/ lunes 1 de abril de 2019

TIEMPOS DE DEMOCRACIA

Los pasos de López

Al introducir artificiosa y extemporáneamente la defensa del indigenismo ultrajado en su agenda, Andrés Manuel atizó los remanentes de las más elementales pulsiones xenófobas y nacionalistas que aún existen a ambos lados del Atlántico. El saldo de la ocurrencia fue una grave desestabilización de las relaciones hispano-mexicanas

Causó perplejidad, por decir lo menos, la carta que López Obrador dirigió al Jefe del Estado Español para exigirle, solicitarle o sugerirle que pida perdón a los pueblos originarios de lo que hoy es la nación mexicana. Adujo el motivo: los atropellos cometidos 500 años atrás en agravio de los indígenas por la soldadesca capitaneada por Hernán Cortés en tierras mesoamericanas durante la campaña político-militar que culminó en 1521 con la Toma de Tenochtitlán. La tal misiva -de carácter privado, cuyo contenido fue indebida y unilateralmente filtrado por el mandatario mexicano, en obvia vulneración de una regla elemental de la diplomacia-, la tal misiva, repito, vino a perturbar el proceso de mitigación de las tensiones existentes desde tiempos ancestrales entre ambas naciones. El dicho proceso alcanzó su punto más alto de calidez, cercanía y cordialidad con la presencia de Felipe VI en la toma de protesta de Andrés Manuel el 1º de diciembre, y con la visita oficial de Pedro Sánchez, presidente del Gobierno español, a finales del pasado enero. Vale aquí destacar la magnífica pieza oratoria que pronunciara el mandatario hispano en elogio a la generosidad de México, al acoger a miles de republicanos españoles perseguidos por el gobierno golpista de Francisco Franco. En ambas visitas se enfatizó que, en adición a los lazos históricos y culturales que indisolublemente unen a las dos naciones, sus actuales vínculos comerciales se encuentran en su mejor nivel, como lo prueba el hecho de que las inversiones españolas en nuestro país ocupan el primer lugar entre todos los países europeos, y el segundo del mundo, sólo después de Estados Unidos.

Interpretación mesurada de un pasado compartido

Hasta antes de que López Obrador fuera con su esposa a Comalcalco a divulgar los términos de la carta, esa era la amigable atmósfera que presidía las relaciones hispano-mexicanas. Empero, la revelación pública de la insólita petición de perdón provocó una reacción de su contraparte, lógica y proporcional a lo inapropiado de la demanda. El rechazo del gobierno de España se formuló “…con toda rotundidad…”, argumentando de paso que los hechos a que se refiere la petición “…no pueden juzgarse a la luz de consideraciones actuales…”, e instando “…a leer nuestro pasado compartido sin ira y con una perspectiva constructiva…”. El desaseado manejo de Andrés Manuel frustró el propósito que dice tener de lograr la reconciliación definitiva de los dos pueblos. La idea era, supongo, que tras un debate riguroso entre especialistas se desvelaran las circunstancias reales que privaban cuando ocurrió el encuentro de dos culturas que -hay que subrayarlo- pasaban por etapas de desarrollo sumamente distintas; ni mejores ni peores, sólo diferentes. Lo que el tabasqueño parece no admitir es que esas heridas -que en efecto existen y son profundas- se deben, no tanto a la Conquista en sí misma -violenta como tantas otras acontecidas en diferentes sitios y épocas en todo el mundo-, como a la forma tergiversada en que ese episodio forjador de nuestra nacionalidad mestiza ha sido explicado en los libros de texto a muchas generaciones de niños mexicanos. Hoy se sabe que las enseñanzas que se imparten en la primaria, así como las primeras lecturas de los infantes, quedan marcadas a fuego en su corteza cerebral. Así, sin más patrón de contraste, supimos que los conquistadores eran sanguinarios y que actuaron de forma brutal con las etnias nativas, destruyendo su cultura, su religión y sus costumbres.

