/ lunes 8 de febrero de 2021

Tiempos de Democracia | Competencia comercial sin reglas ni escrúpulos

Como todo bien escaso, las vacunas contra la Covid-19 son objeto de codicia y especulación. Esperemos el llamado del Sector Salud para, sin remilgos mojigatos ni prejuicios ideológicos, aplicarnos la que llegue, cualquiera que sea. ¡Todas son buenas!

Siempre lo tuve claro y hoy, ante la inminencia del arribo a México de vacunas de distintas procedencias, me confirmo en la idea de que, cuando sea llegado mi turno, acudiré confiado a que me la inoculen, sin mirar ni su nombre ni su país de origen. Iré adonde sea convocado o aguardaré la visita de las brigadas de vacunación, apenas el sector Salud determine el método y el día que me toque en la campaña que su responsable dice haber planeado. Lo que importa es que sea pronto; la carrera -la mía y la de todos- es contra el tiempo. No tengo duda de que, en cuanto tenga defensas en mi organismo contra la intrusión del virus mejorará la posibilidad de hacerme inmune a su ataque. En este tema no hay ideologías; da igual que la vacuna sea la rusa o la estadounidense, la china o la alemana. Para mí la mejor será, no aquella, o la otra, o la otra, sino la que me apliquen. No me dejaré influir, ni por la desinformación ni por el diluvio de mitos y falsas noticias. Adelante explicaré que esas fake-news atienden, más que a la eficacia de las vacunas, a los intereses que juegan en la guerra comercial más grande que han conocido nuestros tiempos.

Mundo dispar e injusto

La certificación de la confiabilidad de las vacunas contra la Covid-19 que han sido puestas en el mercado internacional ha desatado, como digo, un aluvión de versiones distintas, tan encontradas como contradictorias. La confusa situación mantiene en tensión a países que, como el nuestro, al no contar con capacidad para investigar y fabricar por sí mismos los inmunizantes, están a merced de la voracidad de gobiernos y/o empresas farmacéuticas que tienen bajo su control un producto cuya demanda supera miles de veces la oferta disponible. Y en la puja por adquirirlo, ya se sabe, manda el dinero y la fuerza política; hablo de un bazar imaginario de dimensión planetaria al que 193 países acuden afanosos en pos de vacunas para proteger a los 7 mil millones de personas que en ellos habitan. Ese escenario cumple el sueño de todo especulador inescrupuloso: poseer un producto -la vacuna- que pocos tienen… ¡y todos necesitan!

Planeta dividido

No existe, hoy por hoy, ningún organismo -ni siquiera la ONU- capaz de regular la vorágine comercial que tenemos encima. Se trata de una competencia ajena a toda normatividad que, en cierta forma, reedita la antigua Guerra Fría. Recordemos, estimado lector, en qué consistió y quiénes participaron en ella. Tras la locura que significaron las dos conflagraciones mundiales ocurridas en el siglo XX, el globo se dividió en dos bloques de fuerzas similares. La mítica Cortina de Hierro separó, de un lado, al Oriente comunista con la Unión Soviética al frente, los países europeos signatarios del Pacto de Varsovia, más China con sus naciones vecinas sometidas, y del otro, al Occidente capitalista donde quedaron Estados Unidos y los países del Viejo Continente aliados en la OTAN. Y como testigos pasivos de la refriega virtual, los pueblos del Tercer Mundo, México entre ellos. Con las trágicas imágenes de Hiroshima y Nagasaki en la mente de todos, bombas y tanques fueron prudentemente reemplazados por una costosa carrera armamentística cuyo fin era -y es- disuadir a la contraparte de iniciar un ataque nuclear que conllevaría el fin de la vida sobre la Tierra.

