/ lunes 29 de abril de 2019

TIEMPOS DE DEMOCRACIA

De liberales y conservadores

  • La identidad del pensamiento es importante no solo cuando la referimos a actores de la política o de la religión, sino también cuando hurgamos en la nuestra propia. De lo que se trata es de perfilar -y en su caso descubrir- las afinidades que cada uno guarda en su más estricta individualidad.

Los asuntos de estado y los programas de gobierno se visualizan de manera distinta desde la óptica del pensamiento liberal que del conservador. Y viceversa, claro. Y para que nadie se llame a engaño, los políticos con responsabilidad de mando deben ser consistentes con la ideología que dicen profesar.

Los campos en los que el dogma progresista y el retardatario encuentran terreno fértil para conquistar adeptos están perfectamente delimitados, si bien es cierto que los perímetros que definen sus fronteras con frecuencia se tocan, y hasta incluso se confunden y superponen cuando se desplazan en simultáneo hacia el centro del espectro político. Lo hacen con un doble propósito: 1) neutralizar a sus facciones más radicales y 2) capturar el espacio donde se agrupan mayoritariamente los ciudadanos sin identidad ideológica. Si bien los fundamentos filosóficos de la izquierda y de la derecha son en esencia contrapuestos, en la práctica no es raro observar que personajes afines a una u otra doctrina flexibilizan sus posturas al punto de adoptar las de la corriente contraria. A esta disquisición inicial -más propia de un curso de iniciación política que de un artículo periodístico- me han llevado las continuas menciones que el presidente López Obrador hace tanto del pensamiento liberal como del conservador, con la peculiaridad de que, cuando se refiere al primero lo hace de modo laudatorio, y cuando cita al segundo, lo alude siempre de manera peyorativa. En su derecho está… ¡treinta millones de votos lo respaldan! Con menos legitimidad que la que tiene el tabasqueño, todos los presidentes de México -sin exceptuar a ninguno- movieron el péndulo de la política hacia uno o hacia otro extremo, conforme las diferentes concepciones del país y del mundo que cada uno tuvo en su momento. Lo insólito es que Andrés Manuel, el actual mandatario, líder de la Cuarta Transformación, lo ha hecho oscilar indistintamente a la diestra y la siniestra, sin que en su actuar se advierta una línea de conducta comprensible, no sólo para sus seguidores incondicionales sino, en general, para todos sus gobernados.

Distintas gradaciones

La identidad del pensamiento es importante no solo cuando la referimos a actores de la política o de la religión, sino también cuando hurgamos en la nuestra propia. De lo que se trata es de perfilar -y en su caso descubrir- las afinidades que cada uno guarda en su más estricta individualidad. La pregunta es pertinente… aunque incomode. ¿Quién soy yo, y cuál mi posición respecto de asuntos cuya definición solemos eludir? El ejercicio puede resultar esclarecedor y, para el efecto, recopilé términos que, siendo sinónimos imperfectos -diferenciados sólo en grado e intensidad- admiten ser encuadrados bajo una de las dos denominaciones en comento: liberalismo o conservadurismo. Este es el test que propongo: en su concepto, ser liberal ¿equivale a ser innovador, reformista, de izquierda, demócrata, socialista, revolucionario, libertario, comunista, anarquista o ácrata? Y de otro lado, ser conservador ¿es sinónimo de ser reaccionario, de derecha, retrógrada, tradicionalista, dictatorial, absolutista, intolerante, continuista, y hasta despótico o fascista? Alguien puede pensar -y si lo hace sería normal- que para mejor definirse a sí mismo tendría que tomar conceptos de una u otra clasificación, por mas que sean o parezcan que están enfrentados. No sería raro; cito el caso del intelectual español José Luis López Aranguren que decía ser “un conservador de izquierdas”, y explicaba a su modo que la defensa del sistema en el que creía no reñía con su propósito reformador para mejorar la vida de las gentes.

¿De derecha… o de izquierda?

