/ viernes 13 de septiembre de 2019

¿Solo con declaraciones?

Cuánta razón hay si se dice desde los foros nacionales que los linchamientos en el país van al alza y que entre ellos Tlaxcala figura por su incapacidad de brindar condiciones para la convivencia. Se afirma que los mexicanos desconfiamos de todas nuestras autoridades para aplicar rectamente la ley y que estamos hartos ante esta realidad que a cada paso nos agravia. Balaceras, robos, secuestros, homicidios a los que la sociedad responde con linchamientos.

No señores, las estrategias de seguridad no están funcionando ni en Tlaxcala ni en todo el país, así que no se preocupen, porque “mal de muchos, consuelo de… ya saben quiénes” Esta es una descomposición nacional, en todo el país los sistemas de seguridad no están funcionando, porque todos los cuerpos policiacos están corrompidos y porque se acabó la confianza en quienes procuran y administran justicia, cuyos titulares solo buscan su enriquecimiento.

Si la comunidad pretende un linchamiento y hasta se enfrenta a la policía es por las razones que antes anote. Si el poblado que participa en el robo hormiga de un tren se enfrenta a la Guardia Nacional que lo quiere impedir es porque esgrimen la supuesta razón de que, si “los de arriba” roban con impunidad, ellos porque no. Estamos frente a un grave estado de descomposición social. Informes y estudios académicos encuentran que entre 2014 y 2018 crecieron alarmantemente los linchamientos en varios estados, Tlaxcala no es la excepción y Chiautempan ha sufrido diez de 2018 a la fecha.

Los calificativos asustan, pero el nuestro ya es un estado fallido, porque es incapaz de garantizar seguridad para evitar los asaltos a trenes, a transportes carreteros, secuestros, homicidios, trata de blancas, robo de infantes, feminicidios y demás lindezas que estamos padeciendo, entonces si no cumple con esta sagrada tarea, observamos en los linchamientos la venganza social de quienes ya se hartaron de la corrupción, la impunidad, la violencia y la inseguridad, por ello, es un estado fallido.

No basta con que declaren los gobernantes que no están fallando las estrategias de seguridad y que es el dialogo el que debe prevalecer y que los afectados deben denunciar. Ya no existe confianza en policía, ministerios públicos y jueces. Ya perdimos la esperanza en el mínimo de justicia. Los policías hasta cargan en la batea de las patrullas los conos fosforescentes para instalar su “negocito” donde les convenga. Los ministerios públicos nunca tienen tiempo para recibir la denuncia hasta que no “brilla el billete”. Y los jueces no sentencian con apego a derecho hasta que no haya una “motivación económica”. Claro que en el camino vamos a encontrar una serie de “aduanas chiquitas” de a cien y de a cincuenta pesos. Nuestro sistema de seguridad y de procuración de justicia está invadido por la bazofia de la corrupción. La irritación social de décadas está rompiendo purulentamente la parte más delgada del mecate. Y no va a ser con declaraciones, señor secretario, que esta gravedad social se cure. Lo que requiere “reingeniería” es lo de arriba, que lo de abajo solito se corregirá.

No se encuentra por donde comenzar pero como se trata de un problema cultural y de valores, estoy cierto que debe iniciarse por una reforma profunda para que futuros abogados y ministerios públicos no miren cuando asuman el cargo la ocasión de hacerse ricos y los que incurran, deben parar con todo y su osamenta en una crujía y ser inhabilitado para el servicio público y lo mismo para los jueces por que el estado no puede renunciar a la seguridad, cuyo deterioro nos está llevando al “ojo por ojo y diente por diente” y casi a la barbarie. Los pueblos se están haciendo justicia de propia mano, las campanas pueblerinas congregan y las voces desacertadas los conducen a la “carnicería”. Pobreza y desempleo han nutrido las filas de quienes como delincuentes siguen este camino fácil. A ello nos condujo el neoliberalismo, pero urgen soluciones antes de que un generalizado salvajismo se apodere de las mentes lucidas y sensatas y la ingobernabilidad nos destruya.

Y esto no se logra con declaraciones. Son decididas acciones sistémicas las que requerimos. Pongamos manos a la obra y actuemos antes de que sea tarde.