De estrategias de inspiración florentina

Mas la hipótesis de la reconciliación no es la única sobre la mesa. Como se sabe, López Obrador tiene una propensión natural a crear conflictos donde no los hay. Es un maestro en el arte de azuzar resentimientos, de reavivar antagonismos, de exaltar rencores. Es un polarizador que dista de ser el pacifista que dice ser. Su discurso de amor y paz nunca tuvo asideras con la realidad. Su no pleito con Peña Nieto obedeció a un pacto beneficioso para ambos. Pragmatismo puro. El cálculo condiciona su agenda. Lo que no redunda en aumento de su popularidad, se desecha; lo que la incrementa, se adopta, sin mirar costos ni consecuencias. Es en este espacio donde a mi juicio debe ubicarse el fabricado y artificioso diferendo con España. Aunque aún no se han levantado encuestas sobre el pensamiento del mexicano medio respecto de la idea de zanjar diferencias con los hispanos, no sería en absoluto sorprendente que las cifras resultantes arrojen una mayoría sustantiva a favor de que el Jefe del Estado Español debe pedir perdón a los pueblos originarios. Y es que, si bien los intercambios comerciales y culturales han logrado atenuar los viejos recelos, la antidiplomacia del Peje encendió -aquí y allá- la apagada llama de la confrontación. A ambos lados del Atlántico han menudeado expresiones ofensivas y hasta rupturistas. No es casualidad pues que sea justamente en ese terreno lodoso donde mejor se desempeña AMLO, y dónde saca mayores ventajas. Cabría entonces pensar que su imprudencia diplomática no fue tal un error, sino una acción estudiada para excitar el ánimo de sus seguidores, distrayendo su atención de asuntos que no ha podido -y quizá nunca pueda- resolver. Maquiavelo, el pensador florentino, en su obra El Príncipe, orienta sus reflexiones a temas estratégicos pensados para conservar y acrecentar el poder, pasando si se precisa por encima de consideraciones de orden ético, moral y religioso. Atención, amigo lector: El Principe es el perfecto manual para quien no tiene entre sus planes dejar bajo ninguna circunstancia el poder que detenta.

En los linderos de la demagogia

Ahí tiene usted dos posibles explicaciones al enredo provocado por Andrés Manuel -¿o por su esposa doña Beatriz?- con la corona y el gobierno español. ¿Fue un resbalón desafortunado, natural en personas que hablan sin parar, o se trató de un montaje premeditado, ideado por un maestro del ajedrez político? Para sustentar la primera hipótesis no hace falta indagatoria ninguna adicional; la causa habría sido la desbordada verborrea del interfecto que propende a cometer errores. Mas para justificar la segunda, la del montaje, habría que atender al agotamiento progresivo del efecto de las acciones simbólicas que emprendió al inicio de su gestión, gracias a las cuales el pueblo le confirió un carácter de héroe popular jamás alcanzado por ninguno de sus antecesores. Me refiero, sí, al Jetta blanco, a los vuelos comerciales, al libre acceso de la gente a Los Pinos, a la cancelación de las pensiones de los ex presidentes, a la abolición de la Guardia Presidencial, a la venta del avión “que ni Obama tiene”, etc., decisiones todas que eliminaron chocantes privilegios de una élite política caduca. La ciudadanía las valoró, reflejando su agrado en la aceptación sin precedente de la figura presidencial. Sin embargo, a quince semanas de su asunción como Primer Mandatario de la Nación, han dejado de ser novedad, fenómeno semejante al que aqueja a sus frases, dicharachos y lemas, desgastados a fuerza de tanto repetirse. Y si a esto que escribo se suma la creciente inquietud de la gente en la calle a la que a diario se le siembra la duda respecto de la viabilidad de los programas y obras de Andrés Manuel, entonces se entiende que las luces amarillas en Palacio Nacional hayan empezado a parpadear. Son señales que mandan un primer aviso para que las conferencias mañaneras varíen de formato y contenidos, dando cabida a nuevos asuntos que diversifiquen y refresquen sus temáticas. En esa nueva estrategia comunicacional se preferirán aquellos que sean capaces de excitar las fibras emocionales del pueblo, por ejemplo, las de un nacionalismo lastimado que llame a unirse con su presidente en defensa de los pueblos originarios. El falso conflicto generado con España reúne, a mi juicio, esas características.

