/ lunes 18 de febrero de 2019

TIEMPOS DE DEMOCRACIA

“Los Olvidados” de Buñuel, y ahora “Roma” de Cuarón, documentos imprescindibles para entender a México

  • “El Jaibo” -Roberto Cobo- y “Cleo” -Yalitizia Aparicio-, intérpretes fieles del mensaje fílmico de Buñuel y de Cuarón

De cómo -a través del arte- es posible sensibilizar a un país indiferente ante sus lacerantes desigualdades sociales

Lejos de desaparecer, o por lo menos de atenuarse, en el México del siglo XXI todavía prevalece el prejuicio racista.

Empiezo diciéndole, amigo lector, que en este artículo contaré mis muy personales impresiones acerca de Roma, la excepcional e im-pactante película del cineasta mexicano Alfonso Cuarón. Aclaro de entrada que disto mucho de ser un conocedor de la materia cinematográfica, mas creo que no hace falta serlo para reconocer en ella una verdadera obra de arte que, además de ser un portento de perfección técnica, es un compendio acabadísimo de emociones sociales. Cuarón, a mi juicio, logró retratar con exactitud el modelo de vida de la clase media capitalina de los años sesenta, tras cuya aparente normalidad subyacía -y subyace todavía- una problemática de naturaleza antropológica, reflejo fiel de la sociedad de castas que, mal que nos pese, tristemente seguimos siendo. A partir de Roma, el nombre de Alfonso Cuarón merece ser ubicado a la misma altura de los más reconocidos exponentes del neorrealismo fílmico mundial, los italianos Roberto Rossellini (Roma, ciudad abierta) y Vittorio de Sica (Ladrón de bicicletas) y, por supuesto, el español-mexicano Luis Buñuel (Los Olvidados).

SIETE DÉCADAS DESPUÉS…

Entre Los Olvidados de Buñuel y Roma de Cuarón hay casi setenta años de diferencia. Aquella, la cinta de Buñuel, nos dio una visión desgarradora de los niños de la calle en su dramática lucha por sobrevivir. Esta, la de Cuarón, la de las mujeres indígenas que huyen de la miseria de sus pueblos originarios, emigrando a la capital para emplearse como servidoras domésticas. El destino, de unos y de otras, es siempre incierto por tratarse de una aventura que no pocas veces acaba en derrota… cuando no en tragedia. La película delatora de Buñuel (1950) abordó el tema de niños de los que nadie hablaba, de los que nadie se ocupaba, de los olvidados de siempre. Y lo hizo con un realismo tal que encendió la indignación de la clase alta -hoy conocida como fifí-, de la élite política dominante, de la prensa oficialista y, cómo no, de la Liga de la Decencia, que exigió la expulsión del genial aragonés. Octavio Paz explica que Los Olvidados nos enseña “…de modo atroz algo que acaba por parecernos imposible, insoportable. Es el sueño, el deseo, el horror, el delirio, el azar, la porción nocturna de la vida…”.

NONOALCO, TEPITO, CHALCO, TLAXIACO, ROSTROS DE UN MÉXICO REAL

Quince años después, en 1965, un notable ensayo etnográfico del antropólogo norteamericano Oscar Lewis sufrió un rechazo similar al que en su tiempo padeció el filme de Buñuel. Los hijos de Sánchez se llamó la investigación de Lewis, y la publicó el Fondo de Cultura Económica (FCE) a comienzos de la presidencia de Gustavo Díaz Ordaz. El libro mostró al mundo que el México moderno, próspero y optimista de aquellos tiempos tenía dos caras, y que en la que permanecía oculta convivían -en una sucia, obscura y turbulenta vecindad del barrio de Tepito- pobreza, violencia doméstica, abuso contra la mujer, maltrato infantil y un machismo rayano en lo salvaje. Promovido por los mismos sectores reaccionarios que atacaron a Buñuel, se generó entonces un gran escándalo que, entre otras cosas, dio lugar a la remoción de Alejandro Orfila, director del FCE. En 1978, luego de trece años, Los hijos de Sánchez se convirtió en una película, de limita-do mérito artístico pero reveladora de las purulencias de un sistema poco preocupado en mitigar las desigualdades a que estaba dando lugar el dispar desarrollo del país.