Lo anterior sólo es parte de un sencillo examen que nada pierde quien lo decide enfrentar. Las preguntas del párrafo precedente -lo reconozco- son un tanto abstractas en tanto que permiten interpretaciones diferentes y, por ende, respuestas múltiples y ambiguas. El planteamiento sin embargo se hace más preciso cuando se orienta a asuntos específicos como, por ejemplo, la pena de muerte o la eutanasia que, como se sabe, alude a la muerte asistida, una solución para personas enfermas con nulas esperanzas de sobrevivencia y ante las que se dibuja un horizonte de interminable sufrimiento. En esos temas no valen contestaciones divagantes; se exige una definición concreta, un sí o un no categórico. Y si abordáramos la cuestión del aborto…, ¿usted es de los que piensan que a la mujer se la debe castigar cuando opta por interrumpir un embarazo no deseado, sin importar la causa del mismo? Y añado otras: los miembros de una familia constituida por un matrimonio igualitario, sea entre hombres o entre mujeres, ¿pueden heredar entre sí sus bienes? ¿se deben reconocer sus derechos en materia de salud y seguridad social, de viudedad y de orfandad? ¿pueden adoptar niños, acudir a la maternidad subrogada y/o a la inseminación artificial? Y si hablamos de despenalizar para usos lúdicos la marihuana y las drogas denominadas suaves, ¿apoyaría esta opción o la condenaría? ¿aprobaría que se sembrara amapola para la fabricación de morfina, el analgésico más potente conocido contra el dolor? Y aquí cabe preguntarnos si las iniciativas del conservador Peña Nieto en esas materias eran más avanzadas que las del liberal López Obrador. Para cerrar, amigo lector… ¿qué piensa acerca de la tendencia del régimen morenista a militarizar asuntos que de siempre habían pertenecido al orden civil?

Y el presidente… ¿en qué equipo alinea y de qué lado batea?

Andrés Manuel dista de ser un jacobino radical. No lo es, aunque por sus dichos en ciertos temas lo aparente. Bien claro está que, cuando se trata de impulsar conceptos sociales coincidentes con el ideario de la izquierda, sus pronunciamientos se tornan velados e inciertos. Pongo un caso entre varios: el de su reticencia a impulsar la despenalización del aborto es similar -hay que decirlo- a la posición ultramontana de Acción Nacional, o a la de sus socios de Encuentro Social. ¿Ignora que 2 mil 345 mujeres cumplan penas de prisión en cárceles mexicanas por haber cometido el delito de decidir sobre su propio cuerpo? Consignemos además que, pese a la superioridad numérica de Morena en el Congreso Federal y en la mayoría de los Congresos Estatales, nadie mueve un dedo a favor de esas causas. Y no se diga la Iglesia Católica -la institución conservadora por antonomasia- que, por boca del sacerdote Manuel Zamora Díaz -párroco de la catedral de Tlaxcala- afirmó esta Semana Santa que el divorcio “…es un cáncer social…”. Lo hizo ante al Obispo Julio César Salcedo Aquino, tras abominar (Sol de Tlaxcala, abril 20) del ¡control de la natalidad! La Iglesia consideró de siempre al vínculo matrimonial como perpetuo e indisoluble; en cambio, la Reforma de 1857 introdujo la figura del matrimonio civil, abriendo el camino para que, al triunfo de la Revolución de 1910, se consagrara la figura del divorcio. Algo deberá hacer la Iglesia para librar a sus fieles de un pasmo de siglos que los tiene en el más penoso de los atrasos.

En pos de la propia definición

El lopezobradorismo tiene varios renglones pendientes en la columna del debe. Uno es la amnistía, que tanta expectación generó y que, dígase lo que se diga, es la única vía para pacificar a un país desangrado. Colombia, país hermano, sabe algo de eso. Olga Sánchez Cordero, hoy secretaria de Gobernación, hablo de justicia transicional, pero nunca precisó los alcances de esa política. En ese ámbito no hay avances; lo prueban los números crecientes del crimen. El mecanismo elegido para contrarrestarlo -la Guardia Nacional, marinos y soldados con distinto uniforme y otro entrenamiento- es difícil que, en el corto plazo, rinda dividendos positivos. De otro lado, los programas sociales a favor de los jóvenes corren por un carril distinto, mucho más lento que las demás estrategias. Y en esas estamos. Confieso mis dudas y me pregunto, ¿qué tanto soy de izquierda? Profeso ese ideal, pero... ¿hasta dónde? Y usted, amigo lector… ¿quién es, qué piensa y de qué lado está?


