/ lunes 15 de julio de 2019

TIEMPOS DE DEMOCRACIA

Microbiografías comparadas de Presidentes de México

1era. Parte

López Obrador argumenta con insistencia que el suyo es un nuevo régimen, distinto a todo lo antes conocido. Para comprobarlo, es de interés repasar las ejecutorias de quienes le han precedido en el mando de la Nación

El último párrafo de mi anterior artículo -titulado “De Coincidencias y Discrepancias”- llamó la atención de un amigo, al que llamaré X para preservar su identidad. Se trata de un asistente esporádico a los desayunos sabatinos de La Posada en Apizaco y es un lopezobradorista de cepa al que -aclaro- no le va el calificativo de pejezombie, habida cuenta el equilibrio y sensatez de sus razones y argumentos. Pero para que usted, amable lector, se ponga en sintonía con lo que en seguida le cuento, reproduzco a continuación el fragmento en cuestión.

Lo que quiero para mi país

“…Ni profeta bueno ni profeta malo; lo que no quiero son profetas. Al frente de mi país quiero a un político que, además de íntegro y honesto, sea un estadista. Alguien que admita y respete los límites que al poder impone la democracia. Que sea capaz de admitir que un solo cerebro, por intuitivo y sagaz que sea, no puede estar más versado que todo un colectivo de académicos que han dedicado su vida al estudio de una disciplina. Que sea tolerante, que se rodee de gente competente, no sólo de incondicionales. Que no se encierre, que no se aísle, que no le tema al internacionalismo, que viaje, que se entreviste con sus homólogos de otras partes del mundo, que intercambie con ellos ideas, que reclame el respaldo de otras naciones y que esté dispuesto a darlo cuando le exijan reciprocidad. Drogas, tráfico de armas e inmigración son problemas imposibles de enfrentar sin la cooperación de otros países. No todo lo resuelve la buena política interior; la globalidad a la que hoy día nadie escapa impone sus reglas y más nos vale entenderlas y aceptarlas. Rectificar no implica claudicar ni abandonar principios”.

Debate abierto

Vía whats-app, el inquisitivo e inteligente tertuliano X de los sábados escribió: “…suscribo en su totalidad lo que usted quiere para el país. Pero pregunto: ¿cuántos presidentes de México, íntegros, honestos y con visión de estadista han visto sus ojos, ingeniero?...”. Y agregó: “…lo que usted trata es de dimensionar el tamaño del deseo-exigencia que pesa sobre AMLO…”. Al formular su cuestionamiento, de hecho exigía nombres de mandatarios que, a mi juicio, habrían reunido la extensa lista de cualidades que mencioné como deseables. Adelanto mi respuesta: ¡ninguno! Ninguno, porque tal suma de virtudes son inimaginables en un político al uso nacional. Si acaso las tuvo Juárez, con él se rompió el molde; Madero tal vez, pero su temprana muerte no le dejó mostrarlas en el ejercicio de gobierno. ¿Quizá Cárdenas? El debate surge natural, y es interesante. Mi contestación -prolegómeno de lo que será una buena discusión- fue proponerle que “…nos demos a la tarea de elaborar una relación de gobernantes, calificándolos de peor a mejor, enumerando sus cualidades y principales defectos…”. ¿Vale?

El mote político, la mejor definición

Y luego pensé en que el pueblo reduce a sólo un adjetivo, o si acaso a una frase corta, el término con que identifica a quienes han tenido la responsabilidad de gobernar. El ruso Iván El Terrible, el castellano Pedro El Cruel y el griego-macedonio Alejandro Magno son ejemplos de apelativos asociados indisolublemente a sus nombres. La realeza española proporciona un amplio catálogo: Juana La Loca, Felipe El Hermoso, Carlos III El Hechizado, Alfonso X El Sabio, etc. La lista de apodos es interminable: El Justo, El Batallador, El Animoso, El Piadoso, El Deseado, El Casto, etc. Tampoco los presidentes de México se libraron de la ironía popular que les adjudicó sobrenombres que aluden a su físico, a su carácter o a la calidad de su gobernanza. La siguiente es una relación extractada de apodos ideados por la picardía mexicana: El Siervo de la Nación, El Quinceuñas, El Benemérito de las Américas, El Chacal, El Manco de Celaya, El Nopalito, El Tata, El Caballero, El Viejito y El Trompudo. Delego en usted, amable lector, la entretenida tarea de identificar a los destinatarios de estos divertidos ingenios.