PERFECTA COMUNIÓN DE PROTAGONISTAS Y DIRECTORES

Pero permítaseme seguir con los paralelismos que detecto entre la obra de Buñuel y la de Cuarón. Roberto Cobo y Yalitzia Aparicio -dos perfectos desconocidos- fueron seleccionados por sus directores para protagonizar los papeles centrales de sus respectivas tramas. Y al fin y a la postre, Cobo (El Jaibo de Los Olvidados) fue a Buñuel, lo que Yalitzia (la Cleo de Roma) a Cuarón, factores principalísimos ambos del éxito mundial de las dos cintas. En su filme, Buñuel narra la azarosa vida de los niños de la calle; en la suya, Cuarón, la desesperanzada existencia de las jóvenes indígenas que hallan en el trabajo doméstico la salida a su ancestral pobreza. La maestría con que Buñuel abordó la marginación urbana se apoyó en la convincente actuación de Cobo -a la sazón un simple extra del cine- para obtener el premio al Mejor Director en Cannes. Y la sensibilidad con que Cuarón evocó sus vivencias al lado de su amorosa niñera tuvo, en la conmovedora interpretación de Yalitzia -una humilde oaxaqueña ajena al mundo de la actuación-, su mejor argumento para optar por el Óscar en la Meca del cine.

ESQUEMAS SOCIALES QUE EL TIEMPO NO HA CAMBIADO

Las dichas semejanzas no paran ahí. El Jaibo, el desalmado líder de la pandilla juvenil de Los Olvidados que termina asesinando a un jovencito del propio grupo, encuentra su réplica fiel en el chavo banda de Roma, un mozalbete sin sentimientos, captado y entrenado subrepticiamente por el gobierno para amedrentar y matar estudiantes, que le hace un hijo a Cleo… y luego la abandona. Tampoco hay mayor diferencia entre el Nonoalco de los años sesenta -un miserable enclave periférico en lo que eran las goteras de la gran ciudad donde se desarrolla la historia de Buñuel-, con el Chalco mexiquense limítrofe con el Distrito Federal de los ochenta -un inmenso, sórdido y pro-miscuo amontonamiento poblacional-, excrecencia del descontrolado crecimiento de la capital de la República, escenario clave en el guión de Cuarón. Nonoalco y Chalco eran, y siguen siendo, lugares ajenos a la ley y el orden, donde los valores y principios que debieran tutelar la vida civilizada de los seres humanos se diluyen hasta desaparecer por completo, dejando espacio a la proliferación de la violencia y el crimen.

FUSIÓN INACABADA

Las reacciones que despertó la obra de Cuarón no se diferencian demasiado de las que provocó la de Buñuel y -en otro orden de ideas- la de Lewis. Son todas de similar inspiración, y confirman la reticencia a admitir la existencia de un México -diverso al del privilegio- cuya miseria es incómodo reconocer. La respuesta ha sido encogerse de hombros, mostrar indiferencia o mirar a otro lado, cuando no acudir al desprecio y hasta al insulto. La idea es ignorar ese México real donde -mal que cueste admitirlo- prevalece la discriminación y el racismo. La Roma de Cuarón -y particularmente el personaje de la Cleo que interpretó Yalitzia- muestra el largo camino que debe recorrer el país para que se consume en su integridad el mestizaje que, guste o no, llegó de la mano del encuentro de dos mundos, de dos culturas, de dos visiones del cosmos completamente diferentes. Hablo, sí amigo lector, de una mezcla de razas que, después de quinientos años, tendría ya que haberse traducido en una sola e indiferenciada, la mítica raza cósmica del pensamiento vasconceliano, condensadora de to-das las existentes y pobladora de una región privilegiada donde las desigualdades no derivaran del color de la piel ni del dinero, sino del mérito y el esfuerzo personal.

  • Si aún no ha visto Roma de Cuarón, le recomiendo, amigo lector, que no se la pierda. Después de su premiación este 24 de febrero se exhibirá en muchas salas. Y busque Los Olvidados de Buñuel en las videotecas. Las dos películas ayudan a saber donde estamos parados.