De liberales y conservadores

  • La identidad del pensamiento es importante no solo cuando la referimos a actores de la política o de la religión, sino también cuando hurgamos en la nuestra propia. De lo que se trata es de perfilar -y en su caso descubrir- las afinidades que cada uno guarda en su más estricta individualidad.

Los asuntos de estado y los programas de gobierno se visualizan de manera distinta desde la óptica del pensamiento liberal que del conservador. Y viceversa, claro. Y para que nadie se llame a engaño, los políticos con responsabilidad de mando deben ser consistentes con la ideología que dicen profesar.

Los campos en los que el dogma progresista y el retardatario encuentran terreno fértil para conquistar adeptos están perfectamente delimitados, si bien es cierto que los perímetros que definen sus fronteras con frecuencia se tocan, y hasta incluso se confunden y superponen cuando se desplazan en simultáneo hacia el centro del espectro político. Lo hacen con un doble propósito: 1) neutralizar a sus facciones más radicales y 2) capturar el espacio donde se agrupan mayoritariamente los ciudadanos sin identidad ideológica. Si bien los fundamentos filosóficos de la izquierda y de la derecha son en esencia contrapuestos, en la práctica no es raro observar que personajes afines a una u otra doctrina flexibilizan sus posturas al punto de adoptar las de la corriente contraria. A esta disquisición inicial -más propia de un curso de iniciación política que de un artículo periodístico- me han llevado las continuas menciones que el presidente López Obrador hace tanto del pensamiento liberal como del conservador, con la peculiaridad de que, cuando se refiere al primero lo hace de modo laudatorio, y cuando cita al segundo, lo alude siempre de manera peyorativa. En su derecho está… ¡treinta millones de votos lo respaldan! Con menos legitimidad que la que tiene el tabasqueño, todos los presidentes de México -sin exceptuar a ninguno- movieron el péndulo de la política hacia uno o hacia otro extremo, conforme las diferentes concepciones del país y del mundo que cada uno tuvo en su momento. Lo insólito es que Andrés Manuel, el actual mandatario, líder de la Cuarta Transformación, lo ha hecho oscilar indistintamente a la diestra y la siniestra, sin que en su actuar se advierta una línea de conducta comprensible, no sólo para sus seguidores incondicionales sino, en general, para todos sus gobernados.

Distintas gradaciones

La identidad del pensamiento es importante no solo cuando la referimos a actores de la política o de la religión, sino también cuando hurgamos en la nuestra propia. De lo que se trata es de perfilar -y en su caso descubrir- las afinidades que cada uno guarda en su más estricta individualidad. La pregunta es pertinente… aunque incomode. ¿Quién soy yo, y cuál mi posición respecto de asuntos cuya definición solemos eludir? El ejercicio puede resultar esclarecedor y, para el efecto, recopilé términos que, siendo sinónimos imperfectos -diferenciados sólo en grado e intensidad- admiten ser encuadrados bajo una de las dos denominaciones en comento: liberalismo o conservadurismo. Este es el test que propongo: en su concepto, ser liberal ¿equivale a ser innovador, reformista, de izquierda, demócrata, socialista, revolucionario, libertario, comunista, anarquista o ácrata? Y de otro lado, ser conservador ¿es sinónimo de ser reaccionario, de derecha, retrógrada, tradicionalista, dictatorial, absolutista, intolerante, continuista, y hasta despótico o fascista? Alguien puede pensar -y si lo hace sería normal- que para mejor definirse a sí mismo tendría que tomar conceptos de una u otra clasificación, por mas que sean o parezcan que están enfrentados. No sería raro; cito el caso del intelectual español José Luis López Aranguren que decía ser “un conservador de izquierdas”, y explicaba a su modo que la defensa del sistema en el que creía no reñía con su propósito reformador para mejorar la vida de las gentes.

¿De derecha… o de izquierda?

