/ lunes 20 de junio de 2022

Tiempos de Democracia | De las corridas de toros

Las que siguen son algunas meditaciones sobre la tauromaquia en México y las consecuencias que su prohibición traería consigo en una tierra como la tlaxcalteca, tan apegada a las tradiciones heredadas de su progenie hispánica.

Tanto era el arraigo que llegó a tener en Tlaxcala la fiesta brava que fue aquí -tiempo pasado- donde tenía mayor cantidad de adeptos que en cualquier otro lugar de México, en proporción -se entiende- a su dimensión territorial y al número de sus habitantes. Pocas eran las comunidades que, en sus festividades patronales, no incluían algún tipo de espectáculo taurino; las que no disponían de escenarios fijos y permanentes para montarlo los improvisaban con trancas y palos. El caso es que nunca faltara la presencia del toro, para el divertimento de la gente y para probar el arrojo y destreza de sus lidiadores. Lamentablemente, esa afición por la tauromaquia ha ido declinando y perdiendo los espacios que detentaba en el gusto popular, cediéndolos o compartiéndolos con otras actividades que la globalidad y las comunicaciones del mundo actual trajeron de la mano. Y si a esa tendencia se agregan las nuevas formas de entender y pensar la vida -el respeto a la vida animal, por ejemplo- caeremos en la cuenta de que las corridas de toros, por lo menos en la forma en que mi generación las conoció, podrían ya estar entrando en su etapa terminal.

La juventud no entiende de costumbres antiguas

Valorar y proteger los rituales que dan identidad a los pueblos no es tema que interese a la modernidad; al contrario: su impetuoso avance las está arrollando. Sumemos a lo anterior que hay factores endógenos que inciden en la pérdida del respeto al culto ancestral al toro y arrastran a la tauromaquia a una imparable espiral devaluatoria. Son causantes además de la sustancial merma de seguidores sufrida por la fiesta y de la situación de debilidad con la que enfrenta a las corrientes animalistas que demandan su desaparición. Entre los motivos que la degradaron destaca la ausencia de una reglamentación federal que, rigurosamente aplicada, habría garantizado el cabal cumplimiento de sus normas fundamentales. De los engaños y abusos cometidos en daño del público que con su dinero ha sostenido el espectáculo son responsables los elementos de ese complejo tinglado que participa en su organización: autoridades, empresarios, ganaderos, toreros, apoderados, prensa, etc. Unos actuando y otros dejando hacer; difícil es hacer excepciones en ese largo catálogo. No obstante la debacle, aún quedan pícaros que siguen vanagloriándose de sus ardides y sucias triquiñuelas; la honradez, la palabra y la caballerosidad, en cambio, son tratadas con animosidad y distancia.

Si la México cierra…

El saldo del retroceso está ahí y lo ilustran las cifras: la catedral del toreo del país, la Monumental Plaza México, inaugurada en 1946 cuando la capital sólo tenía 4 millones de habitantes, domingo a domingo llenaba sus más de 40 mil localidades en aquellas añoradas temporadas grandes que habitualmente constaban de por lo menos docena y media de festejos, amén de la veintena de novilladas que se programaban en las temporadas chicas. Hoy, la mancha urbana se extiende por todo el Valle de México y alberga a 20 millones de personas a las que no se ofrecen más que esporádicos y cortos seriales que, en promedio, llevan a 18 mil aficionados a los cada vez más despoblados tendidos del “embudo de Insurgentes”. Este fenómeno que sufre la plaza -faro y guía del derrotero de la fiesta en el país- afecta directamente el funcionamiento de los escenarios del interior en sus distintos tamaños y categorías, llegando incluso a pueblos y rancherías donde se llevan al cabo modestas capeas, fuentes al fin y al cabo de actividad y trabajo que insuflan vida y recursos a no pocas ganaderías de bravo y son además invaluables semilleros de toreros y aficionados.

Salvaguardas culturales… descalificadas por la Corte

Con decretos otorgados por sus congresos locales que reconocen a la tauromaquia la calidad de patrimonio cultural inmaterial, varias entidades federativas creyeron blindar la fiesta contra el prohibicionismo por el que pugnan diversas agrupaciones ciudadanas. Mas hete aquí que la Suprema Corte de Justicia acaba de invalidar esas disposiciones -entre ellas la vigente aquí en Tlaxcala- al precisar que “…la fiesta taurina no es susceptible de ser reconocida como patrimonio cultural inmaterial, ya que toda práctica que suponga maltrato, tortura y muerte de animales sintientes con fines de recreación o entretenimiento, no puede considerarse como una expresión sujeta de protección especializada y reforzada bajo los derechos culturales…”, asumiendo que “…sería contradictorio estimar, bajo el amparo del ‘patrimonio cultural’, que el Estado adoptara medidas financieras, administrativas y educativas tendientes a preservar y fomentar ciertas costumbres, usos, expresiones, manifestaciones humanas que, aunado al hecho de que no son generalmente aceptadas ni compartidas por la comunidad, tienden al desconocimiento o violación de los derechos…”.

Conclusión

Estando abierto un juicio de amparo en el que se analiza la prohibición de las corridas de toros en la CDMX, el dictamen de la Corte llega en el peor momento, en tanto que refuerza la posición de los quejosos. Si la suspensión definitiva de festejos taurinos concedida a título provisional por el juez que conoce de la causa ganara finalmente la condición de cosa juzgada, la pervivencia de la tauromaquía en México estaría, ahora sí, en muy grave riesgo. La aplicación de los preceptos introducidos en años recientes a la Constitución hará extremadamente complicado salvar este último e inesperado obstáculo; ojalá me equivoque, pero cada vez se escuchan más cerca las campanillas del tiro de mulillas.


