/ martes 19 de marzo de 2019

TIEMPOS DE DEMOCRACIA

Aniversario de un nonagenario senecto

José Vicente Sáiz Tejero

Hállese en la corrupción impune de sus liderazgos, en su insoportable soberbia y en su desdén por las clases marginales, las causas eficientes del irreversible proceso jubilar al que se ha condenado el PRI

Contrario a lo que pudiera pensarse luego de la debacle del 1º de julio, el PRI todavía no ha tocado fondo. Aún tiene por delante elecciones en las que el encono popular le seguirá regateando el voto. El tricolor va a continuar encajando derrotas durante un buen tiempo en prácticamente todos los lugares donde compita. ¿Cuánto más se prolongará su calvario? Difícil predecirlo, pero el horizonte de su recuperación se advierte lejano e incierto. Al intento de revivir al PRI no se le ve futuro, máxime si se insiste en la idea de poner en manos de sus vetustos y derrotados gerifaltes la tarea de rescatarlo de la intrascendencia a la que ellos mismos se encargaron de condenarlo. No hace falta ser adivino para anticipar que el antaño poderoso partido acabará desdibujado por completo si no encuentra entre sus diezmadas filas a militantes jóvenes, con ideas renovadas, dispuestos al sacrificio y a entregarse a una labor de largo aliento… sin recompensa inmediata. Expectativa complicada, admitámoslo, en esta época en que las oportunidades de crecimiento político solo las ofrece Morena, un movimiento de masas que está en la cúspide del reconocimiento de las mayorías. Pero reitero, será lo con ellos, con una nueva generación de priístas, liderados por gente distinta, limpia, vital, bien intencionada y capaz de reconocer la realidad de México como el PRI podrá de nueva cuenta presentarse ante la ciudadanía con un perfil cercano, creíble y digno de crédito y confianza. Les llevará años, quizá décadas.., pero no tienen otro camino.

Ante la quiebra de sus postulados… y la bancarrota de sus finanzas


Mas para reconstruir antes hay que demoler. Y desde sus cimientos, sin demora ni miramientos. Nada de lo antiguo servirá. Y no lo digo en sentido figurado. Reducido en todos los aspectos, al PRI no le queda más que cambiarlo todo, incluido el logotipo, su sede nacional, sus oficinas estatales, sus estatutos y sus principios, esos difusos postulados que con gran habilidad supieron ajustar por más de ochenta años a las cambiantes condiciones políticas y sociales que se presentaban sexenio tras sexenio. Desde la llegada de Cárdenas a la presidencia de la República hasta la implantación del neoliberalismo en México, el péndulo priísta no dejó de oscilar, moviéndose, según el caso, desde una izquierda de corte socialista hasta una derecha de claros matices confesionales. Pero aparte del menoscabo sufrido en el terreno de lo político-electoral, el reto más apremiante que arrostra el Revolucionario Institucional es su bancarrota financiera. Asediado por las deudas, fuera del gobierno federal, con solo una docena de entidades federativas al mando de priístas, con prerrogativas a la baja por efecto de su reducida votación, y con la amenaza de que el financiamiento a los partidos se reduzca a la mitad, quienes queden a bordo de la desfondada nave priísta deberán tomar medidas urgentes y dolorosamente radicales. Les costará acoplarse a la necesaria y larga etapa de austeridad que tienen por enfrente, habituados como estaban a prebendas, lujos y comodidades. Cabe aquí apuntar que los de abajo, los remeros, los que mueven y mantienen a flote el barco, no tolerarán excesos ni dispendios a los de arriba, los capitanes, los de los camarotes de lujo.

