/ lunes 20 de julio de 2020

Tiempos de Democracia | De la esperanza a la decepción

Obstinado en preservar sus ideas originales, el presidente López Obrador se desentiende de las circunstancias trágicas que padecen millones de mexicanos, sin percatarse de la excepcionalidad de la situación por la que atraviesa el país que gobierna.

Mientras más categórica resultara la derrota del PRI-gobierno, más redonda sería la satisfacción del tropel humano que el 1º de julio del 2018 acudía a sufragar a favor del candidato del Movimiento de Renovación Nacional. Deponer por los votos a la formación tricolor era la expectativa que movía a las mayorías ciudadanas aquel domingo del lluvioso verano mexicano. En lo que a mi persona conciernía, y pese a que me atrajo la propuesta modernizadora de Anaya, acabé decantándome por López Obrador, no porque me convenciera su personalidad o su discurso que conocía de tiempo atrás, sino debido a que, entre los apuntados para la contienda, era el que más opciones tenía de ganarla. El panista había sido golpeado por la trama urdida en su contra desde la Procuraduría y, aunque el priísta Meade figuraba muy rezagado en las encuestas y su impulsor el presidente Peña Nieto había "tirado la toalla" semanas antes, el temor siempre latente de que el alquimismo electoral del partido en el poder hiciera otra vez de las suyas me decidió, ya frente a la boleta, a cruzar el logotipo de Morena. A esas horas de la mañana todavía no sabía que mi adhesión tendría escaso significado entre las treinta millones que reuniría Andrés Manuel en su aparatosa victoria.

Alarmas desatendidas

Tuvo dimensión nacional la euforia que en esa jornada se vivió en el país. Conforme se iba conociendo la magnitud de su triunfo, la emoción cívica popular fue subiendo de grado a la misma velocidad con que fluían las cifras de las encuestas de salida, confirmadas horas después por los resultados preliminares del Instituto Nacional Electoral que certificaban, no sólo la abrumadora ventaja del tabasqueño, sino también el número sorpresivamente crecido de legisladores que, nominados candidatos en la tómbola morenista resultaron agraciados por el efecto lopezobradorista. Recuerdo que, ya desde entonces, observadores avezados avisaron del riesgo que iba a suponer haber entregado a una persona con el perfil psicológico de Andrés Manuel, a más del Ejecutivo, el control del Poder Legislativo.

Del contento irreflexivo a la incertidumbre y el miedo

Quienes con tanta clarividencia se anticipaban a los hechos que hoy estamos viviendo, no hacían sino encender las luces de alarma de lo que podría suponer para nuestra joven democracia un gobierno carente de contrapesos. Mas no obstante la pertinencia del aviso, hicimos oídos sordos a sus advertencias, entusiasmados como estábamos de cantarle el réquiem definitivo al instituto que por décadas fue insignia de un sistema político que llegaba a su final detestado y enfermo. En nuestra inconsciencia ignoramos que, merced a la avalancha de votos a la que habíamos contribuido, le abrimos la puerta al advenimiento de un nuevo régimen -la Cuarta Transformación-, sustentado en una imprecisa e informe amalgama de ideologías políticas, confusas y contradictorias entre sí, y en dogmas y creencias de corte moralista y seudoreligioso que están llevando al país por una ruta de confrontación y desencuentro cuyo final no parece ser preludio del estado de bienestar y felicidad ofrecido por el gran taumaturgo que nos gobierna.

En serio, presidente… ¿ya vamos de salida?

A la vuelta de dos años está ya configurado un gobierno autoritario, divisionista y excluyente, instrumentador de un asistencialismo masivo sin medios de control, de eficiencia social discutible pero, eso sí, de notable eficacia electoral. Al apoyo de sectores marginales de la población han fluido cientos de miles de millones de pesos, directamente de las arcas públicas a sus beneficiarios, dícese que a través de mecanismos que eluden el intermediarismo. Mientras tanto, la pandemia del Corona-Virus sigue causando víctimas mortales, particularmente entre personas que padecen precariedad y hacinamiento. Sin otra estrategia que evitar que los enfermos congestionen instalaciones hospitalarias, se vuelve vano todo intento por adivinar los tiempos en que la Covid-19 aminorará sus letales efectos. Siendo López Obrador un convencido de que un líder ha de predicar con el ejemplo, extraña que, con Trump y Bolsonaro, sean los únicos mandatarios que niegan el valor preventivo del cubrebocas, actitud que para muchos explica que México, Estados Unidos y Brasil disputen el liderato de las naciones que peor han manejado la emergencia sanitaria.

Administración electoral de la política anticorrupción

Mientras nuestro presidente se niega a tomar medidas acordes a la excepcionalidad de la trágica situación por la que atraviesa México, por el mismo carril discurre la crisis económica derivada del obligado frenazo de las actividades productivas. Aunque deficientemente contados, son ya 40 mil los decesos por la pandemia, y nadie se atreve a pronosticar adonde parará la cifra final. En tanto, el forzado desempleo tiene a millones de connacionales en el umbral del hambre, y el demandado y necesarísimo ingreso vital de emergencia -la solución viable a la inmediatez del drama- es ignorado por la voluntad del único que, en este regimen, puede dar luz verde al proyecto. Por si algo faltara, y a despecho del discurso oficial, la inseguridad sigue su ruta ascendente, ensangrentando el país con asesinatos y masacres por doquier. Mas aunque no haya pan, sí habrá circo: con Lozoya en México, López Obrador dispone de los elementos precisos para entretenernos largo rato con la develación -dosificada en episodios bien calculados- de la corrupción peñanietista. Su intensidad y ritmo dependerá, lo verá usted, de las encuestas y el calendario electoral.

