/ viernes 6 de mayo de 2022

Retahíla para cinéfilos | El silencio de los inocentes

¿Qué es un clásico? Según Ítalo Calvino, un clásico es aquella obra que con el paso del tiempo no solo retiene a sus espectadores, sino que gana más de ellos cada vez con el mismo diligente y atemporal discurso.

De acuerdo con el autor, “no se vuelve a los clásicos por deber o por respeto, sino por amor”. En el cine, al hablar de clásicos se crea una brecha temporal subjetiva.

La historia del séptimo arte no podría compararse, por ejemplo, con la de la Literatura, la Música o la Pintura; no obstante, estas últimas son las que trajeron al mundo al arte audiovisual. En ese tenor, sí podemos hablar de cine clásico, que no ha de confundirse con cine de culto o de arte. Las obras clásicas, sin importar los años transcurridos desde su estreno, prevalecen en el bagaje del arte que los contiene, de las mentes del público y de las referencias para futuros filmes.

Una de esas llamadas cintas clásicas es la de febrero de 1991, “El silencio de los inocentes”, de Jonathan Demme.

Este inquietante thriller fue una adaptación de la novela homónima de Thomas Harry y magistralmente tuvo como protagonista a Anthony Hopkins, interpretando a uno de los personajes más terroríficos de la historia del cine: el doctor Hannibal Lecter.

Dentro del argumento, este psicoanalista caníbal es entrevistado por Clarice Starling, una detective novata del FBI, mientras se encuentra recluido en el Hospital de Baltimore por una serie de grotescos asesinatos a mujeres durante un largo periodo de tiempo. La agencia de investigaciones esperaba que el delincuente pudiera ayudarlos a resolver un nuevo caso de homicidios suscitados por el despiadado Buffalo Bill.

El cuestionario de la joven será apenas el inicio de una colección de revelaciones, recuerdos y predicciones por demás siniestras que llevan a ambos personajes a mostrar lo más oscuro de la mente humana mientras cada uno busca su propia salvación en un caso que parece interminable.

El guion insuperable, las perspicaces palabras, lo natural de los visuales y la huella que dejó el personaje de Hannibal en el mundo es imborrable; su evolución y la historia contada del rojo vivo al profundo negro en sus escenas quedará para la eternidad. Pese a las noches en vela que puede provocar, la única conclusión a la que se puede llegar, bajo el esquema de Calvino, es que ver películas clásicas es mejor que no ver películas clásicas y ver “El silencio de los inocentes” es mejor que no verla.

¿Qué es un clásico? Según Ítalo Calvino, un clásico es aquella obra que con el paso del tiempo no solo retiene a sus espectadores, sino que gana más de ellos cada vez con el mismo diligente y atemporal discurso.

De acuerdo con el autor, “no se vuelve a los clásicos por deber o por respeto, sino por amor”. En el cine, al hablar de clásicos se crea una brecha temporal subjetiva.

La historia del séptimo arte no podría compararse, por ejemplo, con la de la Literatura, la Música o la Pintura; no obstante, estas últimas son las que trajeron al mundo al arte audiovisual. En ese tenor, sí podemos hablar de cine clásico, que no ha de confundirse con cine de culto o de arte. Las obras clásicas, sin importar los años transcurridos desde su estreno, prevalecen en el bagaje del arte que los contiene, de las mentes del público y de las referencias para futuros filmes.

Una de esas llamadas cintas clásicas es la de febrero de 1991, “El silencio de los inocentes”, de Jonathan Demme.

Este inquietante thriller fue una adaptación de la novela homónima de Thomas Harry y magistralmente tuvo como protagonista a Anthony Hopkins, interpretando a uno de los personajes más terroríficos de la historia del cine: el doctor Hannibal Lecter.

Dentro del argumento, este psicoanalista caníbal es entrevistado por Clarice Starling, una detective novata del FBI, mientras se encuentra recluido en el Hospital de Baltimore por una serie de grotescos asesinatos a mujeres durante un largo periodo de tiempo. La agencia de investigaciones esperaba que el delincuente pudiera ayudarlos a resolver un nuevo caso de homicidios suscitados por el despiadado Buffalo Bill.

El cuestionario de la joven será apenas el inicio de una colección de revelaciones, recuerdos y predicciones por demás siniestras que llevan a ambos personajes a mostrar lo más oscuro de la mente humana mientras cada uno busca su propia salvación en un caso que parece interminable.

El guion insuperable, las perspicaces palabras, lo natural de los visuales y la huella que dejó el personaje de Hannibal en el mundo es imborrable; su evolución y la historia contada del rojo vivo al profundo negro en sus escenas quedará para la eternidad. Pese a las noches en vela que puede provocar, la única conclusión a la que se puede llegar, bajo el esquema de Calvino, es que ver películas clásicas es mejor que no ver películas clásicas y ver “El silencio de los inocentes” es mejor que no verla.