/ viernes 15 de marzo de 2019

Secreto a voces

De la ayuda como disciplina social…

Rafael Alfaro Izarraraz*

¿Qué es la ayuda? La respuesta a esta interrogante es categórica de parte de Marianne Groenemeyer: “… una manera de mantener el mendrugo en la boca de los subordinados sin que sientan el poder que los guía…”.

El poder es elegante porque no recurre a cadenas ni a la fuerza, se impone por la vía más sutil pero también la más eficaz desde el punto de vista de la dominación, como ayuda, a veces humanitaria.

En sus orígenes, la ayuda siempre fue vista con recelo por aquellas sociedades como la griega clásica, no confiaban en la ayuda desinteresada, totalmente desinteresada. Comprendían que hasta detrás de una palmada había intenciones ocultas de quien practicaba esa supuesta bondad ante las personas caídas de desgracias personales de tipo social. Arqueaban las cejas cuando veían estas cosas en la vida práctica.

Esa condición de insensibilidad ante la vida trágica que se le atribuía a un destino incierto y explicable mitológicamente, creó condiciones favorables para que la religión cristiana construyera una moral en la que el sacrificio en la tierra contribuiría a granjearse la vida eterna en un mundo místico. La ayuda sobre todo espiritual terminó por darle sustento a la idea de que “su tragedia” era un castigo que tenía como antecedente al “pecado original”.

Dice la autora que aquí citamos, Groeneymer, que la religión creó un ambiente en el que la ayuda tal y como se conserva todavía e ciertas capas sociales, se entiende como una acción sin condicionamientos. La piedad y la misericordia frente al otro es lo que impulsa a la “ayuda” desinteresada. Un hecho que ocurre de un momento a otro ante el impacto que ocasiona la adversidad que envuelve al “otro”.

Es verdad lo anterior y sobre todo en la experiencia reciente de las nuevas “comunidades religiosas” que han marcado una distancia con respecto a las jerarquías religiosas y que, como otras minorías, reclaman un lugar en el mundo actual y del que demandan se respetan sus maneras de pensar apegadas a ciertos principios religiosos que consideran posible ponerlos en práctica, pero lejos del centro eclesiástico.

Por otro lado, con respecto a la ayuda, habría que agregar que muchas de las prácticas tanto en la vida comunitaria occidental como de origen prehispánico, la ayuda se fundamenta en el prestigio al que se asciende a través del “dar”. Las festividades, los trabajos comunitarios y las relaciones familiares y barriales se ciñen a principios que estos grupos heredaron de su pasado y es una manera de reafirmar su cosmovisión en el presente.

El problema es que el poder ha trastocado toda esta herencia cultural y la pervertido. La ayuda por lo general en los regímenes políticos modernos está situada en el cálculo. Cada bien que se entrega a la población previamente clasificada por la narrativa oficial como pobre, busca el camino de obtener un beneficio de carácter político, así como el atenuar el conflicto potencial que estos grupos representan.

El primer gran competidor de la ayuda desinteresada fue la práctica filantrópica de grandes empresarios fundadores de la sociedad industrial, ante la retirada de la Iglesia (la capilla), del mundo agrícola preindustrial. Pero la filantropía de ayer y de ahora siempre ha cumplido una función como poder: bajar los decibeles al descontento social que provoca los grandes contrastes sociales, haciendo aparentar a los multimillonarios como buenos samaritanos.

En los hechos, la perversión ha llegado al límite de que en realidad la ayuda es una manera de disciplinar a ciertos grupos o a una sociedad en su conjunto, según expone Groenemeyer. A una sociedad, a un grupo social, a una familia o a alguien individualmente se le oferta cierta ayuda sin que él beneficiado pueda generar alguna sospecha de qué es lo que realmente encierra la ayuda que puede recibir o ha recibido.

La ayuda moderna son nuevas formas de poder y dominio pero que ahora se han refinado. Se les llama, argumenta Groenemeyer, programas de ayuda alimentaria o del desarrollo rural o del progreso. Desde los escritorios de alguna oficina gubernamental se establecen verticalmente quiénes son los “pobres” y la ayuda que van a recibir porque es lo que necesitan.

Ahí se cocina la misma zanahoria…

*Periodista por la UNAM, doctor en desarrollo por el Colegio de Postgraduados-Campus Puebla y profesor de la UATx.

