/ lunes 29 de julio de 2019

TIEMPOS DE DEMOCRACIA

Microbiografías comparadas de Presidentes de México

3era. Parte

López Obrador argumenta con insistencia que el suyo es un nuevo régimen, distinto a todo lo antes conocido. Para comprobarlo, es de interés repasar los desempeños de quienes le han precedido en el mando de la Nación. Toca en este artículo hacer una síntesis de la vida y obra de Gustavo Díaz Ordaz y de Luis Echeverría Álvarez.

Acudir a las semblanzas de mandatarios del pasado carecería de sentido si no se tuviera el objetivo de compararlas con la de López Obrador. El propósito, empero, está afectado por un obvio matiz especulativo y casi adivinatorio, en razón de que la ejecutoria de sus predecesores es historia, y la de Andrés Manuel, en cambio, se inscribe en un futuro incierto que apenas empieza a perfilarse. Así, estaremos contrastando hechos pretéritos con planes que aún están por concretarse, y cuyo desenlace sólo podemos intuir. El concepto “transformación” -referente fundamental de la teoría lopezobradorista- proporciona el punto de partida para el ejercicio: transformar quiere decir, en su primera acepción, “cambiar de forma algo”; y en su segunda, “transmutar algo en otra cosa”. Si entendemos bien, a lo que el presidente aspira no es a un simple cambio de forma sino a una transmutación de fondo, lo que supone prescindir de lo existente en lugar de remodelarlo, destruyendo lo viejo y deleznable por lo reciente y promisorio. Pretende, además, que la ciudadanía ajuste sus costumbres a una nueva moral.

IV- Gustavo Díaz Ordaz

A Díaz Ordaz nunca lo vi de cerca; de lejos sí, en la clausura de los Juegos Olímpicos. El 2 de octubre de 1968, diez días antes de la inauguración de ese gran evento de repercusión mundial, se había perpetrado en Tlatelolco una matanza de estudiantes cuya información calló una prensa nacional mediatizada por el poder. Pese a la turbadora presencia del Ejército en las calles de la capital, la gente ignoraba la magnitud espeluznante de la represión ordenada desde el poder. Rumores inconexos fueron, sin embargo, dando forma al drama vivido por cientos de jóvenes aquel atardecer en la Plaza de las Dos Culturas. Un año y dos meses después, en su V Informe de Gobierno, y a efecto de allanar el camino sucesorio a Luis Echeverría, Díaz Ordaz exculpó a su secretario de Gobernación, asumiendo íntegra la responsabilidad “ética, política e histórica” de los hechos. Y fue hasta 1971 que, gracias a las indagatorias de Elena Poniatowska -plasmadas en su obra “La Noche de Tlatelolco”- se conocieran los pormenores de la tragedia que marcó un parte-aguas definitorio en el devenir futuro de la Nación.

El presidente malquerido

Gustavo Díaz Ordaz, abogado poblano -San Andrés Chalchicomula, 1911-, recorrió todas las instancias de la función pública: fue actuario, escribiente, profesor, juez y magistrado. En la política se desempeñó como diputado federal, senador, secretario de Gobernación y presidente de la República. Finalizada su gestión (1964-1970) al frente de la Primera Magistratura, fue efímero embajador de México en España. En su gestión se consolidó la Guerra Sucia, táctica bélica de baja intensidad tendiente a eliminar focos de rebeldía social y opositores políticos que actuaban al margen de la legalidad oficialista. Murió en 1979, siendo el mandatario de la era moderna más execrado por la opinión pública. Su administración se benefició de la etapa final del Desarrollo Estabilizador, esquema político-económico que propició un crecimiento sostenido por casi veinte años, periodo al que se le conoció como el Milagro Mexicano. Construyó, además de las instalaciones olímpicas, la primera línea del Metro que tuvo el país. A él le fue devuelto El Chamizal, poniendo fin a un antiguo litigio territorial con Estados Unidos.

