/ domingo 1 de noviembre de 2020

Secreto a voces | AMLO recupera la voz y el habla…

Durante décadas la presidencia no tuvo voz. El habla a través de la que se transmitían los mensajes desde la Presidencia de la República estuvo en manos no de quien ocupaba la presidencia, sino de quienes diferían sus mensajes. Las reformas, las iniciativas, las órdenes, la decisiones, etcétera, se transmitían por o a través de intermediarios. Existía una estructura o nodos de poder que recibían la voz, su sentido preciso, y ellos se encargaban de diferir el mensaje y ajustarlo o adecuarlo para el consumo social, de tal manera que el sentido del mensaje fuera reconvertido y cubierto de un ropaje que atenuara el impacto social que podría tener entre la población.


Estamos hablando de que se trató durante décadas de mensajes que tenían un carácter performativo, es decir, capaces de modificar la conducta de las personas no solamente de emitir mensajes en abstracto. No solamente eran los medios de comunicación, como por ejemplo, el corporativo Televisa, que llegó a ocupar el 80 por ciento del espectro televisivo a nivel nacional en la última década del siglo pasado, con aproximadamente 250 concesiones en todo el país. Estamos hablando de una estructura de poder como parte de los sistemas de información que hacían del sentido de la voz de la Presidencia un habla aparentemente inofensiva.


Participaba también Televisión Azteca, los sistemas de radio y televisión, los opinólogos, el cine, los científicos, intelectuales orgánicos, los funcionarios de segundo orden que eran los que aparecían exponiendo puntos de vista acerca de las decisiones presidenciales, los gobernadores, los alcaldes, entre otros. Esto no quiere decir que el presidente no utilizara la voz y el habla como medio para transmitir mensajes con respecto a lo que ocurría. Por supuesto que lo hacía, pero en lo fundamental, la voz se difería en la estructura de poder en donde la idea se multiplicaba en una infinidad de pequeños informes que se depositaban en las redes de poder general y local.


Todo se podía traducir pero siempre existía un tratamiento especial para algunos temas en donde la voz presidencial adquiría matices, tonos, de poder y dominio. La palabra escrita y expuesta verbalmente o través de cualquier lenguaje simbólico, se vestía de un ropaje que hacía que la voz se presentara de manera diferente a su sentido original como poder. El sentido de los mensajes podía recibir un tratamiento mediante el cual el sentido podía ser truqueado. Lo negativo del mensaje ser transformado y presentado como algo positivo o inevitable. La voz era diferida para el consumo de la masa.


Había una simbolización y codificación de los mensajes que evidentemente se referían a la realidad, a una pragmática contextual como diría Habermas. El sentido que se daba al habla y la voz y los mismos mensajes presidenciales era un tipo de entonación y lenguaje especial: en horarios estelares, en un contexto específico de las narrativas cotidianas en donde se tuviera un impacto determinado, los transmitían determinadas mujeres o bien hombres generalmente empáticos y construidos plásticamente, desechables y útiles temporalmente.


No se buscaba la verdad sino la dominación. Aunque el tema de la verdad es bastante plástico por su relatividad y el de la dominación tiene que ver con procesos históricos específicos, no será el momento en que abundemos. Agregamos que en cuanto a la voz y el habla, está aunque estaba directamente conectada con la presidencia y quienes ejercían el poder en la misma, su consumo estaba mediado por una conjunto de intermediarios y especialistas de la comunicación de segundo orden, que hicieron que la voz y el habla fuera incautada con el beneplácito del ocupante de Los Pinos.


Recordemos que el texto y el mensaje de segundo orden son manifestaciones apócrifas finalmente de la voz y el habla. Aún si hubiese sido el habla directa la que se transmite en mensajes y opiniones de segundo orden, se trata de un derivado, de algo que es diferente de lo original como dirían los filósofos de la deconstrucción como Derrida. No se debe ya confiar porque en el habla y la voz de segundo orden existen matices y esos matices son la clave del sentido deformador del mensaje.


Creo que las prácticas actuales de la presidencia que encabeza Obrador, ha recuperado la voz y el habla directa como una manera de recuperar el sentido de los mensajes. Los intermediarios, el escrito, la voz, los medios de comunicación electrónicos, la pluma, los gobiernos locales, todos de segundo orden, etcétera, han dejado de jugar un papel central en la codificación de los mensajes.


La codificación y la simbolización del sentido de los mensajes es otro. Este proceso deconstructivo de la voz y el habla desde la presidencia nos ha colocado ante un escenario totalmente diferente. Recordemos que la deconstrucción de los hechos tiene que ver con sumergirse en el acontecimiento para desestructurarlo en sus pilares fundamentales, pero dando vida a un producto nuevo.


Al dar vida a lo nuevo también se reconstruye todo desde todos sus ángulos. Desde luego que esto implica también o se ha visto fortalecido por la aparición de las redes sociales asociadas con la revolución ocurrida en las telecomunicaciones.


Comparto la idea del profesor Jalife en términos de que las nuevas tecnologías constituyen una especie de cárcel cibernética. Sin embargo, también es cierto que lo fue el mito, la religión, la política, etcétera. El punto es que el disciplinamiento de los cuerpos desde el poder es como el mito y el esfuerzo inútil de Sísifo, que remonta una y otra vez la piedra sobre la montaña para que vuelva a caer por virtud de su propia inercia y su peso, y como parte de la cárcel a la que fue sometido Sísifo como castigo emitido por los dioses de la mitología griega.


La presidencia ha recuperado la voz y el habla y con ello el sentido de los mensajes. Al comunicarse directamente con el pueblo, la presidencia conecta el sentido de los mensajes con el pueblo. Del otro lado, queda y languidece la antigua práctica pero sin el de la voz y sin su sentido pérfido.


