/ lunes 23 de marzo de 2020

Tiempos de democracia | De la tormenta que se nos viene encima

Superado el desconcierto inicial, las naciones se organizan como mejor pueden para enfrentar la gran calamidad del siglo XXI.

No tardaremos en ver cómo las expectativas individuales y familiares de millones de personas van a cambiar dramáticamente

Nada buenos son los auspicios con que llega la primavera. La de este año será diferente a las anteriores, asociadas tradicionalmente a conmemoraciones festivas y a toda suerte de bienaventuranzas. La del 2020 se recordará porque de su mano llegó el flagelo del Coronavirus, la angustia de la reclusión, el miedo y las ausencias dolorosas. Pero será tambien la primavera que evocaremos porque en ella reapareció la solidaridad verdadera, esa que estrecha los lazos que unen a las personas sin distingo de raza, clase social, fe religiosa o creencia política. Aludo sí, amigo lector, a este tiempo aciago que se nos avecina y que pondrá a prueba la capacidad humana para resistir el peor mal que tocó vivir a las presentes generaciones, una amenaza que solo podrá vencerse por virtud de la unión familiar, la disciplina colectiva, el esfuerzo individual, los valores comunitarios y el espíritu indoblegable de un México que, pese a sus carencias, está siempre dispuesto a superar tormentas y vicisitudes. Los meses que siguen serán muy difíciles; para remontarlos tendremos que soportar con entereza el distanciamiento social y el enclaustramiento -autoimpuesto o forzoso- que obliga a una convivencia cercana e inusualmente continua para la que no todos estamos preparados.

Humanidad indefensa ante el inédito ataque

El Coronavirus -o Covid-19 para mayor especificidad científica- nació en China, país al que asoló con ferocidad por más de cien días y del que por fin parece batirse en retirada. Mas no obstante que las draconianas medidas adoptadas por su gobierno fueron acatadas a pie juntillas por su población, el mortal virus alcanzó a infectar a más de 81 mil chinos, segó la vida de 3 mil 250, cerró cientos de fábricas y descoyuntó el sistema de producción de esa gran nación, con grave afectación de una economía mundial cada vez más dependiente del gigante asiático. En Corea también se mantuvo a raya la letal plaga, gracias a la disciplina de sus habitantes y a la oportunidad con que sus autoridades actuaron, controlando un brote que amenazó en pocos días con expanderse vertiginosamente. En contraste, Irán la dejó crecer sin ninguna intervención gubernamental hasta el punto de registrar más de 20 mil contagios y cerca de 1500 muertes. Hoy día el Covid-19 se ha esparcido por el mundo, propagando su temible letalidad de forma dispar y con intensidades y fases de evolución distintas en todas las naciones del orbe, a un extremo tal que obligó a la Organización Mundial de la Salud -la OMS por sus siglas- a conferirle la inquietante etiqueta de pandemia.

El itinerario del virus y su trágica secuela

De China saltó el virus a los países desarrollados del viejo continente y, en pocos días, se reprodujo con extraordinaria virulencia, infectando a decenas de miles de personas y matando a centenares. La reacción inicial de los distintos gobiernos de las naciones europeas afectadas fue lenta y, en algunos casos, hasta irreflexivamente indiferente. Sin embargo, el exponencial crecimiento de personas contaminadas les obligó a poner a disposición de la cruzada contra la mortal patología todos los recursos del estado. La decisión fue apoyada por la Unión Europea que, por boca de su presidenta, eximió a los países integrantes de cumplir, por todo el tiempo que se prolongue la crisis, las restricciones presupuestales comprometidas. Hubo coincidencia en priorizar la preservación de la vida por encima de cualquier otra consideración. La derrama de recursos es ahora ilimitada y se destina a sus sistemas públicos de salud, valorados entre los mejores del mundo. Con ese respaldo y la creciente concienciación de la población en riesgo, se combate con mayor eficacia al Covid-19, no obstante lo cual la mortandad en Italia y en España sigue siendo altísima. Estados Unidos, por su parte, está pagando caro el desdén con que su indefinible presidente trató en principio el fenómeno. Hoy, consciente ya de su peligro, intenta paliarlo con una lluvia de miles de millones de dólares; empero, el problema insuperable de la nación vecina es que no cuenta con instituciones públicas de salud para asistir menesterosos.

Y en México… ¿qué pasa?

Sabedor de las limitaciones del inventario hospitalario, de las deficiencias en el abasto de medicamentos y de la cifra deficitaria de médicos por cada 100 mil habitantes que tiene México -muy inferior al recomendado por organismos internacionales-, el presidente López Obrador optó por una estrategia de contención de la epidemia distinta a las que está dando resultados en otras latitudes. Aplicando un número inexplicablemente reducido de tests comprobatorios de la enfermedad, avanzamos a tientas hacia la implementación pausada de la segunda de las tres fases previstas por los responsables de las políticas de salud. En lo que lleva razón el mandatario es que un aislamiento obligatorio, similar al decretado por gobiernos de naciones golpeadas por el Covid-19, generaría aquí más problemas de los que resolvería. La causa: poseen una economía mucho más sólida que la nuestra, caracterizada por su precariedad crónica, agravada por unas inciertas circunstancias internas y externas que nos tienen bordeando una crisis que, sin ninguna duda, provocará desempleo y, eventualmente, escasez de insumos. La realidad es que, sin fármacos que curen la enfermedad ni vacunas que la prevengan, con el precio del petróleo en picada, la moneda devaluada, una recesión en puerta, y sin inversiones, no nos valdrán estampitas milagrosas ni golpes de pecho para salir del apuro.