V- Luis Echeverría Álvarez

Con Echeverría sí tuve un par de encuentros, el primero de los cuales resultó totalmente casual. Lo cuento: paseaba por la colonia dónde vivía en el Distrito Federal con mi esposa y mi primera hija -una pequeñita de dos años- cuando de pronto fuimos abordados por un grupo de militares uniformados. Quien iba al mando -un miembro del Estado Mayor- explicó que el presidente entraría, en dos minutos más, a la casa por cuyo frente pasábamos en ese momento. El oficial señaló el lugar donde, para saludarlo, debíamos ubicarnos, y le pidió a mi esposa que colocara a la niña delante de nosotros. Cual si fuera un guión mil veces ensayado, llegó Echeverría, dio los buenos días, tomó a mi hija en brazos y, acto seguido, una nube de fotógrafos recogió la imagen. A toda prisa -tal fue el signo de su sexenio- se despidió y, segundos después, nos quedamos ya solos mi mujer, mi niña y yo, tratando de entender cuál había sido nuestro papel en el fugaz montaje. La segunda ocasión que lo vi fue en el Palacio de Gobierno de Tlaxcala, desde un balcón contiguo al que ocupaba junto al gobernador Sánchez Piedras. Fue el día que, ante un Zócalo atestado, Echeverría pronunció el discurso anunciando la fundación de la Universidad Autónoma de Tlaxcala.

¡Arriba y Adelante!

Abogado por la UNAM, casó con la “compañera” María Esther. Fue particular de Sánchez Taboada en el PRI, Oficial Mayor en la SEP con Ruiz Cortines, subsecretario de Gobernación con López Mateos y secretario con Díaz Ordaz. Echeverría aprendió a lo largo de su vida que, para mandar, antes había que obedecer. Como subordinado, acató órdenes al grado de la obsecuencia, y como presidente, ejerció el mando sin más límite que su voluntad. Cuando Díaz Ordaz lo hizo candidato, se quitó la máscara de burócrata sometido y dejó ver su personalidad real, esa que con tanto acierto reflejó Cosío Villegas en El Estilo Personal de Gobernar. Apenas cumplido el ritual del destape, en su primer discurso arremetió contra el régimen, provocando a Díaz Ordaz y tentándolo a dar marcha atrás a su designación. Y luego vino el episodio de la Universidad Nicolaíta en que Echeverría, exigido por los estudiantes, guardó el minuto de silencio por los muertos de Tlatelolco.

Facetas contrastantes

Conocedor de los albañales por donde corren las aguas negras del sistema, Echeverría sacó del juego a quienes se le habían opuesto (Martínez Domínguez, Corona del Rosal y García Barragán), al tiempo que limó asperezas con los sectores que le eran adversos, mediante medidas como la liberación de presos políticos (Campa y Vallejo) y la incorporación a su gobierno de jóvenes (Ovalle, Javier Alejo, Bremer y Biebrich) y de intelectuales progresistas (Flores de la Peña, González Pedrero y Flores Olea). Su raudo y prometedor inicio se enturbió muy pronto con el “halconazo”, la intensificación de la Guerra Sucia y el golpe al Excélsior de Julio Scherer. Asumiendo que su tercermundismo le facilitaría acercarse a la familia universitaria, Echeverría acudió a CU. Empero, su mal calculada audacia le significó una pedrada en la frente.

Lo bueno, lo malo… y lo feo

La actividad presidencial se desarrolló a un ritmo delirante. Echeverría viajó a 40 países para captar voluntades a favor de México, de la Carta de Derechos y Deberes Económicos de los Estados, y hasta de su eventual candidatura a la Secretaría General de la ONU. En política exterior, apoyó a la República Española, se opuso a sancionar a Cuba, y respaldó la soberanía de Panamá sobre su Canal. Simpatizó con Allende abiertamente, rompió con Chile pinochetista y acogió a sus refugiados. En política interior, creó la Secretaría de Turismo y la Reforma Agraria, el Instituto de Comercio Exterior, la Universidad Autónoma Metropolitana, el Colegio de Bachilleres, el Infonavit y el Fonacot. Compró Canal 13 y fundó Televisión Rural de México. Con la Economía manejada desde Los Pinos se aflojaron los controles sobre el gasto público y las finanzas se dislocaron. Sin inversión privada por las pugnas con el empresariado de Monterrey, en caída libre la producción y el precio del petróleo, y con el peso flotando, la paridad cambiaria se fue hasta $22.00 por dólar. Mal pintaba el panorama para su sucesor López Portillo.

  • Si entendemos bien, a lo que el presidente aspira no es a un simple cambio de forma sino a una transmutación de fondo, lo que supone prescindir de lo existente en lugar de remodelarlo, destruyendo lo viejo y deleznable por lo reciente y promisorio.