“Los Olvidados” de Buñuel, y ahora “Roma” de Cuarón, documentos imprescindibles para entender a México

  • “El Jaibo” -Roberto Cobo- y “Cleo” -Yalitizia Aparicio-, intérpretes fieles del mensaje fílmico de Buñuel y de Cuarón

De cómo -a través del arte- es posible sensibilizar a un país indiferente ante sus lacerantes desigualdades sociales

Lejos de desaparecer, o por lo menos de atenuarse, en el México del siglo XXI todavía prevalece el prejuicio racista.

Empiezo diciéndole, amigo lector, que en este artículo contaré mis muy personales impresiones acerca de Roma, la excepcional e im-pactante película del cineasta mexicano Alfonso Cuarón. Aclaro de entrada que disto mucho de ser un conocedor de la materia cinematográfica, mas creo que no hace falta serlo para reconocer en ella una verdadera obra de arte que, además de ser un portento de perfección técnica, es un compendio acabadísimo de emociones sociales. Cuarón, a mi juicio, logró retratar con exactitud el modelo de vida de la clase media capitalina de los años sesenta, tras cuya aparente normalidad subyacía -y subyace todavía- una problemática de naturaleza antropológica, reflejo fiel de la sociedad de castas que, mal que nos pese, tristemente seguimos siendo. A partir de Roma, el nombre de Alfonso Cuarón merece ser ubicado a la misma altura de los más reconocidos exponentes del neorrealismo fílmico mundial, los italianos Roberto Rossellini (Roma, ciudad abierta) y Vittorio de Sica (Ladrón de bicicletas) y, por supuesto, el español-mexicano Luis Buñuel (Los Olvidados).

SIETE DÉCADAS DESPUÉS…

Entre Los Olvidados de Buñuel y Roma de Cuarón hay casi setenta años de diferencia. Aquella, la cinta de Buñuel, nos dio una visión desgarradora de los niños de la calle en su dramática lucha por sobrevivir. Esta, la de Cuarón, la de las mujeres indígenas que huyen de la miseria de sus pueblos originarios, emigrando a la capital para emplearse como servidoras domésticas. El destino, de unos y de otras, es siempre incierto por tratarse de una aventura que no pocas veces acaba en derrota… cuando no en tragedia. La película delatora de Buñuel (1950) abordó el tema de niños de los que nadie hablaba, de los que nadie se ocupaba, de los olvidados de siempre. Y lo hizo con un realismo tal que encendió la indignación de la clase alta -hoy conocida como fifí-, de la élite política dominante, de la prensa oficialista y, cómo no, de la Liga de la Decencia, que exigió la expulsión del genial aragonés. Octavio Paz explica que Los Olvidados nos enseña “…de modo atroz algo que acaba por parecernos imposible, insoportable. Es el sueño, el deseo, el horror, el delirio, el azar, la porción nocturna de la vida…”.

NONOALCO, TEPITO, CHALCO, TLAXIACO, ROSTROS DE UN MÉXICO REAL

Quince años después, en 1965, un notable ensayo etnográfico del antropólogo norteamericano Oscar Lewis sufrió un rechazo similar al que en su tiempo padeció el filme de Buñuel. Los hijos de Sánchez se llamó la investigación de Lewis, y la publicó el Fondo de Cultura Económica (FCE) a comienzos de la presidencia de Gustavo Díaz Ordaz. El libro mostró al mundo que el México moderno, próspero y optimista de aquellos tiempos tenía dos caras, y que en la que permanecía oculta convivían -en una sucia, obscura y turbulenta vecindad del barrio de Tepito- pobreza, violencia doméstica, abuso contra la mujer, maltrato infantil y un machismo rayano en lo salvaje. Promovido por los mismos sectores reaccionarios que atacaron a Buñuel, se generó entonces un gran escándalo que, entre otras cosas, dio lugar a la remoción de Alejandro Orfila, director del FCE. En 1978, luego de trece años, Los hijos de Sánchez se convirtió en una película, de limita-do mérito artístico pero reveladora de las purulencias de un sistema poco preocupado en mitigar las desigualdades a que estaba dando lugar el dispar desarrollo del país.

