/ lunes 10 de junio de 2019

Tiempos de Democracia

El infortunio de México

  • Nunca antes se nos había hecho patente con tanta fuerza la aplastante asimetría que existe entre las dos naciones. Y nunca tampoco nos había tocado tratar con un mandatario norteamericano que nos la hiciera sentir de tan categórica y humillante manera.

En qué momento tan crítico de nuestro devenir como Nación nos hemos venido a enterar del extremo de ruindad a que puede llegar un presidente de Estados Unidos como Trump que, sabiéndose dueño de un poder tan grande como no ha habido otro en los siglos pasados -ni lo habrá en los venideros- es capaz de ofender, insultar y avasallar a un pueblo vecino, supuestamente socio y amigo.

Trump fue electo por algo menos de la mitad de la población norteamericana, republicana y conservadora, a la que aún mueve un cierto espíritu racista que se expresa de diferentes modos e intensidades… pero que es racismo al fin. Me refiero a esos estadounidenses que, sin ser fanáticos ni miembros de los grupos de odio que cíclicamente surgen y se multiplican en Estados Unidos, se oponen al arribo de inmigrantes… cuando no son de su misma raza y color. Sin importar que ellos sean a su vez descendientes de extranjeros, se muestran en lo general renuentes a otras formas de inmigración. Ese sentimiento nativista de discriminación se exacerbó con la Ley de Inmigración y Nacionalidad de 1965, una disposición que los abrió al ingreso de gente que no necesariamente tenían que ser de origen germánico o nor-europeo, y cuya aplicación vino a alterar de manera significativa la mezcla demográfica de marcada predominancia aria que caracte-rizaba a los fundadores de aquella nación. En el rechazo de las mayorías blancas a los efectos de esa ley se halla la causa profunda del triunfo, en 2016, de un racista como Trump. El estrafalario magnate inmobiliario centró su campaña en exacerbar odios étnicos y fue apo-yada afanosamente por esos sectores supremacistas a los que resultó inaceptable que un negro -Obama- hubiera llegado a la Casa Blanca. Para ellos, Trump fue el candidato ideal, y lo seguirán respaldando hasta su reelección a condición de que cierre el paso al flujo de seres humanos provenientes de México y de Centroamérica que los invaden por su frontera sur. Como de sobra sabemos, la fatalidad geográfica determinó que nuestro país y el norteamericano fueran vecinos y, por esa elemental razón, Trump decidió exigir al gobierno de López Obrador la tarea de retener en nuestro territorio esa incontenible marea migratoria, so pena de incendiar nuestra economía. Según veremos más adelante ¡le funcionó el chantaje!

La enorme disparidad de fuerzas

Nunca antes se nos había hecho patente con tanta fuerza la aplastante asimetría que existe entre las dos naciones. Y nunca tampoco nos había tocado tratar con un mandatario norteamericano que nos la hiciera sentir de tan categórica y humillante manera. Las amenazas arancelarias de Trump nos han dejado claro que, si se lo propone… ¡es perfectamente capaz de hundir la economía de México! Y si se lo permitiera su Congreso, no dude usted que lo haría con una sonrisa neroniana en el rostro. En la actualidad, la intimidación diplomática y hasta incluso el enfrentamiento abierto no se hace sólo con soldados, marinos y guardias fronterizos; tan efectivas o más que bombas, tanques y aviones son las armas comerciales de las que, para doblegar a López Obrador, se valió Trump mediante la argumentación tramposa de que estaba ante una emergencia de seguridad nacional. “…Quiero acciones, no palabras…”, demandó autoritario vía twitter el presidente estadounidense desde Londres a los negociadores mexicanos que esperaban en Washington ser recibidos por el secretario de estado Pompeo y el vicepresidente Pence. Días antes -por medio de una carta- Andrés Manuel había respondido a la coacción de Trump con conceptos un tanto ambivalentes que iban desde una pacifista postura de “…no quiero confrontación…” y “…hay que privilegiar el diálogo…”, hasta un engallado y retador “…no me falta valor ni soy ni timorato ni cobarde…”. Llegó incluso a tildar de falacia el lema “…Estados Unidos primero…”. Hasta ahí todo apuntaba a que el primer incremento porcentual de aranceles anunciado por Trump se apli-caría este lunes lo que, de haber ocurrido, habría ameritado que López Obrador hiciera lo propio con las importaciones norteamericanas. Metidos en esa espiral de medidas y contramedidas habríamos llegado a octubre con un gravamen del 25% sobre nuestras exportacio-nes, con la pérdida implícita de algo así como 90 mil millones de dólares anuales, equivalente al 6% de nuestro Producto Interno Bruto. Para Estados Unidos, en cambio, representaría un poco significativo 0.25% del suyo. Esa potencial catástrofe que se cernía sobre México la detuvo, es verdad, el acuerdo al que se arribó este viernes en Washington. Pero no fue ni mucho menos gratis; lea usted, amigo lector, cuál será el tributo que deberemos pagar en materia migratoria.

