/ lunes 12 de noviembre de 2018

Tiempos de Democracia

Medios y escribidores, dispuestos a resistir cualquier embate vs. la libertad de expresión


La intolerancia del gobernante frente a la crítica, primer paso hacia la supresión de la libre circulación de las ideas

La concentración excesiva de poder en una sola persona conlleva la tentación de construir un régimen dictatorial

Con las instituciones del Estado en proceso de ser cooptadas, el único contrapeso viable lo constituye la Prensa Libre


El extrañamiento que el presidente electo hizo la pasada semana al semanario Proceso se suma a otras invectivas similares que evidencian su falta de disposición a asimilar la crítica periodística. Lo que tiene visos de convertirse en tendencia, es natural que preocupe a quienes dirigen los medios de comunicación, y también, claro, a los que nos valemos de ellos para formar una opinión pública que contrapese al poder político y al económico. Porque esa, y no otra, es a mi juicio la función principal que debemos desempeñar quienes disponemos del privilegio de ocupar esta clase de espacios. López Obrador, por su parte, argumenta con razón que también él tiene derecho a discrepar, y a aducir las razones que justifican sus acciones. Hasta ahí todos de acuerdo; el problema radica en que a sus palabras no le sigan medidas coercitivas, o incluso punitivas, que coarten o intimiden la libre expresión de las ideas. Si eso llegara a ocurrir se estaría ante un retroceso inadmisible… y más aun si esa regresión la promoviera un mandatario que todos los días nos invita a que “Juntos hagamos Historia”.


MEDIOS DE COERCIÓN VS. LA PRENSA LIBRE

Mas la verdad es que sí existen motivos para la inquietud. A la Presidencia de la República, comprobado está, le sobran herramientas para domar y, llegado el caso, hasta para desaparecer, no solo a las plumas que considere críticas sino también a los medios que estime adversos a sus ideas y planteamientos. Aunque México en ese sentido ha evolucionado, con la llegada al poder de un líder investido de tanto poder como el que le confirió el voto popular a Andrés Manuel, renació el temor a una vuelta a tiempos no demasiado remotos en los que, por ejemplo, el papel que proporcionaba a los periódicos la empresa gubernamental Productora e Importadora de Papel -PIPSA por sus siglas- era la espada de Damocles que se blandía sobre cualquier medio que tratara de escapar a los controles oficialistas. Ese riesgo quedó por fortuna conjurado a finales del siglo pasado cuando PIPSA desapareció; empero, subsiste la discrecionalidad con la que el gobierno maneja una publicidad oficial que, para muchos medios, representa la diferencia entre existir… o dejar de hacerlo.


UNA EXPERIENCIA PERSONAL

A finales de los años ochenta del siglo pasado, este opinador escribía en TRIBUNA, un diario capitalino que no logró sobrevivir a los cambios que, por esa época, ya prefiguraban al México de nuestros días. Nunca supe cuál era la fuente de financiamiento de ese periódico que tuvo una vida relativamente efímera. Lo dirigía un periodista liberal cuyo nombre escapa a mi memoria pero que, hasta donde entiendo, simpatizaba con las ideas de quienes, tiempo después, darían vida a la Corriente Democrática. Me refiero a Cárdenas, Muñoz Ledo, González Guevara, Ifigenia Martínez, y otros priístas, opuestos al proyecto sucesorio de corte neoliberal y tecnocrático que alentaba el presidente De la Madrid. Fue en esos años, hace más de treinta, cuando me inicié en el análisis político y cuando también, tras la imposición fraudulenta de Salinas, los equilibrios políticos del país cambiaron. Ello determinó que TRIBUNA pasara a manos de Óscar Alarcón Velázquez, uno de los cuatro hijos de Gabriel Alarcón, un empresario audaz y controvertido que hizo fortuna en Puebla al abrigo de William Jenkins y de don Manuel Espinosa Iglesias, el dueño del Banco de Comercio. Gabriel Alarcón fue, entre otras cosas, fundador de El Heraldo de México.


“…AL PRESIDENTE NO LO TOQUEN…”

Lo que narro a continuación tiene que ver con la evolución que en México ha tenido la antaño inexistente libertad de expresión. Como le cuento, amigo lector, el nuevo propietario de TRIBUNA asumió la dirección y, como primera providencia, reunió en su despacho a los que escribíamos en las páginas de opinión. Cabe precisar que Óscar Alarcón Velázquez había adquirido una muy amplia experiencia dirigiendo por años El Heraldo de México, y conocía a la perfección todos los vericuetos del funcionamiento de un diario y, aún más importante, del “manejo atinado” de la información. Sabía de los límites que no debían excederse. Era un hombre atildado, elegante, sumamente educado, y de no muchas palabras. El mensaje que nos dio fue breve: “…ustedes disponen de absoluta libertad para escribir lo que quieran, y con la orientación y profundidad de la que cada uno sea capaz…”. Tras una pausa, estudiada y bastante teatral, añadió lacónica pero tajantemente: “…siempre y cuando no toquen al Presidente...”.


