/ lunes 7 de mayo de 2018

Respetar y proteger la transparencia y legalidad de la elección, función que comparten autoridades y ciudadanos

  • Atemoriza creer que, antes de asumir su derrota, EPN pudiera optar por abandonar la vía a que obliga la ley
  • Se multiplican las señales de la existencia de daños irreparables en la dirección de la maquinaria tricolor
  • Las cifras demoscópicas apuntan con insistencia a un fracaso del PRI… que podría devenir en debacle

Al arranque del proceso electoral que habrá de culminar el 1º de julio próximo, el ala tecnocrática de Peña Nieto y Videgaray decidió valerse de los servicios de Enrique Ochoa Reza para controlar los cargos directivos del tricolor. La estrategia incluía el trazo del camino hacia la victoria en los comicios presidenciales y enmarcaría el triunfal destape de Meade como candidato ciudadano de una coalición encabezada por el PRI. Hoy sabemos que se trató de un mal cálculo; el errático rumbo que tomó su desangelada campaña careció del impacto esperado y lo ancló en un tercer lugar en el que desde hace semanas permanece estático. Eliminado prácticamente Meade de la contienda y ante la proximidad de una previsible debacle, el círculo del presidente -el del fracasado nuevo PRI- optó por batirse en retirada y cedió los mandos del partido a un sector cercano a la militancia, mucho más familiarizado con el modus operandi tradicional del antiguo tricolor. Lo anterior no es presunción sin sustento ni hipótesis basada solo en indicios; no, estimado lector, en esta ocasión estamos frente a hechos y acontecidos que anuncian como irremediable el derrumbe de la propuesta priista… y quién sabe si su holocausto final.


DESAIRE CONGRESIONAL

El traslado a la congeladora senatorial de la mal llamada Ley Meade -la abrogación del fuero- fue la primera señal de que el abanderado peñanietista se quedaba sin apoyos al interior del PRI. El olfato político de Emilio Gamboa -alineado siempre del lado ganador- persuadió a los integrantes de su bancada del beneficio que podría significarles la preservación de la protección constitucional de la que disfrutan y de la que tantos sinvergüenzas se han aprovechado. Hasta el más lerdo de sus legisladores entendió que el triunfo de Anaya o de López Obrador acabará con el pacto de impunidad, esa vergonzosa cadena de complicidades que funcionó con singular eficacia en los gobiernos priistas y que estuvo también presente -hay que decirlo- en las gestiones panistas. La última y más penosa versión de ese acuerdo se dio entre Calderón y Peña Nieto, y aún está vigente. Tras deliberar sobre el tema, las huestes del senador Gamboa decidieron aplazar la discusión de la iniciativa hasta el siguiente periodo de sesiones, dejando “colgado de la brocha” a Meade, el oportunista impulsor de la idea.


DRÁSTICA MUTACIÓN DE LIDERAZGOS

Otra aparatosa zancadilla propinada sin querer queriendo al candidato ciudadano del PRI lo constituyó el esperado pero tardío cese de Ochoa Reza, quizá el más entusiasta de cuantos presidentes ha tenido en su larga historia el Revolucionario Institucional, pero con toda seguridad el más torpe y desaprensivo. La puntilla final a las aspiraciones de Meade vino a dársela el nombramiento de René Juárez Cisneros como líder sustituto del tricolor, un guerrerense de la línea dura cercano a Osorio Chong, capitán como se sabe del ala política damnificada por el dedazo de Peña Nieto. Asumida como inevitable la derrota en la elección presidencial y en las de casi todas las gubernaturas en juego, la renuncia de Ochoa Reza y la designación de Juárez Cisneros equivalen en buen castellano a la rendición del peñanietismo, concretada en la entrega incondicional del partido al exsecretario de Gobernación, confiando en última y desesperada instancia a su experiencia y oficio la función de rescatar del naufragio la mayor cantidad posible de espacios en la futura conformación del Congreso federal. Desde ahí, y con el mermado contingente de legisladores que reste a sus órdenes, el hidalguense Osorio Chong intentará acometer la reconstrucción de la vetusta organización política el próximo sexenio.


