/ domingo 28 de marzo de 2021

Secreto a voces | Obradorismo y zapatismo

El zapatismo emerge como una rebelión con características que no encajaba en la lógica de las teorías que acompañaron a la izquierda durante décadas, como una rebelión indígena. El levantamiento zapatista indígena no había manera de encuadrarlo en la lógica de las teorías revolucionarias occidentales que dominaron las rebeliones del siglo XX, con sus excepciones por supuesto, pero excepciones. Las teorías revolucionarias pensadas desde occidente estuvieron marcadas por un horizonte lineal en donde el proletariado y la revolución socialista no compartían créditos con nadie.


Otro aspecto que sorprendió es la ruptura con las teorías del poder. Los teóricos contemporáneos, las corrientes neoestructuralistas, como la francesa, habían roto con la idea de poder marxista. La concepción de Foucault de entender el poder como una sabia que circula entre la población y ordena y organiza su conducta, hasta en los niveles micro sociales, implicaba un deslinde con la idea tradicional de que el poder se encuentra estructurado y materializado en los poderes tradicionales que todos conocemos. Su conquista equivaldría a reorientar el poder con otro sentido.


El zapatismo nunca se ha propuesto la toma del poder. Con esta postura inaugura una época que rompe con las ideas tradicionales de las agrupaciones de la izquierda radical, cuyos antecedentes teóricos y organizativos tuvieron como origen el marxismo y más tarde las corrientes neomarxistas. No fue fácil comprender su postura, pero lo cierto es que rápidamente ganó adeptos en la sociedad mexicana que los reconoció en las calles cuando recorrieron el país hace ya 20 años como muy bien lo recuerda Luis Hernández Navarro en un artículo publicado en el diario La Jornada (16/082021).


El zapatismo, inspirado por prácticas en núcleos sociales distintos a los tradicionales, mientras rompía con la tradición revolucionaria clásica, hizo todo lo contrario en cuanto a cómo enfrentar al Estado mexicano. Sin embargo, la declaración de guerra del zapatismo al Estado mexicano no fue secundada por la sociedad. Fue reconocido el valor en la opinión pública y amplios sectores que se organizaron en comités por todo el país. Líderes sociales y dirigentes políticos acudieron al llamado del zapatismo y participaron de las convenciones nacionales a las que fueron convocados. El proyecto zapatista amplió la influencia hacia sectores no indígenas.


A partir de la negativa de reconocer los acuerdos de San Andrés, la reforma que se llevó a cabo finalmente impuso una visión de la sociedad indígena que continuaría una relación de dependencia con respecto del Estado mexicano. De acuerdo a Harvey Neil (2016) (ver: practicando la autonomía: el zapatismo y la liberación decolonial, publicado por la revista El cotidiano): "Las reformas que fueron aprobadas (conocidas como la Ley Indígena) eran, por tanto, mucho más limitadas que los Acuerdos de San Andrés y la iniciativa de la Cocopa. La Ley Indígena no especificó la estructura organizativa ni los alcances territoriales para el ejercicio de la autonomía indígena, dejando esta tarea a los congresos locales y quitando la capacidad de decisión de las manos de los mismos pueblos indígenas. Las comunidades indígenas fueron categorizadas como instituciones de "interés público" y no como entidades de "derecho público" (a diferencia de la propuesta de la Cocopa)".


El zapatismo orientó sus fuerzas hacia la práctica de un tipo de autonomía en la que rechazaba los programas oficiales de apoyo, que consideró como un medio de dominación hacia las comunidades. El zapatismo no había mantenido una relación de confrontación con la izquierda que participaba en los procesos electorales. De hecho, recibieron al ingeniero Cárdenas en la Selva Lacandona, quien se hizo acompañar por el ahora presidente Andrés Manuel López Obrador y a la misma Rosario Ibarra de Piedra.