RIESGOS DEL PERIODISTA DE ANTAÑO

La desaparición de las mayorías parlamentarias en 1997, y la alternancia en el poder presidencial en el 2000, fueron los parteaguas que marcaron el cambio en materia de la difusión de las ideas. El lector joven, el de hoy, el perteneciente a las nuevas generaciones, está habituado a que Fox, Calderón y Peña Nieto -los últimos tres presidentes- sean objeto de acerbas críticas, cuando no de burlas, insolencias y chascarrillos fuera de tono. Por las redes sociales circulan, sin obstáculo ninguno, cualquier número de impertinencias y majaderías que -hay que decirlo- afrentan más a quien las profieren que a quien se las endilgan. Por esa razón es difícil que la juventud crea que, no hace mucho, atreverse a discrepar de los dictados provenientes de Los Pinos equivalía a pisar terreno minado… y a enfrentar sorpresas desagradables de las que la más inocua era perder el trabajo. En el medio local, la analogía con la figura presidencial intocable era la del gobernador. Como comentarista político podías referirte sin problemas a la ejecutoria de los secretarios, o a la de otros funcionarios de inferior jerarquía; empero, analizar con sentido crítico el quehacer del mandatario conllevaba riesgos. Si lo aludías, era mejor hacerlo con comedimiento, so pena de empezar a recibir señales que te aconsejaban rectificar criterios y cambiar de temas. Y más valía hacerlo.


MIS VIVENCIAS EN TLAXCALA

Menester es reconocer -y además poner en valor- que, por lo menos en lo que a mi persona toca, de parte del gobernador de Tlaxcala, Marco Mena, nunca recibí presión ni sugerencia alguna para rectificar mis puntos de vista, ni para orientar de manera distinta mi trabajo como formador de opinión. Antes al contrario, por parte del mandatario estatal han sido repetidas las expresiones de respeto hacia mi labor en El Sol de Tlaxcala. La diferencia con su antecesor es más que patente, dado como era inclinado a tratar con distancia, desprecio y grosería a los que, como yo, creíamos y creemos en una Prensa Libre. Por lo demás, debo decir que después de haber escrito para OEM alrededor de ochocientos artículos en dos diferentes etapas a lo largo de veinticinco años, la tijera censora solo se atrevió a hacerme su víctima un par de ocasiones, mutilando en cada ocasión un párrafo de escasa significación para el artículo en su conjunto. El asunto lo dejé ahí porque, a final de cuentas, el atentado seguramente fue atribuible a gente inidentificable de segundo nivel que, cubriéndose en un anonimato imposible de develar, actuó evidentemente por necesidad. En suma, dos incidentes menores que no afectan a tan dilatada trayectoria.


Medios y escribidores, dispuestos a resistir cualquier embate vs. la libertad de expresión


La intolerancia del gobernante frente a la crítica, primer paso hacia la supresión de la libre circulación de las ideas

La concentración excesiva de poder en una sola persona conlleva la tentación de construir un régimen dictatorial

Con las instituciones del Estado en proceso de ser cooptadas, el único contrapeso viable lo constituye la Prensa Libre


El extrañamiento que el presidente electo hizo la pasada semana al semanario Proceso se suma a otras invectivas similares que evidencian su falta de disposición a asimilar la crítica periodística. Lo que tiene visos de convertirse en tendencia, es natural que preocupe a quienes dirigen los medios de comunicación, y también, claro, a los que nos valemos de ellos para formar una opinión pública que contrapese al poder político y al económico. Porque esa, y no otra, es a mi juicio la función principal que debemos desempeñar quienes disponemos del privilegio de ocupar esta clase de espacios. López Obrador, por su parte, argumenta con razón que también él tiene derecho a discrepar, y a aducir las razones que justifican sus acciones. Hasta ahí todos de acuerdo; el problema radica en que a sus palabras no le sigan medidas coercitivas, o incluso punitivas, que coarten o intimiden la libre expresión de las ideas. Si eso llegara a ocurrir se estaría ante un retroceso inadmisible… y más aun si esa regresión la promoviera un mandatario que todos los días nos invita a que “Juntos hagamos Historia”.


MEDIOS DE COERCIÓN VS. LA PRENSA LIBRE

Mas la verdad es que sí existen motivos para la inquietud. A la Presidencia de la República, comprobado está, le sobran herramientas para domar y, llegado el caso, hasta para desaparecer, no solo a las plumas que considere críticas sino también a los medios que estime adversos a sus ideas y planteamientos. Aunque México en ese sentido ha evolucionado, con la llegada al poder de un líder investido de tanto poder como el que le confirió el voto popular a Andrés Manuel, renació el temor a una vuelta a tiempos no demasiado remotos en los que, por ejemplo, el papel que proporcionaba a los periódicos la empresa gubernamental Productora e Importadora de Papel -PIPSA por sus siglas- era la espada de Damocles que se blandía sobre cualquier medio que tratara de escapar a los controles oficialistas. Ese riesgo quedó por fortuna conjurado a finales del siglo pasado cuando PIPSA desapareció; empero, subsiste la discrecionalidad con la que el gobierno maneja una publicidad oficial que, para muchos medios, representa la diferencia entre existir… o dejar de hacerlo.


