/ lunes 11 de marzo de 2019

TIEMPOS DE DEMOCRACIA

¿Hacia dónde vamos con Andrés Manuel?

  • Cien días es un plazo excesivamente corto para evaluar el avance y la viabilidad de los planes que ha anunciado el presidente de México.

Menos aún cuando su alcance y profundidad están vinculados a una tarea de colosal envergadura como es la transformación del país, premisa fundamental del régimen lopezobradorista.

Por eso propongo a usted, amable lector, escapar a la tentación de criticar prematuramente -o elogiar si ese fuera el caso- a toda una colección de programas que recién acaban de rebasar la etapa de su concepción y que, a estas alturas, apenas si están echando las bases para su estructuración futura. Si la situación en la que se encuentra la cruzada social, política y económica emprendida por López Obrador pudiera parangonarse con una obra -que lo es, y muy grande-, estaríamos apenas en la fase que los constructores llamamos de “trabajos preliminares”, conjunto de actividades que abarca, en primer lugar, instalarse en el lugar, y luego, desbrozar y limpiar el terreno, eliminando y/o sorteando los obstáculos que se descubren al remover las capas de basura, incuria, corrupción y desatención social acumuladas por décadas. Tras dimensionar las incidencias inherentes a ese cenagal, se transita de un bosquejo de gabinete elaborado con datos aproximados a otro que, ahora sí, tendrá carácter ejecutivo, pues ya estará calculado con el respaldo de elementos tomados de la realidad. Con él, con un nuevo y reajustado proyecto, podrán tirarse los trazos definitivos de la cimentación que sustentará -según promete su autor- al más grande y hermoso edificio que hayan visto “los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros”. Pero más allá de citas cervantinas, no es este el tiempo ni la circunstancia -a tres meses de haber iniciado el gobierno- de formular exigencias. No todavía; las demandas, si proceden, vendrán después. Paciencia pues, que todo llegará, las satisfacciones… o los desengaños.

Hipnotizante, la prosa discursiva de AMLO

López Obrador ha puesto el listón de su gobierno en un nivel altísimo. Las expectativas que sus palabras han creado son enormes. Reconozcámoslo: ninguno de sus antecesores se comprometió a tanto. Ni de lejos. Sostiene de cara al pueblo que lo que él impulsa es “el cambio verdadero”. Y afirma convencido que, en adelante, “ya nada será como antes”. Su retórica nada tiene de hueca; los pasos que ha dado en efecto apuntan hacia una revolución radical, si no de las instituciones de la República, si de los modos de hacer política. Se muestra seguro de poder cambiar esa inercia conductual colectiva que hace ver a la corrupción como algo consustancial al mexicano. Asombra la seguridad con que, un día sí y otro también, visualiza un país en el que ninguno de sus habitantes esté desatendido. Su intención es dar certeza a su lema de “por el bien de todos, primero los pobres”, y es en esa dirección hacia donde caminan sus programas sociales. Sin ignorar, claro, que también buscan consolidar, y aún aumentar, el numerosísimo contingente ciudadano que lo sigue y apoya. Es lícito, empero, preguntarse… ¿cuántos de esos programas funcionarán? ¿cómo conseguirá dispersar sin mermas ni sectarismos los cuantiosos recursos que a esos fines tiene destinados? ¿será suficiente, como dice, su honestidad para erradicar -o por lo menos mantener a raya- a los corruptos? ¿permeará su ejemplo en todos los niveles de la alta y la baja burocracia? Y, finalmente, ¿le alcanzarán los dineros? Por otro lado, la mayoría parlamentaria morenista y la capacidad operativa de sus coordinadores sacaron adelante su iniciativa de conformar una Guardia Militar prácticamente igual a la que originalmente había solicitado. Con ella -y con la colaboración activa de los gobiernos de los estados- buscará abatir los terribles índices delicuenciales que asuelan a cada vez más extensas regiones del territorio nacional. Los resultados en esta materia -quizá el mayor desafío de su administración- tampoco son exigibles a corto plazo; habrá que aguardar por lo menos tres años a que la nueva corporación policíaca y la eficacia pacificadora de los programas sociales disuadan a quienes han tomado -o están tentados a tomar- la salida criminal.

