/ lunes 8 de julio de 2019

TIEMPOS DE DEMOCRACIA

De coincidencias… y de discrepancias

Coincido, sí, con la mayoría de las causas de López Obrador… pero discrepo de sus procedimientos. No me gusta su personalismo, ni su desprecio por el conocimiento, ni su desdén por la sociedad civil y las instituciones autónomas, ni su entrega al militarismo, ni el acoso a sus críticos, ni sus consultas a modo. Tales métodos nada tienen de democráticos, y sí mucho de autocráticos. Y por ahí yo no paso.

Comentarios de la prensa de color

Un evento como el del pasado lunes al que convocó López Obrador -síntesis de la etapa inicial de su gobierno- ofrece distintas dimen-siones para el comentario. La primera es la que circula por las redes, la que llama la atención del gran público, la que vende diarios y con la que habitualmente comienzan los informativos de radio y televisión. Es la que da cuenta a los consumidores de notas de color -banales si se quiere, pero para ellos significativas- como el número de asistentes, su lugar de procedencia, la forma como se les trasladó, la lluvia que se entrometió, los artistas actuantes, los invitados especiales, los acompañantes del presidente, el sitio que ocuparon arriba, abajo, delante o atrás del proscenio, la duración del acto, el clima que reinó, la intensidad de las aclamaciones, etc. En suma, es la dimensión propicia para el relato de las múltiples trivialidades que constituyen la envoltura anecdótica y festiva de los actos de masas a los que es tan afecto el mandatario.

Análisis de la prensa política

Pero hay una segunda dimensión. Es la que atiende la prensa especializada que, por su propia naturaleza, es más prolija, más detallista. Da seguimiento cotidiano a avances y retrocesos de los indicadores que marcan la buena o mala marcha del gobierno; es la que atienden los reporteros de la fuente que envían datos duros a sus medios para su posterior desmenuzamiento y análisis. Es la que contabiliza la cantidad de palabras que pronuncia el expositor, las que repite, las que omite, las veces que se aparta de la verdad, las que elude el dato comprometedor; la que registra las cifras que presume, las promesas que repite; la que enumera los asertos incomprobables y las false-dades flagrantes, la que fija los parámetros de comparación con sexenios anteriores y con las tendencias del mundo exterior. Es la que, en fin, se hace cargo del complejo mosaico de elementos que dan base a los expertos -sobre todo a los economistas- para evaluar el desempeño del gobernante.

Reflexiones de la prensa de opinión

Distingo finalmente una tercera y aún más trascendente dimensión. Es la del pensador que lee entre líneas, que no se distrae en obvie-dades, que pone su mirada crítica en el bosque y no sólo en las ramas, que reflexiona sobre el sentido de los mensajes y que plantea hi-pótesis para intentar descubrir las intenciones ocultas del poder. Es la que observa cómo en México se ha impuesto un modo de hacer po-lítica, un estilo sui generis saturado de frases demagógicas, patente exclusiva de López Obrador. Es la del articulista que avisa que el país está ya bajo los dictados de un solo hombre y que, a querer o no, vivimos una autocracia en la que la voluntad de una sola persona será -ya lo es- la suprema ley. No importa que quien hoy lo encabece sea, a juicio de muchos, un político íntegro y honesto; las reservas del opinador no van por ahí, ni son esos sus temores. Lo alarmante, lo que inquieta y da miedo, es la inmensa fuerza política concentrada en López Obrador, con unos poderes constitucionales penosamente sometidos y sin una opinión pública organizada que lo llame al orden democrático.

Síntomas premonitorios

No son pocos los indicios de que a Andrés Manuel lo mueven pulsiones dictatoriales. A la memoria, enlisto algunos: 1) ignora acuerdos legislativos, como el de que la Guardia Nacional tuviera un mando civil; 2) desconoce contratos de obras a punto de terminarse, como el gasoducto que viene de Texas; 3) sin fundamento jurídico, veta a las empresas distribuidoras de medicinas; 4) desdeña recomendacio-nes, como la que le hizo la CNDH a raíz del cierre de las guarderías públicas; 5) legisla a capricho, como en el caso de la llamada Ley Taibo; 6) inventa y manipula consultas, como la que utilizó para justificar la cancelación del aeropuerto de Texcoco; 7) decide a quien se investiga y a quien no, gracias a una fiscalía independiente sólo de nombre; 8) otorga contratos sin previa licitación; 9) fabula con el mito de 100 nuevas universidades y, 9) gracias a la Ley de Austeridad Republicana, ya está facultado para hacer un uso discrecional de los ahorros conseguidos.