UNA EXPERIENCIA PERSONAL

A finales de los años ochenta del siglo pasado, este opinador escribía en TRIBUNA, un diario capitalino que no logró sobrevivir a los cambios que, por esa época, ya prefiguraban al México de nuestros días. Nunca supe cuál era la fuente de financiamiento de ese periódico que tuvo una vida relativamente efímera. Lo dirigía un periodista liberal cuyo nombre escapa a mi memoria pero que, hasta donde entiendo, simpatizaba con las ideas de quienes, tiempo después, darían vida a la Corriente Democrática. Me refiero a Cárdenas, Muñoz Ledo, González Guevara, Ifigenia Martínez, y otros priístas, opuestos al proyecto sucesorio de corte neoliberal y tecnocrático que alentaba el presidente De la Madrid. Fue en esos años, hace más de treinta, cuando me inicié en el análisis político y cuando también, tras la imposición fraudulenta de Salinas, los equilibrios políticos del país cambiaron. Ello determinó que TRIBUNA pasara a manos de Óscar Alarcón Velázquez, uno de los cuatro hijos de Gabriel Alarcón, un empresario audaz y controvertido que hizo fortuna en Puebla al abrigo de William Jenkins y de don Manuel Espinosa Iglesias, el dueño del Banco de Comercio. Gabriel Alarcón fue, entre otras cosas, fundador de El Heraldo de México.


“…AL PRESIDENTE NO LO TOQUEN…”

Lo que narro a continuación tiene que ver con la evolución que en México ha tenido la antaño inexistente libertad de expresión. Como le cuento, amigo lector, el nuevo propietario de TRIBUNA asumió la dirección y, como primera providencia, reunió en su despacho a los que escribíamos en las páginas de opinión. Cabe precisar que Óscar Alarcón Velázquez había adquirido una muy amplia experiencia dirigiendo por años El Heraldo de México, y conocía a la perfección todos los vericuetos del funcionamiento de un diario y, aún más importante, del “manejo atinado” de la información. Sabía de los límites que no debían excederse. Era un hombre atildado, elegante, sumamente educado, y de no muchas palabras. El mensaje que nos dio fue breve: “…ustedes disponen de absoluta libertad para escribir lo que quieran, y con la orientación y profundidad de la que cada uno sea capaz…”. Tras una pausa, estudiada y bastante teatral, añadió lacónica pero tajantemente: “…siempre y cuando no toquen al Presidente...”.


RIESGOS DEL PERIODISTA DE ANTAÑO

La desaparición de las mayorías parlamentarias en 1997, y la alternancia en el poder presidencial en el 2000, fueron los parteaguas que marcaron el cambio en materia de la difusión de las ideas. El lector joven, el de hoy, el perteneciente a las nuevas generaciones, está habituado a que Fox, Calderón y Peña Nieto -los últimos tres presidentes- sean objeto de acerbas críticas, cuando no de burlas, insolencias y chascarrillos fuera de tono. Por las redes sociales circulan, sin obstáculo ninguno, cualquier número de impertinencias y majaderías que -hay que decirlo- afrentan más a quien las profieren que a quien se las endilgan. Por esa razón es difícil que la juventud crea que, no hace mucho, atreverse a discrepar de los dictados provenientes de Los Pinos equivalía a pisar terreno minado… y a enfrentar sorpresas desagradables de las que la más inocua era perder el trabajo. En el medio local, la analogía con la figura presidencial intocable era la del gobernador. Como comentarista político podías referirte sin problemas a la ejecutoria de los secretarios, o a la de otros funcionarios de inferior jerarquía; empero, analizar con sentido crítico el quehacer del mandatario conllevaba riesgos. Si lo aludías, era mejor hacerlo con comedimiento, so pena de empezar a recibir señales que te aconsejaban rectificar criterios y cambiar de temas. Y más valía hacerlo.


MIS VIVENCIAS EN TLAXCALA

Menester es reconocer -y además poner en valor- que, por lo menos en lo que a mi persona toca, de parte del gobernador de Tlaxcala, Marco Mena, nunca recibí presión ni sugerencia alguna para rectificar mis puntos de vista, ni para orientar de manera distinta mi trabajo como formador de opinión. Antes al contrario, por parte del mandatario estatal han sido repetidas las expresiones de respeto hacia mi labor en El Sol de Tlaxcala. La diferencia con su antecesor es más que patente, dado como era inclinado a tratar con distancia, desprecio y grosería a los que, como yo, creíamos y creemos en una Prensa Libre. Por lo demás, debo decir que después de haber escrito para OEM alrededor de ochocientos artículos en dos diferentes etapas a lo largo de veinticinco años, la tijera censora solo se atrevió a hacerme su víctima un par de ocasiones, mutilando en cada ocasión un párrafo de escasa significación para el artículo en su conjunto. El asunto lo dejé ahí porque, a final de cuentas, el atentado seguramente fue atribuible a gente inidentificable de segundo nivel que, cubriéndose en un anonimato imposible de develar, actuó evidentemente por necesidad. En suma, dos incidentes menores que no afectan a tan dilatada trayectoria.