Parámetros para la comparación

Con este artículo doy comienzo al repaso que propongo se haga de las biografías de los presidentes de México. Advierto que, por sencillo y breve que resulte, abarcará esta y por lo menos otras dos colaboraciones. Como punto de partida elegí la de Miguel Alemán, por una simple y muy convencional razón: es del primero del que tengo memoria por haberlo visto en vivo y -tal como demanda X- “…con mis propios ojos…” El criterio general de este trabajo seguirá la siguiente guía: 1) describiré la impresión que -como niño, joven o adulto- me causó la presencia, cercana y siempre circunstancial, del personaje en comento; 2) recordaré sucintamente su vida y su trayectoria política y, 3) daré al lector mi valoración personal del mandatario, considerando: a) su orientación ideológica; b) su integridad personal; c) la incidencia de su gestión en la proyección internacional de México; d) su impulso a la generación de riqueza y, 5) la eficacia de su política económica redistributiva.

I- Miguel Alemán Valdés

A Miguel Alemán lo vi pasar bajo un arco triunfal de madera y papel de colores, construido la víspera en su homenaje. Iba en un Cadillac blanco convertible, con una bandera de México cubriendo el cofre del lujoso automóvil. Era el verano de 1948, y los colores de la enseña patria brillaban bajo el sol ardiente de la Huasteca Potosina. Para mi, un niño de siete años que pasaba unos días de asueto en el rancho de unos amigos, ver al presidente a corta distancia fue una experiencia impactante. Con su estereotipada sonrisa, Alemán correspondía a los vítores de la gente de Tamuín, un municipio de San Luis que apenas empezaba a recuperarse del devastador embate de la fiebre aftosa que diezmó la ganadería de la región. La imagen del dignatario se afianza en mi recuerdo porque fue el primero cuyos informes se transmitieron por TV, de suerte que, gracias al poder divulgador del medio, era ya conocida ampliamente conocida por un número creciente de ciudadanos.

Empresario y político a la vez

Miguel Alemán Valdés fue un presidente civil. Abogado de formación, en 1929 ingresó al PNR y en 1930 a la masonería. Combinó el Derecho con los negocios, especialmente los inmobiliarios. Polanco, por ejemplo, la exclusiva colonia de la capital, se construyó gracias a su instinto empresarial y a la del grupo de sus fieles, Ramos Millán, Ortiz Mena, Rogerio de la Selva y Casas Alemán. Su trayectoria política fue meteórica: pasó en una década de senador a gobernador de Veracruz y, de ahí, a secretario de Gobernación en su ruta a la Presidencia de la República. Alemán abusó de mezclar responsabilidades públicas con actividades privadas, nefasta práctica que lo enriqueció, a él y al grupo de sus afines. Sus afanes modernizadores contribuyeron eficazmente al auge que en su sexenio experimentó la industria y el turismo. Bajo su mandato, Acapulco vivió su mejor época, y se le reconoce como el promotor de Ciudad Satélite -en terrenos que años antes había adquirido en propiedad- y sí, es cierto, también a Alemán se debe la edificación de nuestra maravillosa Ciudad Universitaria de la ciudad de México.

Conclusión

Alemán fue un gobernante proclive a la frivolidad. Movió la economía, generando riqueza que canalizó a las manos de sus protegidos. Alineó su régimen con el capital, y desairó por sistema las reivindicaciones obreras, valiéndose del charrismo sindical y reprimiendo los liderazgos independientes. Devaluó el peso, de $4.85 a $8.65 por dólar. Fue un personaje carismático que proyectó a México en el ámbito internacional.

  • Con este artículo doy comienzo al repaso que propongo se haga de las biografías de los presidentes de México. Advierto que, por sencillo y breve que resulte, abarcará esta y por lo menos otras dos colaboraciones.

