/ martes 7 de junio de 2022

¿Quién es el enemigo?

Magdiel Gómez Muñiz*

“Que caiga quien tenga que caer, pero no nosotros en un teatro que nos distraiga de lo importante”

Alma Ugarte.

En el arte de gobernar se debe tener la cabeza fría para tomar decisiones; articular el equilibrio entre los diferentes sectores sociales y acompañarse de los mejores perfiles para distribuir responsabilidades en el gabinete, eso sí, bajo ninguna circunstancia se puede dar el lujo de la improvisación. El azar no es bien visto por el poder. De ahí que no haya cabida para aficionados ni villamelones.

El que juega en el tablero de la política se debe caracterizar por su pericia en combatir a enemigos. Conviene que estos gladiadores tengan una dosis de intuición y una versatilidad muy bien definida para asumir encargos que pueden cambiar de un momento a otro y, por último, pero no menos importante: “ser alérgico a los desengaños” como diría el maestro Joaquín Sabina.

Ahora bien, gestionar la complejidad democrática no es cosa sencilla, requiere oficio político, quien decide debe asumir el costo de los resultados y casi siempre quien falla se debe separar del cargo. Reza una frase que apunta: “hay que estar preparados para ser, no ser y dejar de ser en la función pública”. Por tanto, nada permite garantizar una larga estancia en el gobierno y los protagonistas (animales políticos) se mueven y consolidan en la capacidad de tejer redes de complicidades con otros depredadores y gobernantes codiciosos.

Puede ser que, al día de hoy se tengan lecturas encontradas de lo que se vive en la calle con lo que se informa desde el gobierno. Son dos visiones diferentes de realidades que no tienen un común denominador, me explico con un ejemplo, mientras las cifras de inseguridad van a la “baja”, hay más familias que salen a las calles a exigir justicia y que les regresen a sus desaparecidos (el número va en aumento). El centro de gravedad se debe desplazar hacia la eficiencia de las instituciones y a la no polarización civil. A nadie conviene avistar al otro como enemigo.

Se trata entonces, de ver al que piensa distinto no como enemigo, sino como una oportunidad de cocrear agendas comunes desde la diferencia. Sin simulacros o cálculos perniciosos, se debe mantener vivo el Contrato Social externalizando los cauces de participación de todas las expresiones. Es evidente que estamos muy lejos de cumplir satisfactoriamente con las expectativas de un mejor lugar donde vivir. Se están perdiendo espacios domésticos y las familias están siendo desplazadas por una amenaza organizada que se quiere ocultar en el discurso.

Urge una buena gestión (no de aprendices) para asumir el desafío de un Estado de bienestar que se pulveriza. Nadie se puede acostumbrar a normalizar la violencia o interpretar las nuevas guerras como conflictos territoriales que balcanizan a los colectivos y se sientan las bases para este “mundo irritable”.

Aquí valdría la pena preguntar: ¿quién es el enemigo?, ¿no nos quedará más remedio que aprender a vivir al filo de la navaja? O ¿se pueden tener incentivos de reciprocidad ética en la confiabilidad del gobierno? El lenguaje más apropiado (conciliador) es aquel que reduce la desigualdad, las lógicas hegemónicas y las dinámicas cruzadas de odio. Eso sí, y se debe repetir hasta el cansancio. “El único poseedor legítimo de la violencia es el Estado” cuando se cede esa facultad se pierde el mando y un buque sin capitán es tan grave como un país crucificado por la violencia.

Si reservamos un poco de optimismo, nunca es tarde para replantear el rumbo. El capital social debe ser una precondición para promover una cultura de la paz, de no ser así se corre el riesgo de que la naturaleza de nuestro régimen esté en función de la coerción directa de grupos que se mueven al margen de la ley. Necropolítica.

*Colaborador de Integridad Ciudadana, Coordinador del Doctorado en Ciencia Política del Centro Universitario de la Ciénega - UDG. Profesor Investigador de Tiempo Completo de la Universidad de Guadalajara @magdielgmg @Integridad_AC


Magdiel Gómez Muñiz*

“Que caiga quien tenga que caer, pero no nosotros en un teatro que nos distraiga de lo importante”

Alma Ugarte.