Lo anterior sólo es parte de un sencillo examen que nada pierde quien lo decide enfrentar. Las preguntas del párrafo precedente -lo reconozco- son un tanto abstractas en tanto que permiten interpretaciones diferentes y, por ende, respuestas múltiples y ambiguas. El planteamiento sin embargo se hace más preciso cuando se orienta a asuntos específicos como, por ejemplo, la pena de muerte o la eutanasia que, como se sabe, alude a la muerte asistida, una solución para personas enfermas con nulas esperanzas de sobrevivencia y ante las que se dibuja un horizonte de interminable sufrimiento. En esos temas no valen contestaciones divagantes; se exige una definición concreta, un sí o un no categórico. Y si abordáramos la cuestión del aborto…, ¿usted es de los que piensan que a la mujer se la debe castigar cuando opta por interrumpir un embarazo no deseado, sin importar la causa del mismo? Y añado otras: los miembros de una familia constituida por un matrimonio igualitario, sea entre hombres o entre mujeres, ¿pueden heredar entre sí sus bienes? ¿se deben reconocer sus derechos en materia de salud y seguridad social, de viudedad y de orfandad? ¿pueden adoptar niños, acudir a la maternidad subrogada y/o a la inseminación artificial? Y si hablamos de despenalizar para usos lúdicos la marihuana y las drogas denominadas suaves, ¿apoyaría esta opción o la condenaría? ¿aprobaría que se sembrara amapola para la fabricación de morfina, el analgésico más potente conocido contra el dolor? Y aquí cabe preguntarnos si las iniciativas del conservador Peña Nieto en esas materias eran más avanzadas que las del liberal López Obrador. Para cerrar, amigo lector… ¿qué piensa acerca de la tendencia del régimen morenista a militarizar asuntos que de siempre habían pertenecido al orden civil?

Y el presidente… ¿en qué equipo alinea y de qué lado batea?

Andrés Manuel dista de ser un jacobino radical. No lo es, aunque por sus dichos en ciertos temas lo aparente. Bien claro está que, cuando se trata de impulsar conceptos sociales coincidentes con el ideario de la izquierda, sus pronunciamientos se tornan velados e inciertos. Pongo un caso entre varios: el de su reticencia a impulsar la despenalización del aborto es similar -hay que decirlo- a la posición ultramontana de Acción Nacional, o a la de sus socios de Encuentro Social. ¿Ignora que 2 mil 345 mujeres cumplan penas de prisión en cárceles mexicanas por haber cometido el delito de decidir sobre su propio cuerpo? Consignemos además que, pese a la superioridad numérica de Morena en el Congreso Federal y en la mayoría de los Congresos Estatales, nadie mueve un dedo a favor de esas causas. Y no se diga la Iglesia Católica -la institución conservadora por antonomasia- que, por boca del sacerdote Manuel Zamora Díaz -párroco de la catedral de Tlaxcala- afirmó esta Semana Santa que el divorcio “…es un cáncer social…”. Lo hizo ante al Obispo Julio César Salcedo Aquino, tras abominar (Sol de Tlaxcala, abril 20) del ¡control de la natalidad! La Iglesia consideró de siempre al vínculo matrimonial como perpetuo e indisoluble; en cambio, la Reforma de 1857 introdujo la figura del matrimonio civil, abriendo el camino para que, al triunfo de la Revolución de 1910, se consagrara la figura del divorcio. Algo deberá hacer la Iglesia para librar a sus fieles de un pasmo de siglos que los tiene en el más penoso de los atrasos.

En pos de la propia definición

El lopezobradorismo tiene varios renglones pendientes en la columna del debe. Uno es la amnistía, que tanta expectación generó y que, dígase lo que se diga, es la única vía para pacificar a un país desangrado. Colombia, país hermano, sabe algo de eso. Olga Sánchez Cordero, hoy secretaria de Gobernación, hablo de justicia transicional, pero nunca precisó los alcances de esa política. En ese ámbito no hay avances; lo prueban los números crecientes del crimen. El mecanismo elegido para contrarrestarlo -la Guardia Nacional, marinos y soldados con distinto uniforme y otro entrenamiento- es difícil que, en el corto plazo, rinda dividendos positivos. De otro lado, los programas sociales a favor de los jóvenes corren por un carril distinto, mucho más lento que las demás estrategias. Y en esas estamos. Confieso mis dudas y me pregunto, ¿qué tanto soy de izquierda? Profeso ese ideal, pero... ¿hasta dónde? Y usted, amigo lector… ¿quién es, qué piensa y de qué lado está?