DE ANTERIORES FRACASOS

Las paupérrimas expectativas del partido que gobierna mueven a preguntar si en verdad es tan profundo el pozo en que se halla. Vamos a las cifras: en el 2006, en ocasión de su peor desempeño en una elección presidencial, el PRI obtuvo el 29 % de la votación, suficiente para tener 123 diputados y 39 senadores; Roberto Madrazo -su fracasado candidato- se rezagó hasta un inédito tercer lugar, con sólo el 22 % de los sufragios emitidos. Antes, en el 2000, cuando Vicente Fox derrotó a Francisco Labastida dando paso a la primera alternancia, votó por el tricolor el 36 % del electorado, porcentaje similar al que alcanzó su instituto político y que le alcanzó para hacerse de 208 curules y 59 escaños. Lo anterior sirve para orientarnos, pero ya es historia; lo interesante ahora es atender a los indicadores actuales.


CATÁSTROFE QUE SE VISLUMBRA

La encuesta levantada por Reforma la semana posterior al primer debate atribuyó -prorrateando el sufragio indeciso- 17 % de la votación a Meade, a 13 puntos del 30 % de Anaya, y ¡a 21 del 48 % de López Obrador! Y la más reciente de Parametría-Reuters -voto bruto- da 16 % al priIsta, 25 % al frentista y 34 % al candidato de Morena. En la misma línea se encuentra la publicada por El Financiero y, en términos generales, coinciden las tres con los datos que ha dado a conocer Oráculus, una empresa que promedia la información de los estudios demoscópicos que estima como metodológicamente confiables. Con esas cifras, Meade no tiene ninguna posibilidad y, lo que es peor, no pasarían de entre 60 a 70 los diputados priIstas de la siguiente legislatura, y de unos 15 a 18 los senadores. Compárense los datos: 60 o 70 probables diputados con Meade versus los 123 con Madrazo, y los 208 con Labastida. Y 15 o 17 senadores con Meade versus los 39 con Madrazo y los 59 con Labastida. De ese tamaño puede ser el descalabro priista este 2018.


ALGO SOBRE EL VOTO ÚTIL

Conforme se acerca la fecha de la elección -estamos ya a 54 días de que llegue ese esperadísimo 1º de julio- el concepto de voto útil permea con fuerza creciente en dos franjas cuantitativamente importantes del electorado, las que se dicen todavía indecisas, y las incómodas con la perspectiva de que su voto se desperdicie al cruzar su boleta a favor de quien no tiene oportunidad de ganar. Ese voto cambiante -característicamente caprichoso, volátil y un tanto circunstancial- puede ser factor determinante para consolidar las tendencias hasta ahora conocidas… o para darles un giro sorpresivo. En México, la fidelidad a las ideologías partidistas tiene escasa raigambre, y por tanto no se constituye en impedimento para que el elector medio abandone su preferencia original y atienda a otras consideraciones, la más socorrida de las cuales es la de escoger la opción que los sondeos señalan como favorita. De ahí el poder inductor de las encuestas, y de ahí también la imperiosa necesidad de atender y regular sus métodos de elaboración.


DE RESERVAS Y MIEDOS

Concluyo. Si ese 15 % de ciudadanos con derecho a votar que permanece en torno a Meade acabara aceptando las evidencias que inequívocamente muestran la inviabilidad de su candidatura, no es remota la posibilidad de que sobrevenga una diáspora de simpatizantes, una auténtica estampida de votantes que abandonaría el tricolor y marcharía en pos de una opción diferente. De producirse ese fenómeno, el PRI se quedaría literalmente al borde de la inanición política. Esta hipótesis es por el momento eso, una hipótesis, pero solo su mera suposición podría provocar que saltaran las alarmas en Los Pinos, a saber con qué consecuencias. Aquí dejo, estimado lector, el hilo de estas elucubraciones, porque seguir con ellas me llevaría a terrenos que ni conozco ni quiero imaginar.