Inquietudes justificadas

Son inevitables las dudas que despiertan las obras materiales anunciadas. Tras la cancelación del aeropuerto de Texcoco a un costo elevadísimo, la triple alternativa de rehabilitar el Benito Juárez, ampliar el de Toluca y construir uno nuevo en la Base Militar de Santa Lucía no convence a los expertos. La refinería en Tabasco tampoco obedece a una buena lógica financiera. El corredor trans-ístmico, así como el Tren Maya, -propuestos para promover el desarrollo del abandonado sureste de México- son apenas bosquejos cuya terminación, en el mejor de los casos, se contempla hacia el final del sexenio. Esas decisiones del tabasqueño -que a no pocos parecen caprichosas- abrirán grandes boquetes al presupuesto gubernamental. Con una agravante: de ninguna de esos proyectos se esperan réditos en el corto plazo. En tanto, la riqueza petrolera permanece intacta en el subsuelo marino, sin que haya nadie en el país que tenga la capacidad tecnológica para extraerlas. Lo anterior lleva a pensar que, hasta que no se concreten los ahorros previstos por Andrés Manuel -provenientes de la austeridad gubernamental y de los saldos positivos que vaya dejando el combate a la corrupción- no hay a la vista elementos para suponer que los recursos disponibles serán suficientes para fondear los programas sociales y las obras anunciadas. Por otra parte, las cantidades ingentes que demanda la prometida transformación de Pemex en empresa realmente productiva empeoran un panorama que no se presenta halagüeño, pese a las reiteradas expresiones presidenciales de que “vamos bien”. Y lo peor, con una recesión económica que ya empieza a asomar la cara.

Sin AMLO, la 4T quedaría acéfala

La sostenida tendencia a concentrar en la persona del presidente prácticamente todas las decisiones de gobierno… y también las de su comunicación social, es una cuestión delicada que genera preocupación. Sin la omnipresencia de López Obrador es difícil pensar que el Movimiento de Regeneración Nacional pueda continuar, por sí sólo, la gigantesca epopeya que representa la Cuarta Transformación. A decir verdad, de los liderazgos adyacentes al tabasqueño ninguno ha cobrado la talla política y la relevancia social que se requiere para seguir adelante con una épica de tan singulares alcances. Da la sensación de que, cualquier breve ausencia del Gran Conductor, originará que el gobierno entre en una crisis paralizante. Por tanto, es inaplazable -a mi juicio- transversalizar los poderes de la República, distribuyendo la carga de las responsabilidades de forma más extensa, equitativa y democrática. Empero, esa delegación de funciones a que aludo no está en la naturaleza de Andrés Manuel, una personalidad centralizadora donde las haya. La Primera Transformación -la Independencia- tuvo en Morelos, Aldana, Guerrero y Abasolo los sucesores idóneos de Hidalgo; en la Segunda Transformación -la Reforma-, Juárez tuvo a su lado a Lerdo, Ocampo, Prieto y Rivapalacio y, por último, en la Tercera Transformación -la Revolución- la gesta de Madero no acabaría de entenderse sin Carranza, Zapata, Villa y Obregón. Termino, amigo lector, con estas preguntas: ¿se ha hecho notar algún morenista con imán popular siquiera cercano al que posee López Obrador? ¿surgirá alguno conforme avance el cambio verdadero? De momento no se atisba ninguno.

“…La fama de quien resucita a los muertos, da vista a los ciegos, endereza a los cojos y da salud a los enfermos hará que delante de su sepultura ardan las lámparas y estén llenas sus capillas de gentes devotas que de rodillas adoren sus reliquias…”

Don Quijote de la Mancha (2da. Parte-Cap. VIII)

¿Hacia dónde vamos con Andrés Manuel?

