/ martes 20 de octubre de 2020

¡Se mueren las mamás!

Recuerdo que hace algunos ayeres, en mi calidad de delegada del ISSSTE en Tlaxcala, uno de los indicadores que más nos ocupaba mantener a raya era muertes maternas. Este indicador habla mucho de la calidad de servicios de salud de un estado o país y se reporta agregado hasta la Organización Mundial de la Salud.

Ninguna mujer, con los avances tecnológicos actuales, debería morir por causas relacionadas al embarazo, pero sí, se siguen muriendo y, en los meses que ha durado esta pandemia, en México ha crecido este indicador en 46% y, casi en la misma proporción, ha caído el indicador de consultas prenatales. Las dos causas más comunes: hipertensión (pre y eclampsia) y hemorragia obstétrica; una de cada cinco ha fallecido por Covid-19.

Aún más triste que el dato mismo, es que el sistema de salud había prácticamente igualado a mujeres ricas y pobres cuando de seguridad médica al estar embarazadas se hablaba. Hoy, la mayoría de esas muertes fueron por falta de atención prenatal en virtud del cierre de muchísimos centros de salud por escasez presupuestal, de personal o por reconversión a atención de Covid-19. Las mujeres con capacidad económica se protegen, las pobres, se mueren. Si eso no es brecha de desigualdad que el Estado debe atender, ya no entendí nada.

El 20 de julio, ¡cuatro meses después de declarada la pandemia! -casi la mitad de un embarazo- salieron los lineamientos para la prevención y mitigación de la Covid-19 en la atención del embarazo, parto y puerperio y de la persona recién nacida, donde establece que la atención materna es esencial y no debe suspenderse. En tanto, muchas familias ya se enlutaban por muertes que pudieron evitarse de mujeres y esperados bebés. Tan no han tenido impacto estos lineamientos, que no se han traducido en planes locales para atender el embarazo y parto en estos tiempos de pandemia.

Pero no todo es ineficacia e indolencia. Hay que aplaudir la decisión del Instituto Nacional de Perinatología que aplica por política prueba Covid-19 a TODAS las mujeres ingresadas. ¿El resultado? Entre abril y junio el 27% fueron positivas a Covid-19 y NO HUBO UNA SOLA MUERTE materna por esta o por ninguna otra causa. Conclusión, las mujeres fallecidas por Covid-19, (casi todas en el tercer trimestre) y por las otras morbilidades, pudieron ser salvadas con una prueba a tiempo.

La pandemia ha sacado a relucir las desigualdades brutales a las que en general el Estado Mexicano en sus tres órdenes y poderes condena a las mujeres (aun en aquellos rubros en los que había avances sustanciales y que hoy sufren graves retrocesos); violencia de todo tipo, feminicidios, violaciones, precariedad económica, desempleo…ahora también, las mexicanas enfrentan a la muerte en algo tan milagroso como riesgoso en este tiempo: ser mamá. Parece que no le duele a nadie. A mí me sigue indignando.

Recuerdo que hace algunos ayeres, en mi calidad de delegada del ISSSTE en Tlaxcala, uno de los indicadores que más nos ocupaba mantener a raya era muertes maternas. Este indicador habla mucho de la calidad de servicios de salud de un estado o país y se reporta agregado hasta la Organización Mundial de la Salud.

Ninguna mujer, con los avances tecnológicos actuales, debería morir por causas relacionadas al embarazo, pero sí, se siguen muriendo y, en los meses que ha durado esta pandemia, en México ha crecido este indicador en 46% y, casi en la misma proporción, ha caído el indicador de consultas prenatales. Las dos causas más comunes: hipertensión (pre y eclampsia) y hemorragia obstétrica; una de cada cinco ha fallecido por Covid-19.

Aún más triste que el dato mismo, es que el sistema de salud había prácticamente igualado a mujeres ricas y pobres cuando de seguridad médica al estar embarazadas se hablaba. Hoy, la mayoría de esas muertes fueron por falta de atención prenatal en virtud del cierre de muchísimos centros de salud por escasez presupuestal, de personal o por reconversión a atención de Covid-19. Las mujeres con capacidad económica se protegen, las pobres, se mueren. Si eso no es brecha de desigualdad que el Estado debe atender, ya no entendí nada.

El 20 de julio, ¡cuatro meses después de declarada la pandemia! -casi la mitad de un embarazo- salieron los lineamientos para la prevención y mitigación de la Covid-19 en la atención del embarazo, parto y puerperio y de la persona recién nacida, donde establece que la atención materna es esencial y no debe suspenderse. En tanto, muchas familias ya se enlutaban por muertes que pudieron evitarse de mujeres y esperados bebés. Tan no han tenido impacto estos lineamientos, que no se han traducido en planes locales para atender el embarazo y parto en estos tiempos de pandemia.

Pero no todo es ineficacia e indolencia. Hay que aplaudir la decisión del Instituto Nacional de Perinatología que aplica por política prueba Covid-19 a TODAS las mujeres ingresadas. ¿El resultado? Entre abril y junio el 27% fueron positivas a Covid-19 y NO HUBO UNA SOLA MUERTE materna por esta o por ninguna otra causa. Conclusión, las mujeres fallecidas por Covid-19, (casi todas en el tercer trimestre) y por las otras morbilidades, pudieron ser salvadas con una prueba a tiempo.

La pandemia ha sacado a relucir las desigualdades brutales a las que en general el Estado Mexicano en sus tres órdenes y poderes condena a las mujeres (aun en aquellos rubros en los que había avances sustanciales y que hoy sufren graves retrocesos); violencia de todo tipo, feminicidios, violaciones, precariedad económica, desempleo…ahora también, las mexicanas enfrentan a la muerte en algo tan milagroso como riesgoso en este tiempo: ser mamá. Parece que no le duele a nadie. A mí me sigue indignando.