Nota: luego de que se vea hacia donde nos conduce la tempestad que se avecina, reanudaré la serie de artículos del tema pre-electoral


Superado el desconcierto inicial, las naciones se organizan como mejor pueden para enfrentar la gran calamidad del siglo XXI.

No tardaremos en ver cómo las expectativas individuales y familiares de millones de personas van a cambiar dramáticamente

Nada buenos son los auspicios con que llega la primavera. La de este año será diferente a las anteriores, asociadas tradicionalmente a conmemoraciones festivas y a toda suerte de bienaventuranzas. La del 2020 se recordará porque de su mano llegó el flagelo del Coronavirus, la angustia de la reclusión, el miedo y las ausencias dolorosas. Pero será tambien la primavera que evocaremos porque en ella reapareció la solidaridad verdadera, esa que estrecha los lazos que unen a las personas sin distingo de raza, clase social, fe religiosa o creencia política. Aludo sí, amigo lector, a este tiempo aciago que se nos avecina y que pondrá a prueba la capacidad humana para resistir el peor mal que tocó vivir a las presentes generaciones, una amenaza que solo podrá vencerse por virtud de la unión familiar, la disciplina colectiva, el esfuerzo individual, los valores comunitarios y el espíritu indoblegable de un México que, pese a sus carencias, está siempre dispuesto a superar tormentas y vicisitudes. Los meses que siguen serán muy difíciles; para remontarlos tendremos que soportar con entereza el distanciamiento social y el enclaustramiento -autoimpuesto o forzoso- que obliga a una convivencia cercana e inusualmente continua para la que no todos estamos preparados.

Humanidad indefensa ante el inédito ataque

El Coronavirus -o Covid-19 para mayor especificidad científica- nació en China, país al que asoló con ferocidad por más de cien días y del que por fin parece batirse en retirada. Mas no obstante que las draconianas medidas adoptadas por su gobierno fueron acatadas a pie juntillas por su población, el mortal virus alcanzó a infectar a más de 81 mil chinos, segó la vida de 3 mil 250, cerró cientos de fábricas y descoyuntó el sistema de producción de esa gran nación, con grave afectación de una economía mundial cada vez más dependiente del gigante asiático. En Corea también se mantuvo a raya la letal plaga, gracias a la disciplina de sus habitantes y a la oportunidad con que sus autoridades actuaron, controlando un brote que amenazó en pocos días con expanderse vertiginosamente. En contraste, Irán la dejó crecer sin ninguna intervención gubernamental hasta el punto de registrar más de 20 mil contagios y cerca de 1500 muertes. Hoy día el Covid-19 se ha esparcido por el mundo, propagando su temible letalidad de forma dispar y con intensidades y fases de evolución distintas en todas las naciones del orbe, a un extremo tal que obligó a la Organización Mundial de la Salud -la OMS por sus siglas- a conferirle la inquietante etiqueta de pandemia.

El itinerario del virus y su trágica secuela

De China saltó el virus a los países desarrollados del viejo continente y, en pocos días, se reprodujo con extraordinaria virulencia, infectando a decenas de miles de personas y matando a centenares. La reacción inicial de los distintos gobiernos de las naciones europeas afectadas fue lenta y, en algunos casos, hasta irreflexivamente indiferente. Sin embargo, el exponencial crecimiento de personas contaminadas les obligó a poner a disposición de la cruzada contra la mortal patología todos los recursos del estado. La decisión fue apoyada por la Unión Europea que, por boca de su presidenta, eximió a los países integrantes de cumplir, por todo el tiempo que se prolongue la crisis, las restricciones presupuestales comprometidas. Hubo coincidencia en priorizar la preservación de la vida por encima de cualquier otra consideración. La derrama de recursos es ahora ilimitada y se destina a sus sistemas públicos de salud, valorados entre los mejores del mundo. Con ese respaldo y la creciente concienciación de la población en riesgo, se combate con mayor eficacia al Covid-19, no obstante lo cual la mortandad en Italia y en España sigue siendo altísima. Estados Unidos, por su parte, está pagando caro el desdén con que su indefinible presidente trató en principio el fenómeno. Hoy, consciente ya de su peligro, intenta paliarlo con una lluvia de miles de millones de dólares; empero, el problema insuperable de la nación vecina es que no cuenta con instituciones públicas de salud para asistir menesterosos.

Y en México… ¿qué pasa?

Sabedor de las limitaciones del inventario hospitalario, de las deficiencias en el abasto de medicamentos y de la cifra deficitaria de médicos por cada 100 mil habitantes que tiene México -muy inferior al recomendado por organismos internacionales-, el presidente López Obrador optó por una estrategia de contención de la epidemia distinta a las que está dando resultados en otras latitudes. Aplicando un número inexplicablemente reducido de tests comprobatorios de la enfermedad, avanzamos a tientas hacia la implementación pausada de la segunda de las tres fases previstas por los responsables de las políticas de salud. En lo que lleva razón el mandatario es que un aislamiento obligatorio, similar al decretado por gobiernos de naciones golpeadas por el Covid-19, generaría aquí más problemas de los que resolvería. La causa: poseen una economía mucho más sólida que la nuestra, caracterizada por su precariedad crónica, agravada por unas inciertas circunstancias internas y externas que nos tienen bordeando una crisis que, sin ninguna duda, provocará desempleo y, eventualmente, escasez de insumos. La realidad es que, sin fármacos que curen la enfermedad ni vacunas que la prevengan, con el precio del petróleo en picada, la moneda devaluada, una recesión en puerta, y sin inversiones, no nos valdrán estampitas milagrosas ni golpes de pecho para salir del apuro.

Nota: luego de que se vea hacia donde nos conduce la tempestad que se avecina, reanudaré la serie de artículos del tema pre-electoral