Las que siguen son algunas meditaciones sobre la tauromaquia en México y las consecuencias que su prohibición traería consigo en una tierra como la tlaxcalteca, tan apegada a las tradiciones heredadas de su progenie hispánica.

Tanto era el arraigo que llegó a tener en Tlaxcala la fiesta brava que fue aquí -tiempo pasado- donde tenía mayor cantidad de adeptos que en cualquier otro lugar de México, en proporción -se entiende- a su dimensión territorial y al número de sus habitantes. Pocas eran las comunidades que, en sus festividades patronales, no incluían algún tipo de espectáculo taurino; las que no disponían de escenarios fijos y permanentes para montarlo los improvisaban con trancas y palos. El caso es que nunca faltara la presencia del toro, para el divertimento de la gente y para probar el arrojo y destreza de sus lidiadores. Lamentablemente, esa afición por la tauromaquia ha ido declinando y perdiendo los espacios que detentaba en el gusto popular, cediéndolos o compartiéndolos con otras actividades que la globalidad y las comunicaciones del mundo actual trajeron de la mano. Y si a esa tendencia se agregan las nuevas formas de entender y pensar la vida -el respeto a la vida animal, por ejemplo- caeremos en la cuenta de que las corridas de toros, por lo menos en la forma en que mi generación las conoció, podrían ya estar entrando en su etapa terminal.

La juventud no entiende de costumbres antiguas

Valorar y proteger los rituales que dan identidad a los pueblos no es tema que interese a la modernidad; al contrario: su impetuoso avance las está arrollando. Sumemos a lo anterior que hay factores endógenos que inciden en la pérdida del respeto al culto ancestral al toro y arrastran a la tauromaquia a una imparable espiral devaluatoria. Son causantes además de la sustancial merma de seguidores sufrida por la fiesta y de la situación de debilidad con la que enfrenta a las corrientes animalistas que demandan su desaparición. Entre los motivos que la degradaron destaca la ausencia de una reglamentación federal que, rigurosamente aplicada, habría garantizado el cabal cumplimiento de sus normas fundamentales. De los engaños y abusos cometidos en daño del público que con su dinero ha sostenido el espectáculo son responsables los elementos de ese complejo tinglado que participa en su organización: autoridades, empresarios, ganaderos, toreros, apoderados, prensa, etc. Unos actuando y otros dejando hacer; difícil es hacer excepciones en ese largo catálogo. No obstante la debacle, aún quedan pícaros que siguen vanagloriándose de sus ardides y sucias triquiñuelas; la honradez, la palabra y la caballerosidad, en cambio, son tratadas con animosidad y distancia.

Si la México cierra…

El saldo del retroceso está ahí y lo ilustran las cifras: la catedral del toreo del país, la Monumental Plaza México, inaugurada en 1946 cuando la capital sólo tenía 4 millones de habitantes, domingo a domingo llenaba sus más de 40 mil localidades en aquellas añoradas temporadas grandes que habitualmente constaban de por lo menos docena y media de festejos, amén de la veintena de novilladas que se programaban en las temporadas chicas. Hoy, la mancha urbana se extiende por todo el Valle de México y alberga a 20 millones de personas a las que no se ofrecen más que esporádicos y cortos seriales que, en promedio, llevan a 18 mil aficionados a los cada vez más despoblados tendidos del “embudo de Insurgentes”. Este fenómeno que sufre la plaza -faro y guía del derrotero de la fiesta en el país- afecta directamente el funcionamiento de los escenarios del interior en sus distintos tamaños y categorías, llegando incluso a pueblos y rancherías donde se llevan al cabo modestas capeas, fuentes al fin y al cabo de actividad y trabajo que insuflan vida y recursos a no pocas ganaderías de bravo y son además invaluables semilleros de toreros y aficionados.

Salvaguardas culturales… descalificadas por la Corte

Con decretos otorgados por sus congresos locales que reconocen a la tauromaquia la calidad de patrimonio cultural inmaterial, varias entidades federativas creyeron blindar la fiesta contra el prohibicionismo por el que pugnan diversas agrupaciones ciudadanas. Mas hete aquí que la Suprema Corte de Justicia acaba de invalidar esas disposiciones -entre ellas la vigente aquí en Tlaxcala- al precisar que “…la fiesta taurina no es susceptible de ser reconocida como patrimonio cultural inmaterial, ya que toda práctica que suponga maltrato, tortura y muerte de animales sintientes con fines de recreación o entretenimiento, no puede considerarse como una expresión sujeta de protección especializada y reforzada bajo los derechos culturales…”, asumiendo que “…sería contradictorio estimar, bajo el amparo del ‘patrimonio cultural’, que el Estado adoptara medidas financieras, administrativas y educativas tendientes a preservar y fomentar ciertas costumbres, usos, expresiones, manifestaciones humanas que, aunado al hecho de que no son generalmente aceptadas ni compartidas por la comunidad, tienden al desconocimiento o violación de los derechos…”.

Conclusión

Estando abierto un juicio de amparo en el que se analiza la prohibición de las corridas de toros en la CDMX, el dictamen de la Corte llega en el peor momento, en tanto que refuerza la posición de los quejosos. Si la suspensión definitiva de festejos taurinos concedida a título provisional por el juez que conoce de la causa ganara finalmente la condición de cosa juzgada, la pervivencia de la tauromaquía en México estaría, ahora sí, en muy grave riesgo. La aplicación de los preceptos introducidos en años recientes a la Constitución hará extremadamente complicado salvar este último e inesperado obstáculo; ojalá me equivoque, pero cada vez se escuchan más cerca las campanillas del tiro de mulillas.