/ domingo 21 de junio de 2020

Secreto a voces | La naturaleza debe cuidarse de su propios “cuervos”…

La naturaleza es una potencia. Es muy fácil comprenderlo. Se puede colocar una semilla a unos cuantos centímetros de la superficie terrestre y al cabo de un tiempo se podrá ver que de la semilla brotará algo distinto a la semilla en forma de planta.

Si alguna persona alza su mano no podrá sostenerla demasiado tiempo porque se encontrará con una fuerza que le obligará a bajarla. Las aves vuelan por los aires sin necesidad de que alguna máquina los haya producido y creado con mecanismos interiores que les posibiliten volar. Las montañas, la flora y la fauna que las habita y cuya belleza estética se pierde cada día al destruirlas, no requirió de la existencia de algún pintor o arquitecto que las diseñara, pues poseen una fuerza intrínseca que hace de su existencia un juego de fuerzas y potencias que le han proporcionado la vida. Pero no es una fuerza y una potencia inofensiva, como veremos.


En ese escenario existen miles de millones de microorganismos así como partículas, igual por miles de millones, invisibles a nuestra mirada que cohabitan entre sí y con el ambiente al que pertenecen. Ni la vida natural ni los miles de millones de microorganismos que se mueven y multiplican conforman estructuras apacibles y dosificadas de un tipo de virtud que las haga dóciles y sujetas de conductas susceptibles de ser “dominadas” o domesticadas para beneficio de los seres humanos. Han sido estos últimos quienes en virtud de esa cualidad que poseen de pensamiento abstracto, y memoria, quienes han creído que la naturaleza no es otra que una serie de objetos que están a su disposición con el fin de mejorar sus condiciones de vida.


Hoy podemos comprender que estas formas de vida encontraron un momento propicio para emerger, de la mano de un fantástico universo que cuenta con una fuerza explosiva que se expande constantemente en ese eterno fluir al que pertenece, y cuyas características peculiares y únicas ocasionaron la existencia de nuestro planeta. Es de sobra conocido, pero también ocultado, que este último, está regido por un principio heraclitiano (ahora de indeterminación planteado por Heinsenberg y contrario al universo estable y mecánico newtoniano), que nos indica muy claramente que bajo los rayos del sol que iluminan nuestro pequeño universo lo único existente es una potencia que transita hacia lo extraordinario e insólito sin tiempo ni lugar ni fines preestablecidas.


Schopenhauer (filósofo alemán y autor de El mundo como voluntad y representación) entendió que lo que habita en la tierra es una imagen que es inspirada por una voluntad: la “perfecta adecuación del cuerpo humano y animal a la voluntad humana y animal en general ... Por eso las partes del cuerpo han de corresponder plenamente a los deseos fundamentales por los que se manifiesta la voluntad, han de ser la expresión visible de la misma: los dientes, la garganta y el conducto intestinal son el hambre objetivada; los genitales, el instinto sexual objetivado; las manos que hacen, los pies veloces, corresponden al afán ya más mediato de la voluntad que representan. Así como la forma humana general corresponde a la voluntad humana general, también a la voluntad modificada individualmente, al carácter del individuo, le corresponde la corporativización individual, que es característica expresiva por completo en todas sus partes...”


El filósofo alemán creía en la existencia de una divinidad que se representaba como una voluntad en la tierra que era la que dotaba de poder a las cosas existentes para que, como citamos en los primeros párrafos, poseyeran la fuerza y potencia que los anima y les proporciona la vitalidad de vivir. Cito a este filósofo y sus creencias teológicas porque su obra ayuda con sus ejemplos a comprender la guía de esta entrega periodística: mostrar que la naturaleza es una potencia a la que se le debe respetar. En ese sentido se nos ha educado mal (o tal vez deberíamos decir “domesticado”) después de que por más de 500 años nos han enseñado a representarnos a la naturaleza como un objeto inerte cuya única función es proporcionar bienes y servicios a los seres humanos. Y es tanto en enraizamiento que ha logrado en nosotros mismos esas ideas, que desentendernos de tales creencias nos cuesta bastantes dificultades.