  • Atemoriza creer que, antes de asumir su derrota, EPN pudiera optar por abandonar la vía a que obliga la ley
  • Se multiplican las señales de la existencia de daños irreparables en la dirección de la maquinaria tricolor
  • Las cifras demoscópicas apuntan con insistencia a un fracaso del PRI… que podría devenir en debacle

Al arranque del proceso electoral que habrá de culminar el 1º de julio próximo, el ala tecnocrática de Peña Nieto y Videgaray decidió valerse de los servicios de Enrique Ochoa Reza para controlar los cargos directivos del tricolor. La estrategia incluía el trazo del camino hacia la victoria en los comicios presidenciales y enmarcaría el triunfal destape de Meade como candidato ciudadano de una coalición encabezada por el PRI. Hoy sabemos que se trató de un mal cálculo; el errático rumbo que tomó su desangelada campaña careció del impacto esperado y lo ancló en un tercer lugar en el que desde hace semanas permanece estático. Eliminado prácticamente Meade de la contienda y ante la proximidad de una previsible debacle, el círculo del presidente -el del fracasado nuevo PRI- optó por batirse en retirada y cedió los mandos del partido a un sector cercano a la militancia, mucho más familiarizado con el modus operandi tradicional del antiguo tricolor. Lo anterior no es presunción sin sustento ni hipótesis basada solo en indicios; no, estimado lector, en esta ocasión estamos frente a hechos y acontecidos que anuncian como irremediable el derrumbe de la propuesta priista… y quién sabe si su holocausto final.


DESAIRE CONGRESIONAL

El traslado a la congeladora senatorial de la mal llamada Ley Meade -la abrogación del fuero- fue la primera señal de que el abanderado peñanietista se quedaba sin apoyos al interior del PRI. El olfato político de Emilio Gamboa -alineado siempre del lado ganador- persuadió a los integrantes de su bancada del beneficio que podría significarles la preservación de la protección constitucional de la que disfrutan y de la que tantos sinvergüenzas se han aprovechado. Hasta el más lerdo de sus legisladores entendió que el triunfo de Anaya o de López Obrador acabará con el pacto de impunidad, esa vergonzosa cadena de complicidades que funcionó con singular eficacia en los gobiernos priistas y que estuvo también presente -hay que decirlo- en las gestiones panistas. La última y más penosa versión de ese acuerdo se dio entre Calderón y Peña Nieto, y aún está vigente. Tras deliberar sobre el tema, las huestes del senador Gamboa decidieron aplazar la discusión de la iniciativa hasta el siguiente periodo de sesiones, dejando “colgado de la brocha” a Meade, el oportunista impulsor de la idea.


DRÁSTICA MUTACIÓN DE LIDERAZGOS

Otra aparatosa zancadilla propinada sin querer queriendo al candidato ciudadano del PRI lo constituyó el esperado pero tardío cese de Ochoa Reza, quizá el más entusiasta de cuantos presidentes ha tenido en su larga historia el Revolucionario Institucional, pero con toda seguridad el más torpe y desaprensivo. La puntilla final a las aspiraciones de Meade vino a dársela el nombramiento de René Juárez Cisneros como líder sustituto del tricolor, un guerrerense de la línea dura cercano a Osorio Chong, capitán como se sabe del ala política damnificada por el dedazo de Peña Nieto. Asumida como inevitable la derrota en la elección presidencial y en las de casi todas las gubernaturas en juego, la renuncia de Ochoa Reza y la designación de Juárez Cisneros equivalen en buen castellano a la rendición del peñanietismo, concretada en la entrega incondicional del partido al exsecretario de Gobernación, confiando en última y desesperada instancia a su experiencia y oficio la función de rescatar del naufragio la mayor cantidad posible de espacios en la futura conformación del Congreso federal. Desde ahí, y con el mermado contingente de legisladores que reste a sus órdenes, el hidalguense Osorio Chong intentará acometer la reconstrucción de la vetusta organización política el próximo sexenio.


