciudad de México para escuchar su tercer informe confirmó tres cosas: la popularidad del presidente, el regreso del presidencialismo y el inicio de una nueva campaña hacia el 2024 a través de la movilización de masas. Escribía Octavio Paz: “lo que pasó, está pasando todavía”.

Para algunos analistas, las pasiones y el revanchismo auspiciado desde el púlpito presidencial, es una catarsis obligada que evitó un conflicto social inminente en todo el país por la alta corrupción y el abandono de las masas de los gobiernos neoliberales.

En esa narrativa, se ubica a un presidente que ha sido capaz de impulsar el incremento del salario mínimo; el cual prácticamente duplicó su monto en las zonas fronterizas entre 2018 y 2021, y que tuvo un aumentó en más de un 60% en el resto del país.

Pero el presidente también se ubica conectando con su electorado a través de un discurso que privilegia “la austeridad” - cueste lo que cueste –. Al mismo tiempo que, se le reconoce como un presidente que ha impulsado programas sociales que hoy gozan del respaldo constitucional y de una gran aceptación popular.

Empero, el presidente no ha parado ahí, ha encendido los ánimos de la población demostrando una y otra vez que el poder político que hoy lo acompaña – y también militar –, le ha permitido poner por encima del poder económico al “pueblo”.

Y por si eso fuera poco, exhibe todo el tiempo las mega obras apostadas en el sur del país como una especie de justicia histórica que le permite, además, empezar a conectar su apuesta por reconfigurar el mercado eléctrico nacional.

Sin embargo, en los obscuros es posible ubicar la excesiva polarización inducida desde la presidencia. Lo que se ha convertido en una hostilidad verbal diaria que ha crispado a una sociedad cada vez menos tolerante con la pluralidad. Al tiempo que, el presidente ha dejado ver que el estado de derecho, tan necesario para incentivar las inversiones, es una decisión que se resuelve no con la ley, sino a mano alzada.

Hay que recordarlo con claridad: en términos económicos, la pandemia nos hizo retroceder - 8.2% del PIB, una pérdida que se suma a las acumuladas de -5% desde 2018. Para decirlo claramente, estamos ante una tragedia económica que a la postre ha generado que, en el plano social, la pobreza extrema creciera de un 14% a un 17.2% tan solo en 2020; en términos generales, la pobreza pasó de 49.9% a 52.8%. Y por si esto fuera poco, en 2021 se estima que se registrará un 7.2% anual en inflación, la más elevada en 20 años. Esto, sin detenernos en las consecuencias ocurridas por la decisión de desaparecer el Seguro Popular por el INSABI en pleno inicio de pandemia.

Lo verdaderamente preocupante de esta situación en nuestra democracia es que, la falta de resultados de una administración pública raquítica, han llevado al presidente a refugiarse en dos acciones concretas: la primera, impulsar la posverdad discursiva. Donde no importan los hechos, sino lo que ratifica las creencias de un “cambio de régimen”. La segunda, impulsar narrativas patrióticas que enaltecen a las fuerzas armadas para resolverlo todo; lo mismo distribuyen medicamentos como construyen obras públicas.

Y guste o no, en medio de este contexto nacional, México destaca en indicadores que miden feminicidios, trata de personas, pornografía infantil, asesinato de periodistas y activistas ambientales, violencia y narcotráfico, pero particularmente, de la gran impunidad con la cual convivimos.

Ya lo vivimos antes, quienes piensen que la democracia es un asunto de mayorías, y que por esa razón el presidente lo puede todo, se equivoca. Pues el sentido de nuestra democracia no es de mayorías, si no de derechos: una cosa es la popularidad y otra más la democracia.

  • *Analista Político

No se debe confundir la verdad con la opinión de la mayoría

Jean Cocteau

Iniciado el cuarto año de gobierno del presidente López Obrador, es imposible no abordar los claros obscuros de tres años de gobierno.