Propagación sistemática de infundios y falsedades

La confrontación se circunscribió entonces a lo propagandístico. En Occidente sólo veíamos películas que mostraban la maldad congénita de japoneses y alemanes, y en las que todo ruso era espía y todo chino practicaba magia oculta. Lo que venía de detrás de la Cortina era, por principio, sospechoso de esconder designios perversos. En tanto, en las guerras de baja intensidad -Corea, Afganistán, Vietnam-, patrocinadas por las propias potencias, se ensayaban letales artilugios bélicos en daño de las poblaciones nativas. Ningún producto traspasaba las fronteras de aquella división ideológica hasta que los Juegos Olímpicos y las Copas del Mundo propiciaron los primeros acercamientos deportivos. El partido de ping-pong jugado -a instancias de Henry Kissinger- entre el premier chino Chou-en-Lai y el presidente norteamericano Richard Nixon vino a simbolizar el inicio de la ruptura de los tabúes comerciales entre Asia y América. Más tarde, con Gorbachov líder de la Unión Soviética, sobrevino la caída del Muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría.

Diluvio de hechos y datos engañosos

Acudí a este largo introito, amigo lector, para persuadirlo de que, ante la dimensión sideral del negocio que supone la compraventa de biológicos anti-covid-19, tanto Occidente como Oriente harán hasta lo imposible para desacreditar los que se elaboran en el campo adversario. No debe pues sorprendernos que, Rusia, China y sus países adláteres pongan trabas múltiples a las vacunas Moderna, Pfizer y Oxford, de la misma manera que Estados Unidos, Europa y las naciones de sus respectivas órbitas argumentarán contra la Sputnik-V y la Cansino. Todas ellas, con distintos parámetros de exigencia y tiempos de prueba, habrán traspuesto la Fase III para su uso de emergencia en un periodo que -hay que subrayarlo- todos los países están apurando. Por otra parte, hasta donde se me alcanza y tengo noticia, tanto prestigio científico tiene la Agencia Europea de Medicamentos y la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA) como el Instituto Gamaleya de Moscú en Rusia y la Administración Nacional de Productos Médicos (NMPA) de China. Dicho lo cual, pienso firmemente que, dado el trágico apremio que hoy vive México, sería un error descalificar vacunas por anacrónicos recelos ideológicos o absurdas reservas puritanas. ¡Hay que vacunarse!

Como todo bien escaso, las vacunas contra la Covid-19 son objeto de codicia y especulación. Esperemos el llamado del Sector Salud para, sin remilgos mojigatos ni prejuicios ideológicos, aplicarnos la que llegue, cualquiera que sea. ¡Todas son buenas!

Siempre lo tuve claro y hoy, ante la inminencia del arribo a México de vacunas de distintas procedencias, me confirmo en la idea de que, cuando sea llegado mi turno, acudiré confiado a que me la inoculen, sin mirar ni su nombre ni su país de origen. Iré adonde sea convocado o aguardaré la visita de las brigadas de vacunación, apenas el sector Salud determine el método y el día que me toque en la campaña que su responsable dice haber planeado. Lo que importa es que sea pronto; la carrera -la mía y la de todos- es contra el tiempo. No tengo duda de que, en cuanto tenga defensas en mi organismo contra la intrusión del virus mejorará la posibilidad de hacerme inmune a su ataque. En este tema no hay ideologías; da igual que la vacuna sea la rusa o la estadounidense, la china o la alemana. Para mí la mejor será, no aquella, o la otra, o la otra, sino la que me apliquen. No me dejaré influir, ni por la desinformación ni por el diluvio de mitos y falsas noticias. Adelante explicaré que esas fake-news atienden, más que a la eficacia de las vacunas, a los intereses que juegan en la guerra comercial más grande que han conocido nuestros tiempos.

Mundo dispar e injusto

La certificación de la confiabilidad de las vacunas contra la Covid-19 que han sido puestas en el mercado internacional ha desatado, como digo, un aluvión de versiones distintas, tan encontradas como contradictorias. La confusa situación mantiene en tensión a países que, como el nuestro, al no contar con capacidad para investigar y fabricar por sí mismos los inmunizantes, están a merced de la voracidad de gobiernos y/o empresas farmacéuticas que tienen bajo su control un producto cuya demanda supera miles de veces la oferta disponible. Y en la puja por adquirirlo, ya se sabe, manda el dinero y la fuerza política; hablo de un bazar imaginario de dimensión planetaria al que 193 países acuden afanosos en pos de vacunas para proteger a los 7 mil millones de personas que en ellos habitan. Ese escenario cumple el sueño de todo especulador inescrupuloso: poseer un producto -la vacuna- que pocos tienen… ¡y todos necesitan!