El obradorismo y el zapatismo tienen fuentes de origen distintos. Mientras que el zapatismo es una corriente inspirada en las teorías de la teología de la liberación y que transitó a una postura de inspiración anti capitalista, ecologista e indigenista; el obradorismo tiene como antecedente a las luchas por la democracia electoral que se iniciaron con el fraude electoral contra el ingeniero Cárdenas en 1988. Esta corriente ha evolucionado hacia algo nuevo e inédito: la propuesta de una Cuarta Transformación cuyo antecedente histórico se ubica en la Independencia, la Reforma y la Revolución Mexicana. Es algo más profundo que un simple triunfo electoral.


Por supuesto que al transitar por la vía electoral tendrá sus complicaciones, pero es como toda experiencia, tendrá sus pros y sus contras, pero la 4T no es un simple anuncio cualquiera como algunos lo apreciamos equivocadamente. Va dirigido a cambios fundamentales de la sociedad mexicana que sin ser parte quien esto escribe del partido en el poder, se pueden apreciar a todas luces: el pueblo convertido en el eje del cambio.


Al triunfo de AMLO, el zapatismo utilizó un lenguaje bastante duro para definir al titular del Ejecutivo federal al que llamó capataz. Se entiende que este adjetivo ubica al obradorismo como una corriente al servicio (es una metáfora) de los hacendados en este caso las élites empresariales mexicanas. Las palabras del Comandante Moisés (antes Marcos) no cayeron bien entre las masas que llevaron a Obrador al poder. AMLO es una figura que independientemente de encabezar una corriente nacionalista radical, es un hombre que ha logrado imprimir a su movimiento un legítimo sentimiento social que llevó a ponerle fin a uno de los modelos económicos más antipopulares que han existido, muy similar a la época de la acumulación originaria de capital.



El distanciamiento entre estas dos corrientes es lamentable, pero así es. Yo creo que Obrador y su grupo no entienden cabalmente algunos problemas que el zapatismo ha comprendido mejor, como es el tema de las mujeres y el indigenismo. Pero los puentes de diálogo se han cerrado entre ambos.


El zapatismo emerge como una rebelión con características que no encajaba en la lógica de las teorías que acompañaron a la izquierda durante décadas, como una rebelión indígena. El levantamiento zapatista indígena no había manera de encuadrarlo en la lógica de las teorías revolucionarias occidentales que dominaron las rebeliones del siglo XX, con sus excepciones por supuesto, pero excepciones. Las teorías revolucionarias pensadas desde occidente estuvieron marcadas por un horizonte lineal en donde el proletariado y la revolución socialista no compartían créditos con nadie.


Otro aspecto que sorprendió es la ruptura con las teorías del poder. Los teóricos contemporáneos, las corrientes neoestructuralistas, como la francesa, habían roto con la idea de poder marxista. La concepción de Foucault de entender el poder como una sabia que circula entre la población y ordena y organiza su conducta, hasta en los niveles micro sociales, implicaba un deslinde con la idea tradicional de que el poder se encuentra estructurado y materializado en los poderes tradicionales que todos conocemos. Su conquista equivaldría a reorientar el poder con otro sentido.


El zapatismo nunca se ha propuesto la toma del poder. Con esta postura inaugura una época que rompe con las ideas tradicionales de las agrupaciones de la izquierda radical, cuyos antecedentes teóricos y organizativos tuvieron como origen el marxismo y más tarde las corrientes neomarxistas. No fue fácil comprender su postura, pero lo cierto es que rápidamente ganó adeptos en la sociedad mexicana que los reconoció en las calles cuando recorrieron el país hace ya 20 años como muy bien lo recuerda Luis Hernández Navarro en un artículo publicado en el diario La Jornada (16/082021).