Los pasos de López

Al introducir artificiosa y extemporáneamente la defensa del indigenismo ultrajado en su agenda, Andrés Manuel atizó los remanentes de las más elementales pulsiones xenófobas y nacionalistas que aún existen a ambos lados del Atlántico. El saldo de la ocurrencia fue una grave desestabilización de las relaciones hispano-mexicanas

Causó perplejidad, por decir lo menos, la carta que López Obrador dirigió al Jefe del Estado Español para exigirle, solicitarle o sugerirle que pida perdón a los pueblos originarios de lo que hoy es la nación mexicana. Adujo el motivo: los atropellos cometidos 500 años atrás en agravio de los indígenas por la soldadesca capitaneada por Hernán Cortés en tierras mesoamericanas durante la campaña político-militar que culminó en 1521 con la Toma de Tenochtitlán. La tal misiva -de carácter privado, cuyo contenido fue indebida y unilateralmente filtrado por el mandatario mexicano, en obvia vulneración de una regla elemental de la diplomacia-, la tal misiva, repito, vino a perturbar el proceso de mitigación de las tensiones existentes desde tiempos ancestrales entre ambas naciones. El dicho proceso alcanzó su punto más alto de calidez, cercanía y cordialidad con la presencia de Felipe VI en la toma de protesta de Andrés Manuel el 1º de diciembre, y con la visita oficial de Pedro Sánchez, presidente del Gobierno español, a finales del pasado enero. Vale aquí destacar la magnífica pieza oratoria que pronunciara el mandatario hispano en elogio a la generosidad de México, al acoger a miles de republicanos españoles perseguidos por el gobierno golpista de Francisco Franco. En ambas visitas se enfatizó que, en adición a los lazos históricos y culturales que indisolublemente unen a las dos naciones, sus actuales vínculos comerciales se encuentran en su mejor nivel, como lo prueba el hecho de que las inversiones españolas en nuestro país ocupan el primer lugar entre todos los países europeos, y el segundo del mundo, sólo después de Estados Unidos.

Interpretación mesurada de un pasado compartido

Hasta antes de que López Obrador fuera con su esposa a Comalcalco a divulgar los términos de la carta, esa era la amigable atmósfera que presidía las relaciones hispano-mexicanas. Empero, la revelación pública de la insólita petición de perdón provocó una reacción de su contraparte, lógica y proporcional a lo inapropiado de la demanda. El rechazo del gobierno de España se formuló “…con toda rotundidad…”, argumentando de paso que los hechos a que se refiere la petición “…no pueden juzgarse a la luz de consideraciones actuales…”, e instando “…a leer nuestro pasado compartido sin ira y con una perspectiva constructiva…”. El desaseado manejo de Andrés Manuel frustró el propósito que dice tener de lograr la reconciliación definitiva de los dos pueblos. La idea era, supongo, que tras un debate riguroso entre especialistas se desvelaran las circunstancias reales que privaban cuando ocurrió el encuentro de dos culturas que -hay que subrayarlo- pasaban por etapas de desarrollo sumamente distintas; ni mejores ni peores, sólo diferentes. Lo que el tabasqueño parece no admitir es que esas heridas -que en efecto existen y son profundas- se deben, no tanto a la Conquista en sí misma -violenta como tantas otras acontecidas en diferentes sitios y épocas en todo el mundo-, como a la forma tergiversada en que ese episodio forjador de nuestra nacionalidad mestiza ha sido explicado en los libros de texto a muchas generaciones de niños mexicanos. Hoy se sabe que las enseñanzas que se imparten en la primaria, así como las primeras lecturas de los infantes, quedan marcadas a fuego en su corteza cerebral. Así, sin más patrón de contraste, supimos que los conquistadores eran sanguinarios y que actuaron de forma brutal con las etnias nativas, destruyendo su cultura, su religión y sus costumbres.

