/ miércoles 8 de septiembre de 2021

Resiliencia | No, el feminicidio no es un acto de amor

Antes de que empezáramos a tomar conciencia de la terrible magnitud del problema de la violencia machista, en los medios de comunicación se hablaba casi siempre de crímenes "pasionales", de asesinatos por "amor" o de homicidas "enamorados", incluso veíamos a los vecinos destacar lo trabajador y buena persona que era el presunto criminal, tristemente hoy en día, de vez en cuando nos encontrarnos con ese tipo de cosas.

En días pasados, el rector de la UNAM, Enrique Graue Wiechers, solicitó a la Junta de Gobierno de la Universidad la remoción del doctor Iván Ruiz García como director del Instituto de Investigaciones Estéticas, luego de conocer las desafortunadas declaraciones que Ruiz García hizo a Radio Universidad en el marco de la presentación de su libro "Peep Show".

En dicha entrevista transmitida por radio UNAM, el entonces director del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad protagonizó un crudo episodio de violencia de género donde declaró: "Yo he pensado mucho que los feminicidios tienen un componente muy pasional, son finalmente un acto de amor, porque la tortura, la cercenación, la huella sobre el cadáver es una pasión del alma" e insistió: "es un asunto de pasiones del alma", "el feminicidio por más horroroso que pueda ser es un acto de amor y un acto de pasiones del alma", sus comentarios normalizan la violencia y se oponen a los principios de respeto y equidad de género.

El investigador manifestó que "nunca" se ha declarado "feminista ni aliado", pues le parecen "términos absolutamente banales"; y expresó su hartazgo con el hecho de que a los varones "se les infrinja, se les someta a pedir perdón, expresando Ya no lo aguantamos también. Hay una masculinidad diluida por toda esta violencia de género". Es increíble que estas afirmaciones provengan de un académico de la máxima casa de estudios con doctorado en historia del arte, titularidad de tiempo completo, y diversos patrocinios y reconocimientos, hoy vemos que sus palabras hacen evidente, una vez más, una cultura arraigada de misoginia y violencia sexista, un machismo tóxico y resentido que impera en el pensamiento de muchos hombres y que se dispersa desde posiciones de liderazgo, una cultura que se alimenta de expresiones como ésas, pretendiendo no solo justificar la violencia, sino exaltarla, enaltecerla, es decir, hacerla parte de la condición humana.

Querer dar un carácter romántico a la violencia de género es particularmente atroz en un país en el que el feminicidio arrebata la vida a más de diez mujeres diariamente, de las que cuatro mueren de forma violenta a manos de su pareja, la mayoría de las veces en un contexto de violencia familiar, romantizar la violencia es condenar a las mujeres a ser por siempre un simple objeto del deseo de los hombres, una pertenencia de la que pueden disponer a placer, es querer dar por sentado un orden natural de las cosas al cual las mujeres no debemos oponernos, porque hacerlo resultaría vulgar, impropio de la naturaleza frágil y sumisa que nos corresponde en ese retorcido imaginario.

El discurso misógino contribuye a reforzar una imagen de masculinidad tóxica que exalta ciertos rasgos asociados tradicionalmente con los hombres, como la agresión física o la falta de control, así como normaliza la visión de un hombre violento, sin límites, que no tiene que pedir perdón ni permiso para acercarse a la mujer, para tocarla, para hostigarla o para violarla, una visión condescendiente con los peores rasgos de la masculinidad, que se cultiva y se propaga entre pares, hace imposible que penetren las ideas de respeto básico y de igualdad entre hombres y mujeres, porque temen que se disuelva esa violencia y agresividad que ellos mismos perciben como un valor o como una virtud, sin embargo lo cierto es que, el lenguaje misógino mata.

Si queremos erradicar las muertes violentas, la trata con fines de explotación sexual y trabajo forzoso, las desapariciones forzadas, las agresiones de todo tipo, es muy importante condenar las expresiones que normalizan la violencia machista y más cuando se difundan desde posiciones de liderazgo, pues aunque no se trate de voces mayoritarias, ello refuerza y hace nuevamente patente una arraigada cultura de misoginia y violencia sexista que debemos desterrar, toda vez que implica relaciones de género inequitativas que muchos hombres mantienen en secreto y que se convierte en el caldo de cultivo perfecto para la violencia contra la mujer.

El amor no tiene nada que ver con la violencia, querer disfrazar la violencia legítima las relaciones abusivas, valida el machismo tóxico y perpetúa la situación de marginación sistemática y estructural contra la mujer, confrontar los prejuicios y luchar contra la cultura de violencia de género que da lugar a los feminicidios es responsabilidad de todas y de todos, por ello, es necesario unir esfuerzos para erradicar la violencia contra las mujeres.

