/ domingo 29 de noviembre de 2020

Secreto a voces | 100 mil muertes…

Debatir acerca de los responsables de la muerte de los, lamentablemente, más de cien mil muertes en México (un millón 378 mil en el mundo, al corte de sábado 21 de noviembre, de acuerdo a los datos que registra a nivel mundial la Universidad John Hokpins), haciendo responsable a la cara pública en el manejo de la pandemia, el doctor Hugo López-Gatell, no sorprende.

Las pandemias, desde los míticos “Jinetes del Apocalipsis”, en ningún lugar ni en ningún momento de la historia de la humanidad, han sido ajenas a los intereses políticos y de poder. Está asociado con lo anterior valorarlas como un castigo divino hasta el lanzar los cadáveres contagiados con lepra o con el virus de la llamada “peste negra” a los enemigos para derrotarlos, utilizando esos medios.

Pero tanto contemplarlas como un castigo divino o hacer responsable al “Dios” de la guerra, es parte de un discurso orientado a eliminar la comprensión tanto de los factores que las ocasionan, generalmente multifactoriales, pero casi siempre asociados a intereses de los grupos que en cada época se mantienen en la parte más alta de la escala social y, desde ahí, dicen no cómo es que son las cosas sino cómo ellos desean que deben interpretarse (ver Esther Pablos).

En el manejo actual de la pandemia así como en la interpretación que se ha hecho de ella, generalmente mono explicativa y reducida a interpretaciones biologistas que se ajustan al modelo hegemónico de negocios basado en la actual industria químico farmacéutica, pareciera que no existen razones de otro tipo que no sea el virus que la ocasiona y la respuesta (la vacuna) para solucionar el problema. Y no está mal aunque es insuficiente, porque hasta en las metodologías dominantes hoy de la ciencia hegemónica (los modelos sistémicos), una visión reduccionista de ese tipo ya no cabe.

Para quienes desean ver la pandemia desde otra óptica, en otra dimensión, habría que decir que las cifras son irreales tanto a nivel local y a nivel mundial. Miles y tal vez millones de personas mueren sin haber pisado un hospital o visto y diagnosticados por un médico. No existen estudios al respecto, pero se puede deducir de los cientos de notas que aparecen en los medios, en los comentarios de la gente y en las historias que conocemos entre nuestros propios amigos o familiares.

Lo cierto, me parece a mí, es que previamente a este primer pandemia mundial, cuyo mensaje es más que evidente acerca del fin de un modelo occidental de vida y que la narrativa biologista de la pandemia trata de ocultar, en la etapa anterior a que hiciera acto de presencia ante nosotros en su forma letal de muerte y dolor. La tragedia que vivimos tuvo un sedimento social de miseria y hambre que sirvió de tierra fértil para que la pandemia se muestre hasta nuestros días como tal, con millones de pérdidas humanas.

De acuerdo al Inegi según información destacada en estos días, existen en México 32 millones de personas que no superan los dos salarios mínimos, siete mil 393 pesos. De acuerdo a estudios de la CEPAL, de julio, 37.6 millones de personas en la subregión caerán a los estratos de pobreza. Lo que implica un deterior de los estratos medios. El índice de Gini, instrumento que se utiliza para medir la pobreza social, dice que en 2020 se ha incrementado en 4,9 puntos porcentuales, incrementando la desigualdad social en un hecho sin precedentes por la velocidad en que ocurre. Aunque como indican las mismas fuentes, el impacto ha sido diferente, de acuerdo a las condiciones de cada país. Antes de caer en la inanición, la gente decide, y es entendible, dejar el hogar y arriesgarse a los contagios antes de que la familia caiga en la inanición.

Pero, ¿qué significan esos datos en el curso de la actual pandemia? Significa que a las políticas de pérdida del empleo, del salario, de la protección social de la era neoliberal, se ha sumado la pandemia, lo que ha significado un acrecentamiento de las desigualdades sociales y, sobre todo, que las condiciones en que los diferentes segmentos de la población enfrenten la pandemia tienen un piso distinto. No es lo mismo el propietario de Elektra y Banco Azteca que “regala” un millón de pesos a sus clientes, mientras Juan Pérez quien sabe si mañana tendrá para comer.

Pero tenemos algo más, y tiene que ver con ese discurso biologicista de la tragedia pandémica. La pobreza y el hambre se traduce (y no sólo es un asunto de la calidad de la alimentación sino del alimento social) en enfermedades crónico degenerativas (diabetes, obesidad, hipertensión, etcétera), lo que implica considerar en las medidas contra la pandemia no únicamente el problema de la alimentación. El gran problema es que el espíritu no tiene de qué alimentarse cuando carece de los mínimos recursos para reproducirse sanamente.

Las enfermedades también tienen una causa social, cuando te avisan que ya no tienes trabajo, que eres pobre, que te vistes mal, que tienes que dar vuelta y vuelta para que te atiendan en una oficina cualquiera, que tu salario se redujo en el cincuenta por ciento, que llega el propietario de la vivienda a cobrarte la renta, que tu hijo abre el refrigerador y te dice que ya no hay leche, que el precio del transporte ya se incrementó, que irónicamente tienes que guardar la santa distancia en una combi atiborrada de personas necesitadas de un trato digno, que si circulas en bicicleta cualquier conductor de vehículos te puede considerar un estorbo, que tuviste que pedir prestado al banco y que tienes que pagar el doble o más de lo que pediste…

Y este es un escenario en donde una maldita pandemia que nos avisa que el modelo de sociedad no funciona más, debes esperar una vacuna que servirá para condicionar aún más a los “condenados de la tierra”, como diría Francis Fanon…, de donde se nutren las cifras de cien mil…

*Integrante de la corriente Posthumanismo Crítico Latinoamericano.


