/ viernes 25 de junio de 2021

Retahíla para cinéfilos | Cruella

La vida es una gala blanco y negro, un cliché bifurcado entre la bondad y la maldad ¿Quién otorga los títulos? La respuesta está en Cruella, el nuevo y más sorprendente retelling de Disney, así como la premisa de que “toda persona es un obstáculo”.

El presente cinematográfico de la gran empresa de Walt llegó con doscientos setenta y siete trajes, cinco desfiles de moda, tres dálmatas y un soundtrack para morirse.

Pongo, Perdita, Roger y Anita quedaron inmortalizados en una de las películas infantiles más emblemáticas de todos los tiempos, pero ahora le han dejado el escenario a Cruella de Vil, la icónica villana de cabello bicolor de 101 dálmatas.

Su reinvención sigue siendo un fashion icon, solo que ahora su nombre es Estella, una pequeña niña desadaptada, recientemente huérfana, con un par de amigos ladrones y todo el potencial para convertirse en una estrella del Londres setentero, donde el movimiento punk-rock apenas daba sus primeros pasos y la contracultura esperaba alguna chispa de dinamismo.

Entre un montón de vueltas de tuerca, acompañamos a la protagonista, ahora joven y trabajadora, hasta la empresa de la baronesa Von Helmann, una narcisista diseñadora de modas dispuesta a cualquier cosa para apagar la luz de los nuevos talentos. Entre llamas (literalmente), su nueva empleada le intenta demostrar que el futuro ha llegado y el trono ya tiene su nombre escrito.

A lo largo del producto fílmico no solo observamos la evolución de Estella, sus tropiezos y virtudes, sino que la vivimos con ella, nos convertimos en sus cómplices hasta las últimas consecuencias. Y no es difícil teniendo a Emma Stone como actriz principal, como actriz que no será misma luego de esta magnífica interpretación y que le valdrá, junto con otras categorías, la nominación al Óscar.

En esta lucha de villanas es difícil estar de acuerdo sobre el bien y el mal, pero pienso que el blanco y negro tan representativo de esta cinta revela una verdadera metáfora de la combinación inseparable de poderes, una especie de yin yang donde siempre hay un resto de cada uno de ellos en el otro y donde se ubica la realidad misma; la falsa idea de que el cine solo puede ser ficción revienta en esta narrativa. Disney se hizo, y nos hizo, un favor luego de los anteriores live action, por fin hubo algo de justicia poética que nadie se puede perder (y mucho menos después del guiño en la escena post-créditos).



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El presente cinematográfico de la gran empresa de Walt llegó con doscientos setenta y siete trajes, cinco desfiles de moda, tres dálmatas y un soundtrack para morirse.

Pongo, Perdita, Roger y Anita quedaron inmortalizados en una de las películas infantiles más emblemáticas de todos los tiempos, pero ahora le han dejado el escenario a Cruella de Vil, la icónica villana de cabello bicolor de 101 dálmatas.

Su reinvención sigue siendo un fashion icon, solo que ahora su nombre es Estella, una pequeña niña desadaptada, recientemente huérfana, con un par de amigos ladrones y todo el potencial para convertirse en una estrella del Londres setentero, donde el movimiento punk-rock apenas daba sus primeros pasos y la contracultura esperaba alguna chispa de dinamismo.

Entre un montón de vueltas de tuerca, acompañamos a la protagonista, ahora joven y trabajadora, hasta la empresa de la baronesa Von Helmann, una narcisista diseñadora de modas dispuesta a cualquier cosa para apagar la luz de los nuevos talentos. Entre llamas (literalmente), su nueva empleada le intenta demostrar que el futuro ha llegado y el trono ya tiene su nombre escrito.

A lo largo del producto fílmico no solo observamos la evolución de Estella, sus tropiezos y virtudes, sino que la vivimos con ella, nos convertimos en sus cómplices hasta las últimas consecuencias. Y no es difícil teniendo a Emma Stone como actriz principal, como actriz que no será misma luego de esta magnífica interpretación y que le valdrá, junto con otras categorías, la nominación al Óscar.

En esta lucha de villanas es difícil estar de acuerdo sobre el bien y el mal, pero pienso que el blanco y negro tan representativo de esta cinta revela una verdadera metáfora de la combinación inseparable de poderes, una especie de yin yang donde siempre hay un resto de cada uno de ellos en el otro y donde se ubica la realidad misma; la falsa idea de que el cine solo puede ser ficción revienta en esta narrativa. Disney se hizo, y nos hizo, un favor luego de los anteriores live action, por fin hubo algo de justicia poética que nadie se puede perder (y mucho menos después del guiño en la escena post-créditos).



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