Crónica de una muerte anunciada

No, amigo lector, no es imaginación. Andrés Manuel nos lleva a una dictadura -o dictablanda si se prefiere- que, en el mejor de los casos, durará seis años como las priístas de antaño y, en el peor…, ¡nadie lo sabe! Y no será “perfecta”, como irónicamente llamó Vargas Llosa a aquellas, ni tendrá el orden con que la élite del tricolor aguardaba su turno para trepar a la sexenal rueda de la fortuna. La lopezobradoris-ta será un autocracia sin sucesor posible; su personalismo lo impide. El tabasqueño encabeza un movimiento popular que lo apoya cie-gamente, pero no cuenta -ni le interesa contar- con un partido que organice a las muchedumbres que le siguen. La tragedia es que, en es-tas tramas, siempre hay una víctima: la democracia. Y como preludio de su agonía, veremos cómo le quitan facultades y presupuesto a los organismos autónomos que salvaguardan los derechos humanos, que garantizan elecciones equitativas, que dan acceso a la información pública, etc.

De buenas intenciones…

Que Andrés Manuel atesora virtudes únicas… ¡ni quien lo dude!; lo ha demostrado al captar para sí la lealtad incondicional de millones de mexicanos. Hasta sus detractores saben que a sus acciones las mueve el afán de hacer el bien a quienes lo necesitan. Nadie en este país pone en tela de juicio la autenticidad de su lucha por vencer la desigualdad y por mejorar la vida de los olvidados del neoliberalismo. Queda además para la historia su tenacidad y constancia, como lo prueba de sobra el largo y azaroso camino que hubo de recorrer para llegar a la presidencia. Mas no obstante lo dicho, a los devotos de la fe amloísta es oportuno recordarles que no es excluyente de respon-sabilidad que a las autoritarias decisiones de su iluminado líder las inspire la bondad. Ya una vez sentenció que la justicia ha de prevale-cer sobre la ley…, sobre todo cuando es él quien la imparte. Habrá a quien le cuadre la idea; a mi no me gusta en absoluto. Y por eso la denuncio.

Lo que quiero para mi país

Ni profeta bueno ni profeta malo; lo que no quiero son profetas. Al frente de mi país quiero a un político que, además de íntegro y hones-to, sea un estadista. Alguien que admita y respete los límites que al poder impone la democracia. Que sea capaz de admitir que un solo cerebro, por intuitivo y sagaz que sea, no puede estar más versado que todo un colectivo de académicos que han dedicado la vida al es-tudio de una disciplina. Que se rodee de gente competente, no sólo de incondicionales. Que no se encierre, que no se aísle, que no le te-ma al internacionalismo, que viaje, que se entreviste con sus homólogos de otras partes del mundo, que intercambie con ellos ideas, que reclame el respaldo de otras naciones y que esté dispuesto a darlo cuando le exijan reciprocidad. Las drogas, el tráfico de armas y la in-migración son problemas imposibles de enfrentar solos; necesitamos la cooperación de otros países. Y no todo lo resuelve la buena políti-ca interior; la globalidad a la que hoy día nadie escapa impone sus reglas y más nos vale entenderlas y aceptarlas. Rectificar no implica claudicar ni abandonar principios.

  • No, amigo lector, no es imaginación. Andrés Manuel nos lleva a una dictadura -o dictablanda si se prefiere- que, en el mejor de los casos, durará seis años como las priístas de antaño y, en el peor…, ¡nadie lo sabe! Y no será “perfecta”, como irónicamente llamó Vargas Llosa a aquellas, ni tendrá el orden con que la élite del tricolor aguardaba su turno para trepar a la sexenal rueda de la fortuna. La lopezobradoris-ta será un autocracia sin sucesor posible; su personalismo lo impide.