El garrote de Trump

Las cosas, es cierto, no pintaban nada fáciles. Y es que ni la obsecuencia ni la arrogancia valen con Trump, un neurótico personaje en cuyo maletín va la clave que puede desatar una guerra nuclear. Con él, ninguno de esos dos extremos funciona. Hasta ahora, que se se-pa, nadie ha podido descifrar su estilo, ni a través del trato personal ni por medio de la diplomacia formal. Recordemos la altanería con que, aún candidato, se condujo ante Peña Nieto en Los Pinos. Y era el invitado. Quien dio la impresión de haberle hallado el modo fue Macrón pero, su aparente inicial simpatía mutua duró pocos días. Tampoco los liderazgos del Reino Unido y de la Unión Europea, sus aliados históricos, han dado con la fórmula para enfrentar sus desconcertantes exabruptos. Ni siquiera pudo China, trabada como México en durísimas disputas arancelarias, y no obstante su poderío militar, su descomunal planta industrial, su creciente presencia en el comer-cio mundial, y ser el principal acreedor del Tesoro estadounidense. Con quien sí se contiene es con Putin, pero es que Rusia le sabe se-cretos políticos y personales muy riesgosos. De entre todos los jefes de Estado que ha tratado Trump, curiosamente con el que mejor se ha llevado es con el peculiar presidente de Corea del Norte, al que sí parece respetar, tanto por sus cohetes intercontinentales con ojivas atómicas como por que lo siente tan reactivo y visceral como él. El caso es que Trump, sin pararse a medir al adversario, hace en todos los casos uso impune de su fuerza. Ahora, por desgracia, tocó a México ser víctima de sus abusos y malas maneras; apostó contra noso-tros todo el poder del imperio… y nos avasalló.

Consecuencias del Acuerdo de Washington

Para ordenar la suspensión de la arbitraria escalada de penalizaciones mensuales arancelarias a los productos mexicanos, Trump exi-gió a López Obrador que constituyera sin demora un valladar efectivo contra la inmigración centroamericana -y la mexicana también… ¡qué caray!- que busca llegar a Estados Unidos. Para satisfacer ese requerimiento, el gobierno de México tendrá que desplazar este lunes a la frontera con Guatemala una parte sustantiva de sus fuerzas armadas, esas mismas que se preparaban para dar seguridad a la Repú-blica. ¿Cómo si no -pregunto yo- se podrá interceptar a esas decenas de miles de familias que huyen de la violencia y la pobreza que pri-va en sus países de origen? El dilema estaba servido, y ciertamente resolverlo no era sencillo: de un lado, la extorsión arancelaria en gra-vísimo perjuicio de nuestra economía; de otro, la cacería y apresamiento de personas en daño obvio de sus derechos humanos. Lo prime-ro significaba afrontar un largo periodo recesivo, decrecimiento, inflación y pérdida de empleos; lo segundo, claudicar de principios que México -refugio histórico de perseguidos- siempre enarboló con legítimo orgullo. La realidad es que el acuerdo obliga, de facto, a trans-formar el territorio nacional en una extensa zona de amortiguamiento para la frontera sur de los Estados Unidos, cediéndoles, a título gra-tuito, un cordón sanitario militarizado de 2 millones de km2 que les pone a resguardo de la intrusión desordenada de inmigrantes. De ellos, de los denostados inmigrantes, nos haremos cargo nosotros, dándoles alojamiento y manutención en las ciudades fronterizas del norte, y trabajo en las del sur. Ante ese panorama… ¿había algo que celebrar en Tijuana? Sólo rescato de esa artificiosa reunión las dig-nas palabras pronunciadas por el diputado Muñoz Ledo.