Durante décadas la presidencia no tuvo voz. El habla a través de la que se transmitían los mensajes desde la Presidencia de la República estuvo en manos no de quien ocupaba la presidencia, sino de quienes diferían sus mensajes. Las reformas, las iniciativas, las órdenes, la decisiones, etcétera, se transmitían por o a través de intermediarios. Existía una estructura o nodos de poder que recibían la voz, su sentido preciso, y ellos se encargaban de diferir el mensaje y ajustarlo o adecuarlo para el consumo social, de tal manera que el sentido del mensaje fuera reconvertido y cubierto de un ropaje que atenuara el impacto social que podría tener entre la población.


Estamos hablando de que se trató durante décadas de mensajes que tenían un carácter performativo, es decir, capaces de modificar la conducta de las personas no solamente de emitir mensajes en abstracto. No solamente eran los medios de comunicación, como por ejemplo, el corporativo Televisa, que llegó a ocupar el 80 por ciento del espectro televisivo a nivel nacional en la última década del siglo pasado, con aproximadamente 250 concesiones en todo el país. Estamos hablando de una estructura de poder como parte de los sistemas de información que hacían del sentido de la voz de la Presidencia un habla aparentemente inofensiva.


Participaba también Televisión Azteca, los sistemas de radio y televisión, los opinólogos, el cine, los científicos, intelectuales orgánicos, los funcionarios de segundo orden que eran los que aparecían exponiendo puntos de vista acerca de las decisiones presidenciales, los gobernadores, los alcaldes, entre otros. Esto no quiere decir que el presidente no utilizara la voz y el habla como medio para transmitir mensajes con respecto a lo que ocurría. Por supuesto que lo hacía, pero en lo fundamental, la voz se difería en la estructura de poder en donde la idea se multiplicaba en una infinidad de pequeños informes que se depositaban en las redes de poder general y local.


Todo se podía traducir pero siempre existía un tratamiento especial para algunos temas en donde la voz presidencial adquiría matices, tonos, de poder y dominio. La palabra escrita y expuesta verbalmente o través de cualquier lenguaje simbólico, se vestía de un ropaje que hacía que la voz se presentara de manera diferente a su sentido original como poder. El sentido de los mensajes podía recibir un tratamiento mediante el cual el sentido podía ser truqueado. Lo negativo del mensaje ser transformado y presentado como algo positivo o inevitable. La voz era diferida para el consumo de la masa.


Había una simbolización y codificación de los mensajes que evidentemente se referían a la realidad, a una pragmática contextual como diría Habermas. El sentido que se daba al habla y la voz y los mismos mensajes presidenciales era un tipo de entonación y lenguaje especial: en horarios estelares, en un contexto específico de las narrativas cotidianas en donde se tuviera un impacto determinado, los transmitían determinadas mujeres o bien hombres generalmente empáticos y construidos plásticamente, desechables y útiles temporalmente.


No se buscaba la verdad sino la dominación. Aunque el tema de la verdad es bastante plástico por su relatividad y el de la dominación tiene que ver con procesos históricos específicos, no será el momento en que abundemos. Agregamos que en cuanto a la voz y el habla, está aunque estaba directamente conectada con la presidencia y quienes ejercían el poder en la misma, su consumo estaba mediado por una conjunto de intermediarios y especialistas de la comunicación de segundo orden, que hicieron que la voz y el habla fuera incautada con el beneplácito del ocupante de Los Pinos.


Recordemos que el texto y el mensaje de segundo orden son manifestaciones apócrifas finalmente de la voz y el habla. Aún si hubiese sido el habla directa la que se transmite en mensajes y opiniones de segundo orden, se trata de un derivado, de algo que es diferente de lo original como dirían los filósofos de la deconstrucción como Derrida. No se debe ya confiar porque en el habla y la voz de segundo orden existen matices y esos matices son la clave del sentido deformador del mensaje.


Creo que las prácticas actuales de la presidencia que encabeza Obrador, ha recuperado la voz y el habla directa como una manera de recuperar el sentido de los mensajes. Los intermediarios, el escrito, la voz, los medios de comunicación electrónicos, la pluma, los gobiernos locales, todos de segundo orden, etcétera, han dejado de jugar un papel central en la codificación de los mensajes.


La codificación y la simbolización del sentido de los mensajes es otro. Este proceso deconstructivo de la voz y el habla desde la presidencia nos ha colocado ante un escenario totalmente diferente. Recordemos que la deconstrucción de los hechos tiene que ver con sumergirse en el acontecimiento para desestructurarlo en sus pilares fundamentales, pero dando vida a un producto nuevo.


Al dar vida a lo nuevo también se reconstruye todo desde todos sus ángulos. Desde luego que esto implica también o se ha visto fortalecido por la aparición de las redes sociales asociadas con la revolución ocurrida en las telecomunicaciones.


Comparto la idea del profesor Jalife en términos de que las nuevas tecnologías constituyen una especie de cárcel cibernética. Sin embargo, también es cierto que lo fue el mito, la religión, la política, etcétera. El punto es que el disciplinamiento de los cuerpos desde el poder es como el mito y el esfuerzo inútil de Sísifo, que remonta una y otra vez la piedra sobre la montaña para que vuelva a caer por virtud de su propia inercia y su peso, y como parte de la cárcel a la que fue sometido Sísifo como castigo emitido por los dioses de la mitología griega.


La presidencia ha recuperado la voz y el habla y con ello el sentido de los mensajes. Al comunicarse directamente con el pueblo, la presidencia conecta el sentido de los mensajes con el pueblo. Del otro lado, queda y languidece la antigua práctica pero sin el de la voz y sin su sentido pérfido.