De estrategias de inspiración florentina

Mas la hipótesis de la reconciliación no es la única sobre la mesa. Como se sabe, López Obrador tiene una propensión natural a crear conflictos donde no los hay. Es un maestro en el arte de azuzar resentimientos, de reavivar antagonismos, de exaltar rencores. Es un polarizador que dista de ser el pacifista que dice ser. Su discurso de amor y paz nunca tuvo asideras con la realidad. Su no pleito con Peña Nieto obedeció a un pacto beneficioso para ambos. Pragmatismo puro. El cálculo condiciona su agenda. Lo que no redunda en aumento de su popularidad, se desecha; lo que la incrementa, se adopta, sin mirar costos ni consecuencias. Es en este espacio donde a mi juicio debe ubicarse el fabricado y artificioso diferendo con España. Aunque aún no se han levantado encuestas sobre el pensamiento del mexicano medio respecto de la idea de zanjar diferencias con los hispanos, no sería en absoluto sorprendente que las cifras resultantes arrojen una mayoría sustantiva a favor de que el Jefe del Estado Español debe pedir perdón a los pueblos originarios. Y es que, si bien los intercambios comerciales y culturales han logrado atenuar los viejos recelos, la antidiplomacia del Peje encendió -aquí y allá- la apagada llama de la confrontación. A ambos lados del Atlántico han menudeado expresiones ofensivas y hasta rupturistas. No es casualidad pues que sea justamente en ese terreno lodoso donde mejor se desempeña AMLO, y dónde saca mayores ventajas. Cabría entonces pensar que su imprudencia diplomática no fue tal un error, sino una acción estudiada para excitar el ánimo de sus seguidores, distrayendo su atención de asuntos que no ha podido -y quizá nunca pueda- resolver. Maquiavelo, el pensador florentino, en su obra El Príncipe, orienta sus reflexiones a temas estratégicos pensados para conservar y acrecentar el poder, pasando si se precisa por encima de consideraciones de orden ético, moral y religioso. Atención, amigo lector: El Principe es el perfecto manual para quien no tiene entre sus planes dejar bajo ninguna circunstancia el poder que detenta.

En los linderos de la demagogia

Ahí tiene usted dos posibles explicaciones al enredo provocado por Andrés Manuel -¿o por su esposa doña Beatriz?- con la corona y el gobierno español. ¿Fue un resbalón desafortunado, natural en personas que hablan sin parar, o se trató de un montaje premeditado, ideado por un maestro del ajedrez político? Para sustentar la primera hipótesis no hace falta indagatoria ninguna adicional; la causa habría sido la desbordada verborrea del interfecto que propende a cometer errores. Mas para justificar la segunda, la del montaje, habría que atender al agotamiento progresivo del efecto de las acciones simbólicas que emprendió al inicio de su gestión, gracias a las cuales el pueblo le confirió un carácter de héroe popular jamás alcanzado por ninguno de sus antecesores. Me refiero, sí, al Jetta blanco, a los vuelos comerciales, al libre acceso de la gente a Los Pinos, a la cancelación de las pensiones de los ex presidentes, a la abolición de la Guardia Presidencial, a la venta del avión “que ni Obama tiene”, etc., decisiones todas que eliminaron chocantes privilegios de una élite política caduca. La ciudadanía las valoró, reflejando su agrado en la aceptación sin precedente de la figura presidencial. Sin embargo, a quince semanas de su asunción como Primer Mandatario de la Nación, han dejado de ser novedad, fenómeno semejante al que aqueja a sus frases, dicharachos y lemas, desgastados a fuerza de tanto repetirse. Y si a esto que escribo se suma la creciente inquietud de la gente en la calle a la que a diario se le siembra la duda respecto de la viabilidad de los programas y obras de Andrés Manuel, entonces se entiende que las luces amarillas en Palacio Nacional hayan empezado a parpadear. Son señales que mandan un primer aviso para que las conferencias mañaneras varíen de formato y contenidos, dando cabida a nuevos asuntos que diversifiquen y refresquen sus temáticas. En esa nueva estrategia comunicacional se preferirán aquellos que sean capaces de excitar las fibras emocionales del pueblo, por ejemplo, las de un nacionalismo lastimado que llame a unirse con su presidente en defensa de los pueblos originarios. El falso conflicto generado con España reúne, a mi juicio, esas características.