Microbiografías comparadas de Presidentes de México

3era. Parte

López Obrador argumenta con insistencia que el suyo es un nuevo régimen, distinto a todo lo antes conocido. Para comprobarlo, es de interés repasar los desempeños de quienes le han precedido en el mando de la Nación. Toca en este artículo hacer una síntesis de la vida y obra de Gustavo Díaz Ordaz y de Luis Echeverría Álvarez.

Acudir a las semblanzas de mandatarios del pasado carecería de sentido si no se tuviera el objetivo de compararlas con la de López Obrador. El propósito, empero, está afectado por un obvio matiz especulativo y casi adivinatorio, en razón de que la ejecutoria de sus predecesores es historia, y la de Andrés Manuel, en cambio, se inscribe en un futuro incierto que apenas empieza a perfilarse. Así, estaremos contrastando hechos pretéritos con planes que aún están por concretarse, y cuyo desenlace sólo podemos intuir. El concepto “transformación” -referente fundamental de la teoría lopezobradorista- proporciona el punto de partida para el ejercicio: transformar quiere decir, en su primera acepción, “cambiar de forma algo”; y en su segunda, “transmutar algo en otra cosa”. Si entendemos bien, a lo que el presidente aspira no es a un simple cambio de forma sino a una transmutación de fondo, lo que supone prescindir de lo existente en lugar de remodelarlo, destruyendo lo viejo y deleznable por lo reciente y promisorio. Pretende, además, que la ciudadanía ajuste sus costumbres a una nueva moral.

IV- Gustavo Díaz Ordaz

A Díaz Ordaz nunca lo vi de cerca; de lejos sí, en la clausura de los Juegos Olímpicos. El 2 de octubre de 1968, diez días antes de la inauguración de ese gran evento de repercusión mundial, se había perpetrado en Tlatelolco una matanza de estudiantes cuya información calló una prensa nacional mediatizada por el poder. Pese a la turbadora presencia del Ejército en las calles de la capital, la gente ignoraba la magnitud espeluznante de la represión ordenada desde el poder. Rumores inconexos fueron, sin embargo, dando forma al drama vivido por cientos de jóvenes aquel atardecer en la Plaza de las Dos Culturas. Un año y dos meses después, en su V Informe de Gobierno, y a efecto de allanar el camino sucesorio a Luis Echeverría, Díaz Ordaz exculpó a su secretario de Gobernación, asumiendo íntegra la responsabilidad “ética, política e histórica” de los hechos. Y fue hasta 1971 que, gracias a las indagatorias de Elena Poniatowska -plasmadas en su obra “La Noche de Tlatelolco”- se conocieran los pormenores de la tragedia que marcó un parte-aguas definitorio en el devenir futuro de la Nación.

El presidente malquerido

Gustavo Díaz Ordaz, abogado poblano -San Andrés Chalchicomula, 1911-, recorrió todas las instancias de la función pública: fue actuario, escribiente, profesor, juez y magistrado. En la política se desempeñó como diputado federal, senador, secretario de Gobernación y presidente de la República. Finalizada su gestión (1964-1970) al frente de la Primera Magistratura, fue efímero embajador de México en España. En su gestión se consolidó la Guerra Sucia, táctica bélica de baja intensidad tendiente a eliminar focos de rebeldía social y opositores políticos que actuaban al margen de la legalidad oficialista. Murió en 1979, siendo el mandatario de la era moderna más execrado por la opinión pública. Su administración se benefició de la etapa final del Desarrollo Estabilizador, esquema político-económico que propició un crecimiento sostenido por casi veinte años, periodo al que se le conoció como el Milagro Mexicano. Construyó, además de las instalaciones olímpicas, la primera línea del Metro que tuvo el país. A él le fue devuelto El Chamizal, poniendo fin a un antiguo litigio territorial con Estados Unidos.