DE ANTERIORES FRACASOS

Las paupérrimas expectativas del partido que gobierna mueven a preguntar si en verdad es tan profundo el pozo en que se halla. Vamos a las cifras: en el 2006, en ocasión de su peor desempeño en una elección presidencial, el PRI obtuvo el 29 % de la votación, suficiente para tener 123 diputados y 39 senadores; Roberto Madrazo -su fracasado candidato- se rezagó hasta un inédito tercer lugar, con sólo el 22 % de los sufragios emitidos. Antes, en el 2000, cuando Vicente Fox derrotó a Francisco Labastida dando paso a la primera alternancia, votó por el tricolor el 36 % del electorado, porcentaje similar al que alcanzó su instituto político y que le alcanzó para hacerse de 208 curules y 59 escaños. Lo anterior sirve para orientarnos, pero ya es historia; lo interesante ahora es atender a los indicadores actuales.


CATÁSTROFE QUE SE VISLUMBRA

La encuesta levantada por Reforma la semana posterior al primer debate atribuyó -prorrateando el sufragio indeciso- 17 % de la votación a Meade, a 13 puntos del 30 % de Anaya, y ¡a 21 del 48 % de López Obrador! Y la más reciente de Parametría-Reuters -voto bruto- da 16 % al priIsta, 25 % al frentista y 34 % al candidato de Morena. En la misma línea se encuentra la publicada por El Financiero y, en términos generales, coinciden las tres con los datos que ha dado a conocer Oráculus, una empresa que promedia la información de los estudios demoscópicos que estima como metodológicamente confiables. Con esas cifras, Meade no tiene ninguna posibilidad y, lo que es peor, no pasarían de entre 60 a 70 los diputados priIstas de la siguiente legislatura, y de unos 15 a 18 los senadores. Compárense los datos: 60 o 70 probables diputados con Meade versus los 123 con Madrazo, y los 208 con Labastida. Y 15 o 17 senadores con Meade versus los 39 con Madrazo y los 59 con Labastida. De ese tamaño puede ser el descalabro priista este 2018.


ALGO SOBRE EL VOTO ÚTIL

Conforme se acerca la fecha de la elección -estamos ya a 54 días de que llegue ese esperadísimo 1º de julio- el concepto de voto útil permea con fuerza creciente en dos franjas cuantitativamente importantes del electorado, las que se dicen todavía indecisas, y las incómodas con la perspectiva de que su voto se desperdicie al cruzar su boleta a favor de quien no tiene oportunidad de ganar. Ese voto cambiante -característicamente caprichoso, volátil y un tanto circunstancial- puede ser factor determinante para consolidar las tendencias hasta ahora conocidas… o para darles un giro sorpresivo. En México, la fidelidad a las ideologías partidistas tiene escasa raigambre, y por tanto no se constituye en impedimento para que el elector medio abandone su preferencia original y atienda a otras consideraciones, la más socorrida de las cuales es la de escoger la opción que los sondeos señalan como favorita. De ahí el poder inductor de las encuestas, y de ahí también la imperiosa necesidad de atender y regular sus métodos de elaboración.


DE RESERVAS Y MIEDOS

Concluyo. Si ese 15 % de ciudadanos con derecho a votar que permanece en torno a Meade acabara aceptando las evidencias que inequívocamente muestran la inviabilidad de su candidatura, no es remota la posibilidad de que sobrevenga una diáspora de simpatizantes, una auténtica estampida de votantes que abandonaría el tricolor y marcharía en pos de una opción diferente. De producirse ese fenómeno, el PRI se quedaría literalmente al borde de la inanición política. Esta hipótesis es por el momento eso, una hipótesis, pero solo su mera suposición podría provocar que saltaran las alarmas en Los Pinos, a saber con qué consecuencias. Aquí dejo, estimado lector, el hilo de estas elucubraciones, porque seguir con ellas me llevaría a terrenos que ni conozco ni quiero imaginar.