/ viernes 28 de enero de 2022

Retahíla para cinéfilos | La crónica francesa

Si de algo se preocupa la belleza en su disciplina estética es de la simetría; las formas constantes, desde los griegos, los egipcios y romanos, representan uniformidad y armonía, sensaciones genuinas, pero fácilmente alterables. Si de algo de preocupa la película recomendada hoy es de ser extremadamente bella.

Wes Anderson, como maestro de la perfección visual, es uno de los mejores cineastas de la época. Sus personajes lúcidos, ambientes en tonos pastel, composiciones exactas y silencios largos son parte de una identidad ya casi imposible de corromper. Sin embargo, siempre tiene el as bajo la manga, la fragmentación de la belleza, lo engorroso dentro del confort. “La crónica francesa”, su película más reciente, lo confirma.

El filme es como un panal de abejas, a pesar de que cada elemento funciona individual y tiene un sentido particular de ser, es, al final, la composición de un todo. En un ambiente ficticio de Francia del siglo XX, se desarrolla la historia de un periódico estadounidense, “The French Dispatch”, cuyo editor acaba de morir de un infarto dejando como último deseo la publicación del número de despedida de su diario, donde tres artículos pasados recobrarán fuerza y darán lugar al desarrollo de la película.

En la primera crónica, viajamos a la mente de un artista enloquecido acusado de asesinato que convierte la prisión en su mejor arma de liberación, hace de la celda un lienzo y pinta sobre él las obras que pronto se convierten en las más cotizados para los coleccionistas. Un altercado, amores escondidos y mucha pintura recorren el camino del artista hasta llegar a su libertad.

En la crónica media nos adentramos a la “Revolución del tablero de ajedrez”, la lucha estudiantil de un grupo de jóvenes. Uno de los líderes, mientras escribe el manifiesto de su movimiento, se enamora de una periodista con quien reconocerá su verdadera identidad.

Finalmente, en “el comedor privado del comisionado de policía”, se desarrolla una historia que lo contiene todo: secuestros, romances, persecuciones y mucha, pero mucha comida, ¿será que alguien reconocerá los platillos que están envenenados?

Lo que muchos han calificado como “el mejor homenaje al periodismo”, otros califican a la película de Anderson como su “menos mejor”. Lo cierto es que su idiosincrasia visual permanece intacta y las historias relatadas en esta obra merecen más lecturas que solo la fílmica. Como dice el mismo director, “no creo que ninguno de nosotros sea gente normal”.

Si de algo se preocupa la belleza en su disciplina estética es de la simetría; las formas constantes, desde los griegos, los egipcios y romanos, representan uniformidad y armonía, sensaciones genuinas, pero fácilmente alterables. Si de algo de preocupa la película recomendada hoy es de ser extremadamente bella.

Wes Anderson, como maestro de la perfección visual, es uno de los mejores cineastas de la época. Sus personajes lúcidos, ambientes en tonos pastel, composiciones exactas y silencios largos son parte de una identidad ya casi imposible de corromper. Sin embargo, siempre tiene el as bajo la manga, la fragmentación de la belleza, lo engorroso dentro del confort. “La crónica francesa”, su película más reciente, lo confirma.

El filme es como un panal de abejas, a pesar de que cada elemento funciona individual y tiene un sentido particular de ser, es, al final, la composición de un todo. En un ambiente ficticio de Francia del siglo XX, se desarrolla la historia de un periódico estadounidense, “The French Dispatch”, cuyo editor acaba de morir de un infarto dejando como último deseo la publicación del número de despedida de su diario, donde tres artículos pasados recobrarán fuerza y darán lugar al desarrollo de la película.

En la primera crónica, viajamos a la mente de un artista enloquecido acusado de asesinato que convierte la prisión en su mejor arma de liberación, hace de la celda un lienzo y pinta sobre él las obras que pronto se convierten en las más cotizados para los coleccionistas. Un altercado, amores escondidos y mucha pintura recorren el camino del artista hasta llegar a su libertad.

En la crónica media nos adentramos a la “Revolución del tablero de ajedrez”, la lucha estudiantil de un grupo de jóvenes. Uno de los líderes, mientras escribe el manifiesto de su movimiento, se enamora de una periodista con quien reconocerá su verdadera identidad.

Finalmente, en “el comedor privado del comisionado de policía”, se desarrolla una historia que lo contiene todo: secuestros, romances, persecuciones y mucha, pero mucha comida, ¿será que alguien reconocerá los platillos que están envenenados?

Lo que muchos han calificado como “el mejor homenaje al periodismo”, otros califican a la película de Anderson como su “menos mejor”. Lo cierto es que su idiosincrasia visual permanece intacta y las historias relatadas en esta obra merecen más lecturas que solo la fílmica. Como dice el mismo director, “no creo que ninguno de nosotros sea gente normal”.