Competencia interna… con desenlace incierto


A esas circunstancias de extrema debilidad, los desorientados priístas deben añadir la complicada renovación de su dirección nacional, en contienda abierta a toda su militancia. Destemplado el ánimo y sin la certeza que les daba la hoy apagada luz de la Presidencia, los capitostes tricolores han preferido no pronunciarse. Entre las manos que se han alzado está la de un gobernador en funciones, Alejandro Moreno, de Campeche, abogado de 43 años, organizador de la mesa en que el PRI de Peña Nieto abrió los candados que le cerraban el paso a José Antonio Meade. La levantan también tres exgobernadores: Ivonne Ortega, de Yucatán, de 46 años, política, sobrina del mítico cacique Víctor Cervera y partidaria de penalizar el aborto y el matrimonio heterosexual; Ulises Ruiz, abogado de 60 años, de Oaxaca, mandatario en los conflictivos años de la APPO y la CNTE, indiciado por la Corte de violar garantías ciudadanas, y René Juárez Cisneros, de Guerrero, economista de 62 años, ex líder nacional del PRI durante el tramo final de la campaña de Meade. El elenco lo completan dos ex secretarios de Estado, Miguel Ángel Osorio Chong, de Gobernación, abogado de 54 años, exgobernador de Hidalgo y conductor fracasado de la lucha contra el narco y la inseguridad, y José Narro Robles, exsecretario de Salud, de Saltillo, médico cirujano de 70 años, exrector de la UNAM. Tanto a Osorio como a Narro se les mencionó como precandidatos a la presidencia, cargo que, por voluntad de Peña Nieto, se confirió a Meade.

¿Y aquí en Tlaxcala…?


No es muy diferente la situación que reina en el PRI tlaxcalteca de la que priva en el ámbito nacional. Dirigido diríase que virtualmente por un personaje sin fuerza ni personalidad como Roberto Lima, extintas las corrientes de opinión al interior del partido y desvanecida toda esperanza de una pronta resurrección, el partido depende de la energía política que pudiera transfundirle Marco Mena, gobernador del estado. Empero, la situación del mandatario local -similar a la de sus homólogos tricolores que tienen idéntico desafío en las otras once entidades ganadas por el PRI durante el periodo peñanietista- no es ciertamente la más propicia para poner sobre el tapete electoral las fichas de que dispone a favor de una causa que de antemano sabe perdida. Su responsabilidad actual es facilitar a su administración un trabajo coordinado, cordial y constructivo con las nuevas autoridades federales, a fin de preservar y aún mejorar el incipiente pero consistente desarrollo logrado a lo largo de su gestión. El objetivo es que, sin perjuicio del decoro y la corrección política, se procure evitar incidentes que tensen y enturbien esa relación, sobre todo ahora que los delitos electorales serán juzgados como graves… y ameritarán cárcel. Abundaré pronto sobre este tema.

ANTENA INTERNACIONAL

Los festejos por los 500 años


Atento como estoy a los programas de la conmemoración del Encuentro entre dos Culturas que se planean a un lado y otro del Atlántico, temo que el gobierno de Tlaxcala -y particularmente la comisionada Anabel Alvarado que para el efecto designó el mandatario Marco Mena- se vayan a quedar muy a la zaga de la real dimensión histórica de tan trascendental acontecimiento. No obstante el papel de primerísimo nivel que jugó el pueblo que ya entonces se llamaba tlaxcalteca -cuando ni la denominación española ni la mexicana existían como tales-, no obstante ello, repito, no se tiene noticia de que el asunto vaya a ser tratado con la formalidad e importancia que el caso exige. Hace días -el jueves pasado para ser exactos- se cumplieron quinientos años del primer contacto entre Hernán Cortés y doña Marina y, en apenas unas semanas más, llegarán las efemérides en las que recordaremos la batalla inicial entre los soldados del capitán extremeño y las huestes de Xicohtencatl El Joven, así como la ulterior alianza entre ambos ejércitos, paso estratégico fundamental para la conquista de Tenochtitlan y la liberación de los pueblos subyugados por el imperio de Moctezuma. Trátase de capítulos esenciales de nuestra historia que -insisto- ameritan un debate de calidad entre historiadores y sociólogos reconocidos, debate que habrá de contribuir a su mejor comprensión y, sobre todo, a dar certeza al mexicano de la grandeza de sus antepasados. Asociar los eventos del Quinto Centenario a las fiestas de Carnaval y a la diplomacia del embajador designado, el cantante Carlos Rivera, me parece poco serio, impropio y -con perdón- groseramente superficial.

