/ domingo 7 de junio de 2020

Secreto a voces | Las desgracias se han democratizado: Beck

Es importante la lectura de la obra de Ulrich Beck autor del clásico: “La sociedad del riesgo”. Lo que ahora ocurre con la actual pandemia, la que infelizmente empezó en los países ricos y la clase media alta de esas naciones y de las menos desarrolladas, fue advertido, en algunos aspectos, increíblemente, hace pocos años por Beck.


Como lo hemos expuesto en otras entregas sobre el tema, los científicos sociales y los estudiosos del ambiente, que han seguido atentamente los riesgos ambientales que generó el actual modelo de sociedad industrial, han venido planteando desde hace algunas décadas evidencias si no de un apocalipsis por lo menos se acerca mucho a esa metáfora levítica, con la característica expresada por Beck de que: “las desgracias se han democratizado”.


Parte de los fundamentos se encuentra en dos accidentes implicaron la diseminación de gases radioactivos, en 1979, en Three Mile Island en Harrisburg, Pensilvania, en los Estados Unidos y, más tarde, en 1986, en la planta de Chernóbil, en la ex Unión Soviética, en 1986. La potencia de la radioactividad se expandió, impactó y amenazó a toda la población. Beck valora que los riesgos que vive la sociedad no afectan como en el pasado solamente a ciertas capas de la población, sino que en general impactan de manera similar a toda la población. Es decir, las desgracias que la población vive, según Beck, se han democratizado porque lo mismo afectan a una clase que a otra. Cuando se manifiesta la potencialidad de los riesgos no existe grupo o capa social que se escape. Y, como veremos más adelante, ni país o región, el riesgo se disemina por todo el mundo.


Se puede coincidir o no con Beck, en general, con la tesis de que, en la sociedad del riesgo, el riesgo democratiza las desgracias, pero en el caso de los accidentes de las plantas nucleoeléctricas tiene toda la razón. Lo ocurrido durante la Segunda Guerra Mundial, en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, muestra el impacto de las bombas atómicas lanzadas por el gobierno norteamericano que, aunque hubiesen querido seleccionar un objetivo específico eso habría sido imposible dentro del territorio de ambas ciudades. En la actualidad, la potencia de una explosión de los arsenales nucleares implicaría el exterminio de los seres vivos del planeta. En ese sentido, la muerte es una amenaza para todas las capas de la población. En ese sentido, dice Beck, se ha democratizado. Obviamente, es la manifestación del poder de nuestros tiempos.


El sentido lógico que plantea Beck, en términos de que, en la sociedad actual, consiste en que la modernidad se ha convertido en una contra modernidad, debido a que se desvanecen lo que él llama los logros de la primera (las conquistas laborales) y segunda modernidad (el modelo de Estado de bienestar keynesiano). A ello le sigue que el impacto ambiental causado por la relación sociedad industrial y apropiación de la naturaleza. Lo anterior ha ocasionado un daño a la naturaleza que se manifiesta en, por ejemplo, la contaminación ambiental. Eso ha implicado que la potencia de los problemas ambientales anula los sistemas de protección tradicionales construidos contra las desgracias, los efectos en el territorio, la ciudad, el bienestar, los submarinos, las bases militares, la fortificación militar o nuclear y los grandes mecanismos de uso de mortíferas armas entre humanos.


Ante la nueva realidad, todos esos mecanismos de protección de una necrocultura, son inútiles porque un microscópico virus llamado Sars-Cov2, los ridiculizó. Aquí habrá que hacer entender al mundo y las élites de las naciones que acumulan ese gran poder de destrucción masiva que se la base del riesgo y de la sociedad del riesgo (aunque no son los únicos, como veremos más adelante), que a partir de la pandemia las guerras se han desplazado a otros lugares, ya no es entre potencias sino entre la humanidad y la necesidad de restaurar lo destruido en el pasado, para atenuar el poder de la naturaleza, que trataremos en una entrega posterior.


Aunque con respecto a este fenómeno de la contaminación puede asistirle razón a Beck y en otros casos ya señalados, existe infinidad de matices sociales cuando se valora la manera en que se expresa socialmente cada acontecimiento en la cotidianidad. Durante la pandemia de la Covid-19, la hija de un hombre rico que había fallecido en un hospital derivado del contagio adquirido por virus, decía, a través de Facebook, que su padre a pesar de contar con tanto dinero, había muerto tratando de llevar aire a sus pulmones, algo que nada cuesta, y que sin embargo ni con toda la riqueza que poseía pudo comprar un poco del aire que le faltaba para llevarlo a sus pulmones. Terminó su comentario diciendo que su riqueza se había quedado aquí y que nada se había podido llevar con él al morir.