La vida emerge en el planeta como una potencia como reflejo de esas fuerzas que dirigen y guían el fluir eterno del universo, pero también como un reflejo de una forma particular y única (algunos buscan su réplica en o fuera de nuestra galaxia, lo cual no es objeto de esta entrega), pero que posee sus propias particularidades trágicas si así se le quiere ver cuando la cualidad de comprender humana a tratado de entender de qué se trata la vida y el mundo natural en el que emerge como potencia de fuerzas y potencias ciegas que mandan en lo indeterminado. Dice Freud, que lo vivo surgió de lo inerte, de lo no vivo. La flama de fuego que originalmente constituyó a la tierra, y que se puede observar en las erupciones volcánicas, se enfrió y de la combinación de las sustancias del universo, emergió lo no vivo y lo vivo.


La emergencia de lo vivo y nuestra mirada de cómo ocurre está domesticada y no nos permite ver que cada vez que nace lo vivo de lo aparentemente inerte como es una semilla de maíz o cualquier otra. Cada vez que una nueva forma de vida emerge, como la vida humana misma, es una lucha tremenda entre lo no vivo y lo vivo (Para algunos filósofos si la vida surgió de lo inerte entonces no es inerte, pero es otra discusión). Estas fuerzas que se enfrentan son una manifestación y expresión de las potencias del universo de las que formamos parte. Y como potencias, se enfrentan y luchan por separarse, emerger, tomar una ruta distinta y continuar un camino indeterminado e insólito, conformado estados de naturaleza en donde prevalece la lucha por la vida. Freud, utiliza como metáfora una liga para representar a la vida que se desliga y, por tanto, tensa la relación con lo inerte al que finalmente regresará porque estamos ligados a esa elasticidad de dónde provenimos: “origen es destino”, dice el autor del psicoanálisis.



La actual pandemia que se explica por la existencia de un tipo de ser humano (el buscador del “bien común” por la vía del mercado) que se ha creído estar por encima de la naturaleza y cuya práctica ha removido las potencias naturales que existen y se manifiestan en lo que nos rodea, todavía cree en encontrar cura en una vacuna (a la que por supuesto no nos oponemos), cuando en realidad no quiere reconocerse a sí mismo como el principal causante de la actual tragedia ambiental y de activar fuerzas que pueden aplastar cualquier amenaza que provenga de sus propios “cuervos”.


La naturaleza es una potencia. Es muy fácil comprenderlo. Se puede colocar una semilla a unos cuantos centímetros de la superficie terrestre y al cabo de un tiempo se podrá ver que de la semilla brotará algo distinto a la semilla en forma de planta.

Si alguna persona alza su mano no podrá sostenerla demasiado tiempo porque se encontrará con una fuerza que le obligará a bajarla. Las aves vuelan por los aires sin necesidad de que alguna máquina los haya producido y creado con mecanismos interiores que les posibiliten volar. Las montañas, la flora y la fauna que las habita y cuya belleza estética se pierde cada día al destruirlas, no requirió de la existencia de algún pintor o arquitecto que las diseñara, pues poseen una fuerza intrínseca que hace de su existencia un juego de fuerzas y potencias que le han proporcionado la vida. Pero no es una fuerza y una potencia inofensiva, como veremos.


En ese escenario existen miles de millones de microorganismos así como partículas, igual por miles de millones, invisibles a nuestra mirada que cohabitan entre sí y con el ambiente al que pertenecen. Ni la vida natural ni los miles de millones de microorganismos que se mueven y multiplican conforman estructuras apacibles y dosificadas de un tipo de virtud que las haga dóciles y sujetas de conductas susceptibles de ser “dominadas” o domesticadas para beneficio de los seres humanos. Han sido estos últimos quienes en virtud de esa cualidad que poseen de pensamiento abstracto, y memoria, quienes han creído que la naturaleza no es otra que una serie de objetos que están a su disposición con el fin de mejorar sus condiciones de vida.


Hoy podemos comprender que estas formas de vida encontraron un momento propicio para emerger, de la mano de un fantástico universo que cuenta con una fuerza explosiva que se expande constantemente en ese eterno fluir al que pertenece, y cuyas características peculiares y únicas ocasionaron la existencia de nuestro planeta. Es de sobra conocido, pero también ocultado, que este último, está regido por un principio heraclitiano (ahora de indeterminación planteado por Heinsenberg y contrario al universo estable y mecánico newtoniano), que nos indica muy claramente que bajo los rayos del sol que iluminan nuestro pequeño universo lo único existente es una potencia que transita hacia lo extraordinario e insólito sin tiempo ni lugar ni fines preestablecidas.