De coincidencias… y de discrepancias

Coincido, sí, con la mayoría de las causas de López Obrador… pero discrepo de sus procedimientos. No me gusta su personalismo, ni su desprecio por el conocimiento, ni su desdén por la sociedad civil y las instituciones autónomas, ni su entrega al militarismo, ni el acoso a sus críticos, ni sus consultas a modo. Tales métodos nada tienen de democráticos, y sí mucho de autocráticos. Y por ahí yo no paso.

Comentarios de la prensa de color

Un evento como el del pasado lunes al que convocó López Obrador -síntesis de la etapa inicial de su gobierno- ofrece distintas dimen-siones para el comentario. La primera es la que circula por las redes, la que llama la atención del gran público, la que vende diarios y con la que habitualmente comienzan los informativos de radio y televisión. Es la que da cuenta a los consumidores de notas de color -banales si se quiere, pero para ellos significativas- como el número de asistentes, su lugar de procedencia, la forma como se les trasladó, la lluvia que se entrometió, los artistas actuantes, los invitados especiales, los acompañantes del presidente, el sitio que ocuparon arriba, abajo, delante o atrás del proscenio, la duración del acto, el clima que reinó, la intensidad de las aclamaciones, etc. En suma, es la dimensión propicia para el relato de las múltiples trivialidades que constituyen la envoltura anecdótica y festiva de los actos de masas a los que es tan afecto el mandatario.

Análisis de la prensa política

Pero hay una segunda dimensión. Es la que atiende la prensa especializada que, por su propia naturaleza, es más prolija, más detallista. Da seguimiento cotidiano a avances y retrocesos de los indicadores que marcan la buena o mala marcha del gobierno; es la que atienden los reporteros de la fuente que envían datos duros a sus medios para su posterior desmenuzamiento y análisis. Es la que contabiliza la cantidad de palabras que pronuncia el expositor, las que repite, las que omite, las veces que se aparta de la verdad, las que elude el dato comprometedor; la que registra las cifras que presume, las promesas que repite; la que enumera los asertos incomprobables y las false-dades flagrantes, la que fija los parámetros de comparación con sexenios anteriores y con las tendencias del mundo exterior. Es la que, en fin, se hace cargo del complejo mosaico de elementos que dan base a los expertos -sobre todo a los economistas- para evaluar el desempeño del gobernante.

Reflexiones de la prensa de opinión

Distingo finalmente una tercera y aún más trascendente dimensión. Es la del pensador que lee entre líneas, que no se distrae en obvie-dades, que pone su mirada crítica en el bosque y no sólo en las ramas, que reflexiona sobre el sentido de los mensajes y que plantea hi-pótesis para intentar descubrir las intenciones ocultas del poder. Es la que observa cómo en México se ha impuesto un modo de hacer po-lítica, un estilo sui generis saturado de frases demagógicas, patente exclusiva de López Obrador. Es la del articulista que avisa que el país está ya bajo los dictados de un solo hombre y que, a querer o no, vivimos una autocracia en la que la voluntad de una sola persona será -ya lo es- la suprema ley. No importa que quien hoy lo encabece sea, a juicio de muchos, un político íntegro y honesto; las reservas del opinador no van por ahí, ni son esos sus temores. Lo alarmante, lo que inquieta y da miedo, es la inmensa fuerza política concentrada en López Obrador, con unos poderes constitucionales penosamente sometidos y sin una opinión pública organizada que lo llame al orden democrático.

Síntomas premonitorios

No son pocos los indicios de que a Andrés Manuel lo mueven pulsiones dictatoriales. A la memoria, enlisto algunos: 1) ignora acuerdos legislativos, como el de que la Guardia Nacional tuviera un mando civil; 2) desconoce contratos de obras a punto de terminarse, como el gasoducto que viene de Texas; 3) sin fundamento jurídico, veta a las empresas distribuidoras de medicinas; 4) desdeña recomendacio-nes, como la que le hizo la CNDH a raíz del cierre de las guarderías públicas; 5) legisla a capricho, como en el caso de la llamada Ley Taibo; 6) inventa y manipula consultas, como la que utilizó para justificar la cancelación del aeropuerto de Texcoco; 7) decide a quien se investiga y a quien no, gracias a una fiscalía independiente sólo de nombre; 8) otorga contratos sin previa licitación; 9) fabula con el mito de 100 nuevas universidades y, 9) gracias a la Ley de Austeridad Republicana, ya está facultado para hacer un uso discrecional de los ahorros conseguidos.