El infortunio de México

  • Nunca antes se nos había hecho patente con tanta fuerza la aplastante asimetría que existe entre las dos naciones. Y nunca tampoco nos había tocado tratar con un mandatario norteamericano que nos la hiciera sentir de tan categórica y humillante manera.

En qué momento tan crítico de nuestro devenir como Nación nos hemos venido a enterar del extremo de ruindad a que puede llegar un presidente de Estados Unidos como Trump que, sabiéndose dueño de un poder tan grande como no ha habido otro en los siglos pasados -ni lo habrá en los venideros- es capaz de ofender, insultar y avasallar a un pueblo vecino, supuestamente socio y amigo.

Trump fue electo por algo menos de la mitad de la población norteamericana, republicana y conservadora, a la que aún mueve un cierto espíritu racista que se expresa de diferentes modos e intensidades… pero que es racismo al fin. Me refiero a esos estadounidenses que, sin ser fanáticos ni miembros de los grupos de odio que cíclicamente surgen y se multiplican en Estados Unidos, se oponen al arribo de inmigrantes… cuando no son de su misma raza y color. Sin importar que ellos sean a su vez descendientes de extranjeros, se muestran en lo general renuentes a otras formas de inmigración. Ese sentimiento nativista de discriminación se exacerbó con la Ley de Inmigración y Nacionalidad de 1965, una disposición que los abrió al ingreso de gente que no necesariamente tenían que ser de origen germánico o nor-europeo, y cuya aplicación vino a alterar de manera significativa la mezcla demográfica de marcada predominancia aria que caracte-rizaba a los fundadores de aquella nación. En el rechazo de las mayorías blancas a los efectos de esa ley se halla la causa profunda del triunfo, en 2016, de un racista como Trump. El estrafalario magnate inmobiliario centró su campaña en exacerbar odios étnicos y fue apo-yada afanosamente por esos sectores supremacistas a los que resultó inaceptable que un negro -Obama- hubiera llegado a la Casa Blanca. Para ellos, Trump fue el candidato ideal, y lo seguirán respaldando hasta su reelección a condición de que cierre el paso al flujo de seres humanos provenientes de México y de Centroamérica que los invaden por su frontera sur. Como de sobra sabemos, la fatalidad geográfica determinó que nuestro país y el norteamericano fueran vecinos y, por esa elemental razón, Trump decidió exigir al gobierno de López Obrador la tarea de retener en nuestro territorio esa incontenible marea migratoria, so pena de incendiar nuestra economía. Según veremos más adelante ¡le funcionó el chantaje!

La enorme disparidad de fuerzas

Nunca antes se nos había hecho patente con tanta fuerza la aplastante asimetría que existe entre las dos naciones. Y nunca tampoco nos había tocado tratar con un mandatario norteamericano que nos la hiciera sentir de tan categórica y humillante manera. Las amenazas arancelarias de Trump nos han dejado claro que, si se lo propone… ¡es perfectamente capaz de hundir la economía de México! Y si se lo permitiera su Congreso, no dude usted que lo haría con una sonrisa neroniana en el rostro. En la actualidad, la intimidación diplomática y hasta incluso el enfrentamiento abierto no se hace sólo con soldados, marinos y guardias fronterizos; tan efectivas o más que bombas, tanques y aviones son las armas comerciales de las que, para doblegar a López Obrador, se valió Trump mediante la argumentación tramposa de que estaba ante una emergencia de seguridad nacional. “…Quiero acciones, no palabras…”, demandó autoritario vía twitter el presidente estadounidense desde Londres a los negociadores mexicanos que esperaban en Washington ser recibidos por el secretario de estado Pompeo y el vicepresidente Pence. Días antes -por medio de una carta- Andrés Manuel había respondido a la coacción de Trump con conceptos un tanto ambivalentes que iban desde una pacifista postura de “…no quiero confrontación…” y “…hay que privilegiar el diálogo…”, hasta un engallado y retador “…no me falta valor ni soy ni timorato ni cobarde…”. Llegó incluso a tildar de falacia el lema “…Estados Unidos primero…”. Hasta ahí todo apuntaba a que el primer incremento porcentual de aranceles anunciado por Trump se apli-caría este lunes lo que, de haber ocurrido, habría ameritado que López Obrador hiciera lo propio con las importaciones norteamericanas. Metidos en esa espiral de medidas y contramedidas habríamos llegado a octubre con un gravamen del 25% sobre nuestras exportacio-nes, con la pérdida implícita de algo así como 90 mil millones de dólares anuales, equivalente al 6% de nuestro Producto Interno Bruto. Para Estados Unidos, en cambio, representaría un poco significativo 0.25% del suyo. Esa potencial catástrofe que se cernía sobre México la detuvo, es verdad, el acuerdo al que se arribó este viernes en Washington. Pero no fue ni mucho menos gratis; lea usted, amigo lector, cuál será el tributo que deberemos pagar en materia migratoria.