Aniversario de un nonagenario senecto

José Vicente Sáiz Tejero

Hállese en la corrupción impune de sus liderazgos, en su insoportable soberbia y en su desdén por las clases marginales, las causas eficientes del irreversible proceso jubilar al que se ha condenado el PRI

Contrario a lo que pudiera pensarse luego de la debacle del 1º de julio, el PRI todavía no ha tocado fondo. Aún tiene por delante elecciones en las que el encono popular le seguirá regateando el voto. El tricolor va a continuar encajando derrotas durante un buen tiempo en prácticamente todos los lugares donde compita. ¿Cuánto más se prolongará su calvario? Difícil predecirlo, pero el horizonte de su recuperación se advierte lejano e incierto. Al intento de revivir al PRI no se le ve futuro, máxime si se insiste en la idea de poner en manos de sus vetustos y derrotados gerifaltes la tarea de rescatarlo de la intrascendencia a la que ellos mismos se encargaron de condenarlo. No hace falta ser adivino para anticipar que el antaño poderoso partido acabará desdibujado por completo si no encuentra entre sus diezmadas filas a militantes jóvenes, con ideas renovadas, dispuestos al sacrificio y a entregarse a una labor de largo aliento… sin recompensa inmediata. Expectativa complicada, admitámoslo, en esta época en que las oportunidades de crecimiento político solo las ofrece Morena, un movimiento de masas que está en la cúspide del reconocimiento de las mayorías. Pero reitero, será lo con ellos, con una nueva generación de priístas, liderados por gente distinta, limpia, vital, bien intencionada y capaz de reconocer la realidad de México como el PRI podrá de nueva cuenta presentarse ante la ciudadanía con un perfil cercano, creíble y digno de crédito y confianza. Les llevará años, quizá décadas.., pero no tienen otro camino.

Ante la quiebra de sus postulados… y la bancarrota de sus finanzas


Mas para reconstruir antes hay que demoler. Y desde sus cimientos, sin demora ni miramientos. Nada de lo antiguo servirá. Y no lo digo en sentido figurado. Reducido en todos los aspectos, al PRI no le queda más que cambiarlo todo, incluido el logotipo, su sede nacional, sus oficinas estatales, sus estatutos y sus principios, esos difusos postulados que con gran habilidad supieron ajustar por más de ochenta años a las cambiantes condiciones políticas y sociales que se presentaban sexenio tras sexenio. Desde la llegada de Cárdenas a la presidencia de la República hasta la implantación del neoliberalismo en México, el péndulo priísta no dejó de oscilar, moviéndose, según el caso, desde una izquierda de corte socialista hasta una derecha de claros matices confesionales. Pero aparte del menoscabo sufrido en el terreno de lo político-electoral, el reto más apremiante que arrostra el Revolucionario Institucional es su bancarrota financiera. Asediado por las deudas, fuera del gobierno federal, con solo una docena de entidades federativas al mando de priístas, con prerrogativas a la baja por efecto de su reducida votación, y con la amenaza de que el financiamiento a los partidos se reduzca a la mitad, quienes queden a bordo de la desfondada nave priísta deberán tomar medidas urgentes y dolorosamente radicales. Les costará acoplarse a la necesaria y larga etapa de austeridad que tienen por enfrente, habituados como estaban a prebendas, lujos y comodidades. Cabe aquí apuntar que los de abajo, los remeros, los que mueven y mantienen a flote el barco, no tolerarán excesos ni dispendios a los de arriba, los capitanes, los de los camarotes de lujo.