Debatir acerca de los responsables de la muerte de los, lamentablemente, más de cien mil muertes en México (un millón 378 mil en el mundo, al corte de sábado 21 de noviembre, de acuerdo a los datos que registra a nivel mundial la Universidad John Hokpins), haciendo responsable a la cara pública en el manejo de la pandemia, el doctor Hugo López-Gatell, no sorprende.

Las pandemias, desde los míticos “Jinetes del Apocalipsis”, en ningún lugar ni en ningún momento de la historia de la humanidad, han sido ajenas a los intereses políticos y de poder. Está asociado con lo anterior valorarlas como un castigo divino hasta el lanzar los cadáveres contagiados con lepra o con el virus de la llamada “peste negra” a los enemigos para derrotarlos, utilizando esos medios.

Pero tanto contemplarlas como un castigo divino o hacer responsable al “Dios” de la guerra, es parte de un discurso orientado a eliminar la comprensión tanto de los factores que las ocasionan, generalmente multifactoriales, pero casi siempre asociados a intereses de los grupos que en cada época se mantienen en la parte más alta de la escala social y, desde ahí, dicen no cómo es que son las cosas sino cómo ellos desean que deben interpretarse (ver Esther Pablos).

En el manejo actual de la pandemia así como en la interpretación que se ha hecho de ella, generalmente mono explicativa y reducida a interpretaciones biologistas que se ajustan al modelo hegemónico de negocios basado en la actual industria químico farmacéutica, pareciera que no existen razones de otro tipo que no sea el virus que la ocasiona y la respuesta (la vacuna) para solucionar el problema. Y no está mal aunque es insuficiente, porque hasta en las metodologías dominantes hoy de la ciencia hegemónica (los modelos sistémicos), una visión reduccionista de ese tipo ya no cabe.

Para quienes desean ver la pandemia desde otra óptica, en otra dimensión, habría que decir que las cifras son irreales tanto a nivel local y a nivel mundial. Miles y tal vez millones de personas mueren sin haber pisado un hospital o visto y diagnosticados por un médico. No existen estudios al respecto, pero se puede deducir de los cientos de notas que aparecen en los medios, en los comentarios de la gente y en las historias que conocemos entre nuestros propios amigos o familiares.

Lo cierto, me parece a mí, es que previamente a este primer pandemia mundial, cuyo mensaje es más que evidente acerca del fin de un modelo occidental de vida y que la narrativa biologista de la pandemia trata de ocultar, en la etapa anterior a que hiciera acto de presencia ante nosotros en su forma letal de muerte y dolor. La tragedia que vivimos tuvo un sedimento social de miseria y hambre que sirvió de tierra fértil para que la pandemia se muestre hasta nuestros días como tal, con millones de pérdidas humanas.

De acuerdo al Inegi según información destacada en estos días, existen en México 32 millones de personas que no superan los dos salarios mínimos, siete mil 393 pesos. De acuerdo a estudios de la CEPAL, de julio, 37.6 millones de personas en la subregión caerán a los estratos de pobreza. Lo que implica un deterior de los estratos medios. El índice de Gini, instrumento que se utiliza para medir la pobreza social, dice que en 2020 se ha incrementado en 4,9 puntos porcentuales, incrementando la desigualdad social en un hecho sin precedentes por la velocidad en que ocurre. Aunque como indican las mismas fuentes, el impacto ha sido diferente, de acuerdo a las condiciones de cada país. Antes de caer en la inanición, la gente decide, y es entendible, dejar el hogar y arriesgarse a los contagios antes de que la familia caiga en la inanición.

Pero, ¿qué significan esos datos en el curso de la actual pandemia? Significa que a las políticas de pérdida del empleo, del salario, de la protección social de la era neoliberal, se ha sumado la pandemia, lo que ha significado un acrecentamiento de las desigualdades sociales y, sobre todo, que las condiciones en que los diferentes segmentos de la población enfrenten la pandemia tienen un piso distinto. No es lo mismo el propietario de Elektra y Banco Azteca que “regala” un millón de pesos a sus clientes, mientras Juan Pérez quien sabe si mañana tendrá para comer.

Pero tenemos algo más, y tiene que ver con ese discurso biologicista de la tragedia pandémica. La pobreza y el hambre se traduce (y no sólo es un asunto de la calidad de la alimentación sino del alimento social) en enfermedades crónico degenerativas (diabetes, obesidad, hipertensión, etcétera), lo que implica considerar en las medidas contra la pandemia no únicamente el problema de la alimentación. El gran problema es que el espíritu no tiene de qué alimentarse cuando carece de los mínimos recursos para reproducirse sanamente.

Las enfermedades también tienen una causa social, cuando te avisan que ya no tienes trabajo, que eres pobre, que te vistes mal, que tienes que dar vuelta y vuelta para que te atiendan en una oficina cualquiera, que tu salario se redujo en el cincuenta por ciento, que llega el propietario de la vivienda a cobrarte la renta, que tu hijo abre el refrigerador y te dice que ya no hay leche, que el precio del transporte ya se incrementó, que irónicamente tienes que guardar la santa distancia en una combi atiborrada de personas necesitadas de un trato digno, que si circulas en bicicleta cualquier conductor de vehículos te puede considerar un estorbo, que tuviste que pedir prestado al banco y que tienes que pagar el doble o más de lo que pediste…

Y este es un escenario en donde una maldita pandemia que nos avisa que el modelo de sociedad no funciona más, debes esperar una vacuna que servirá para condicionar aún más a los “condenados de la tierra”, como diría Francis Fanon…, de donde se nutren las cifras de cien mil…

*Integrante de la corriente Posthumanismo Crítico Latinoamericano.