/ sábado 23 de septiembre de 2023

Retahíla para cinéfilos | Sonido de libertad, la “película” de las buenas intenciones

Sonido de libertad, del director Alejandro Monteverde, es la película del momento. Tanto su emotivo eje temático como su peculiar formato de distribución la convirtieron en una obra controversial en todos los sentidos.

En primer lugar, Sound of Freedom, que es el título original de esta cinta, se centra en una problemática de la actualidad: el tráfico de menores, el cual ya supera al tráfico ilegal de armas y pronto sobrepasará el tráfico de drogas “porque sólo se puede vender una bolsa de cocaína una vez, pero un niño, de cinco a diez veces al día”, según dicta la película.

Bajo este contexto, conocemos a Tim Ballard, un exagente estadounidense que renuncia a su trabajo en el gobierno federal para embarcarse en una peligrosa misión y rescatar a un puñado de víctimas infantiles del tráfico de personas. No obstante, su compromiso con la libertad se convierte en obsesión cuando Tim abandona su país y su familia para internarse en la selva colombiana en busca de Rocío, una niña secuestrada por una secta criminal.

La película, basada en hechos reales, es una fuerte denuncia a los gobiernos del mundo por sus nulas acciones ante la explotación sexual de menores. Sin embargo, también es un llamado ideológico muy arriesgado desde la fe cristiana, pues incluye una escena postcréditos en donde se invita a los espectadores a “patrocinar” boletos de cine a quienes no pueden pagar por ellos, bajo el supuesto de “enterar” al mundo de que los hijos de Dios no se venden.

Son de aplaudir los esfuerzos por mantener el ritmo, el suspenso y la tensión generada a través del guion, así como la delicadeza con la que se condujo de principio a fin considerando que mitad del reparto son menores de edad. Eso la hace digna de ver.

Pero, más allá de la polémica y la sobrecarga ideológica, la obra de Monteverde podría pasar inadvertida si no fuera por el nostálgico ciclo que cierra Tim, el héroe de la historia. De nueva cuenta en la pantalla grande, Estados Unidos salva al mundo y Latinoamérica queda relegada a su fiel espacio en el tercer mundo.

Se trata, en resumen, de un documental dramatizado donde no se privilegiaron ni la estética visual ni la narrativa de la trama. ¿Era importante hablar en voz alta de este secreto a voces? Por supuesto, pero ¿bastan las buenas intenciones para hacer una película? No necesariamente. Será que más bien, como dice la sabiduría popular, cada uno ve con los ojos que Dios le ha dado.


Sonido de libertad, del director Alejandro Monteverde, es la película del momento. Tanto su emotivo eje temático como su peculiar formato de distribución la convirtieron en una obra controversial en todos los sentidos.

En primer lugar, Sound of Freedom, que es el título original de esta cinta, se centra en una problemática de la actualidad: el tráfico de menores, el cual ya supera al tráfico ilegal de armas y pronto sobrepasará el tráfico de drogas “porque sólo se puede vender una bolsa de cocaína una vez, pero un niño, de cinco a diez veces al día”, según dicta la película.

Bajo este contexto, conocemos a Tim Ballard, un exagente estadounidense que renuncia a su trabajo en el gobierno federal para embarcarse en una peligrosa misión y rescatar a un puñado de víctimas infantiles del tráfico de personas. No obstante, su compromiso con la libertad se convierte en obsesión cuando Tim abandona su país y su familia para internarse en la selva colombiana en busca de Rocío, una niña secuestrada por una secta criminal.

La película, basada en hechos reales, es una fuerte denuncia a los gobiernos del mundo por sus nulas acciones ante la explotación sexual de menores. Sin embargo, también es un llamado ideológico muy arriesgado desde la fe cristiana, pues incluye una escena postcréditos en donde se invita a los espectadores a “patrocinar” boletos de cine a quienes no pueden pagar por ellos, bajo el supuesto de “enterar” al mundo de que los hijos de Dios no se venden.

Son de aplaudir los esfuerzos por mantener el ritmo, el suspenso y la tensión generada a través del guion, así como la delicadeza con la que se condujo de principio a fin considerando que mitad del reparto son menores de edad. Eso la hace digna de ver.

Pero, más allá de la polémica y la sobrecarga ideológica, la obra de Monteverde podría pasar inadvertida si no fuera por el nostálgico ciclo que cierra Tim, el héroe de la historia. De nueva cuenta en la pantalla grande, Estados Unidos salva al mundo y Latinoamérica queda relegada a su fiel espacio en el tercer mundo.

Se trata, en resumen, de un documental dramatizado donde no se privilegiaron ni la estética visual ni la narrativa de la trama. ¿Era importante hablar en voz alta de este secreto a voces? Por supuesto, pero ¿bastan las buenas intenciones para hacer una película? No necesariamente. Será que más bien, como dice la sabiduría popular, cada uno ve con los ojos que Dios le ha dado.