Sin embargo, también hemos sido testigos de hechos como aquellos que ocurren con la población migrante que habita en ciudades como Nueva York, en los Estados Unidos, que no pudieron acudir a un hospital para que atendieran a alguno de sus familiares contagiados por Covid-19, debido a los costos que implica el uso de servicios de privatizados. O bien, la población considerada como “vieja” de países como Italia, que fue afectada por la pandemia y que muchos de ellos ante la saturación de los hospitales, únicamente llegaban morirse al lugar. En ciudades latinoamericanas, como Ecuador, los familiares de los contagiados abandonaban los ataúdes en plena calle para que el gobierno o alguien más se hiciera cargo de su sepultura. Nadie niega que fue muy marcada la ruta de la contaminación que empezó a transmitirse entre la población de la clase media alta que viajaba a los países desarrollados, pero es evidente que todavía existen matices en la forma en que los grupos sociales enfrentan y siguen enfrentado la pandemia.


Ahora bien y este es un factor muy importante que en el pasado no ocurría pero que es un elemento nuevo, se deduce de la lectura de la obra de Beck, que en la medida en que las desgracias se empiezan a democratizar, y al existir una Sociedad Mundial del Riesgo, implica que la pandemia es primero mundial y que ya no pasa necesariamente por los países pobres sino por los ricos. Las naciones pobres, tradicionalmente expuestos a epidemias, pobreza, guerras, plagas, entre otros hechos, apenas viven el inicio de la pandemia eso sí, todavía no lo sabemos a cabalidad, igual o más trágica. A casi medio año de que se inició la pandemia en China, en diciembre de 2019, África mantiene apenas un 2.6 de contagios de su población, mientras que Europa y Estados Unidos, llegaron a concentrar en algunas etapas el 50 por ciento de los contagios ocurridos en ese momento a nivel mundial.


Estos dos aspectos la democratización de los riesgos y la nueva ruta que adoptó la pandemia, de primero iniciar en las naciones ricas, son dos importantes aspectos que se deducen de los trabajos del sociólogo alemán, Ulrich Beck.


Es importante la lectura de la obra de Ulrich Beck autor del clásico: “La sociedad del riesgo”. Lo que ahora ocurre con la actual pandemia, la que infelizmente empezó en los países ricos y la clase media alta de esas naciones y de las menos desarrolladas, fue advertido, en algunos aspectos, increíblemente, hace pocos años por Beck.


Como lo hemos expuesto en otras entregas sobre el tema, los científicos sociales y los estudiosos del ambiente, que han seguido atentamente los riesgos ambientales que generó el actual modelo de sociedad industrial, han venido planteando desde hace algunas décadas evidencias si no de un apocalipsis por lo menos se acerca mucho a esa metáfora levítica, con la característica expresada por Beck de que: “las desgracias se han democratizado”.


Parte de los fundamentos se encuentra en dos accidentes implicaron la diseminación de gases radioactivos, en 1979, en Three Mile Island en Harrisburg, Pensilvania, en los Estados Unidos y, más tarde, en 1986, en la planta de Chernóbil, en la ex Unión Soviética, en 1986. La potencia de la radioactividad se expandió, impactó y amenazó a toda la población. Beck valora que los riesgos que vive la sociedad no afectan como en el pasado solamente a ciertas capas de la población, sino que en general impactan de manera similar a toda la población. Es decir, las desgracias que la población vive, según Beck, se han democratizado porque lo mismo afectan a una clase que a otra. Cuando se manifiesta la potencialidad de los riesgos no existe grupo o capa social que se escape. Y, como veremos más adelante, ni país o región, el riesgo se disemina por todo el mundo.


Se puede coincidir o no con Beck, en general, con la tesis de que, en la sociedad del riesgo, el riesgo democratiza las desgracias, pero en el caso de los accidentes de las plantas nucleoeléctricas tiene toda la razón. Lo ocurrido durante la Segunda Guerra Mundial, en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, muestra el impacto de las bombas atómicas lanzadas por el gobierno norteamericano que, aunque hubiesen querido seleccionar un objetivo específico eso habría sido imposible dentro del territorio de ambas ciudades. En la actualidad, la potencia de una explosión de los arsenales nucleares implicaría el exterminio de los seres vivos del planeta. En ese sentido, la muerte es una amenaza para todas las capas de la población. En ese sentido, dice Beck, se ha democratizado. Obviamente, es la manifestación del poder de nuestros tiempos.