Obstinado en preservar sus ideas originales, el presidente López Obrador se desentiende de las circunstancias trágicas que padecen millones de mexicanos, sin percatarse de la excepcionalidad de la situación por la que atraviesa el país que gobierna.

Mientras más categórica resultara la derrota del PRI-gobierno, más redonda sería la satisfacción del tropel humano que el 1º de julio del 2018 acudía a sufragar a favor del candidato del Movimiento de Renovación Nacional. Deponer por los votos a la formación tricolor era la expectativa que movía a las mayorías ciudadanas aquel domingo del lluvioso verano mexicano. En lo que a mi persona conciernía, y pese a que me atrajo la propuesta modernizadora de Anaya, acabé decantándome por López Obrador, no porque me convenciera su personalidad o su discurso que conocía de tiempo atrás, sino debido a que, entre los apuntados para la contienda, era el que más opciones tenía de ganarla. El panista había sido golpeado por la trama urdida en su contra desde la Procuraduría y, aunque el priísta Meade figuraba muy rezagado en las encuestas y su impulsor el presidente Peña Nieto había "tirado la toalla" semanas antes, el temor siempre latente de que el alquimismo electoral del partido en el poder hiciera otra vez de las suyas me decidió, ya frente a la boleta, a cruzar el logotipo de Morena. A esas horas de la mañana todavía no sabía que mi adhesión tendría escaso significado entre las treinta millones que reuniría Andrés Manuel en su aparatosa victoria.

Alarmas desatendidas

Tuvo dimensión nacional la euforia que en esa jornada se vivió en el país. Conforme se iba conociendo la magnitud de su triunfo, la emoción cívica popular fue subiendo de grado a la misma velocidad con que fluían las cifras de las encuestas de salida, confirmadas horas después por los resultados preliminares del Instituto Nacional Electoral que certificaban, no sólo la abrumadora ventaja del tabasqueño, sino también el número sorpresivamente crecido de legisladores que, nominados candidatos en la tómbola morenista resultaron agraciados por el efecto lopezobradorista. Recuerdo que, ya desde entonces, observadores avezados avisaron del riesgo que iba a suponer haber entregado a una persona con el perfil psicológico de Andrés Manuel, a más del Ejecutivo, el control del Poder Legislativo.

Del contento irreflexivo a la incertidumbre y el miedo

Quienes con tanta clarividencia se anticipaban a los hechos que hoy estamos viviendo, no hacían sino encender las luces de alarma de lo que podría suponer para nuestra joven democracia un gobierno carente de contrapesos. Mas no obstante la pertinencia del aviso, hicimos oídos sordos a sus advertencias, entusiasmados como estábamos de cantarle el réquiem definitivo al instituto que por décadas fue insignia de un sistema político que llegaba a su final detestado y enfermo. En nuestra inconsciencia ignoramos que, merced a la avalancha de votos a la que habíamos contribuido, le abrimos la puerta al advenimiento de un nuevo régimen -la Cuarta Transformación-, sustentado en una imprecisa e informe amalgama de ideologías políticas, confusas y contradictorias entre sí, y en dogmas y creencias de corte moralista y seudoreligioso que están llevando al país por una ruta de confrontación y desencuentro cuyo final no parece ser preludio del estado de bienestar y felicidad ofrecido por el gran taumaturgo que nos gobierna.

En serio, presidente… ¿ya vamos de salida?

A la vuelta de dos años está ya configurado un gobierno autoritario, divisionista y excluyente, instrumentador de un asistencialismo masivo sin medios de control, de eficiencia social discutible pero, eso sí, de notable eficacia electoral. Al apoyo de sectores marginales de la población han fluido cientos de miles de millones de pesos, directamente de las arcas públicas a sus beneficiarios, dícese que a través de mecanismos que eluden el intermediarismo. Mientras tanto, la pandemia del Corona-Virus sigue causando víctimas mortales, particularmente entre personas que padecen precariedad y hacinamiento. Sin otra estrategia que evitar que los enfermos congestionen instalaciones hospitalarias, se vuelve vano todo intento por adivinar los tiempos en que la Covid-19 aminorará sus letales efectos. Siendo López Obrador un convencido de que un líder ha de predicar con el ejemplo, extraña que, con Trump y Bolsonaro, sean los únicos mandatarios que niegan el valor preventivo del cubrebocas, actitud que para muchos explica que México, Estados Unidos y Brasil disputen el liderato de las naciones que peor han manejado la emergencia sanitaria.

Administración electoral de la política anticorrupción

Mientras nuestro presidente se niega a tomar medidas acordes a la excepcionalidad de la trágica situación por la que atraviesa México, por el mismo carril discurre la crisis económica derivada del obligado frenazo de las actividades productivas. Aunque deficientemente contados, son ya 40 mil los decesos por la pandemia, y nadie se atreve a pronosticar adonde parará la cifra final. En tanto, el forzado desempleo tiene a millones de connacionales en el umbral del hambre, y el demandado y necesarísimo ingreso vital de emergencia -la solución viable a la inmediatez del drama- es ignorado por la voluntad del único que, en este regimen, puede dar luz verde al proyecto. Por si algo faltara, y a despecho del discurso oficial, la inseguridad sigue su ruta ascendente, ensangrentando el país con asesinatos y masacres por doquier. Mas aunque no haya pan, sí habrá circo: con Lozoya en México, López Obrador dispone de los elementos precisos para entretenernos largo rato con la develación -dosificada en episodios bien calculados- de la corrupción peñanietista. Su intensidad y ritmo dependerá, lo verá usted, de las encuestas y el calendario electoral.