/ jueves 25 de octubre de 2018

Sistema de partidos

Edmundo Plutarco Flores Luna*

Los resultados electorales del 1° de julio empiezan a dejar sentir sus efectos en los más diversos ámbitos del acontecer nacional, de lo económico a lo social y cultural, concentrando en el mundo de la política sus consecuencias más evidentes e inmediatas.

Existe un ánimo de esperanza y grandes expectativas en que el futuro presidente y sus colaboradores imprimirán un nuevo rumbo y diferente estilo al próximo gobierno, pero, sobre todo, en que cumplirán sus ofertas de campaña y, en un plazo razonable y verificable, se percibirá mejoría en diversas esferas, como la economía de los trabajadores y sus familias; el combate a la pobreza; la erradicación de la corrupción y la impunidad, y la disminución de la violencia criminal.

La votación alcanzada por el ahora presidente electo otorga a su mandato una fuerza que hace lustros no tenía el titular del Ejecutivo federal; esa realidad inobjetable no autoriza, sin embargo, a interpretar el voto mayoritario (53 por ciento) como permiso para ignorar a la otra parte del electorado y de la sociedad, al 47 por ciento que votó por otros candidatos, otros partidos, otros proyectos. En democracia, nadie gana todo para siempre y nadie pierde todo por siempre.

La otra parte del electorado tiene en los partidos opositores y en sus legisladores canales de representación y vías para expresar sus legítimas aspiraciones. La nueva mayoría, aunque sea absoluta, o precisamente por serlo, tiene la obligación de procurar el diálogo y la construcción de acuerdos con sus opositores, antes que avasallarlos con el mismo método del mayoriteo del que por tantos lustros se quejó.

Para que la democracia siga siendo el método para dirimir en paz y civilidad las diferencias que existen en la sociedad mexicana, que los votos no borran ni autorizan a desconocer, será necesario que los partidos políticos recuperen presencia entre los ciudadanos y merezcan respeto de la sociedad.

De las urnas no surge el remedio para atender los graves problemas que aquejan a los partidos, pero es evidente que el resultado electoral expresa el profundo malestar y descontento frente a los partidos tradicionales y la ausencia de opciones en los márgenes del sistema.

Como partido, Morena no es ajeno a esa crisis, aunque prefiera ampararse en la utópica visión de ser un movimiento, que lo pone a salvo del descrédito y defectos de los partidos tradicionales.

En el Congreso votan los legisladores de los partidos, no del movimiento.

A partir del 1° de septiembre el partido del presidente electo afronta los retos y tareas de su mayoritaria presencia en las dos Cámaras, y en los meses que restan del año, en al menos 17 de los 32 congresos locales en los que tendrá mayoría.

Para los partidos opositores el reto es transitar a una situación inédita, con un partido mayoritario que no corresponde ni responde a los patrones convencionales.

En sentido estricto no cabe hablar del congreso a la etapa del partido hegemónico, pues si bien Morena se parece a un partido, es más una variopinta suma de grupos, personas e intereses a los que ahora une el poderoso pegamento del poder.

La democracia de los modernos requiere a los partidos políticos, y éstos, la confianza de los ciudadanos. Recuperar lo segundo es indispensable para que en México los años por venir sean de consolidación y no de retroceso.


*Vocal Ejecutivo de la Junta Distrital 01


Edmundo Plutarco Flores Luna*

Los resultados electorales del 1° de julio empiezan a dejar sentir sus efectos en los más diversos ámbitos del acontecer nacional, de lo económico a lo social y cultural, concentrando en el mundo de la política sus consecuencias más evidentes e inmediatas.

Existe un ánimo de esperanza y grandes expectativas en que el futuro presidente y sus colaboradores imprimirán un nuevo rumbo y diferente estilo al próximo gobierno, pero, sobre todo, en que cumplirán sus ofertas de campaña y, en un plazo razonable y verificable, se percibirá mejoría en diversas esferas, como la economía de los trabajadores y sus familias; el combate a la pobreza; la erradicación de la corrupción y la impunidad, y la disminución de la violencia criminal.

La votación alcanzada por el ahora presidente electo otorga a su mandato una fuerza que hace lustros no tenía el titular del Ejecutivo federal; esa realidad inobjetable no autoriza, sin embargo, a interpretar el voto mayoritario (53 por ciento) como permiso para ignorar a la otra parte del electorado y de la sociedad, al 47 por ciento que votó por otros candidatos, otros partidos, otros proyectos. En democracia, nadie gana todo para siempre y nadie pierde todo por siempre.

La otra parte del electorado tiene en los partidos opositores y en sus legisladores canales de representación y vías para expresar sus legítimas aspiraciones. La nueva mayoría, aunque sea absoluta, o precisamente por serlo, tiene la obligación de procurar el diálogo y la construcción de acuerdos con sus opositores, antes que avasallarlos con el mismo método del mayoriteo del que por tantos lustros se quejó.

Para que la democracia siga siendo el método para dirimir en paz y civilidad las diferencias que existen en la sociedad mexicana, que los votos no borran ni autorizan a desconocer, será necesario que los partidos políticos recuperen presencia entre los ciudadanos y merezcan respeto de la sociedad.

De las urnas no surge el remedio para atender los graves problemas que aquejan a los partidos, pero es evidente que el resultado electoral expresa el profundo malestar y descontento frente a los partidos tradicionales y la ausencia de opciones en los márgenes del sistema.

Como partido, Morena no es ajeno a esa crisis, aunque prefiera ampararse en la utópica visión de ser un movimiento, que lo pone a salvo del descrédito y defectos de los partidos tradicionales.

En el Congreso votan los legisladores de los partidos, no del movimiento.

A partir del 1° de septiembre el partido del presidente electo afronta los retos y tareas de su mayoritaria presencia en las dos Cámaras, y en los meses que restan del año, en al menos 17 de los 32 congresos locales en los que tendrá mayoría.

Para los partidos opositores el reto es transitar a una situación inédita, con un partido mayoritario que no corresponde ni responde a los patrones convencionales.

En sentido estricto no cabe hablar del congreso a la etapa del partido hegemónico, pues si bien Morena se parece a un partido, es más una variopinta suma de grupos, personas e intereses a los que ahora une el poderoso pegamento del poder.

La democracia de los modernos requiere a los partidos políticos, y éstos, la confianza de los ciudadanos. Recuperar lo segundo es indispensable para que en México los años por venir sean de consolidación y no de retroceso.


*Vocal Ejecutivo de la Junta Distrital 01