El sentido lógico que plantea Beck, en términos de que, en la sociedad actual, consiste en que la modernidad se ha convertido en una contra modernidad, debido a que se desvanecen lo que él llama los logros de la primera (las conquistas laborales) y segunda modernidad (el modelo de Estado de bienestar keynesiano). A ello le sigue que el impacto ambiental causado por la relación sociedad industrial y apropiación de la naturaleza. Lo anterior ha ocasionado un daño a la naturaleza que se manifiesta en, por ejemplo, la contaminación ambiental. Eso ha implicado que la potencia de los problemas ambientales anula los sistemas de protección tradicionales construidos contra las desgracias, los efectos en el territorio, la ciudad, el bienestar, los submarinos, las bases militares, la fortificación militar o nuclear y los grandes mecanismos de uso de mortíferas armas entre humanos.


Ante la nueva realidad, todos esos mecanismos de protección de una necrocultura, son inútiles porque un microscópico virus llamado Sars-Cov2, los ridiculizó. Aquí habrá que hacer entender al mundo y las élites de las naciones que acumulan ese gran poder de destrucción masiva que se la base del riesgo y de la sociedad del riesgo (aunque no son los únicos, como veremos más adelante), que a partir de la pandemia las guerras se han desplazado a otros lugares, ya no es entre potencias sino entre la humanidad y la necesidad de restaurar lo destruido en el pasado, para atenuar el poder de la naturaleza, que trataremos en una entrega posterior.


Aunque con respecto a este fenómeno de la contaminación puede asistirle razón a Beck y en otros casos ya señalados, existe infinidad de matices sociales cuando se valora la manera en que se expresa socialmente cada acontecimiento en la cotidianidad. Durante la pandemia de la Covid-19, la hija de un hombre rico que había fallecido en un hospital derivado del contagio adquirido por virus, decía, a través de Facebook, que su padre a pesar de contar con tanto dinero, había muerto tratando de llevar aire a sus pulmones, algo que nada cuesta, y que sin embargo ni con toda la riqueza que poseía pudo comprar un poco del aire que le faltaba para llevarlo a sus pulmones. Terminó su comentario diciendo que su riqueza se había quedado aquí y que nada se había podido llevar con él al morir.


Sin embargo, también hemos sido testigos de hechos como aquellos que ocurren con la población migrante que habita en ciudades como Nueva York, en los Estados Unidos, que no pudieron acudir a un hospital para que atendieran a alguno de sus familiares contagiados por Covid-19, debido a los costos que implica el uso de servicios de privatizados. O bien, la población considerada como “vieja” de países como Italia, que fue afectada por la pandemia y que muchos de ellos ante la saturación de los hospitales, únicamente llegaban morirse al lugar. En ciudades latinoamericanas, como Ecuador, los familiares de los contagiados abandonaban los ataúdes en plena calle para que el gobierno o alguien más se hiciera cargo de su sepultura. Nadie niega que fue muy marcada la ruta de la contaminación que empezó a transmitirse entre la población de la clase media alta que viajaba a los países desarrollados, pero es evidente que todavía existen matices en la forma en que los grupos sociales enfrentan y siguen enfrentado la pandemia.


Ahora bien y este es un factor muy importante que en el pasado no ocurría pero que es un elemento nuevo, se deduce de la lectura de la obra de Beck, que en la medida en que las desgracias se empiezan a democratizar, y al existir una Sociedad Mundial del Riesgo, implica que la pandemia es primero mundial y que ya no pasa necesariamente por los países pobres sino por los ricos. Las naciones pobres, tradicionalmente expuestos a epidemias, pobreza, guerras, plagas, entre otros hechos, apenas viven el inicio de la pandemia eso sí, todavía no lo sabemos a cabalidad, igual o más trágica. A casi medio año de que se inició la pandemia en China, en diciembre de 2019, África mantiene apenas un 2.6 de contagios de su población, mientras que Europa y Estados Unidos, llegaron a concentrar en algunas etapas el 50 por ciento de los contagios ocurridos en ese momento a nivel mundial.


Estos dos aspectos la democratización de los riesgos y la nueva ruta que adoptó la pandemia, de primero iniciar en las naciones ricas, son dos importantes aspectos que se deducen de los trabajos del sociólogo alemán, Ulrich Beck.