Crónica de una muerte anunciada

No, amigo lector, no es imaginación. Andrés Manuel nos lleva a una dictadura -o dictablanda si se prefiere- que, en el mejor de los casos, durará seis años como las priístas de antaño y, en el peor…, ¡nadie lo sabe! Y no será “perfecta”, como irónicamente llamó Vargas Llosa a aquellas, ni tendrá el orden con que la élite del tricolor aguardaba su turno para trepar a la sexenal rueda de la fortuna. La lopezobradoris-ta será un autocracia sin sucesor posible; su personalismo lo impide. El tabasqueño encabeza un movimiento popular que lo apoya cie-gamente, pero no cuenta -ni le interesa contar- con un partido que organice a las muchedumbres que le siguen. La tragedia es que, en es-tas tramas, siempre hay una víctima: la democracia. Y como preludio de su agonía, veremos cómo le quitan facultades y presupuesto a los organismos autónomos que salvaguardan los derechos humanos, que garantizan elecciones equitativas, que dan acceso a la información pública, etc.

De buenas intenciones…

Que Andrés Manuel atesora virtudes únicas… ¡ni quien lo dude!; lo ha demostrado al captar para sí la lealtad incondicional de millones de mexicanos. Hasta sus detractores saben que a sus acciones las mueve el afán de hacer el bien a quienes lo necesitan. Nadie en este país pone en tela de juicio la autenticidad de su lucha por vencer la desigualdad y por mejorar la vida de los olvidados del neoliberalismo. Queda además para la historia su tenacidad y constancia, como lo prueba de sobra el largo y azaroso camino que hubo de recorrer para llegar a la presidencia. Mas no obstante lo dicho, a los devotos de la fe amloísta es oportuno recordarles que no es excluyente de respon-sabilidad que a las autoritarias decisiones de su iluminado líder las inspire la bondad. Ya una vez sentenció que la justicia ha de prevale-cer sobre la ley…, sobre todo cuando es él quien la imparte. Habrá a quien le cuadre la idea; a mi no me gusta en absoluto. Y por eso la denuncio.

Lo que quiero para mi país

Ni profeta bueno ni profeta malo; lo que no quiero son profetas. Al frente de mi país quiero a un político que, además de íntegro y hones-to, sea un estadista. Alguien que admita y respete los límites que al poder impone la democracia. Que sea capaz de admitir que un solo cerebro, por intuitivo y sagaz que sea, no puede estar más versado que todo un colectivo de académicos que han dedicado la vida al es-tudio de una disciplina. Que se rodee de gente competente, no sólo de incondicionales. Que no se encierre, que no se aísle, que no le te-ma al internacionalismo, que viaje, que se entreviste con sus homólogos de otras partes del mundo, que intercambie con ellos ideas, que reclame el respaldo de otras naciones y que esté dispuesto a darlo cuando le exijan reciprocidad. Las drogas, el tráfico de armas y la in-migración son problemas imposibles de enfrentar solos; necesitamos la cooperación de otros países. Y no todo lo resuelve la buena políti-ca interior; la globalidad a la que hoy día nadie escapa impone sus reglas y más nos vale entenderlas y aceptarlas. Rectificar no implica claudicar ni abandonar principios.

  • No, amigo lector, no es imaginación. Andrés Manuel nos lleva a una dictadura -o dictablanda si se prefiere- que, en el mejor de los casos, durará seis años como las priístas de antaño y, en el peor…, ¡nadie lo sabe! Y no será “perfecta”, como irónicamente llamó Vargas Llosa a aquellas, ni tendrá el orden con que la élite del tricolor aguardaba su turno para trepar a la sexenal rueda de la fortuna. La lopezobradoris-ta será un autocracia sin sucesor posible; su personalismo lo impide.