Cuánta razón hay si se dice desde los foros nacionales que los linchamientos en el país van al alza y que entre ellos Tlaxcala figura por su incapacidad de brindar condiciones para la convivencia. Se afirma que los mexicanos desconfiamos de todas nuestras autoridades para aplicar rectamente la ley y que estamos hartos ante esta realidad que a cada paso nos agravia. Balaceras, robos, secuestros, homicidios a los que la sociedad responde con linchamientos.

No señores, las estrategias de seguridad no están funcionando ni en Tlaxcala ni en todo el país, así que no se preocupen, porque “mal de muchos, consuelo de… ya saben quiénes” Esta es una descomposición nacional, en todo el país los sistemas de seguridad no están funcionando, porque todos los cuerpos policiacos están corrompidos y porque se acabó la confianza en quienes procuran y administran justicia, cuyos titulares solo buscan su enriquecimiento.

Si la comunidad pretende un linchamiento y hasta se enfrenta a la policía es por las razones que antes anote. Si el poblado que participa en el robo hormiga de un tren se enfrenta a la Guardia Nacional que lo quiere impedir es porque esgrimen la supuesta razón de que, si “los de arriba” roban con impunidad, ellos porque no. Estamos frente a un grave estado de descomposición social. Informes y estudios académicos encuentran que entre 2014 y 2018 crecieron alarmantemente los linchamientos en varios estados, Tlaxcala no es la excepción y Chiautempan ha sufrido diez de 2018 a la fecha.

Los calificativos asustan, pero el nuestro ya es un estado fallido, porque es incapaz de garantizar seguridad para evitar los asaltos a trenes, a transportes carreteros, secuestros, homicidios, trata de blancas, robo de infantes, feminicidios y demás lindezas que estamos padeciendo, entonces si no cumple con esta sagrada tarea, observamos en los linchamientos la venganza social de quienes ya se hartaron de la corrupción, la impunidad, la violencia y la inseguridad, por ello, es un estado fallido.

No basta con que declaren los gobernantes que no están fallando las estrategias de seguridad y que es el dialogo el que debe prevalecer y que los afectados deben denunciar. Ya no existe confianza en policía, ministerios públicos y jueces. Ya perdimos la esperanza en el mínimo de justicia. Los policías hasta cargan en la batea de las patrullas los conos fosforescentes para instalar su “negocito” donde les convenga. Los ministerios públicos nunca tienen tiempo para recibir la denuncia hasta que no “brilla el billete”. Y los jueces no sentencian con apego a derecho hasta que no haya una “motivación económica”. Claro que en el camino vamos a encontrar una serie de “aduanas chiquitas” de a cien y de a cincuenta pesos. Nuestro sistema de seguridad y de procuración de justicia está invadido por la bazofia de la corrupción. La irritación social de décadas está rompiendo purulentamente la parte más delgada del mecate. Y no va a ser con declaraciones, señor secretario, que esta gravedad social se cure. Lo que requiere “reingeniería” es lo de arriba, que lo de abajo solito se corregirá.

No se encuentra por donde comenzar pero como se trata de un problema cultural y de valores, estoy cierto que debe iniciarse por una reforma profunda para que futuros abogados y ministerios públicos no miren cuando asuman el cargo la ocasión de hacerse ricos y los que incurran, deben parar con todo y su osamenta en una crujía y ser inhabilitado para el servicio público y lo mismo para los jueces por que el estado no puede renunciar a la seguridad, cuyo deterioro nos está llevando al “ojo por ojo y diente por diente” y casi a la barbarie. Los pueblos se están haciendo justicia de propia mano, las campanas pueblerinas congregan y las voces desacertadas los conducen a la “carnicería”. Pobreza y desempleo han nutrido las filas de quienes como delincuentes siguen este camino fácil. A ello nos condujo el neoliberalismo, pero urgen soluciones antes de que un generalizado salvajismo se apodere de las mentes lucidas y sensatas y la ingobernabilidad nos destruya.

Y esto no se logra con declaraciones. Son decididas acciones sistémicas las que requerimos. Pongamos manos a la obra y actuemos antes de que sea tarde.

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