  • Cien días es un plazo excesivamente corto para evaluar el avance y la viabilidad de los planes que ha anunciado el presidente de México.

Menos aún cuando su alcance y profundidad están vinculados a una tarea de colosal envergadura como es la transformación del país, premisa fundamental del régimen lopezobradorista.

Por eso propongo a usted, amable lector, escapar a la tentación de criticar prematuramente -o elogiar si ese fuera el caso- a toda una colección de programas que recién acaban de rebasar la etapa de su concepción y que, a estas alturas, apenas si están echando las bases para su estructuración futura. Si la situación en la que se encuentra la cruzada social, política y económica emprendida por López Obrador pudiera parangonarse con una obra -que lo es, y muy grande-, estaríamos apenas en la fase que los constructores llamamos de “trabajos preliminares”, conjunto de actividades que abarca, en primer lugar, instalarse en el lugar, y luego, desbrozar y limpiar el terreno, eliminando y/o sorteando los obstáculos que se descubren al remover las capas de basura, incuria, corrupción y desatención social acumuladas por décadas. Tras dimensionar las incidencias inherentes a ese cenagal, se transita de un bosquejo de gabinete elaborado con datos aproximados a otro que, ahora sí, tendrá carácter ejecutivo, pues ya estará calculado con el respaldo de elementos tomados de la realidad. Con él, con un nuevo y reajustado proyecto, podrán tirarse los trazos definitivos de la cimentación que sustentará -según promete su autor- al más grande y hermoso edificio que hayan visto “los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros”. Pero más allá de citas cervantinas, no es este el tiempo ni la circunstancia -a tres meses de haber iniciado el gobierno- de formular exigencias. No todavía; las demandas, si proceden, vendrán después. Paciencia pues, que todo llegará, las satisfacciones… o los desengaños.

Hipnotizante, la prosa discursiva de AMLO

López Obrador ha puesto el listón de su gobierno en un nivel altísimo. Las expectativas que sus palabras han creado son enormes. Reconozcámoslo: ninguno de sus antecesores se comprometió a tanto. Ni de lejos. Sostiene de cara al pueblo que lo que él impulsa es “el cambio verdadero”. Y afirma convencido que, en adelante, “ya nada será como antes”. Su retórica nada tiene de hueca; los pasos que ha dado en efecto apuntan hacia una revolución radical, si no de las instituciones de la República, si de los modos de hacer política. Se muestra seguro de poder cambiar esa inercia conductual colectiva que hace ver a la corrupción como algo consustancial al mexicano. Asombra la seguridad con que, un día sí y otro también, visualiza un país en el que ninguno de sus habitantes esté desatendido. Su intención es dar certeza a su lema de “por el bien de todos, primero los pobres”, y es en esa dirección hacia donde caminan sus programas sociales. Sin ignorar, claro, que también buscan consolidar, y aún aumentar, el numerosísimo contingente ciudadano que lo sigue y apoya. Es lícito, empero, preguntarse… ¿cuántos de esos programas funcionarán? ¿cómo conseguirá dispersar sin mermas ni sectarismos los cuantiosos recursos que a esos fines tiene destinados? ¿será suficiente, como dice, su honestidad para erradicar -o por lo menos mantener a raya- a los corruptos? ¿permeará su ejemplo en todos los niveles de la alta y la baja burocracia? Y, finalmente, ¿le alcanzarán los dineros? Por otro lado, la mayoría parlamentaria morenista y la capacidad operativa de sus coordinadores sacaron adelante su iniciativa de conformar una Guardia Militar prácticamente igual a la que originalmente había solicitado. Con ella -y con la colaboración activa de los gobiernos de los estados- buscará abatir los terribles índices delicuenciales que asuelan a cada vez más extensas regiones del territorio nacional. Los resultados en esta materia -quizá el mayor desafío de su administración- tampoco son exigibles a corto plazo; habrá que aguardar por lo menos tres años a que la nueva corporación policíaca y la eficacia pacificadora de los programas sociales disuadan a quienes han tomado -o están tentados a tomar- la salida criminal.