Planeta dividido

No existe, hoy por hoy, ningún organismo -ni siquiera la ONU- capaz de regular la vorágine comercial que tenemos encima. Se trata de una competencia ajena a toda normatividad que, en cierta forma, reedita la antigua Guerra Fría. Recordemos, estimado lector, en qué consistió y quiénes participaron en ella. Tras la locura que significaron las dos conflagraciones mundiales ocurridas en el siglo XX, el globo se dividió en dos bloques de fuerzas similares. La mítica Cortina de Hierro separó, de un lado, al Oriente comunista con la Unión Soviética al frente, los países europeos signatarios del Pacto de Varsovia, más China con sus naciones vecinas sometidas, y del otro, al Occidente capitalista donde quedaron Estados Unidos y los países del Viejo Continente aliados en la OTAN. Y como testigos pasivos de la refriega virtual, los pueblos del Tercer Mundo, México entre ellos. Con las trágicas imágenes de Hiroshima y Nagasaki en la mente de todos, bombas y tanques fueron prudentemente reemplazados por una costosa carrera armamentística cuyo fin era -y es- disuadir a la contraparte de iniciar un ataque nuclear que conllevaría el fin de la vida sobre la Tierra.

Propagación sistemática de infundios y falsedades

La confrontación se circunscribió entonces a lo propagandístico. En Occidente sólo veíamos películas que mostraban la maldad congénita de japoneses y alemanes, y en las que todo ruso era espía y todo chino practicaba magia oculta. Lo que venía de detrás de la Cortina era, por principio, sospechoso de esconder designios perversos. En tanto, en las guerras de baja intensidad -Corea, Afganistán, Vietnam-, patrocinadas por las propias potencias, se ensayaban letales artilugios bélicos en daño de las poblaciones nativas. Ningún producto traspasaba las fronteras de aquella división ideológica hasta que los Juegos Olímpicos y las Copas del Mundo propiciaron los primeros acercamientos deportivos. El partido de ping-pong jugado -a instancias de Henry Kissinger- entre el premier chino Chou-en-Lai y el presidente norteamericano Richard Nixon vino a simbolizar el inicio de la ruptura de los tabúes comerciales entre Asia y América. Más tarde, con Gorbachov líder de la Unión Soviética, sobrevino la caída del Muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría.

Diluvio de hechos y datos engañosos

Acudí a este largo introito, amigo lector, para persuadirlo de que, ante la dimensión sideral del negocio que supone la compraventa de biológicos anti-covid-19, tanto Occidente como Oriente harán hasta lo imposible para desacreditar los que se elaboran en el campo adversario. No debe pues sorprendernos que, Rusia, China y sus países adláteres pongan trabas múltiples a las vacunas Moderna, Pfizer y Oxford, de la misma manera que Estados Unidos, Europa y las naciones de sus respectivas órbitas argumentarán contra la Sputnik-V y la Cansino. Todas ellas, con distintos parámetros de exigencia y tiempos de prueba, habrán traspuesto la Fase III para su uso de emergencia en un periodo que -hay que subrayarlo- todos los países están apurando. Por otra parte, hasta donde se me alcanza y tengo noticia, tanto prestigio científico tiene la Agencia Europea de Medicamentos y la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA) como el Instituto Gamaleya de Moscú en Rusia y la Administración Nacional de Productos Médicos (NMPA) de China. Dicho lo cual, pienso firmemente que, dado el trágico apremio que hoy vive México, sería un error descalificar vacunas por anacrónicos recelos ideológicos o absurdas reservas puritanas. ¡Hay que vacunarse!