/ viernes 18 de marzo de 2022

Retahíla para cinéfilos | La peor persona del mundo

Escribió Francisco Hinojosa en 1992 “La peor señora del mundo”, un cuento infantil que relata la vida de una mujer enojada con la vida y con quienes se cruzan en ella; pateaba perros, regañaba a sus hijos y les gritaba a sus vecinos. Un día, el pueblo donde habitaba decide revelarse y aplicar psicología inversa con ella: los perros se acercan para que los patee, sus hijos le piden ser regañados y los vecinos se alegran cuando les grita. La peor señora del mundo, en su intento absoluto por hacer infelices a todos, invierte su papel ante lo ocurrido: acaricia a los perros, abraza a sus hijos y saluda a los vecinos de Turambul, el lugar que aprendió a defenderse utilizando la inteligencia. Casi treinta años después, el director noruego Joachim Trier llevó a la pantalla grande “La peor persona del mundo”, una película que ha arrasado en la calificación del cine de arte en los festivales de su año de estreno (2021) y concede su debida nominación a Mejor película en los venideros Óscar 2022.

“La peor persona del mundo” es muy alejada a lo que Hinojosa planteó en su relato, sin embargo, hay un par de hilos narrativos que las une; en la cinta, la “peor persona” no existe alguien que odie la vida, por el contrario, se trata de una casi treintañera en busca de una identidad que parte de su pasión por el día a día. Un día Julie, la protagonista, quiere ser doctora, al siguiente opta por la neurociencia y un tercero asegura que la fotografía es su verdadera vocación. Esa exploración constante, que para muchos implica inestabilidad, se ve arrasada también por sus cambiantes parejas y su genuino enamoramiento del amor del que no todos resultaron satisfechos.

La forma en que la esta obra explora el personaje de Julie es muy similar a la del pueblo de Turambul sobre la peor señora; hay un desconocimiento de causa y no es hasta el final de la historia que el espectador logra, en medida de lo posible, atar cabos y aceptar que nada es como debería, que todo simplemente es.

La psicología de ambas tiene una capa casi invisible de ingenuidad que las convierte en esas protagonistas que, como dijo Iana Murray, “serán admiradas por mucho tiempo”. Justo en esta última idea radica la magia de la película, pues, aunque está enmarcada en la clásica subcategoría de comedia romántica, muestra todos aquellos espacios en blanco que los filmes tradicionales omiten, que dan por sentado y que, con o sin intención, las vuelve tan inverosímiles. La película es real y esa es su mayor virtud. La elegancia del arte visual y sonoro, la agilidad en la elección de palabras y la sutileza del humor desarman por completo.

Pocas veces se agradece tanto que una invención permee en tu realidad.

Escribió Francisco Hinojosa en 1992 “La peor señora del mundo”, un cuento infantil que relata la vida de una mujer enojada con la vida y con quienes se cruzan en ella; pateaba perros, regañaba a sus hijos y les gritaba a sus vecinos. Un día, el pueblo donde habitaba decide revelarse y aplicar psicología inversa con ella: los perros se acercan para que los patee, sus hijos le piden ser regañados y los vecinos se alegran cuando les grita. La peor señora del mundo, en su intento absoluto por hacer infelices a todos, invierte su papel ante lo ocurrido: acaricia a los perros, abraza a sus hijos y saluda a los vecinos de Turambul, el lugar que aprendió a defenderse utilizando la inteligencia. Casi treinta años después, el director noruego Joachim Trier llevó a la pantalla grande “La peor persona del mundo”, una película que ha arrasado en la calificación del cine de arte en los festivales de su año de estreno (2021) y concede su debida nominación a Mejor película en los venideros Óscar 2022.

“La peor persona del mundo” es muy alejada a lo que Hinojosa planteó en su relato, sin embargo, hay un par de hilos narrativos que las une; en la cinta, la “peor persona” no existe alguien que odie la vida, por el contrario, se trata de una casi treintañera en busca de una identidad que parte de su pasión por el día a día. Un día Julie, la protagonista, quiere ser doctora, al siguiente opta por la neurociencia y un tercero asegura que la fotografía es su verdadera vocación. Esa exploración constante, que para muchos implica inestabilidad, se ve arrasada también por sus cambiantes parejas y su genuino enamoramiento del amor del que no todos resultaron satisfechos.

La forma en que la esta obra explora el personaje de Julie es muy similar a la del pueblo de Turambul sobre la peor señora; hay un desconocimiento de causa y no es hasta el final de la historia que el espectador logra, en medida de lo posible, atar cabos y aceptar que nada es como debería, que todo simplemente es.

La psicología de ambas tiene una capa casi invisible de ingenuidad que las convierte en esas protagonistas que, como dijo Iana Murray, “serán admiradas por mucho tiempo”. Justo en esta última idea radica la magia de la película, pues, aunque está enmarcada en la clásica subcategoría de comedia romántica, muestra todos aquellos espacios en blanco que los filmes tradicionales omiten, que dan por sentado y que, con o sin intención, las vuelve tan inverosímiles. La película es real y esa es su mayor virtud. La elegancia del arte visual y sonoro, la agilidad en la elección de palabras y la sutileza del humor desarman por completo.

Pocas veces se agradece tanto que una invención permee en tu realidad.