Competencia interna… con desenlace incierto


A esas circunstancias de extrema debilidad, los desorientados priístas deben añadir la complicada renovación de su dirección nacional, en contienda abierta a toda su militancia. Destemplado el ánimo y sin la certeza que les daba la hoy apagada luz de la Presidencia, los capitostes tricolores han preferido no pronunciarse. Entre las manos que se han alzado está la de un gobernador en funciones, Alejandro Moreno, de Campeche, abogado de 43 años, organizador de la mesa en que el PRI de Peña Nieto abrió los candados que le cerraban el paso a José Antonio Meade. La levantan también tres exgobernadores: Ivonne Ortega, de Yucatán, de 46 años, política, sobrina del mítico cacique Víctor Cervera y partidaria de penalizar el aborto y el matrimonio heterosexual; Ulises Ruiz, abogado de 60 años, de Oaxaca, mandatario en los conflictivos años de la APPO y la CNTE, indiciado por la Corte de violar garantías ciudadanas, y René Juárez Cisneros, de Guerrero, economista de 62 años, ex líder nacional del PRI durante el tramo final de la campaña de Meade. El elenco lo completan dos ex secretarios de Estado, Miguel Ángel Osorio Chong, de Gobernación, abogado de 54 años, exgobernador de Hidalgo y conductor fracasado de la lucha contra el narco y la inseguridad, y José Narro Robles, exsecretario de Salud, de Saltillo, médico cirujano de 70 años, exrector de la UNAM. Tanto a Osorio como a Narro se les mencionó como precandidatos a la presidencia, cargo que, por voluntad de Peña Nieto, se confirió a Meade.

¿Y aquí en Tlaxcala…?


No es muy diferente la situación que reina en el PRI tlaxcalteca de la que priva en el ámbito nacional. Dirigido diríase que virtualmente por un personaje sin fuerza ni personalidad como Roberto Lima, extintas las corrientes de opinión al interior del partido y desvanecida toda esperanza de una pronta resurrección, el partido depende de la energía política que pudiera transfundirle Marco Mena, gobernador del estado. Empero, la situación del mandatario local -similar a la de sus homólogos tricolores que tienen idéntico desafío en las otras once entidades ganadas por el PRI durante el periodo peñanietista- no es ciertamente la más propicia para poner sobre el tapete electoral las fichas de que dispone a favor de una causa que de antemano sabe perdida. Su responsabilidad actual es facilitar a su administración un trabajo coordinado, cordial y constructivo con las nuevas autoridades federales, a fin de preservar y aún mejorar el incipiente pero consistente desarrollo logrado a lo largo de su gestión. El objetivo es que, sin perjuicio del decoro y la corrección política, se procure evitar incidentes que tensen y enturbien esa relación, sobre todo ahora que los delitos electorales serán juzgados como graves… y ameritarán cárcel. Abundaré pronto sobre este tema.

ANTENA INTERNACIONAL

Los festejos por los 500 años


Atento como estoy a los programas de la conmemoración del Encuentro entre dos Culturas que se planean a un lado y otro del Atlántico, temo que el gobierno de Tlaxcala -y particularmente la comisionada Anabel Alvarado que para el efecto designó el mandatario Marco Mena- se vayan a quedar muy a la zaga de la real dimensión histórica de tan trascendental acontecimiento. No obstante el papel de primerísimo nivel que jugó el pueblo que ya entonces se llamaba tlaxcalteca -cuando ni la denominación española ni la mexicana existían como tales-, no obstante ello, repito, no se tiene noticia de que el asunto vaya a ser tratado con la formalidad e importancia que el caso exige. Hace días -el jueves pasado para ser exactos- se cumplieron quinientos años del primer contacto entre Hernán Cortés y doña Marina y, en apenas unas semanas más, llegarán las efemérides en las que recordaremos la batalla inicial entre los soldados del capitán extremeño y las huestes de Xicohtencatl El Joven, así como la ulterior alianza entre ambos ejércitos, paso estratégico fundamental para la conquista de Tenochtitlan y la liberación de los pueblos subyugados por el imperio de Moctezuma. Trátase de capítulos esenciales de nuestra historia que -insisto- ameritan un debate de calidad entre historiadores y sociólogos reconocidos, debate que habrá de contribuir a su mejor comprensión y, sobre todo, a dar certeza al mexicano de la grandeza de sus antepasados. Asociar los eventos del Quinto Centenario a las fiestas de Carnaval y a la diplomacia del embajador designado, el cantante Carlos Rivera, me parece poco serio, impropio y -con perdón- groseramente superficial.