V- Luis Echeverría Álvarez

Con Echeverría sí tuve un par de encuentros, el primero de los cuales resultó totalmente casual. Lo cuento: paseaba por la colonia dónde vivía en el Distrito Federal con mi esposa y mi primera hija -una pequeñita de dos años- cuando de pronto fuimos abordados por un grupo de militares uniformados. Quien iba al mando -un miembro del Estado Mayor- explicó que el presidente entraría, en dos minutos más, a la casa por cuyo frente pasábamos en ese momento. El oficial señaló el lugar donde, para saludarlo, debíamos ubicarnos, y le pidió a mi esposa que colocara a la niña delante de nosotros. Cual si fuera un guión mil veces ensayado, llegó Echeverría, dio los buenos días, tomó a mi hija en brazos y, acto seguido, una nube de fotógrafos recogió la imagen. A toda prisa -tal fue el signo de su sexenio- se despidió y, segundos después, nos quedamos ya solos mi mujer, mi niña y yo, tratando de entender cuál había sido nuestro papel en el fugaz montaje. La segunda ocasión que lo vi fue en el Palacio de Gobierno de Tlaxcala, desde un balcón contiguo al que ocupaba junto al gobernador Sánchez Piedras. Fue el día que, ante un Zócalo atestado, Echeverría pronunció el discurso anunciando la fundación de la Universidad Autónoma de Tlaxcala.

¡Arriba y Adelante!

Abogado por la UNAM, casó con la “compañera” María Esther. Fue particular de Sánchez Taboada en el PRI, Oficial Mayor en la SEP con Ruiz Cortines, subsecretario de Gobernación con López Mateos y secretario con Díaz Ordaz. Echeverría aprendió a lo largo de su vida que, para mandar, antes había que obedecer. Como subordinado, acató órdenes al grado de la obsecuencia, y como presidente, ejerció el mando sin más límite que su voluntad. Cuando Díaz Ordaz lo hizo candidato, se quitó la máscara de burócrata sometido y dejó ver su personalidad real, esa que con tanto acierto reflejó Cosío Villegas en El Estilo Personal de Gobernar. Apenas cumplido el ritual del destape, en su primer discurso arremetió contra el régimen, provocando a Díaz Ordaz y tentándolo a dar marcha atrás a su designación. Y luego vino el episodio de la Universidad Nicolaíta en que Echeverría, exigido por los estudiantes, guardó el minuto de silencio por los muertos de Tlatelolco.

Facetas contrastantes

Conocedor de los albañales por donde corren las aguas negras del sistema, Echeverría sacó del juego a quienes se le habían opuesto (Martínez Domínguez, Corona del Rosal y García Barragán), al tiempo que limó asperezas con los sectores que le eran adversos, mediante medidas como la liberación de presos políticos (Campa y Vallejo) y la incorporación a su gobierno de jóvenes (Ovalle, Javier Alejo, Bremer y Biebrich) y de intelectuales progresistas (Flores de la Peña, González Pedrero y Flores Olea). Su raudo y prometedor inicio se enturbió muy pronto con el “halconazo”, la intensificación de la Guerra Sucia y el golpe al Excélsior de Julio Scherer. Asumiendo que su tercermundismo le facilitaría acercarse a la familia universitaria, Echeverría acudió a CU. Empero, su mal calculada audacia le significó una pedrada en la frente.

Lo bueno, lo malo… y lo feo

La actividad presidencial se desarrolló a un ritmo delirante. Echeverría viajó a 40 países para captar voluntades a favor de México, de la Carta de Derechos y Deberes Económicos de los Estados, y hasta de su eventual candidatura a la Secretaría General de la ONU. En política exterior, apoyó a la República Española, se opuso a sancionar a Cuba, y respaldó la soberanía de Panamá sobre su Canal. Simpatizó con Allende abiertamente, rompió con Chile pinochetista y acogió a sus refugiados. En política interior, creó la Secretaría de Turismo y la Reforma Agraria, el Instituto de Comercio Exterior, la Universidad Autónoma Metropolitana, el Colegio de Bachilleres, el Infonavit y el Fonacot. Compró Canal 13 y fundó Televisión Rural de México. Con la Economía manejada desde Los Pinos se aflojaron los controles sobre el gasto público y las finanzas se dislocaron. Sin inversión privada por las pugnas con el empresariado de Monterrey, en caída libre la producción y el precio del petróleo, y con el peso flotando, la paridad cambiaria se fue hasta $22.00 por dólar. Mal pintaba el panorama para su sucesor López Portillo.

  • Si entendemos bien, a lo que el presidente aspira no es a un simple cambio de forma sino a una transmutación de fondo, lo que supone prescindir de lo existente en lugar de remodelarlo, destruyendo lo viejo y deleznable por lo reciente y promisorio.