/ viernes 4 de junio de 2021

Retahíla para cinéfilos | Sueños, misterios y secretos

Mulholland Drive se estrenó hace 20 años. Su director, el cineasta estadounidense David Lynch hizo de esta obra un experimento que resultó multipremiado en los festivales de cine de su ciclo y en los más extraños sueños de sus bizarros espectadores.

Encuadrada en el género neo-noir, esta película retoma elementos del cine en blanco y negro, los combina con el surrealismo clásico de Lynch y arroja de cuando en cuando alguna sorpresa de terror psicológico.

El complejo argumento desarrollado en los 147 minutos de duración pareciera pintar una serie de cuadros que no tienen sentido en su forma individual, sino que necesitan unirse cual rompecabezas para encajar; sin embargo, dentro de los múltiples hilos que construyen la cinta, se encuentra uno que nos da el rumbo principal.

Una mujer es la única superviviente de un accidente automovilístico cerca de Hollywood, herida y con la mente difusa, deambula por las calles de la ciudad hasta ingresar a un departamento aparentemente solitario como intento de refugiarse del mundo que ahora es desconocido para ella. A la mañana siguiente, una aspirante de actriz toma la locación, pues pertenece a su tía. El encuentro, lejos de alarmar a las mujeres, las convierte en amigas y cómplices para investigar la identidad de la lesionada e ir al fondo de sus propias almas, de su identidad sexual y de su papel en el tiempo del planeta Tierra. Mientras lo anterior ocurre, una serie de fenómenos sociales y artísticos impiden y favorecen los encuentros; abren y cierran misterios; revelan y crean secretos.

Mulholland Drive es una película para ver por primera vez al menos un millón de veces; es una cinta que cambia, evoluciona y transgrede. Fernanda Solórzano habló de ella como “la mejor metáfora del cine”, el viaje a un lugar luminoso, la huida de una realidad opresiva o, por lo menos, gris.

Mulholland Drive se estrenó hace 20 años. Su director, el cineasta estadounidense David Lynch hizo de esta obra un experimento que resultó multipremiado en los festivales de cine de su ciclo y en los más extraños sueños de sus bizarros espectadores.

Encuadrada en el género neo-noir, esta película retoma elementos del cine en blanco y negro, los combina con el surrealismo clásico de Lynch y arroja de cuando en cuando alguna sorpresa de terror psicológico.

El complejo argumento desarrollado en los 147 minutos de duración pareciera pintar una serie de cuadros que no tienen sentido en su forma individual, sino que necesitan unirse cual rompecabezas para encajar; sin embargo, dentro de los múltiples hilos que construyen la cinta, se encuentra uno que nos da el rumbo principal.

Una mujer es la única superviviente de un accidente automovilístico cerca de Hollywood, herida y con la mente difusa, deambula por las calles de la ciudad hasta ingresar a un departamento aparentemente solitario como intento de refugiarse del mundo que ahora es desconocido para ella. A la mañana siguiente, una aspirante de actriz toma la locación, pues pertenece a su tía. El encuentro, lejos de alarmar a las mujeres, las convierte en amigas y cómplices para investigar la identidad de la lesionada e ir al fondo de sus propias almas, de su identidad sexual y de su papel en el tiempo del planeta Tierra. Mientras lo anterior ocurre, una serie de fenómenos sociales y artísticos impiden y favorecen los encuentros; abren y cierran misterios; revelan y crean secretos.

Mulholland Drive es una película para ver por primera vez al menos un millón de veces; es una cinta que cambia, evoluciona y transgrede. Fernanda Solórzano habló de ella como “la mejor metáfora del cine”, el viaje a un lugar luminoso, la huida de una realidad opresiva o, por lo menos, gris.