El garrote de Trump

Las cosas, es cierto, no pintaban nada fáciles. Y es que ni la obsecuencia ni la arrogancia valen con Trump, un neurótico personaje en cuyo maletín va la clave que puede desatar una guerra nuclear. Con él, ninguno de esos dos extremos funciona. Hasta ahora, que se se-pa, nadie ha podido descifrar su estilo, ni a través del trato personal ni por medio de la diplomacia formal. Recordemos la altanería con que, aún candidato, se condujo ante Peña Nieto en Los Pinos. Y era el invitado. Quien dio la impresión de haberle hallado el modo fue Macrón pero, su aparente inicial simpatía mutua duró pocos días. Tampoco los liderazgos del Reino Unido y de la Unión Europea, sus aliados históricos, han dado con la fórmula para enfrentar sus desconcertantes exabruptos. Ni siquiera pudo China, trabada como México en durísimas disputas arancelarias, y no obstante su poderío militar, su descomunal planta industrial, su creciente presencia en el comer-cio mundial, y ser el principal acreedor del Tesoro estadounidense. Con quien sí se contiene es con Putin, pero es que Rusia le sabe se-cretos políticos y personales muy riesgosos. De entre todos los jefes de Estado que ha tratado Trump, curiosamente con el que mejor se ha llevado es con el peculiar presidente de Corea del Norte, al que sí parece respetar, tanto por sus cohetes intercontinentales con ojivas atómicas como por que lo siente tan reactivo y visceral como él. El caso es que Trump, sin pararse a medir al adversario, hace en todos los casos uso impune de su fuerza. Ahora, por desgracia, tocó a México ser víctima de sus abusos y malas maneras; apostó contra noso-tros todo el poder del imperio… y nos avasalló.

Consecuencias del Acuerdo de Washington

Para ordenar la suspensión de la arbitraria escalada de penalizaciones mensuales arancelarias a los productos mexicanos, Trump exi-gió a López Obrador que constituyera sin demora un valladar efectivo contra la inmigración centroamericana -y la mexicana también… ¡qué caray!- que busca llegar a Estados Unidos. Para satisfacer ese requerimiento, el gobierno de México tendrá que desplazar este lunes a la frontera con Guatemala una parte sustantiva de sus fuerzas armadas, esas mismas que se preparaban para dar seguridad a la Repú-blica. ¿Cómo si no -pregunto yo- se podrá interceptar a esas decenas de miles de familias que huyen de la violencia y la pobreza que pri-va en sus países de origen? El dilema estaba servido, y ciertamente resolverlo no era sencillo: de un lado, la extorsión arancelaria en gra-vísimo perjuicio de nuestra economía; de otro, la cacería y apresamiento de personas en daño obvio de sus derechos humanos. Lo prime-ro significaba afrontar un largo periodo recesivo, decrecimiento, inflación y pérdida de empleos; lo segundo, claudicar de principios que México -refugio histórico de perseguidos- siempre enarboló con legítimo orgullo. La realidad es que el acuerdo obliga, de facto, a trans-formar el territorio nacional en una extensa zona de amortiguamiento para la frontera sur de los Estados Unidos, cediéndoles, a título gra-tuito, un cordón sanitario militarizado de 2 millones de km2 que les pone a resguardo de la intrusión desordenada de inmigrantes. De ellos, de los denostados inmigrantes, nos haremos cargo nosotros, dándoles alojamiento y manutención en las ciudades fronterizas del norte, y trabajo en las del sur. Ante ese panorama… ¿había algo que celebrar en Tijuana? Sólo rescato de esa artificiosa reunión las dig-nas palabras pronunciadas por el diputado Muñoz Ledo.