Microbiografías comparadas de Presidentes de México

1era. Parte

López Obrador argumenta con insistencia que el suyo es un nuevo régimen, distinto a todo lo antes conocido. Para comprobarlo, es de interés repasar las ejecutorias de quienes le han precedido en el mando de la Nación

El último párrafo de mi anterior artículo -titulado “De Coincidencias y Discrepancias”- llamó la atención de un amigo, al que llamaré X para preservar su identidad. Se trata de un asistente esporádico a los desayunos sabatinos de La Posada en Apizaco y es un lopezobradorista de cepa al que -aclaro- no le va el calificativo de pejezombie, habida cuenta el equilibrio y sensatez de sus razones y argumentos. Pero para que usted, amable lector, se ponga en sintonía con lo que en seguida le cuento, reproduzco a continuación el fragmento en cuestión.

Lo que quiero para mi país

“…Ni profeta bueno ni profeta malo; lo que no quiero son profetas. Al frente de mi país quiero a un político que, además de íntegro y honesto, sea un estadista. Alguien que admita y respete los límites que al poder impone la democracia. Que sea capaz de admitir que un solo cerebro, por intuitivo y sagaz que sea, no puede estar más versado que todo un colectivo de académicos que han dedicado su vida al estudio de una disciplina. Que sea tolerante, que se rodee de gente competente, no sólo de incondicionales. Que no se encierre, que no se aísle, que no le tema al internacionalismo, que viaje, que se entreviste con sus homólogos de otras partes del mundo, que intercambie con ellos ideas, que reclame el respaldo de otras naciones y que esté dispuesto a darlo cuando le exijan reciprocidad. Drogas, tráfico de armas e inmigración son problemas imposibles de enfrentar sin la cooperación de otros países. No todo lo resuelve la buena política interior; la globalidad a la que hoy día nadie escapa impone sus reglas y más nos vale entenderlas y aceptarlas. Rectificar no implica claudicar ni abandonar principios”.

Debate abierto

Vía whats-app, el inquisitivo e inteligente tertuliano X de los sábados escribió: “…suscribo en su totalidad lo que usted quiere para el país. Pero pregunto: ¿cuántos presidentes de México, íntegros, honestos y con visión de estadista han visto sus ojos, ingeniero?...”. Y agregó: “…lo que usted trata es de dimensionar el tamaño del deseo-exigencia que pesa sobre AMLO…”. Al formular su cuestionamiento, de hecho exigía nombres de mandatarios que, a mi juicio, habrían reunido la extensa lista de cualidades que mencioné como deseables. Adelanto mi respuesta: ¡ninguno! Ninguno, porque tal suma de virtudes son inimaginables en un político al uso nacional. Si acaso las tuvo Juárez, con él se rompió el molde; Madero tal vez, pero su temprana muerte no le dejó mostrarlas en el ejercicio de gobierno. ¿Quizá Cárdenas? El debate surge natural, y es interesante. Mi contestación -prolegómeno de lo que será una buena discusión- fue proponerle que “…nos demos a la tarea de elaborar una relación de gobernantes, calificándolos de peor a mejor, enumerando sus cualidades y principales defectos…”. ¿Vale?

El mote político, la mejor definición

Y luego pensé en que el pueblo reduce a sólo un adjetivo, o si acaso a una frase corta, el término con que identifica a quienes han tenido la responsabilidad de gobernar. El ruso Iván El Terrible, el castellano Pedro El Cruel y el griego-macedonio Alejandro Magno son ejemplos de apelativos asociados indisolublemente a sus nombres. La realeza española proporciona un amplio catálogo: Juana La Loca, Felipe El Hermoso, Carlos III El Hechizado, Alfonso X El Sabio, etc. La lista de apodos es interminable: El Justo, El Batallador, El Animoso, El Piadoso, El Deseado, El Casto, etc. Tampoco los presidentes de México se libraron de la ironía popular que les adjudicó sobrenombres que aluden a su físico, a su carácter o a la calidad de su gobernanza. La siguiente es una relación extractada de apodos ideados por la picardía mexicana: El Siervo de la Nación, El Quinceuñas, El Benemérito de las Américas, El Chacal, El Manco de Celaya, El Nopalito, El Tata, El Caballero, El Viejito y El Trompudo. Delego en usted, amable lector, la entretenida tarea de identificar a los destinatarios de estos divertidos ingenios.