En ese contexto, suscribo que nada puede ser más importante que la verdad. Sin ella, somos un manojo de entusiasmos arrojados a la suerte, donde lo único cierto es que perderemos la brújula del sentido de la democracia.

La semana pasada se publicaron distintas encuestas donde se muestra que el presidente López Obrador goza de una gran aceptación (+/- del 60%), por si eso fuera poco, la concentración social que se reunió en el zócalo de la Ciudad de México para escuchar su tercer informe confirmó tres cosas: la popularidad del presidente, el regreso del presidencialismo y el inicio de una nueva campaña hacia el 2024 a través de la movilización de masas. Escribía Octavio Paz: “lo que pasó, está pasando todavía”.

Para algunos analistas, las pasiones y el revanchismo auspiciado desde el púlpito presidencial, es una catarsis obligada que evitó un conflicto social inminente en todo el país por la alta corrupción y el abandono de las masas de los gobiernos neoliberales.

En esa narrativa, se ubica a un presidente que ha sido capaz de impulsar el incremento del salario mínimo; el cual prácticamente duplicó su monto en las zonas fronterizas entre 2018 y 2021, y que tuvo un aumentó en más de un 60% en el resto del país.

Pero el presidente también se ubica conectando con su electorado a través de un discurso que privilegia “la austeridad” - cueste lo que cueste –. Al mismo tiempo que, se le reconoce como un presidente que ha impulsado programas sociales que hoy gozan del respaldo constitucional y de una gran aceptación popular.

Empero, el presidente no ha parado ahí, ha encendido los ánimos de la población demostrando una y otra vez que el poder político que hoy lo acompaña – y también militar –, le ha permitido poner por encima del poder económico al “pueblo”.

Y por si eso fuera poco, exhibe todo el tiempo las mega obras apostadas en el sur del país como una especie de justicia histórica que le permite, además, empezar a conectar su apuesta por reconfigurar el mercado eléctrico nacional.

Sin embargo, en los obscuros es posible ubicar la excesiva polarización inducida desde la presidencia. Lo que se ha convertido en una hostilidad verbal diaria que ha crispado a una sociedad cada vez menos tolerante con la pluralidad. Al tiempo que, el presidente ha dejado ver que el estado de derecho, tan necesario para incentivar las inversiones, es una decisión que se resuelve no con la ley, sino a mano alzada.

Hay que recordarlo con claridad: en términos económicos, la pandemia nos hizo retroceder - 8.2% del PIB, una pérdida que se suma a las acumuladas de -5% desde 2018. Para decirlo claramente, estamos ante una tragedia económica que a la postre ha generado que, en el plano social, la pobreza extrema creciera de un 14% a un 17.2% tan solo en 2020; en términos generales, la pobreza pasó de 49.9% a 52.8%. Y por si esto fuera poco, en 2021 se estima que se registrará un 7.2% anual en inflación, la más elevada en 20 años. Esto, sin detenernos en las consecuencias ocurridas por la decisión de desaparecer el Seguro Popular por el INSABI en pleno inicio de pandemia.

Lo verdaderamente preocupante de esta situación en nuestra democracia es que, la falta de resultados de una administración pública raquítica, han llevado al presidente a refugiarse en dos acciones concretas: la primera, impulsar la posverdad discursiva. Donde no importan los hechos, sino lo que ratifica las creencias de un “cambio de régimen”. La segunda, impulsar narrativas patrióticas que enaltecen a las fuerzas armadas para resolverlo todo; lo mismo distribuyen medicamentos como construyen obras públicas.

Y guste o no, en medio de este contexto nacional, México destaca en indicadores que miden feminicidios, trata de personas, pornografía infantil, asesinato de periodistas y activistas ambientales, violencia y narcotráfico, pero particularmente, de la gran impunidad con la cual convivimos.

Ya lo vivimos antes, quienes piensen que la democracia es un asunto de mayorías, y que por esa razón el presidente lo puede todo, se equivoca. Pues el sentido de nuestra democracia no es de mayorías, si no de derechos: una cosa es la popularidad y otra más la democracia.

  • *Analista Político