/ domingo 15 de agosto de 2021

Secreto a voces | El Barón de Coubertin, creador de la violencia deportiva simbólica actual

Si la política es la continuación de la guerra por otros medios, el deporte ¿por qué no es exactamente lo mismo? A excepción de Cuba, el medallero olímpico se observa a deportistas que obtienen las preseas y que pertenecen a las naciones ricas o desarrolladas y en donde el deporte no es únicamente una manera de entretenimiento sino también un medio a través del cual se normaliza la violencia por medio del deporte.

Mediante las olimpiadas se normaliza la violencia, es decir, que sean las naciones ricas y los deportistas de las naciones ricas las que dominen el deporte, que es una forma de violencia disfrazada a través del deporte. La idea del Barón Pierre de Coubertin de que existe un derecho al deporte es una falsedad. El deporte se practica en función de los deportes universalizados por las naciones ricas, por tanto, no existe tal derecho.

Las olimpiadas no son un medio a través del cual las naciones opten por el deporte como medio para dirimir la violencia existente entre las naciones. El Barón, como buen europeo, se olvidó exponer un detalle: nunca se le ocurrió decir que la violencia entre las naciones no era entre naciones iguales, sino el ejercicio de la violencia de las naciones europeas sobre las que no pertenecían a ese universo, asiáticas, latinoamericanas, africanas.

En realidad, las olimpiadas fueron una manera de normalizar la violencia que ejercían las naciones ricas sobre las más pobres, porque bendijo el hecho de que las naciones ricas organizaran el deporte en el mundo en función de sus deportes y con sus reglas, imponiendo en el mundo un dominio que se refleja en el medallero de cada cuatro años. Las olimpiadas sirvieron para que la violencia simbólica se reafirmara.

En la actualidad no ha cambiado en el fondo el hecho de que las justas deportivas sigan siendo un elemento a través del cual las naciones ricas ratifiquen el ejercicio de la violencia que en otros ámbitos ejercen, como lo ocurre en la economía, el poder militar, científico y cultural. El deporte olímpico y otros se han sumado a esa lógica, ocultando el traslado de aquella violencia al deporte e general pero que cada cuatro años se repite.

Eso sigue siendo un elemento siempre presente, cada cuatro años, cada justa olímpica se envía un mensaje a las naciones pobres, en el que se les ratifica la relación de dominados con respecto a las naciones ricas: eso es violencia simbólica. Veamos el medallero olímpico para darse cuenta de este elemento. Más allá del orden en que fueron ganadas las medallas, existe un mensaje muy claro, violento: las olimpiadas son las competencias más desiguales entre naciones.

Para las naciones ricas el triunfo en el deporte y sobre todo en eventos deportivos mundiales es un asunto de Estado. La imagen de una potencia económica no puede representarse débil ante los ojos del mundo incluido el deporte, porque ello implica proyectar una imagen que no se corresponde con su condición de potencia. Imaginemos por un momento a Estados Unidos obteniendo dos medallas de bronces en las olimpiadas. ¿Qué imagen se harían los cubanos y talibanes de ellos?

En automático la representación que el mundo se haría de esa nación conduciría a que una representación de debilidad que de inmediato se traduciría en una representación de fuerza del otro lado. Es algo que es parte de las reglas no escritas. De ahí que EU, China y otras potencias se disputen el medallero entre ellos. La violencia contra las naciones pobres es que ahí no tienen cabida y cada cuatro años es lo mismo.

En justas deportivas tan desiguales los que ganan son los que controlan el deporte. Si para el Barón Pierre De Coubertin la recuperación de las olimpiadas para la era moderna como un elemento que podría ayudar a transformar la violencia entre las naciones por confrontaciones deportivas bajo el principio de que el deporte es un derecho humano, la verdad es que las olimpiadas se han convertido en las promotoras de la violencia simbólica.

El derecho al deporte no deja de ser un principio que bajo las condiciones sociales de hoy es un medio para que las naciones ricas muestran el músculo a las más débiles. Estados Unidos venció a China en el medallero, aunque puede resultar un poco engañoso en la realidad en otros ámbitos más allá de lo deportivo, pero es un asunto que los EU no podían dejar de visualizar. Dejarse derrotar en los deportes por China se sumaría a otras más que le han endilgado al vecino del norte.

Existen otros factores de fondo, el uso del deporte para legitimar deportistas que luego serán asociados a empresas vendedoras de un determinado producto. El ascenso y su legitimación a través de las competencias es un asunto empresarial. La venta de productos de una empresa y las ventajas que puede lograr frente a otra puede no estar determinada por la calidad del producto, sino por la imagen de un deportista.

La justa deportiva lo que hace es legitimar a un deportista como el mejor, una vez que ha recibido por la vía de la competencia la medalla de oro es apto para que sea parte de una competencia en otro ámbito, la de las empresas que financian las justas deportivas como negocio. El mejor, el de la medalla de oro, tendrá una imagen que podrá utilizarse asociada a un producto determinado en donde el oro se traducirá en “oro verdadero”, no simbólico tanto para el deportista como para la empresa.

También las olimpiadas ratifican la violencia racial. Previo a las justas deportivas las empresas disponen de recursos para apoyar la participación de los deportistas de élite, por razones de marketing asociados a concepciones raciales. Esto es muy importante porque el deporte es un deporte dominado por los deportistas de tez blanca. No puede permitirse que las naciones pobres que tienen deportistas que pueden competir con los de las naciones ricas ganen las competencias por un asunto estrictamente racial.


Por eso en las olimpiadas triunfan las naciones ricas y los deportistas blancos, soportados por una estructura deportiva desigual que reproduce oro, plata y bronce o nada, como una violencia simbólica.