De la ayuda como disciplina social…

Rafael Alfaro Izarraraz*

¿Qué es la ayuda? La respuesta a esta interrogante es categórica de parte de Marianne Groenemeyer: “… una manera de mantener el mendrugo en la boca de los subordinados sin que sientan el poder que los guía…”.

El poder es elegante porque no recurre a cadenas ni a la fuerza, se impone por la vía más sutil pero también la más eficaz desde el punto de vista de la dominación, como ayuda, a veces humanitaria.

En sus orígenes, la ayuda siempre fue vista con recelo por aquellas sociedades como la griega clásica, no confiaban en la ayuda desinteresada, totalmente desinteresada. Comprendían que hasta detrás de una palmada había intenciones ocultas de quien practicaba esa supuesta bondad ante las personas caídas de desgracias personales de tipo social. Arqueaban las cejas cuando veían estas cosas en la vida práctica.

Esa condición de insensibilidad ante la vida trágica que se le atribuía a un destino incierto y explicable mitológicamente, creó condiciones favorables para que la religión cristiana construyera una moral en la que el sacrificio en la tierra contribuiría a granjearse la vida eterna en un mundo místico. La ayuda sobre todo espiritual terminó por darle sustento a la idea de que “su tragedia” era un castigo que tenía como antecedente al “pecado original”.

Dice la autora que aquí citamos, Groeneymer, que la religión creó un ambiente en el que la ayuda tal y como se conserva todavía e ciertas capas sociales, se entiende como una acción sin condicionamientos. La piedad y la misericordia frente al otro es lo que impulsa a la “ayuda” desinteresada. Un hecho que ocurre de un momento a otro ante el impacto que ocasiona la adversidad que envuelve al “otro”.

Es verdad lo anterior y sobre todo en la experiencia reciente de las nuevas “comunidades religiosas” que han marcado una distancia con respecto a las jerarquías religiosas y que, como otras minorías, reclaman un lugar en el mundo actual y del que demandan se respetan sus maneras de pensar apegadas a ciertos principios religiosos que consideran posible ponerlos en práctica, pero lejos del centro eclesiástico.

Por otro lado, con respecto a la ayuda, habría que agregar que muchas de las prácticas tanto en la vida comunitaria occidental como de origen prehispánico, la ayuda se fundamenta en el prestigio al que se asciende a través del “dar”. Las festividades, los trabajos comunitarios y las relaciones familiares y barriales se ciñen a principios que estos grupos heredaron de su pasado y es una manera de reafirmar su cosmovisión en el presente.

El problema es que el poder ha trastocado toda esta herencia cultural y la pervertido. La ayuda por lo general en los regímenes políticos modernos está situada en el cálculo. Cada bien que se entrega a la población previamente clasificada por la narrativa oficial como pobre, busca el camino de obtener un beneficio de carácter político, así como el atenuar el conflicto potencial que estos grupos representan.

El primer gran competidor de la ayuda desinteresada fue la práctica filantrópica de grandes empresarios fundadores de la sociedad industrial, ante la retirada de la Iglesia (la capilla), del mundo agrícola preindustrial. Pero la filantropía de ayer y de ahora siempre ha cumplido una función como poder: bajar los decibeles al descontento social que provoca los grandes contrastes sociales, haciendo aparentar a los multimillonarios como buenos samaritanos.

En los hechos, la perversión ha llegado al límite de que en realidad la ayuda es una manera de disciplinar a ciertos grupos o a una sociedad en su conjunto, según expone Groenemeyer. A una sociedad, a un grupo social, a una familia o a alguien individualmente se le oferta cierta ayuda sin que él beneficiado pueda generar alguna sospecha de qué es lo que realmente encierra la ayuda que puede recibir o ha recibido.

La ayuda moderna son nuevas formas de poder y dominio pero que ahora se han refinado. Se les llama, argumenta Groenemeyer, programas de ayuda alimentaria o del desarrollo rural o del progreso. Desde los escritorios de alguna oficina gubernamental se establecen verticalmente quiénes son los “pobres” y la ayuda que van a recibir porque es lo que necesitan.

Ahí se cocina la misma zanahoria…

*Periodista por la UNAM, doctor en desarrollo por el Colegio de Postgraduados-Campus Puebla y profesor de la UATx.

ÚLTIMASCOLUMNAS