Inquietudes justificadas

Son inevitables las dudas que despiertan las obras materiales anunciadas. Tras la cancelación del aeropuerto de Texcoco a un costo elevadísimo, la triple alternativa de rehabilitar el Benito Juárez, ampliar el de Toluca y construir uno nuevo en la Base Militar de Santa Lucía no convence a los expertos. La refinería en Tabasco tampoco obedece a una buena lógica financiera. El corredor trans-ístmico, así como el Tren Maya, -propuestos para promover el desarrollo del abandonado sureste de México- son apenas bosquejos cuya terminación, en el mejor de los casos, se contempla hacia el final del sexenio. Esas decisiones del tabasqueño -que a no pocos parecen caprichosas- abrirán grandes boquetes al presupuesto gubernamental. Con una agravante: de ninguna de esos proyectos se esperan réditos en el corto plazo. En tanto, la riqueza petrolera permanece intacta en el subsuelo marino, sin que haya nadie en el país que tenga la capacidad tecnológica para extraerlas. Lo anterior lleva a pensar que, hasta que no se concreten los ahorros previstos por Andrés Manuel -provenientes de la austeridad gubernamental y de los saldos positivos que vaya dejando el combate a la corrupción- no hay a la vista elementos para suponer que los recursos disponibles serán suficientes para fondear los programas sociales y las obras anunciadas. Por otra parte, las cantidades ingentes que demanda la prometida transformación de Pemex en empresa realmente productiva empeoran un panorama que no se presenta halagüeño, pese a las reiteradas expresiones presidenciales de que “vamos bien”. Y lo peor, con una recesión económica que ya empieza a asomar la cara.

Sin AMLO, la 4T quedaría acéfala

La sostenida tendencia a concentrar en la persona del presidente prácticamente todas las decisiones de gobierno… y también las de su comunicación social, es una cuestión delicada que genera preocupación. Sin la omnipresencia de López Obrador es difícil pensar que el Movimiento de Regeneración Nacional pueda continuar, por sí sólo, la gigantesca epopeya que representa la Cuarta Transformación. A decir verdad, de los liderazgos adyacentes al tabasqueño ninguno ha cobrado la talla política y la relevancia social que se requiere para seguir adelante con una épica de tan singulares alcances. Da la sensación de que, cualquier breve ausencia del Gran Conductor, originará que el gobierno entre en una crisis paralizante. Por tanto, es inaplazable -a mi juicio- transversalizar los poderes de la República, distribuyendo la carga de las responsabilidades de forma más extensa, equitativa y democrática. Empero, esa delegación de funciones a que aludo no está en la naturaleza de Andrés Manuel, una personalidad centralizadora donde las haya. La Primera Transformación -la Independencia- tuvo en Morelos, Aldana, Guerrero y Abasolo los sucesores idóneos de Hidalgo; en la Segunda Transformación -la Reforma-, Juárez tuvo a su lado a Lerdo, Ocampo, Prieto y Rivapalacio y, por último, en la Tercera Transformación -la Revolución- la gesta de Madero no acabaría de entenderse sin Carranza, Zapata, Villa y Obregón. Termino, amigo lector, con estas preguntas: ¿se ha hecho notar algún morenista con imán popular siquiera cercano al que posee López Obrador? ¿surgirá alguno conforme avance el cambio verdadero? De momento no se atisba ninguno.

“…La fama de quien resucita a los muertos, da vista a los ciegos, endereza a los cojos y da salud a los enfermos hará que delante de su sepultura ardan las lámparas y estén llenas sus capillas de gentes devotas que de rodillas adoren sus reliquias…”

Don Quijote de la Mancha (2da. Parte-Cap. VIII)