Si la política es la continuación de la guerra por otros medios, el deporte ¿por qué no es exactamente lo mismo? A excepción de Cuba, el medallero olímpico se observa a deportistas que obtienen las preseas y que pertenecen a las naciones ricas o desarrolladas y en donde el deporte no es únicamente una manera de entretenimiento sino también un medio a través del cual se normaliza la violencia por medio del deporte.

Mediante las olimpiadas se normaliza la violencia, es decir, que sean las naciones ricas y los deportistas de las naciones ricas las que dominen el deporte, que es una forma de violencia disfrazada a través del deporte. La idea del Barón Pierre de Coubertin de que existe un derecho al deporte es una falsedad. El deporte se practica en función de los deportes universalizados por las naciones ricas, por tanto, no existe tal derecho.

Las olimpiadas no son un medio a través del cual las naciones opten por el deporte como medio para dirimir la violencia existente entre las naciones. El Barón, como buen europeo, se olvidó exponer un detalle: nunca se le ocurrió decir que la violencia entre las naciones no era entre naciones iguales, sino el ejercicio de la violencia de las naciones europeas sobre las que no pertenecían a ese universo, asiáticas, latinoamericanas, africanas.

En realidad, las olimpiadas fueron una manera de normalizar la violencia que ejercían las naciones ricas sobre las más pobres, porque bendijo el hecho de que las naciones ricas organizaran el deporte en el mundo en función de sus deportes y con sus reglas, imponiendo en el mundo un dominio que se refleja en el medallero de cada cuatro años. Las olimpiadas sirvieron para que la violencia simbólica se reafirmara.

En la actualidad no ha cambiado en el fondo el hecho de que las justas deportivas sigan siendo un elemento a través del cual las naciones ricas ratifiquen el ejercicio de la violencia que en otros ámbitos ejercen, como lo ocurre en la economía, el poder militar, científico y cultural. El deporte olímpico y otros se han sumado a esa lógica, ocultando el traslado de aquella violencia al deporte e general pero que cada cuatro años se repite.

Eso sigue siendo un elemento siempre presente, cada cuatro años, cada justa olímpica se envía un mensaje a las naciones pobres, en el que se les ratifica la relación de dominados con respecto a las naciones ricas: eso es violencia simbólica. Veamos el medallero olímpico para darse cuenta de este elemento. Más allá del orden en que fueron ganadas las medallas, existe un mensaje muy claro, violento: las olimpiadas son las competencias más desiguales entre naciones.

Para las naciones ricas el triunfo en el deporte y sobre todo en eventos deportivos mundiales es un asunto de Estado. La imagen de una potencia económica no puede representarse débil ante los ojos del mundo incluido el deporte, porque ello implica proyectar una imagen que no se corresponde con su condición de potencia. Imaginemos por un momento a Estados Unidos obteniendo dos medallas de bronces en las olimpiadas. ¿Qué imagen se harían los cubanos y talibanes de ellos?

En automático la representación que el mundo se haría de esa nación conduciría a que una representación de debilidad que de inmediato se traduciría en una representación de fuerza del otro lado. Es algo que es parte de las reglas no escritas. De ahí que EU, China y otras potencias se disputen el medallero entre ellos. La violencia contra las naciones pobres es que ahí no tienen cabida y cada cuatro años es lo mismo.

En justas deportivas tan desiguales los que ganan son los que controlan el deporte. Si para el Barón Pierre De Coubertin la recuperación de las olimpiadas para la era moderna como un elemento que podría ayudar a transformar la violencia entre las naciones por confrontaciones deportivas bajo el principio de que el deporte es un derecho humano, la verdad es que las olimpiadas se han convertido en las promotoras de la violencia simbólica.

El derecho al deporte no deja de ser un principio que bajo las condiciones sociales de hoy es un medio para que las naciones ricas muestran el músculo a las más débiles. Estados Unidos venció a China en el medallero, aunque puede resultar un poco engañoso en la realidad en otros ámbitos más allá de lo deportivo, pero es un asunto que los EU no podían dejar de visualizar. Dejarse derrotar en los deportes por China se sumaría a otras más que le han endilgado al vecino del norte.

Existen otros factores de fondo, el uso del deporte para legitimar deportistas que luego serán asociados a empresas vendedoras de un determinado producto. El ascenso y su legitimación a través de las competencias es un asunto empresarial. La venta de productos de una empresa y las ventajas que puede lograr frente a otra puede no estar determinada por la calidad del producto, sino por la imagen de un deportista.

La justa deportiva lo que hace es legitimar a un deportista como el mejor, una vez que ha recibido por la vía de la competencia la medalla de oro es apto para que sea parte de una competencia en otro ámbito, la de las empresas que financian las justas deportivas como negocio. El mejor, el de la medalla de oro, tendrá una imagen que podrá utilizarse asociada a un producto determinado en donde el oro se traducirá en “oro verdadero”, no simbólico tanto para el deportista como para la empresa.

También las olimpiadas ratifican la violencia racial. Previo a las justas deportivas las empresas disponen de recursos para apoyar la participación de los deportistas de élite, por razones de marketing asociados a concepciones raciales. Esto es muy importante porque el deporte es un deporte dominado por los deportistas de tez blanca. No puede permitirse que las naciones pobres que tienen deportistas que pueden competir con los de las naciones ricas ganen las competencias por un asunto estrictamente racial.


Por eso en las olimpiadas triunfan las naciones ricas y los deportistas blancos, soportados por una estructura deportiva desigual que reproduce oro, plata y bronce o nada, como una violencia simbólica.