/ viernes 28 de mayo de 2021

Retahíla para cinéfilos | La gema verde de los estudios Ghibli

La historia del mundo está contada a través de nuestro ego y su minúsculo entendimiento; las diferentes culturas humanas han tratado de explicar su entorno con la invención de dioses, mitos y lenguajes. Sin embargo, existen momentos de luz donde estas formas de ver la vida coexisten sin miramientos; La princesa Mononoke es uno de esos minúsculos y épicos espacios del tiempo.

1997 fue un año decisivo para los estudios de animación “Ghibli”, pues corresponde a la fecha de estreno de su película más laureada. La princesa Mononoke, como sus demás obras, sorprendió por revelar cómo la ficción no está peleada con la realidad, menos aún, con lo que entendemos por “realidad”.

El argumento de la cinta se coloca en el encuentro de dos soberanos japoneses: Ashitaka y San, la princesa del bosque. El primero de ellos, sale de su pueblo a causa de una maldición provocada por un demonio jabalí; en su búsqueda de salvación, el joven descubre un mundo natural cuyo equilibrio peligra. San, por su parte, es una luchadora que representa la resistencia de los animales depredados por un grupo de humanos que despilfarran los recursos naturales y exterminan poco a poco la vida de las criaturas habitantes del bosque. El encuentro, fortuito, es la metáfora de una nueva lucha de clases entre la naturaleza y los seres humanos que, como en la película, el spoiler es evidente.

Técnicamente, la cinta fue una mezcla de dibujo tradicional e infografías digitales difuminadas por el brillo de los paisajes y la fuerza de sus personajes. Los verdes predominantes están ahí por una razón: La princesa Mononoke es una película sobre medio ambiente contada bajo el manto protector de la mitología japonesa. Aunada a su entrañable banda sonora, se ha convertido en película de culto e interpretado sin reparo por el globo terráqueo.

El éxito de la película probablemente esté ligado con su llegada a occidente, el boom del anime y el manga rompe con la idea de que este género era dedicado a las infancias y no podía contar rasgos profundos de la humanidad. Gracias a esta producción, las posteriores obras de los estudios tuvieron una proyección internacional, mantenidas hoy en una de las mejores aceptaciones comerciales del séptimo arte en todos sus géneros. El cine japonés ligado a la película de esta retahíla sin duda forma parte de aquel llamado y lejano “bagaje cultural” que continúa cerrando brechas entre culturas y realidades de vida.

La historia del mundo está contada a través de nuestro ego y su minúsculo entendimiento; las diferentes culturas humanas han tratado de explicar su entorno con la invención de dioses, mitos y lenguajes. Sin embargo, existen momentos de luz donde estas formas de ver la vida coexisten sin miramientos; La princesa Mononoke es uno de esos minúsculos y épicos espacios del tiempo.

1997 fue un año decisivo para los estudios de animación “Ghibli”, pues corresponde a la fecha de estreno de su película más laureada. La princesa Mononoke, como sus demás obras, sorprendió por revelar cómo la ficción no está peleada con la realidad, menos aún, con lo que entendemos por “realidad”.

El argumento de la cinta se coloca en el encuentro de dos soberanos japoneses: Ashitaka y San, la princesa del bosque. El primero de ellos, sale de su pueblo a causa de una maldición provocada por un demonio jabalí; en su búsqueda de salvación, el joven descubre un mundo natural cuyo equilibrio peligra. San, por su parte, es una luchadora que representa la resistencia de los animales depredados por un grupo de humanos que despilfarran los recursos naturales y exterminan poco a poco la vida de las criaturas habitantes del bosque. El encuentro, fortuito, es la metáfora de una nueva lucha de clases entre la naturaleza y los seres humanos que, como en la película, el spoiler es evidente.

Técnicamente, la cinta fue una mezcla de dibujo tradicional e infografías digitales difuminadas por el brillo de los paisajes y la fuerza de sus personajes. Los verdes predominantes están ahí por una razón: La princesa Mononoke es una película sobre medio ambiente contada bajo el manto protector de la mitología japonesa. Aunada a su entrañable banda sonora, se ha convertido en película de culto e interpretado sin reparo por el globo terráqueo.

El éxito de la película probablemente esté ligado con su llegada a occidente, el boom del anime y el manga rompe con la idea de que este género era dedicado a las infancias y no podía contar rasgos profundos de la humanidad. Gracias a esta producción, las posteriores obras de los estudios tuvieron una proyección internacional, mantenidas hoy en una de las mejores aceptaciones comerciales del séptimo arte en todos sus géneros. El cine japonés ligado a la película de esta retahíla sin duda forma parte de aquel llamado y lejano “bagaje cultural” que continúa cerrando brechas entre culturas y realidades de vida.