En el arte de gobernar se debe tener la cabeza fría para tomar decisiones; articular el equilibrio entre los diferentes sectores sociales y acompañarse de los mejores perfiles para distribuir responsabilidades en el gabinete, eso sí, bajo ninguna circunstancia se puede dar el lujo de la improvisación. El azar no es bien visto por el poder. De ahí que no haya cabida para aficionados ni villamelones.

El que juega en el tablero de la política se debe caracterizar por su pericia en combatir a enemigos. Conviene que estos gladiadores tengan una dosis de intuición y una versatilidad muy bien definida para asumir encargos que pueden cambiar de un momento a otro y, por último, pero no menos importante: “ser alérgico a los desengaños” como diría el maestro Joaquín Sabina.

Ahora bien, gestionar la complejidad democrática no es cosa sencilla, requiere oficio político, quien decide debe asumir el costo de los resultados y casi siempre quien falla se debe separar del cargo. Reza una frase que apunta: “hay que estar preparados para ser, no ser y dejar de ser en la función pública”. Por tanto, nada permite garantizar una larga estancia en el gobierno y los protagonistas (animales políticos) se mueven y consolidan en la capacidad de tejer redes de complicidades con otros depredadores y gobernantes codiciosos.

Puede ser que, al día de hoy se tengan lecturas encontradas de lo que se vive en la calle con lo que se informa desde el gobierno. Son dos visiones diferentes de realidades que no tienen un común denominador, me explico con un ejemplo, mientras las cifras de inseguridad van a la “baja”, hay más familias que salen a las calles a exigir justicia y que les regresen a sus desaparecidos (el número va en aumento). El centro de gravedad se debe desplazar hacia la eficiencia de las instituciones y a la no polarización civil. A nadie conviene avistar al otro como enemigo.

Se trata entonces, de ver al que piensa distinto no como enemigo, sino como una oportunidad de cocrear agendas comunes desde la diferencia. Sin simulacros o cálculos perniciosos, se debe mantener vivo el Contrato Social externalizando los cauces de participación de todas las expresiones. Es evidente que estamos muy lejos de cumplir satisfactoriamente con las expectativas de un mejor lugar donde vivir. Se están perdiendo espacios domésticos y las familias están siendo desplazadas por una amenaza organizada que se quiere ocultar en el discurso.

Urge una buena gestión (no de aprendices) para asumir el desafío de un Estado de bienestar que se pulveriza. Nadie se puede acostumbrar a normalizar la violencia o interpretar las nuevas guerras como conflictos territoriales que balcanizan a los colectivos y se sientan las bases para este “mundo irritable”.

Aquí valdría la pena preguntar: ¿quién es el enemigo?, ¿no nos quedará más remedio que aprender a vivir al filo de la navaja? O ¿se pueden tener incentivos de reciprocidad ética en la confiabilidad del gobierno? El lenguaje más apropiado (conciliador) es aquel que reduce la desigualdad, las lógicas hegemónicas y las dinámicas cruzadas de odio. Eso sí, y se debe repetir hasta el cansancio. “El único poseedor legítimo de la violencia es el Estado” cuando se cede esa facultad se pierde el mando y un buque sin capitán es tan grave como un país crucificado por la violencia.

Si reservamos un poco de optimismo, nunca es tarde para replantear el rumbo. El capital social debe ser una precondición para promover una cultura de la paz, de no ser así se corre el riesgo de que la naturaleza de nuestro régimen esté en función de la coerción directa de grupos que se mueven al margen de la ley. Necropolítica.

*Colaborador de Integridad Ciudadana, Coordinador del Doctorado en Ciencia Política del Centro Universitario de la Ciénega - UDG. Profesor Investigador de Tiempo Completo de la Universidad de Guadalajara @magdielgmg @Integridad_AC