Parámetros para la comparación

Con este artículo doy comienzo al repaso que propongo se haga de las biografías de los presidentes de México. Advierto que, por sencillo y breve que resulte, abarcará esta y por lo menos otras dos colaboraciones. Como punto de partida elegí la de Miguel Alemán, por una simple y muy convencional razón: es del primero del que tengo memoria por haberlo visto en vivo y -tal como demanda X- “…con mis propios ojos…” El criterio general de este trabajo seguirá la siguiente guía: 1) describiré la impresión que -como niño, joven o adulto- me causó la presencia, cercana y siempre circunstancial, del personaje en comento; 2) recordaré sucintamente su vida y su trayectoria política y, 3) daré al lector mi valoración personal del mandatario, considerando: a) su orientación ideológica; b) su integridad personal; c) la incidencia de su gestión en la proyección internacional de México; d) su impulso a la generación de riqueza y, 5) la eficacia de su política económica redistributiva.

I- Miguel Alemán Valdés

A Miguel Alemán lo vi pasar bajo un arco triunfal de madera y papel de colores, construido la víspera en su homenaje. Iba en un Cadillac blanco convertible, con una bandera de México cubriendo el cofre del lujoso automóvil. Era el verano de 1948, y los colores de la enseña patria brillaban bajo el sol ardiente de la Huasteca Potosina. Para mi, un niño de siete años que pasaba unos días de asueto en el rancho de unos amigos, ver al presidente a corta distancia fue una experiencia impactante. Con su estereotipada sonrisa, Alemán correspondía a los vítores de la gente de Tamuín, un municipio de San Luis que apenas empezaba a recuperarse del devastador embate de la fiebre aftosa que diezmó la ganadería de la región. La imagen del dignatario se afianza en mi recuerdo porque fue el primero cuyos informes se transmitieron por TV, de suerte que, gracias al poder divulgador del medio, era ya conocida ampliamente conocida por un número creciente de ciudadanos.

Empresario y político a la vez

Miguel Alemán Valdés fue un presidente civil. Abogado de formación, en 1929 ingresó al PNR y en 1930 a la masonería. Combinó el Derecho con los negocios, especialmente los inmobiliarios. Polanco, por ejemplo, la exclusiva colonia de la capital, se construyó gracias a su instinto empresarial y a la del grupo de sus fieles, Ramos Millán, Ortiz Mena, Rogerio de la Selva y Casas Alemán. Su trayectoria política fue meteórica: pasó en una década de senador a gobernador de Veracruz y, de ahí, a secretario de Gobernación en su ruta a la Presidencia de la República. Alemán abusó de mezclar responsabilidades públicas con actividades privadas, nefasta práctica que lo enriqueció, a él y al grupo de sus afines. Sus afanes modernizadores contribuyeron eficazmente al auge que en su sexenio experimentó la industria y el turismo. Bajo su mandato, Acapulco vivió su mejor época, y se le reconoce como el promotor de Ciudad Satélite -en terrenos que años antes había adquirido en propiedad- y sí, es cierto, también a Alemán se debe la edificación de nuestra maravillosa Ciudad Universitaria de la ciudad de México.

Conclusión

Alemán fue un gobernante proclive a la frivolidad. Movió la economía, generando riqueza que canalizó a las manos de sus protegidos. Alineó su régimen con el capital, y desairó por sistema las reivindicaciones obreras, valiéndose del charrismo sindical y reprimiendo los liderazgos independientes. Devaluó el peso, de $4.85 a $8.65 por dólar. Fue un personaje carismático que proyectó a México en el ámbito internacional.

  • Con este artículo doy comienzo al repaso que propongo se haga de las biografías de los presidentes de México. Advierto que, por sencillo y breve que resulte, abarcará esta y por lo menos otras dos colaboraciones.