El zapatismo, inspirado por prácticas en núcleos sociales distintos a los tradicionales, mientras rompía con la tradición revolucionaria clásica, hizo todo lo contrario en cuanto a cómo enfrentar al Estado mexicano. Sin embargo, la declaración de guerra del zapatismo al Estado mexicano no fue secundada por la sociedad. Fue reconocido el valor en la opinión pública y amplios sectores que se organizaron en comités por todo el país. Líderes sociales y dirigentes políticos acudieron al llamado del zapatismo y participaron de las convenciones nacionales a las que fueron convocados. El proyecto zapatista amplió la influencia hacia sectores no indígenas.


A partir de la negativa de reconocer los acuerdos de San Andrés, la reforma que se llevó a cabo finalmente impuso una visión de la sociedad indígena que continuaría una relación de dependencia con respecto del Estado mexicano. De acuerdo a Harvey Neil (2016) (ver: practicando la autonomía: el zapatismo y la liberación decolonial, publicado por la revista El cotidiano): "Las reformas que fueron aprobadas (conocidas como la Ley Indígena) eran, por tanto, mucho más limitadas que los Acuerdos de San Andrés y la iniciativa de la Cocopa. La Ley Indígena no especificó la estructura organizativa ni los alcances territoriales para el ejercicio de la autonomía indígena, dejando esta tarea a los congresos locales y quitando la capacidad de decisión de las manos de los mismos pueblos indígenas. Las comunidades indígenas fueron categorizadas como instituciones de "interés público" y no como entidades de "derecho público" (a diferencia de la propuesta de la Cocopa)".


El zapatismo orientó sus fuerzas hacia la práctica de un tipo de autonomía en la que rechazaba los programas oficiales de apoyo, que consideró como un medio de dominación hacia las comunidades. El zapatismo no había mantenido una relación de confrontación con la izquierda que participaba en los procesos electorales. De hecho, recibieron al ingeniero Cárdenas en la Selva Lacandona, quien se hizo acompañar por el ahora presidente Andrés Manuel López Obrador y a la misma Rosario Ibarra de Piedra.


El obradorismo y el zapatismo tienen fuentes de origen distintos. Mientras que el zapatismo es una corriente inspirada en las teorías de la teología de la liberación y que transitó a una postura de inspiración anti capitalista, ecologista e indigenista; el obradorismo tiene como antecedente a las luchas por la democracia electoral que se iniciaron con el fraude electoral contra el ingeniero Cárdenas en 1988. Esta corriente ha evolucionado hacia algo nuevo e inédito: la propuesta de una Cuarta Transformación cuyo antecedente histórico se ubica en la Independencia, la Reforma y la Revolución Mexicana. Es algo más profundo que un simple triunfo electoral.


Por supuesto que al transitar por la vía electoral tendrá sus complicaciones, pero es como toda experiencia, tendrá sus pros y sus contras, pero la 4T no es un simple anuncio cualquiera como algunos lo apreciamos equivocadamente. Va dirigido a cambios fundamentales de la sociedad mexicana que sin ser parte quien esto escribe del partido en el poder, se pueden apreciar a todas luces: el pueblo convertido en el eje del cambio.


Al triunfo de AMLO, el zapatismo utilizó un lenguaje bastante duro para definir al titular del Ejecutivo federal al que llamó capataz. Se entiende que este adjetivo ubica al obradorismo como una corriente al servicio (es una metáfora) de los hacendados en este caso las élites empresariales mexicanas. Las palabras del Comandante Moisés (antes Marcos) no cayeron bien entre las masas que llevaron a Obrador al poder. AMLO es una figura que independientemente de encabezar una corriente nacionalista radical, es un hombre que ha logrado imprimir a su movimiento un legítimo sentimiento social que llevó a ponerle fin a uno de los modelos económicos más antipopulares que han existido, muy similar a la época de la acumulación originaria de capital.



El distanciamiento entre estas dos corrientes es lamentable, pero así es. Yo creo que Obrador y su grupo no entienden cabalmente algunos problemas que el zapatismo ha comprendido mejor, como es el tema de las mujeres y el indigenismo. Pero los puentes de diálogo se han cerrado entre ambos.