Antes de que empezáramos a tomar conciencia de la terrible magnitud del problema de la violencia machista, en los medios de comunicación se hablaba casi siempre de crímenes "pasionales", de asesinatos por "amor" o de homicidas "enamorados", incluso veíamos a los vecinos destacar lo trabajador y buena persona que era el presunto criminal, tristemente hoy en día, de vez en cuando nos encontrarnos con ese tipo de cosas.

En días pasados, el rector de la UNAM, Enrique Graue Wiechers, solicitó a la Junta de Gobierno de la Universidad la remoción del doctor Iván Ruiz García como director del Instituto de Investigaciones Estéticas, luego de conocer las desafortunadas declaraciones que Ruiz García hizo a Radio Universidad en el marco de la presentación de su libro "Peep Show".

En dicha entrevista transmitida por radio UNAM, el entonces director del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad protagonizó un crudo episodio de violencia de género donde declaró: "Yo he pensado mucho que los feminicidios tienen un componente muy pasional, son finalmente un acto de amor, porque la tortura, la cercenación, la huella sobre el cadáver es una pasión del alma" e insistió: "es un asunto de pasiones del alma", "el feminicidio por más horroroso que pueda ser es un acto de amor y un acto de pasiones del alma", sus comentarios normalizan la violencia y se oponen a los principios de respeto y equidad de género.

El investigador manifestó que "nunca" se ha declarado "feminista ni aliado", pues le parecen "términos absolutamente banales"; y expresó su hartazgo con el hecho de que a los varones "se les infrinja, se les someta a pedir perdón, expresando Ya no lo aguantamos también. Hay una masculinidad diluida por toda esta violencia de género". Es increíble que estas afirmaciones provengan de un académico de la máxima casa de estudios con doctorado en historia del arte, titularidad de tiempo completo, y diversos patrocinios y reconocimientos, hoy vemos que sus palabras hacen evidente, una vez más, una cultura arraigada de misoginia y violencia sexista, un machismo tóxico y resentido que impera en el pensamiento de muchos hombres y que se dispersa desde posiciones de liderazgo, una cultura que se alimenta de expresiones como ésas, pretendiendo no solo justificar la violencia, sino exaltarla, enaltecerla, es decir, hacerla parte de la condición humana.

Querer dar un carácter romántico a la violencia de género es particularmente atroz en un país en el que el feminicidio arrebata la vida a más de diez mujeres diariamente, de las que cuatro mueren de forma violenta a manos de su pareja, la mayoría de las veces en un contexto de violencia familiar, romantizar la violencia es condenar a las mujeres a ser por siempre un simple objeto del deseo de los hombres, una pertenencia de la que pueden disponer a placer, es querer dar por sentado un orden natural de las cosas al cual las mujeres no debemos oponernos, porque hacerlo resultaría vulgar, impropio de la naturaleza frágil y sumisa que nos corresponde en ese retorcido imaginario.

El discurso misógino contribuye a reforzar una imagen de masculinidad tóxica que exalta ciertos rasgos asociados tradicionalmente con los hombres, como la agresión física o la falta de control, así como normaliza la visión de un hombre violento, sin límites, que no tiene que pedir perdón ni permiso para acercarse a la mujer, para tocarla, para hostigarla o para violarla, una visión condescendiente con los peores rasgos de la masculinidad, que se cultiva y se propaga entre pares, hace imposible que penetren las ideas de respeto básico y de igualdad entre hombres y mujeres, porque temen que se disuelva esa violencia y agresividad que ellos mismos perciben como un valor o como una virtud, sin embargo lo cierto es que, el lenguaje misógino mata.

Si queremos erradicar las muertes violentas, la trata con fines de explotación sexual y trabajo forzoso, las desapariciones forzadas, las agresiones de todo tipo, es muy importante condenar las expresiones que normalizan la violencia machista y más cuando se difundan desde posiciones de liderazgo, pues aunque no se trate de voces mayoritarias, ello refuerza y hace nuevamente patente una arraigada cultura de misoginia y violencia sexista que debemos desterrar, toda vez que implica relaciones de género inequitativas que muchos hombres mantienen en secreto y que se convierte en el caldo de cultivo perfecto para la violencia contra la mujer.

El amor no tiene nada que ver con la violencia, querer disfrazar la violencia legítima las relaciones abusivas, valida el machismo tóxico y perpetúa la situación de marginación sistemática y estructural contra la mujer, confrontar los prejuicios y luchar contra la cultura de violencia de género que da lugar a los feminicidios es responsabilidad de todas y de todos, por ello, es necesario unir esfuerzos para erradicar la violencia contra las mujeres.