Schopenhauer (filósofo alemán y autor de El mundo como voluntad y representación) entendió que lo que habita en la tierra es una imagen que es inspirada por una voluntad: la “perfecta adecuación del cuerpo humano y animal a la voluntad humana y animal en general ... Por eso las partes del cuerpo han de corresponder plenamente a los deseos fundamentales por los que se manifiesta la voluntad, han de ser la expresión visible de la misma: los dientes, la garganta y el conducto intestinal son el hambre objetivada; los genitales, el instinto sexual objetivado; las manos que hacen, los pies veloces, corresponden al afán ya más mediato de la voluntad que representan. Así como la forma humana general corresponde a la voluntad humana general, también a la voluntad modificada individualmente, al carácter del individuo, le corresponde la corporativización individual, que es característica expresiva por completo en todas sus partes...”


El filósofo alemán creía en la existencia de una divinidad que se representaba como una voluntad en la tierra que era la que dotaba de poder a las cosas existentes para que, como citamos en los primeros párrafos, poseyeran la fuerza y potencia que los anima y les proporciona la vitalidad de vivir. Cito a este filósofo y sus creencias teológicas porque su obra ayuda con sus ejemplos a comprender la guía de esta entrega periodística: mostrar que la naturaleza es una potencia a la que se le debe respetar. En ese sentido se nos ha educado mal (o tal vez deberíamos decir “domesticado”) después de que por más de 500 años nos han enseñado a representarnos a la naturaleza como un objeto inerte cuya única función es proporcionar bienes y servicios a los seres humanos. Y es tanto en enraizamiento que ha logrado en nosotros mismos esas ideas, que desentendernos de tales creencias nos cuesta bastantes dificultades.


La vida emerge en el planeta como una potencia como reflejo de esas fuerzas que dirigen y guían el fluir eterno del universo, pero también como un reflejo de una forma particular y única (algunos buscan su réplica en o fuera de nuestra galaxia, lo cual no es objeto de esta entrega), pero que posee sus propias particularidades trágicas si así se le quiere ver cuando la cualidad de comprender humana a tratado de entender de qué se trata la vida y el mundo natural en el que emerge como potencia de fuerzas y potencias ciegas que mandan en lo indeterminado. Dice Freud, que lo vivo surgió de lo inerte, de lo no vivo. La flama de fuego que originalmente constituyó a la tierra, y que se puede observar en las erupciones volcánicas, se enfrió y de la combinación de las sustancias del universo, emergió lo no vivo y lo vivo.


La emergencia de lo vivo y nuestra mirada de cómo ocurre está domesticada y no nos permite ver que cada vez que nace lo vivo de lo aparentemente inerte como es una semilla de maíz o cualquier otra. Cada vez que una nueva forma de vida emerge, como la vida humana misma, es una lucha tremenda entre lo no vivo y lo vivo (Para algunos filósofos si la vida surgió de lo inerte entonces no es inerte, pero es otra discusión). Estas fuerzas que se enfrentan son una manifestación y expresión de las potencias del universo de las que formamos parte. Y como potencias, se enfrentan y luchan por separarse, emerger, tomar una ruta distinta y continuar un camino indeterminado e insólito, conformado estados de naturaleza en donde prevalece la lucha por la vida. Freud, utiliza como metáfora una liga para representar a la vida que se desliga y, por tanto, tensa la relación con lo inerte al que finalmente regresará porque estamos ligados a esa elasticidad de dónde provenimos: “origen es destino”, dice el autor del psicoanálisis.



La actual pandemia que se explica por la existencia de un tipo de ser humano (el buscador del “bien común” por la vía del mercado) que se ha creído estar por encima de la naturaleza y cuya práctica ha removido las potencias naturales que existen y se manifiestan en lo que nos rodea, todavía cree en encontrar cura en una vacuna (a la que por supuesto no nos oponemos), cuando en realidad no quiere reconocerse a sí mismo como el principal causante de la actual tragedia ambiental y de activar fuerzas que pueden aplastar cualquier amenaza que provenga de sus propios “cuervos”.