PERFECTA COMUNIÓN DE PROTAGONISTAS Y DIRECTORES

Pero permítaseme seguir con los paralelismos que detecto entre la obra de Buñuel y la de Cuarón. Roberto Cobo y Yalitzia Aparicio -dos perfectos desconocidos- fueron seleccionados por sus directores para protagonizar los papeles centrales de sus respectivas tramas. Y al fin y a la postre, Cobo (El Jaibo de Los Olvidados) fue a Buñuel, lo que Yalitzia (la Cleo de Roma) a Cuarón, factores principalísimos ambos del éxito mundial de las dos cintas. En su filme, Buñuel narra la azarosa vida de los niños de la calle; en la suya, Cuarón, la desesperanzada existencia de las jóvenes indígenas que hallan en el trabajo doméstico la salida a su ancestral pobreza. La maestría con que Buñuel abordó la marginación urbana se apoyó en la convincente actuación de Cobo -a la sazón un simple extra del cine- para obtener el premio al Mejor Director en Cannes. Y la sensibilidad con que Cuarón evocó sus vivencias al lado de su amorosa niñera tuvo, en la conmovedora interpretación de Yalitzia -una humilde oaxaqueña ajena al mundo de la actuación-, su mejor argumento para optar por el Óscar en la Meca del cine.

ESQUEMAS SOCIALES QUE EL TIEMPO NO HA CAMBIADO

Las dichas semejanzas no paran ahí. El Jaibo, el desalmado líder de la pandilla juvenil de Los Olvidados que termina asesinando a un jovencito del propio grupo, encuentra su réplica fiel en el chavo banda de Roma, un mozalbete sin sentimientos, captado y entrenado subrepticiamente por el gobierno para amedrentar y matar estudiantes, que le hace un hijo a Cleo… y luego la abandona. Tampoco hay mayor diferencia entre el Nonoalco de los años sesenta -un miserable enclave periférico en lo que eran las goteras de la gran ciudad donde se desarrolla la historia de Buñuel-, con el Chalco mexiquense limítrofe con el Distrito Federal de los ochenta -un inmenso, sórdido y pro-miscuo amontonamiento poblacional-, excrecencia del descontrolado crecimiento de la capital de la República, escenario clave en el guión de Cuarón. Nonoalco y Chalco eran, y siguen siendo, lugares ajenos a la ley y el orden, donde los valores y principios que debieran tutelar la vida civilizada de los seres humanos se diluyen hasta desaparecer por completo, dejando espacio a la proliferación de la violencia y el crimen.

FUSIÓN INACABADA

Las reacciones que despertó la obra de Cuarón no se diferencian demasiado de las que provocó la de Buñuel y -en otro orden de ideas- la de Lewis. Son todas de similar inspiración, y confirman la reticencia a admitir la existencia de un México -diverso al del privilegio- cuya miseria es incómodo reconocer. La respuesta ha sido encogerse de hombros, mostrar indiferencia o mirar a otro lado, cuando no acudir al desprecio y hasta al insulto. La idea es ignorar ese México real donde -mal que cueste admitirlo- prevalece la discriminación y el racismo. La Roma de Cuarón -y particularmente el personaje de la Cleo que interpretó Yalitzia- muestra el largo camino que debe recorrer el país para que se consume en su integridad el mestizaje que, guste o no, llegó de la mano del encuentro de dos mundos, de dos culturas, de dos visiones del cosmos completamente diferentes. Hablo, sí amigo lector, de una mezcla de razas que, después de quinientos años, tendría ya que haberse traducido en una sola e indiferenciada, la mítica raza cósmica del pensamiento vasconceliano, condensadora de to-das las existentes y pobladora de una región privilegiada donde las desigualdades no derivaran del color de la piel ni del dinero, sino del mérito y el esfuerzo personal.

  • Si aún no ha visto Roma de Cuarón, le recomiendo, amigo lector, que no se la pierda. Después de su premiación este 24 de febrero se exhibirá en muchas salas. Y busque Los Olvidados de Buñuel en las videotecas. Las dos películas ayudan a saber donde estamos parados.